N/A —Decidí editar este desastre XD
Disclaimer: One Piece, y por supuesto sus personajes, ni siquiera me pertenecen. Sólo la historia cuyo origen me es incomprensible.
Advertencia:AU, Ooc, personajes convertidos en gato, extraña trama. Yo y mis estúpidas ideas.
—Nami—Casi 2 años y medio (edad gatuna).
—Luffy—17 años.
I
—Mientras que los perros son el amigo del hombre, los gatos son los compañeros del alma.
—¡Fuera de aquí, gato callejero! —Y de una dolorosa —para nada suave— patada, Nami salió volando hasta caer apoyada en sus cuatro patas en el duro suelo.
La puerta se cerró con un sonido seco que caló hasta lo más profundo de los sensibles tímpanos de Nami y ésta corrió lejos escapando por el susto que le provocó.
Cuando ya estuvo a una distancia segura, miró hacía atrás, comprobando a su vez que nadie la siguiera. Se lamentó en silencio el hecho de no haber podido alcanzar aquella tarta desde la ventana abierta de aquella casa que la había atraído tanto como el queso al ratón.
Su estómago dio un gruñido. Tenía hambre; no había comido en días, y quizá aquella tarta hubiera sido la única esperanza de poder sobrevivir unos días más sin morirse de la no tan reciente hambre que sufría.
Pero no, la mala suerte estaba impregnada ese día —y los anteriores— en la pobre gata de pelaje naranja.
Corrió ágilmente hacía lo que se podría considerar su hogar: un callejón de mala muerte donde habían cajas por doquier con las condiciones necesarias para poder descansar dentro de ellas. Cuando llegó, con más hambre todavía, simplemente se acostó dentro de una de las tantas cajas que se habían esparcido probablemente al ser mal puestas una arriba de la otra. Se acomodó y acurrucó esperando, por lo menos, tener suerte mañana.
II
—El hambre hace que todo sea delicioso, incluso lo que es "simplemente rico" u "horrible" puede transformarse en la cosa más gloriosa que hayas ingerido en vida.
Sus bigotes junto con su nariz se movieron graciosamente al captar un olor que sólo significaba una cosa: comida.
La gatita Nami abrió sus marrones ojos y miró hacía la dirección de la que había olfateado aquel aroma. Se paró, se estiró —incluso su rabo— y caminó perezosamente hacia la dirección de la que provenía aquella deliciosa fragancia.
Por suerte para ella, cuando salió del callejón no hubo mucha acumulación de personas caminando alrededor, quizá porque ese lugar no tenía muy buena fama. No obstante, la gata Nami no entendía el rechazo de los humanos a caminar por estos lares, siendo tranquilos hasta donde ella sabía. Tampoco entendía a los humanos con aquellos aparatos en sus manos que ella a veces miraba curiosa y se preguntaba para qué servirían. Al igual que los papeles verdes que guardaban recelosamente mirando hacia ambos lados.
Su nariz instintivamente empezó a moverse de atrás hacía adelante, como la de los conejos. Y no era para menos, ya había reconocido de dónde provenía y de qué se trataba aquel aroma.
—Carne, deliciosa carne —maulló casi poseída por el hambre que la embargaba. La gata corrió hacía el gran parque sin ni siquiera notarlo. Cuando paró su correteada, miró curiosamente hacía donde se encontraba su objetivo, o mejor dicho objetivos amontonados junto a un chico que los devoraba como si cada uno de esos pedazos de carne fueran unas pequeñas y simples palomitas de maíz. Se acercó sigilosamente al chico, lo único que pasaba por su mente era que seria fácil agarrar uno y salir corriendo, luego devorarlo con pasión y así poder seguir sobreviviendo como hasta ahora había hecho.
Por eso, sin pizca de remordimiento y con hambre atroz y una agilidad digna de muchos años de practica —a pesar de que los años con los que contaba no llegaban ni a la mitad de los dedos de una mano—, se lanzó cual león hacía su presa directo a las salchichas. Abrió su boca con afilados colmillos para rápidamente tomar una salchicha y salir "volando" hacía el otro lado de la banca en la que se encontraba aquel joven que, al ver que se llevaban cierta parte de su alimento, siguió comiendo como si nada, fulminando con la mirada a aquel gato (gata) que se había llevado su alimento.
Por otra parte, ya con el gozo de la victoria y la delicia en su boca, la gata Nami corría casi saltando de la felicidad, yendo y viniendo de aquí para allá al notar que su asalto había resultado más fácil de lo que había creído.
Se comió su trofeo como si fuera la cosa más deliciosa que hubiera probado en vida. Y de esta manera, la gata Nami obtuvo más días en los que podría sobrevivir y menos hambre que tener.
—Rico, rico —se maulló a sí misma feliz de la vida mientras regresaba al callejón para dormir perezosamente.
III
La gata Nami podría ser considerada de cierta forma una persona más, puesto que incluso a pesar de ser una gata callejera desde que nació, nunca había comido pájaros, ratas, ratones u otros animales que se le pasaran por en frente.
Pero, quizá en su infancia, cuando era más bebé y no tenía mucha consciencia de sí misma, hubiera comido alguna de esas cosas, o incluso insectos. Aunque ella no lo recordaba, ni le interesaba recordarlo.
Al día siguiente, la gata Nami volvió a captar aquel mismo aromade ayer. Y contra todo pronostico, decidió ir al parque nuevamente para ver si tenía la misma suerte que el día pasado, y así poder asegurase más días sin sufrir tanta hambre —incluso si de cierta forma ya estaba acostumbrada.
Encontró al mismo chico en el mismo lugar y con la misma porción—o más— de salchichas de ayer. La gata Nami se puso a reflexionar que aquel chico debía tener un estómago de goma para comer la misma cantidad en dos días. Ella había notado que el resto de los humanos podían sobrevivir con un simple pedazo de pan y aquel líquido negro por el resto del día. En cambio aquel chico parecía ni siquiera notar que era parte de la raza humana por su exagerada alimentación.
Igualmente, luego de observarlo más tranquila, decidió, como ayer, acercarse a él sólo que un poco más confiada que antes. El chico ni siquiera notó cuándo ella le volvió a arrebatar de un salto otra de sus salchichas ya que ni siquiera se inmutó por ello, o simplemente no le interesó tanto como la vez pasada.
Difícilmente se podría decir que él hubiera querido que le robaran una de sus salchichas, porque eso era lo que menos quería. Pero al ver a la gata otra vez —incluso si el día anterior sólo la pudo observar en plena fuga luego de que le robara—, flacucha y no muy bien alimentada —sólo pongamos el clásico "callejera"— decidió que, ante todo, no sería malo dejar que se alimentara—incluso si le estaba robando.
Miró curioso hacía donde ésta había salido corriendo y sonrió un poco para luego seguir con lo suyo: simplemente comer.
Y en cuanto a la gata Nami, ella no podía estar más feliz y bien alimentada en menos de dos días.
IV
Tres días habían pasado desde la última -y segunda- vez que había visto a aquel chico y sus enormes porciones de salchichas. Nami decidió que debía empezar a buscar el próximo lugar al que asaltar, ya que incluso si guardaba la esperanza de que el chico de las salchichas volviera, se daba cuenta que eso no pasaría en un tiempo, y no sabía si seria en mucho o poco. Tampoco se iba quedar sentada en el callejón para averiguarlo.
Caminó perezosa y ágilmente entre las calles, pasando así de ser percibida por las personas. Mirando y observando su próximo objetivo.
-¿Quién podría ser ahora? -se preguntó mirando hacía su alrededor, hacía las casas y las personas buscando indicios de comida.
Pero, sin darse siquiera cuenta, y como cualquier felina que sigue sus instintos animales, toda su atención se fue a algo que no tenía mucho que ver con la comida, sino con aquel chico bastante conocido y particular que en ese momento la observaba tanto como ella a él.
Mutuamente intercambiaron miradas. Nami hubiera tragado saliva si le fuera posible, ¿y si la perseguía como el resto y luego la llevaba a la perrera para que la pusieran en aquella habitación con humos mortales? Ella había oído algunos rumores entre gatos y algunos perros sobre aquel lugar, y esperaba jamas tocar el piso de la perrera por ello. Pero, y sin embargo, no corrió. Llámenlo sexto sentido de gato, pero muy en su interior Nami sabía que aquel chico no le haría nada. Después de todo, como cualquier animal, podía olfatear sus "emocionales", y las "emociones"de aquel chico no tenían rastro de posibles malas intenciones para con ella.
El chico sonrió cuando la gata paró su "caminata" -o búsqueda de alimento, aunque éste no lo sabía-, y se le acercó curioso, como si lo que veía fuera algo nuevo y genial, y no una simple gata callejera cuyo único objetivo en su pobre y gatuna vida era buscar alimento, escapar de las garras de las personas y la perrera y... dormir -¿qué? No es como si un gato pudiera hacer mucho en este mundo, además de cazar (cosa que ella lo suplantaba por robar comida humana), comer y dormir, después de todo no se espera muchos de los gatos que se diga-.
Nami, al ver al chico casi frente a ella, por puro instinto -como el resto de los gatos se manejan- clavó sus garras en el suelo, como si estuviera a punto de lanzarse hacía la cabeza del chico y rasguñarle todo lo que se llamaba cara, cuello y orejas. No obstante, el chico extraño simplemente la agarró entre sus brazos entre curioso, cariñoso y sonriente. La gata se erizó completamente ante el contacto.
¿Y ahora qué? ¿La iba a lanzar a otra parte para ver si lo que dicen sobre que los gatos caen siempre parados es cierto? Nami se removió incomoda, pero ella no atacó con sus garras al chico. Después de todo nunca le había hecho daño a una persona, por más brutas que fueran éstas al tratarla, simplemente no le apetecía usar sus garras porque no lo creía necesario al saber que simplemente la lanzarían fuera de sus casas como siempre pasaba. Se le podría llamar confianza ciega.
El chico acurrucó a la gata en su pecho al notar su incomodidad. Le parecía curioso el comportamiento de ésta. Es decir, cada vez que intentaba agarrar a un animal, éste siempre terminaba haciéndole algunos rasguños y escapando de sus brazos, manos o cabeza. El porqué de ello él simplemente no lo sabía. Y sin embargo la gata no lo atacó. Curioso.
Nami no dudó en acurrucarse en el extrañamente cómodo cuerpo atraída por la calidez que sintió brotar de éste. Para algunos sería muy raro ver a una gata callejera y salvaje poner tanta confianza en una persona a penas conociéndola. Pero, en una parte de la mente de Nami todo esto iba a su beneficio, pues ella pensaba que él le podría dar más comida -no sólo simples salchichas- si lo trataba bien. Más allá de la comodidad que estaba sintiendo ahora en presencia de él.
-¿Naranja? -murmuró extrañado el chico, quien recién había notado el extraño color del pelaje del gato (que en realidad era una gata, pero a él esto no le interesaba). Segundos después se encogió de hombros, no dándole la suficiente importancia al asunto.
-Comida (*)-fue el simple maullido de Nami. El cual claro que no fue entendido por el chico.
Él simplemente rió, yéndose con la gata directo a su hogar. Se la quería mostrar a su hermano, pues le parecía una gata con habilidades misteriosas. Además de que era el primer animal que no salía huyendo (con daño incluido -rasguños-) de él.
Cuando el chico extraño llegó al hotel donde residía, Nami miró curiosa alrededor. Nunca había entrado a esas enormes casas con muchas ventanas porque nunca tuvo la necesidad de hacerlo. Pero al contemplarla ahora desde adentro, se daba cuenta que seria mucho más sencillo entrar a una de estas que a una simple y pequeña casa donde fácilmente seria vista por los habitantes de la misma.
Nadie parecía reparar -o simplemente no querían hacerlo- en la gata en manos de aquel chico vecino de todos ellos. Decidieron que lo dejarían ser, incluso si estaba prohibido el paso de animales, sabían que su vecino -el chico- no lo entendería -al menos no después de cien mil explicaciones del por qué de esto de forma detallada y explicada como si a un niño le hablaran- y ellos ya no querían gastar su tiempo en cosas que eran REALMENTE complicadas. Así era la vida en aquel lugar.
Que marchara el marchado, ellos no harían nada para evitarlo.
Cuando el chico extraño abrió una de las tantas puertas del lugar, Nami alzó la cabeza y las orejas -y también un poco sus bigotes sin darse cuenta- curiosa, pero enseguida las bajó y se volvió a acurrucar pensando en comida al ver lo normal que era el lugar.
-¡Ace, comida! -gritó animadamente el chico prácticamente yendo hacía la cocina sin reparar en que su hermano todavía no había llegado de donde fuera que estuviera.
Nami alzó la cabeza alterada ante el grito y la última palabra del chico. Tentada como estaba al llegar a la cocina, ella saltó de los brazos ajenos y se subió de otro salto a la mesa que estaba en el medio de la cocina. Se dio cuenta desganada que no había nada en ésta que fuera comestible, y cuando miró hacía el chico extraño éste parecía estar metiendo la cabeza y los brazos en aquel monstruo blanco con una parte que se abría como una puerta -elrefrigerador-.
Se acercó hasta el borde de la mesa, alzando las orejas y la cabeza para ver lo que estaba haciendo el chico, pero éste salió con muchas cosas en brazos que depositó encima de ella sin percatarse de ello.
La gata de repente fue azotada por muchos olores, la mayoría provenían de las carnes: carne cruda para ser específicos. Salió precipitadamente de la montaña de comida encima de ella y luego la observó curiosa. Si fuera posible ella hubiera fruncido el ceño y luego suspirado al ver que todo estaba crudo. Y a ella no le gustaban las cosas crudas -demasiado exigente para ser una gata callejera que pasaba hambre.
Miró al chico que parecía no saber qué hacer con la carne en la mesa, puesto que la observaba extrañado y con el ceño fruncido.
Luego... la gata no pudo evitar maullar en desaprobación al verlo empezar a comer cada tira de carne cruda como si de verdad no importara, ni le importara.
-Definitivamente, eres un humano extraño -le maulló Nami negando con la cabeza en su mente. Se recostó en la mesa moviendo la cola de arriba a abajo sin saber qué hacer más que contemplarlo. Pensó en aquel tal "Ace" que había nombrado el chico al entrar por la puerta. Quizá él podría hacer lo que se hacía para que la carne ya no estuviera cruda. Aunque después cayó en cuenta que éste parecía no encontrarse en casa.
Se levantó de su perezosa posición recostada en la mesa, saltó de ésta y se dirigió hacía alguna parte de la casa sin importarle mucho regresar a su "guarida" -el callejón- después. Cuando divisó una puerta entreabierta, no dudó en entrar por ésta un tanto curiosa por el lugar al que daba. Allí, más grande de lo que esperaba y decían los rumores, se encontraba aquella "cama" donde sólo los humanos podían dormir. ¡Y decían que era muy cómoda!
No dudó en saltar hasta ella y comprobar con sus garras lo cómoda que podía llegar a ser. Decidió entonces, por supuesto, aprovechar aquella oportunidad para dormir en una de las llamadas "camas" de una vez por todas. Y lo hizo, se recostó y durmió plácidamente por unos instantes, ya que el ruido de la puerta chocándo contra la pared de la habitación en la que se encontraba la hizo abrir sus ojos mansamente y mirar a la persona parada en el marco observándola incrédulo.
La gata hubiera suspirado cansada si hubiera podido. Pero lo único que hizo fue levantarse lentamente y sentarse frente a la persona similar al chico extraño en cuanto aspecto, excepto por las pecas en sus mejillas.
-¿Quién demonios eres? -preguntó el chico a Nami como si ésta pudiera responderle con su mismo idioma. Decidió no hacer nada y sólo mirarlo fijamente.
La persona parecía intensificar su incredulidad, sin embargo no hizo nada más y se dirigió a otra parte de la casa que Nami, por la dirección, supo que era la cocina.
¿Seria ese tal Ace?
No le dio mucha importancia y se volvió a recostar.
-¡Luffy! ¿Por qué trajiste un gato? No... más bien ¿qué hiciste para que pobre gato viniera? ¿¡Y por qué te estás comiendo la carne cruda!? -un golpe seco alcanzó a llegar a los tímpanos de la gata, quien movió ligeramente las orejas.
-¡Ace! ¡Tengo hambre!
-¡Escucha lo que los demás te dicen, tonto hermano!
-¿Dónde está el gato?
-¿¡Y recién te das cuenta!?
Del otro lado fuera de la vista de Nami -pero no oídos- el chico que terminó teniendo como nombre Luffy miraba curioso bajo la mesa tratando de encontrar a su nueva mascota.
-Ace ¿viste a un gato?
-Dios, dame paciencia -se dijo Ace pasándose la mano por toda la cara, para luego suspirar- Él está en mi habitación.
Luffy salió corriendo y riendo hacía la dirección donde se encontraba Nami -para desgracia de ésta y su deseado sueño en la llamada cama-, claro que ninguno de los hermanos reparó -como si pudieran- en que la gata no era un él, sino un completo ella.
-¡Te encontré! -la alzó acurrucándola en sus brazos y se la llevó a la cocina, donde Ace, para fortuna de Nami, cocinaba lo poco y mucho que quedaba de carne- ¡Aceeeeeeeeee! ¿Me la puedo quedar? ¿Puedo, puedo, puedo...?
-Luffy, no se permiten...-pero luego dejó de hablar al darse cuenta que con sus palabras casi cometía el pequeño error de después tener que explicarlas, y él, incluso si era el llamado y renombrado hermano mayor de Luffy, a veces tenía que simplemente hacer de cuenta que había cosas que eran mucho más complicadas de explicar que otras. Suspiró resignado, a sabiendas de que los vecinos tampoco podrían decir nada para no tener que explicarle algo a su tonto hermano menor- Has lo que quieras.
Nami no prestó atención a las palabras que definirían su destino. Su mirada estaba con la completa atención en cómo se iba asando la carne y el olor que desprendía de ésta.
Babearía si fuera un perro.
-¡Síiiiiiiiiiiiii!
-¿Y cómo lo llamaras?
A Nami no le pasó de ser percibida el "lo" de la pregunta. Incluso si en ése momento estaba siendo apresada por los brazos de Luffy mientras éste saltaba, no pudo evitar pensar: "¡Soy una gata!".
Luffy se encogió de hombros ante la pregunta, parando a la vez de saltar por toda la cocina.
-Carne -fue la única respuesta de éste. Y no, no se refería a la carne frente a sus ojos con esa palabra, sino al nombre de la pobre gata que casi se ponía a llorar y gritar que su nombre era Nami y que no le cambiara de nombre porque juraba por todo los santos gatos del mundo que lo rasguñaría.
Ace soltó una carcajada al ver al "gato" mirar "enojado y ofendido" a Luffy. Y no era para menos, si había caído en brazos de su hermano, y ni siquiera había intentado escapar, ya debía saber que su destino sería éste teniendo en cuenta la personalidad hiperactiva y "creativa" de su hermano.
Palmeó la cabeza del "gato" y luego fue a sacar la carne ya asada por completo.
Nami -ahora nombrada el gato Carne- perdió todo indicio de pensamiento al ver la tentativa carne que se posó en montones en la mesa. Claro que no podía babear, pero sus ojos sí que brillaron, fieros. Apunto de atacar a su presa imaginaria -pero ya cocinada.
-¿Tienes hambre, Carne? -Ace casi se vuelve a reír al nombrar de esa manera al pobre gato.
Nami ni siquiera se inmutó. Saltó como la felina que era hacía la carne, agarrando un gran trozo y luego saltando al suelo para devorarlo ante la mirada reprobatoria y sonriente de Ace y Luffy respectivamente.
¿Qué le importaba a ella esas miradas? Era una gata después detodo. Y las gatas tienes sus instintos.
Bah, a quién le importa.
V
Los días pasaron como las aves: volando.
En cuanto a Nami, la verdad era que se estaba empezando a hartar de comer sólo lo que dictaba el nombre que le puso su ahora "amo": Carne. Verdad que la habían sacado de su estado callejero; verdad que la habían salvado de morirse de hambre y pasar días sin probar bocado de comida; verdad que la habían sacado de su estatus de gata ladrona de comida; verdad que la dejaban dormir en sus camas —y sillones—; verdad, verdad, y simplemente verdad.
Pero... ¿¡Que lo único que sabían hacer era carne!? Es verdad, sólo se fritaba y ya está servida en un plato. Pero, por los santos gatos, aquí se necesitaba aquello que llamaban "mano femenina". Si Nami no se había muerto antes de hambre, ahora se iba a morir de sobredosis de carne.
No se quejaba, era verdad que siempre terminaba siendo deliciosa, y siempre le daban buenos pedazos comparado con los de ellos, —por lo menos tenía algo que comer ¿no?— pero, llega un momento en la vida que incluso una gata acogida se cansa de comer lo mismo todo el tiempo.
Debido a esto, fue entonces que un día se metió en la mochila de su amo Luffy sin que éste se diera cuenta. Entre lo que hablaban los hermanos, sabía que su amo iba a algo llamado "secundaria", y que allí habían y comían más personas —de lo único que podían hablar los hermanos era de comida, así que ella se enteraba de todo—, y no simplemente carne, sino que comidas variadas, si tenía suerte podría robar un buen botín de lo que sea que se consumiera allí.
Luffy no se percató de que su mochila pesaba más de lo usual, y fue como siempre a la secundaria sin percatarse de la inteligente y astuta gata que iba allí en donde guardaba sus cuadernos inutilizados. Apretujada, incomoda. Pero todo fuera por comer algo que no fuera carne. Ya le valía haber sido nombrada Carne como para que tuviera que comer siempre lo mismo.
Cuando Luffy llegó a su destino de cada día por la mañana, comenzó a correr para apresurarse a llegar un poco más rápido a su salón y no recibir nuevamente regañidas, Nami notó los repentinos movimientos bruscos y se dio cuenta que su amo había comenzado acorrer. Un extraño sentimiento de querer salir y correr junto a él la embargó, después de todo no había salido de esa casa desde que llegó —Ace decía que porque así nadie se molestaría con su presencia en el lugar—, por lo que necesitaba algo de aire fresco, y de cierta forma una parte de su plan también tenía como beneficio correr libremente por el lugar, a la luz del sol, mientras robaba la comida que pudiera de los demás adolescentes sin que éstos se dieran cuenta.
—¡Luffy! Llegas tarde.
—¡Usopp! —Nami empezó a escuchar voces que estaban dirigidas a su amo y no pudo evitar sentir curiosidad.
Después de todo ella pensaba, de una manera u otra, que su amo estaba cerca de ser un alienígena por toda la comida —o mejor dicho carne— que aguantaba su estomago sin sentirse enfermo después. Y se preguntó qué clase de humanos se relacionarían con él.
Sintió más movimientos, y supo que su amo había retomado su caminar luego de haber parado para saludar a sus amigos.
Nami ya estaba lo suficiente incómoda y ahogada para darse cuentade que si no abrían la mochila pronto, ella moriría de incomodidad. O por falta de oxígeno.
De cierta forma se había arrepentido un poco de haber venido con su amo, ¿hubiera sido mejor meterse en la mochila de Ace? No, éste la hubiera notado incluso antes de levantarla, después de todo él era mucho más inteligente que su amo —pero no por eso productivo en cuanto a la alimentación balanceada.
Nami maulló adolorida cuando la mochila golpeó en seco contra el suelo. Le había dolido. Casi maldijo el hecho de que hubiera apoyado todo su peso en su delicado rabo. Casi maldijo haber venido. Si hubiera sabido que estaría medio ahogada en la mochila o que recibiría un doloroso golpe, entonces no hubiera venido en absoluto. Aunque ahora qué importaba lo que hiciera si no cambiaría el presente en el que estaba. Debía seguir con su plan.
Se fijó en que la mochila no estaba completamente cerrada por la leve luz que le entraba, y con su pata empezó a subir el cierre hasta que le hubiera cabido la cabeza en la abertura, la cual puso bajo ésta para así abrirla más rápido y poder salir de la mochila exitosamente, terminando en un suelo de lo que se debía llamar "clase". Echó un vistazo rápido a las muchas mesas que habían alrededor y a todas las personas sentadas. Miró a su amo que parecía desinteresado y aburrido de la vida. Y finalmente miró al frente donde alguien hablaba sin parar y escribía cosas en una "pared" —desde su punto de vista— negra, para luego salir por la puerta e ir sigilosamente viendo si había alguna persona alrededor de donde caminaba. Advirtió que habían frente a ella varias ventanas por las que podría salir, y una de ellas estaba abierta. Se dirigió a ésta, saltó y salió al patio feliz de la vida al tocar nuevamente el pasto que hace semanas no tocaba.
Sin poder evitarlo, paseó por el lugar curiosa, maullando, mirando por si veía a personas comer para así pensar una maniobra para robarles un poco de sus comidas. Pero no había nadie alrededor. Como si todavía no hubieran salido.
—Qué lugar más silencioso —maulló, mirando al cielo mientras se sentaba.
¿Y ahora qué hacía si no había nadie a quien robarle su comida?
Sin más, y como venía haciendo desde que nació, se echó a dormir en el cálido pasto del patio. Después de todo, los gatos tienen buen oído y Nami podría oír si alguien venía.
Nada de qué preocuparse.
VI
—¡Carneeeeeeeeeee!
Nami abrió los ojos perezosamente al oír aquel grito por partede su amo. ¿La estaría llamando, o llamaba a la misma carne para que fuera a él y se la pudiera comer?
—Amo idiota —maulló. Pero fue agarrada desprevenida cuando sintió que alguien la alzaba en sus brazos. Supo de quién se trataba al instante en que sintió aquella calidez que sólo una persona había desprendido hasta ahora.
—¿Cómo llegaste aquí? ¿Me extrañaste?
—¿Qué tienes ahí, Luffy?
Acurrucada entre los brazos de su dueño, Nami se giró curiosa a ver al humano que le hablaba a su amo. Se sorprendió por el tamaño de la nariz de éste.
—¿Será natural? —se preguntó a sí misma.
—¡Es Carne, Usopp!
—¿Carne? —el chico llamado Usopp la miró más extrañado que sorprendido— ¿Por qué tiene el pelaje naranja?
Si hubiera podido, Nami se habría encogido de hombros, pues tampoco es como si supiera qué hizo que naciera con este color de pelaje.
Como si le leyera los pensamientos, su amo se encogió de hombros por ella.
—¿Y es macho o hembra? —se acercó más confiado a la perezosa gata, la cual lo identificó como un humano no peligroso sólo por el simple hecho de ver aquella nariz larga.
—No sé —respondió alegre Luffy.
—¿¡Cómo que no sabes!? A ver, dame —sin siquiera esperar respuesta, Nami fue alzada en brazos desconocidos sacándola de su acurrucado espacio, pero no para ser acurrucada en éstos, sino para que el tal Usopp la alzara por encima de su cabeza y viera sus...¿partes? —Es hembra.
—¡Pero yo pensé que era macho! Rayos... no sé un nombre para ella. ¡Pero Carne siempre es genial! ¿Qué tal Pastel de Carne?
Nami, en su ahora posición acurrucada en Usopp, maulló malhumorada. ¡Un nombre que no tuviera que ver con carne, por favor! ¿Acaso era mucho pedir?
Sus pensamientos se distrajeron al darse cuenta de que una tanda de aromas atrayentes llegaron hacía sus fosas nasales felinas.
Se removió y soltó del agarre de Usopp para caer en el pasto mientras empezaba a olfatear cual perro de rastreo todas las fragancias de su alrededor.
—Oye... ¿Carne...? Ven, gatita bonita... —empezó a llamarla Usopp ya sabiendo lo que pasaría si no la agarraba antes de que escapara.
Aunque igualmente Nami lo ignoró y salió corriendo ágilmente como cualquier gato ya sabiendo de dónde provenía uno de los aromas.
Cuando encontró el lugar, vio a una chica de cabello negro azulado y mirada celeste leyendo tranquilamente un libro en una de las tantas bancas del patio, con su bento a un lado de ella. Nami fue poseída por el hecho de poder comer algo que no fuera carne, y se acercó entre sigilosa y tranquila.
Cuando ya estuvo cerca, iba a saltar para agarrar alguno de esas bolas blancas —onigiris— cuando de repente alguien a su "espalda" la sobresaltó con su grito.
—¡Robin, agarra a Carne!
Reconoció la voz como la de su amo, y supo que la chica sentada era la mencionada Robin cuando ésta alzo la vista para mirar lo que sucediera tras la felina y luego notar a la misma y sonreirle tranquilamente.
—Debes ser Carne-san, Gatito-san —Robin se acercó a la gata que decidió que por ahora no le quedaba otra que dejarse hacer por la chica, quien la agarró en brazos— Gatita linda.
—¡Bien hecho, Robin! —las palabras de su amo ya junto a ella casi la hacen saltar de su posición acurrucada junto a Robin.
—¿Es suya?
—¡Es Carne!
Robin rió bajo.
—Ya veo. Tienes una gata inteligente, Monkey-san. Ella estaba intentando asaltar mi almuerzo —Nami fue transportada por los brazos de Robin a los de su amo—. Inteligente y astuta —se dijo más a sí misma que al chico frente a ella quien reía al tener a su ahora "gata" de vuelta.
—Tengo hambre —empezó a decir su amo cuando sintió a su estómago hacer el clásico ruido de tripas.
Robin sonrió, y luego miró su almuerzo sin tocar. Decidió donarlo a la causa de "el hambre de Luffy", después detodo ella no tenía apetito. Y no creía tenerlo luego.
—Ten, Monkey-san, un regalo —le entregó los onigiris bajo la mirada brillante de Nami.
—¡Muchas gracias, Robin!
Luego de que él se despidiera de la chica, Nami aprovechó para robarle un onigiri a su amo. Lo disfrutó con deleite, a sabiendas que aquella bola de arroz con una alga podría ser lo único fuera delo normal que comería bajo el cuidado de su amo y Ace.
—... y entonces me dio su almuerzo.
Usopp suspiró, apenas había entendido algo de la historia de su amigo. Definitivamente, tenía que llevarlo a una clase de lectura para que pudiera aprender a narrar bien los acontecimientos de su vida de una vez por todas.
Nami lo miró curiosa, sintiéndose un poco identificada.
-Te entiendo, Usopp -maulló para sí.
VII
Al final ella pasó todo lo que restaba de la clase de su amo afuera en el patio, esperándolo pacientemente —y dormida.
Regresaron a casa con ella acurrucada entre sus brazos.
La tarde era reflejaba por el cálido sol que daba de lleno tanto en la cara peluda de Nami como en la humana de Luffy. Eso a la gatita naranja le daba más sueño aún. Mientras que Luffy iba sonriendo a todo el (y al) mundo por, aparentemente, ningún motivo en particular.
A Nami Luffy le parecía un humano extraño. Siempre sonriente, sin problemas con la vida, con una familia pequeña que consistía de su hermano y sus amigos; también parecía agradarle a muchas personas a su alrededor. Le gustaba de sobremanera la carne, y comer mucha de ésta hasta el punto de que superaba a un humano normal en cuanto a la cantidades que ingería. Era un chico simple, sencillo, algo despistado, tonto, que no sabía narrar lo que le pasa en el día por darle más importancia a la comida, y que además es un asco para poner nombres.
Pero que igualmente la cuidaba, la iba a buscar si no la veía alrededor. Posiblemente esto se debía a que ellos dos habían formado eso a lo que llamaban lazos. Una gata —su mascota—, un humano —su amo—.
Se acurrucó más entre los brazos de su humano.
Le pareció extraño que, de todas las personas del mundo, aquella calidez que emanaba su amo sólo la pudiera trasmitir él y nadie más, al menos no ninguna persona que Nami hubiera conocido hasta ahora. Agregando también que ni Usopp, ni Robin, ni Ace podían trasmitirle este tipo de calidez. Incluso las personas que la pateaban a la calle luego de encontrarla tratando de robar de sus alimentos.
No, la gatita Nami no entendía mucho a los humanos, incluso si se alimentara, comportara y pensara más o menos como uno. Pero, si había algo que nunca iba a entender —o al menos, no por ahora—, era el por qué, de todos los humanos, tuvo que ir a parar con este peculiar chico.
Y que, además, él le pudiera brindar esa cosa que se llamaba "un motivo y lugar por el cual volver".
A veces, la gata Nami no entendía muy bien muchas cosas. Pero sí sabía que, este humano que la cargaba cariñosamente en brazos, no la abandonaría en todos los sentidos del mundo, nunca.
Y así, simplemente...
...Se durmió en los brazos de su amo.
Sintiendo su calidez.
Sintiendo su protección.
Sintiendo la confianza ciega entre ella y él.
Y sintiendo que, al final, había terminado encontrando su hogar.
FIN
Esto sería el fin de la primera parte de una historia que nunca publiqué e hice. Esto debido a mis tiempos. Espero algún día poder escribirla y publicarla como la continuación :v en teoría esa tendría romance ¿:v?
Gracias por leer.
Publicado: 31/07/2015
Editado: 11/06/2018
