Prólogo

(Love is not love which alters when it alteration finds, or bends with the remover to remove - Sonnet CXVI, William Shakespeare)

La ventana estaba abierta. Esa debería haber sido la primera señal porque Damon nunca hubiera dejado la ventana abierta. En el fondo de su consciencia Elena conocía la preocupación obsesiva que tenía Damon por su salud. Cosas de médicos, suponía, era casi enfermiza su incapacidad de dejar el trabajo fuera de casa.

No había señales sin embargo, para la joven que descansaba en la cama de matrimonio que coronaba el centro exacto de la habitación, sábanas de satén y cabecero barnizado, un capricho que podía permitirse alguien como Damon Salvatore. Perdida todavía en la bruma de su sueño, Elena movió la cabeza lado a lado de la almohada, su larga melena desparramada haciendo contraste con la tela color coral, la piel erizada por culpa de la no tan suave brisa que entraba por la ventana y comenzaba a despertarla de su ensoñación. No fue hasta entonces, cuando sus manos volaron al otro extremo de la cama, donde durante todas las últimas noches había descansado él, no fue hasta entonces cuando se dio cuenta de que algo fallaba. La ausencia de calor a su lado fue suficiente para arrancarla de los brazos de Morfeo, mientras sus manos todavía palpaban en busca del hombre que ella sabía que no iba a encontrar.

-¿Damon?-su voz surgió de la nada, pastosa y ronca y todavía algo adormilada. Por encima de todo confundida, ya que recordaba a la perfección haberse quedado dormida en sus brazos, con sus piernas entrelazadas con las de él, su espalda tocando el pecho desnudo del hombre y el aliento cálido y con aroma alcoholizado contra la parte posterior de su cuello.

Ah, sí, Elena recordaba muy bien cómo habían llegado a esa situación la noche anterior.

"Si estás tratando de dar tu punto de vista aquí, Elena, será mejor que lo digas. No estoy de humor para tus rompecabezas" la voz de Damon sonó casi dura, y cansada, como si estuviera cansado de ella.

Eso había sido un golpe bajo, ella lo sabía y él también. Aunque Elena no se sorprendía. ¿No era lo que conseguían siempre al fin y al cabo? Hacerse daño.

Elena podía no ser un libro abierto, y sabía que siempre cargaría con la culpa de no haber sabido lo que quería hasta mucho después de que él pusiese de manifiesto que la quería a ella. Está bien, eso los había jodido, pero Damon no era precisamente la persona que pudiese tirar la primera piedra. Su mente era un laberinto, lleno de recovecos desagradables y a veces Elena pensaba que le iba a estallar la cabeza cuando intentaba andar a ciegas a través de él. Era confuso, y dolía.

"Damon, no es…"empezó, antes de que sus palabras fuesen cortadas por un nuevo torrente de voz del hombre, que ella asemejó a un tornado.

"¡No! Adelante Elena" el moreno hizo un gesto con los brazos, invitándola a seguir clavando puñales en su espalda como si de verdad le divirtiese lo que ella pudiera herirle "Por favor, dime lo que llevas queriendo reprocharme durante meses. Es tu oportunidad"

Elena no se sentía como si realmente tuviese la oportunidad de algo. Con él era siempre así, la empujaba una y otra vez hasta el límite de sus fuerzas, hasta que ella no podía más y terminaba dejando escapar hasta el último de sus pensamientos porque Damon la conocía tan bien que sabía que era la única manera de que Elena fuese del todo sincera "No actúes como si esto fuese culpa mía" chilló en una frecuencia que desde luego no era la suya, ocho octavas por encima de lo natural "Es todo… es… ¡No sé si puedo confiar en ti!"

Los ojos de Damon se estrecharon, convirtiéndose de repente en dos finas rendijas azules que en ese momento atravesaron a Elena con tal intensidad que la chica tuvo que retroceder hasta apoyarse en la pared. Había esperado que Damon se mostrase enfadado, pero tan ¿dolido?

"Vaya, ¿así que se trata de eso no?" escupió él, una vez fue capaz de reaccionar, los puños apretados a ambos costados como si estuviera conteniendo el impulso de romper algo, más concretamente la pared "¿Ese es el gran elefante en la habitación que has estado ignorando desde el principio…? Debería haberlo sabido"

La mirada de desdén que le dirigió fue suficiente para Elena, quien devolvió el ataque con rapidez, como si se tratase de una competición cuando en realidad era todo mucho más complejo "¿Después de todo? ¿Después de todo te sorprendes?"

Rememorando ahora sus gritos, menos de medio día después, Elena sabía que había dicho cosas que no había querido decir, pero nunca se paraba a pensar, contar hasta diez y volver a empezar cuando se trataba de Damon. Sus manos fueron a parar a su cabeza, masajeando el cuero cabelludo una y otra vez hasta que fue capaz de controlar el temblor en sus dedos, conseguir que no se trasladase a sus piernas y después ponerse en pie, en medio de la habitación helada. Caminó de puntillas hasta la cocina. Era casi un ritual para ella, apoyar su cuerpo sobre la puerta de madera mientras, al otro lado de la barra americana, Damon se ocupaba del desayuno. A él le gustaba cocinar, y si Elena tuviera que ser franca reconocería que verle en esa situación, de una manera tan doméstica, siempre había conseguido darle un golpe en el pecho. En el mejor sentido de la palabra.

"¡Dios, Damon! Quererte es…" se cortó a mitad de la frase, titubeando sin seguridad, ahora que había empezado no estaba convencida de querer continuar. Elena nunca estaba convencida de nada así que él volvió a hacerse cargo de la situación, tomó un par de pasos hacia ella, controlando exactamente la distancia en centímetros ideal para acorralarla pero no llegar a rozarse.

"¡DILO!" rugió, enviando una corriente eléctrica por todas sus terminaciones nerviosas que la puso alerta y la empujó todavía más hacia el borde.

Elena no había querido, de verdad que no, pero no tuvo otra opción cuando sus ojos se encontraron, marrón chocolate y azul hielo, como siempre había sido, y suspiró con un simple sollozo "Tóxico. Quererte es tóxico"

Elena pasó los brazos por ambos costados de su cuerpo, sujetándose a sí misma, tratando de olvidar esa última parte del recuerdo. No debería haber dicho eso, pero él no estaba en la cocina para poder disculparse, tampoco en la sala, donde la chica acudió después, sabiendo de antemano lo que se encontraría allí. Había sentido a Damon, horas después de la discusión, deslizándose en la cama, a su lado, y abrazándola igual que siempre; se había quedado dormida con el profundo olor a whisky que destilaba porque de la manera más insana se sentía como en casa.

Botellas abiertas y vasos aquí y allá, en cada superficie plana, en cada rincón de la habitación. Libros abiertos por una página cualquiera, sin control. Pero ni rastro de Damon.

El pánico empezó a germinar dentro de su garganta, terminando de crecer cuando fue capaz de comprender que Damon no estaba, no había ninguna nota que explicase su ausencia y las llaves de su propia casa descansaban donde siempre. En el bol de cristal de la entrada. Ignorando la corriente de aire helada que la golpeó al abrir la puerta, Elena corrió hasta la mitad del camino de piedra, donde su campo de visión podía permitirle ahondar por debajo del frondoso árbol, cuyas hojas solían tapar el vehículo de Damon.

Se llevó una mano a la boca, el miedo retorciendo sus entrañas cuando la realidad la golpeó de manera brusca, infinitamente peor que el frío de la mañana, se había ido. Habían tenido graves peleas a lo largo de los últimos años, pero nunca, ninguno de los dos, había dejado al otro. Parecían haber comprendido con el paso del tiempo que no podían estar completos el uno sin el otro. Ahora Elena empezaba a pensar si tal vez no se había equivocado. El primer sollozo fue doloroso, dejarlo escapar, todavía con su mano sobre sus labios, fue desgarrador; como si estuviera tirando de un hilo que poco a poco iba rompiendo pedacitos de su cuerpo al más puro engranaje de una marioneta rota.

La verdadera agonía llegó después. Cuando el terror a quedarse sola, sin él, fue tan intenso que sus rodillas cedieron y cayó sobre el suelo por su propio peso. Las lágrimas no le sorprendieron, Elena nunca había sido una persona que pudiese controlarlas con facilidad. Antes de que pudiera darse cuenta sus mejillas estaban manchadas y sus puños cerrados, clavándose las uñas en las palmas de las manos con tanta intensidad que pequeños puntos color escarlata recorrían su carne segundos después. No fue consciente de en qué momento empezó a chillar, entre sollozos y balbuceos.

Después de todo… ¿cómo habían terminado así?