ESTRELLAS
I: PRÓLOGO
Santuario de Athena, Grecia
8 años antes de la guerra del siglo XVIII
Hakurei de Altar sonrió levemente. Tenía asuntos en el Santuario de Athena, y no era que lo esperara, pero secretamente estaba feliz de poder tener esa oportunidad de ver a su hermano menor después de muchos años. Seguramente Sage estaba ansioso de verlo también, aunque ninguno de los dos hermanos aceptaría ese hecho.
-Vamos, pequeño, apresúrate- dijo Hakurei benévolamente.
Detrás del viejo santo de plata iba un pequeño niño siguiéndolo, corriendo un poco para alcanzarlo, pues Hakurei tenía piernas largas y caminaba apresuradamente, y el niño no lograba alcanzarlo.
-Ya voy, maestro- dijo el pequeño casi sin aliento.
Hakurei volvió a sonreír. Su pequeño alumno había sido aceptado como aprendiz dorado a la armadura de Aries, y no podía sino sentirse orgullos de él. Shion se había esforzado desde que había comenzado su entrenamiento hacía cinco años. Era inteligente y poderoso, y al mismo tiempo era gentil y apasionado, cosa que hablaba muy bien de su estudiante.
Solo había un pequeño problema.
Shion nunca había salido de Jamir en toda su vida. Era la primera vez que salía de su país, y sería también la primera vez que vería a otros seres humanos, tan diferentes a él. Hakurei tenía que admitir que estaba un poco preocupado por el pequeño, y de su capacidad de interactuar con los otros niños. Había escuchado mucho, en su correspondencia con Sage, sobre su misterioso alumno llamado Manigoldo, que ya había logrado causar problemas con la mitad de los aprendices del Santuario.
Hakurei sacudió la cabeza. Sí, Shion era tranquilo y gentil, pero para nada era débil, y si llegaba a ocurrir la necesidad de pelear, sabía que su chico saldría bien librado.
El santo de Altar se detuvo en la entrada de los Doce Templos y miró hacia el primero, el de Aries. Sus labios se torcieron en una sonrisa. Ah, si todo salía bien, en un par de años Shion sería el protector de ese templo.
Se volvió a Shion y se inclinó hacia él.
-Me temo que, por ahora, no puedes subir al templo del Patriarca, pequeño- le dijo Hakurei- espera aquí. Espero no tardar mucho-
Shion lo miró con enormes ojos.
-¿Me va a dejar aquí solo, maestro?- dijo el pequeño.
Hakurei sonrió y le puso una mano en la cabeza en un gesto cariñoso. Shion bajó la mirada y apretó los ojos.
-Por supuesto que no, Shion- dijo Hakurei- tengo un asunto que arreglar con mi hermano, y regresaré enseguida para explicarte que es lo que tendrás que hacer, ¿de acuerdo?-
Shion asintió, sin estar muy seguro de querer quedarse solo en ese sitio extraño, pero sabía que no tenía mucha opción, así que asintió y tomó asiento en una roca junto a la escalera que llevaba al primer templo. Hakurei sonrió y, tras revolverle el cabello, se apresuró a subir hacia la cámara del Patriarca.
Mientras que esperaba a su maestro, Shion miró a su alrededor. ¿Qué extrañas construcciones eran esas? Había leído sobre ellas, incluso las había visto dibujadas en los libros que tenía su maestro en la biblioteca de Jamir, pero jamás imaginó que serían tan hermosas y grandes, esos lindos pilares de mármol, del color blanco más puro que haya visto en toda su vida.
Así que ese era el Santuario de Athena. Su nuevo hogar.
Shion tembló levemente. Era hermoso y todo, pero no quería dejar su hogar en Jamir. Tenía miedo de dejar a su familia, a los otros estudiantes de su maestro, sus amigos Yuzuriha y Tokusa. Se revolvió el cabello en un gesto nervioso e impaciente. Le diría a su maestro que estaba asustado. Quizá su maestro accedería a llevarlo de regreso a casa. O a quedarse con él.
Un extraño sonido sacó a Shion de sus pensamientos. Era un sonido crujiente, como si alguien estuviera mordiendo una manzana. El chico se volvió a mirar a su alrededor, y vio a un chico que estaba de pie cerca de él, vestido con ropas extrañas, diferentes a las de otros aprendices, mirándolo con curiosidad mientras comía una fruta. No era una manzana, parecía más bien un durazno. El chico que lo miraba tenía cabellos castaños alborotados y unos traviesos ojos verdes.
El chico se acercó a Shion, se limpió su boca con una de las mangas de su camisa, y sonrió ampliamente.
-Hola- dijo el chico castaño- tú debes ser el chico nuevo. Gusto en conocerte, me llamo Dohko-
Shion parpadeó, y sonrió levemente al ver al chico. Se puso de pie e hizo una inclinación amable.
-Es un honor conocerlo, Dohko. Me llamo Shion- dijo el chico.
Dohko alzó las cejas, sorprendido de aquella actitud, y se echó a reír. Shion se ruborizó levemente. ¿De qué se reía ese chico?
-¿Qué sucede?-
-Nada, nada- dijo Dohko, riendo- discúlpame, eres demasiado formal. Somos aprendices, Shion. No tienes que ser tan solemne-
Shion se ruborizó levemente, y bajó la mirada.
-Lo siento- dijo Shion.
-No lo sientas- dijo Dohko, hurgando en su pequeña bolsa que tenía atada a la cintura, y sacó otro durazno, y se lo ofreció a Shion- toma-
-No, gracias- dijo Shion- no podría…-
Antes de que Shion terminara de hablar, Dohko puso el durazno en la boca del chico, quien se asustó aún más. ¡Cada vez menos entendía las extrañas costumbres en ese sitio! Dohko rió al ver la cara asustada de Shion, y dio un mordisco a su propio durazno.
-Insisto- dijo Dohko- te ves hambriento-
Shion sonrió levemente y tomó en durazno en sus manos. Sí, tenía que admitir que tenía un poco de hambre, y que la fruta era agradable y olía delicioso. Dudoso, el chico tomó una mordida, y sonrió. Sí, estaba bueno.
-Gracias- dijo Shion.
-No es nada- sonrió Dohko, guiñándole un ojo- ¿quieres que te lleve a conocer el Santuario?-
-Me gustaría, pero me temo que no puedo- dijo el otro chico- mi maestro me ordenó que lo esperara aquí-
-Entonces, cuando regrese- dijo Dohko, tomando asiento en el suelo junto a él.
Shion sintió su corazón un poco más cálido, y con mucho menos miedo que cuando recién había llegado con su maestro un rato antes. Se sentó en el suelo para charlar con su nuevo amigo, y descubrió muchas cosas de él, sabía que venía de una región de China llamada Rozan, y que su extraña vestimenta era típica de su país de origen.
Pronto, ambos chicos fueron interrumpidos por otro aprendiz. Tan pronto como llegó, Dohko puso los ojos en blanco, y Shion pudo intuir que el recién llegado no era buenas noticias.
-Hey, Dohko- dijo el chico en un tono desvergonzado- ¿quién es el novato?-
-Déjalo, Manigoldo- dijo Dohko en un gesto aburrido- este chico es alumno del maestro Hakurei. No deberías molestarlo-
-Son ustedes quienes no deberían molestarme a mí- dijo Manigoldo con una sonrisa astuta, sacando el pecho mientras hablaba- yo soy el aprendiz del Patriarca-
Dohko bufó y puso los ojos en blanco, mientras que Shion miraba a Manigoldo con curiosidad. El recién llegado miró a su vez a Shion, y sin previo aviso puso los dedos en la frente de él.
-Ay, cuidado- se quejó Shion- ¡duele!-
-¿Qué son estos puntos en tu frente?- dijo Manigoldo. Dohko gruñó, y estuvo a punto de ponerse de pie para darle una lección, pero de pronto.
¡ZAPE!
-Te advertí que no quería que molestaras a Shion cuando llegara, Manigoldo- dijo una voz solemne que a Shion le pareció conocida, pero estaba seguro de no haberla escuchado nunca.
Los tres aprendices se volvieron, y se dieron cuenta de que el viejo maestro Hakurei ya había regresado, y venía acompañado del Patriarca Sage, que había sido quien le propició ese zape a Manigoldo.
-Ay, ay, ¡maestro!- se quejó el aprendiz de Cáncer.
-Nada de ay maestro- dijo el Patriarca Sage- ahora fuera de aquí, que estoy ocupado-
Manigoldo gruñó, pero sabía que no tenía caso discutir con su maestro. Sacando la lengua a Shion, el joven aprendiz se retiró, bajando a los terrenos del Santuario. Shion sonrió y se volvió a su maestro, quien se paró detrás de él y le puso las manos en los hombros. El Patriarca Sage sonrió.
-Así que tu eres Shion- dijo Sage- bienvenido al Santuario-
-Gracias, maestro- dijo Shion, inclinándose elegantemente de nuevo, y haciendo reír a Dohko mientras lo hacía.
-Veo que encontraste un buen amigo- observó Hakurei, revolviendo los cabellos de ambos aprendices.
-Eso parece- dijo Sage.
Shion y Dohko sonrieron.
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Templo de Aries, Santuario de Athena, Grecia
Tres años antes de la guerra santa del siglo XVIII
Shion caminaba en círculos en la entrada del templo, mientras que jugaba con sus dedos. Dohko llevaba un par de meses de haber salido de viaje rumbo a Italia, buscando pistas sobre el paradero de Hades y de sus espectros previo a la guerra santa que inminentemente estaba sobre ellos.
Ah, y estaba ese otro asunto.
El santo de Aries no sabía muy bien que era lo que había pasado, y la explicación que dieron los santos de plata no era muy convincente tampoco. Tora, la chica pirata que Dohko había traído a fuerzas de Japón, y quien parecía que se quedaría en el Santuario a aprender a usar su cosmo con ellos, había desaparecido misteriosamente en el camino a Rodorio. Dohko estaba seguro de que Tora los había engañado y había huido para regresar a su vida de robos en altamar, pero Shion no estaba muy convencido.
Ah, y Shion estaba seguro de que Dohko se había enamorado de la chica. Su amigo, obviamente, lo negaba todo.
Shion suspiró. Llevaba meses sin pensar en ello. Ahora que recordaba, el día que había desaparecido, Tora le había dicho que quería comprar flores y que iba a buscar un obsequio para Dohko. ¡Se veía tan enamorada! El santo de Aries no sabía que pensar. Si era cierto que Tora no había desaparecido por su propia voluntad, el asunto era mucho más triste y trágico.
Pobre Dohko.
"Seguramente esa seguridad suya de que Tora lo traicionó es una manera de sentirse seguro", pensó Shion "no quiere pensar que la chica le haya sido arrebatada"
Shion bajó la mirada y suspiró.
-Hey, ¿porqué la cara larga?- dijo una voz.
Shion levantó los ojos y sonrió.
-¡Dohko!- sonrió el santo de Aries al ver al recién llegado. Y no venía solo, con él iba un chico de aspecto desaliñado, que miraba a su alrededor, sorprendido, admirando el Santuario, pero a la vez tenía una sonrisa confiada- ¿quién es este chico?-
-Él es Tenma, lo conocí en mi viaje a Italia- dijo Dohko, sonriendo, y se volvió al chico- anda, ve a dejar tus cosas y al comedor, debes tener hambre-
-Sí, Dohko- sonrió Tenma, y salió disparado hacia el comedor.
Dohko sonrió, orgulloso de su nuevo aprendiz, y se volvió hacia Shion.
-¿Un aprendiz?- preguntó el santo de Aries, y Dohko asintió, tras lo cual le contó brevemente lo que había pasado durante su viaje, su pelea contra los espectros de Hades, como había sentido el cosmo de Tenma y como lo había visto romper una gran montaña de rocas, y había decidido llevarlo al Santuario para entrenar como un santo de Athena.
Tras escuchar su relato, Shion estuvo de acuerdo con Dohko. Quizá aquello era una buena idea.
-Oye- dijo Shion, al ver que Dohko se disponía a seguir a Tenma- espera, quiero hablar contigo-
-¿Sí?- dijo Dohko.
-¿Cómo te sientes?- dijo Shion, y Dohko hizo una mueca, al entender de qué rayos estaba hablando su amigo.
-No es un tema del que quiera hablar, Shion- dijo Dohko- Tora nos engañó. Nos mintió para que la dejáramos ir a Rodorio y poder escapar del Santuario. No tiene caso…-
-Lo sé- dijo Shion- hace tiempo que ya entendí que no quieres hablar de ella. Hablo de ti. ¿Cómo te sientes?-
-Estoy bien- dijo Dohko en un tono más o menos final, y al ver la expresión preocupada de Shion, el santo de Libra suavizó la mirada- en serio, Shion. No te preocupes por mí. Estos meses fuera fue lo que necesitaba para sentirme mejor-
-Me alegro- dijo Shion, aunque no estaba muy convencido.
Dohko miró a su amigo, y de pronto sonrió. Ya tenía una idea para hacer que dejara de preocuparse por él.
-Deberías dejar de pensar en mí- dijo Dohko- ¿y qué me dices de ti? ¿Alguna chica ha llamado tu atención?-
Shion sonrió con incredulidad.
-Sabes que no- dijo el santo de Aries- nunca me he sentido atraído a ninguna chica. Ni siquiera vale la pena que lo menciones. Además, sería una locura: la guerra santa ya está sobre nosotros. No vale la pena involucrarnos con alguien, si seguramente vamos a morir…-
Dohko sonrió, y le ido una palmada en la espalda. Realmente esperaba que no fuera así.
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Salida del Santuario de Athena
Días antes del inicio de la guerra santa del siglo XVIII
Shion había salido del Santuario junto con Albafica, acompañando al santo de Piscis a planear donde colocaría el jardín de rosas venenosas en caso de un ataque al Santuario por parte de los espectros de Hades. No sabía porqué, pero notaba que su compañero estaba un poco distraído últimamente.
-¿Albafica?-
-¿Mmmm?-
-¿Te encuentras bien?- dijo Shion.
El santo de Piscis no respondió a la pregunta de Shion, cosa que lo preocupó sobremanera. ¿Qué había hecho que su compañero, normalmente tan sereno y serio, estuviera tan preocupado?
-Te ves preocupado- observó Shion.
-No es nada- dijo Albafica- estoy un poco preocupado por los habitantes de Rodorio. Creo que ellos se verán afectados en la guerra santa-
Shion se sorprendió. Claro, no había pensado en eso, pero tenía sentido. Sonrió. Sabía que Albafica disfrutaba pasear por el pequeño pueblo, y también que le tenía un especial cariño a los habitantes, en especial a la chica que cada semana llevaba flores al Patriarca Sage.
-¿Te preocupa que algo malo le vaya a pasar a esa chica, Agasha?- dijo Shion.
Esta vez, Albafica decididamente ignoró a Shion. Éste acentuó su sonrisa, entendiendo mucho más de lo que sabía antes de haber iniciado esa conversación unilateral.
-Es una chica muy linda- observó Shion- tiene buen corazón-
-Así es- dijo Albafica secamente.
Shion miró a su amigo, y le sonrió en señal de apoyo. Estuvo a punto de darle unas palmadas en el hombro, pero lo pensó mejor antes de hacerlo, pues sabía lo mucho que su amigo odiaba el contacto físico.
-Si te sirve de consuelo y tranquilidad- dijo Shion- te prometo proteger el pueblo si por alguna razón tú no eres capaz de hacerlo-
Albafica se volvió hacia él finalmente y sonrió agradecido.
Mientras seguían mirando los alrededores del Santuario, Shion sonrió enternecido al ver a su compañero. Dedujo correctamente que Albafica estaba enamorado de la chica florista del pueblo, y lo miró con un poco de envidia. ¡Que lindo sería estar enamorado de esa manera!
Pero después de ello sacudió la cabeza.
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Isla de Tasmania, Australia
Año del Nacimiento de Athena
El hombre sonrió levemente al ver a una de sus hijas siguiendo a él, a su esposa y a su otra hija con una expresión enfurruñada. Sabía bien que Sara había querido ir a la playa, y no le hacía mucha gracia que hubiera terminado a la mitad de un desierto, a punto de ponerse el sol.
Para nada las vacaciones ideales de un par de niñas de 10 años.
-Ya, no hagas berrinche, Sardina- dijo el padre de las dos chicas, el señor Johnson, encendiendo su linterna- dale una oportunidad a este sitio. Te aseguro que te dejará con la boca abierta-
-Cuando bostece de aburrimiento- dijo Sara, haciendo que sus padres se echaran a reír.
-No llores, Sardina- dijo su hermana, dándole un codazo en las costillas- debe ser tan emocionante como cuando fuimos a ver los arrecifes de Queensland-
-Lo dices porque a ti te gusta la aventura, cara de rana- dijo Sara, ajustándose sus gafas.
-Ya, no pelees con Sonia- dijo su madre- ya verás. Antes de que amanezca, habrás cambiado de opinión-
Sara tenía serias dudas de que eso fuera a ocurrir, pero no dijo nada más. Bajo protesta, siguió a sus padres y a su gemela a aquel extraño campo, lejos de la cabaña que habían alquilado para pasar la noche.
-¿Están seguros de que no vamos a morir con algún bicho?¿Araña gigante?Sí recuerdan que estamos en Australia, ¿verdad?- dijo Sara, pero sus papás la ignoraron- el hecho de que ustedes sean expertos no los exime de riesgo. ¿Ya olvidaron lo que le pasó a Steve Irwin?-
Sus padres la ignoraron, mientras que Sara seguía quejándose del clima y de la probabilidad de algún animal los matase. Una vez que estuvieron bastante lejos de las cabañas, ambos padres pusieron las linternas en el suelo, abrieron sus mochilas y sacaron un edredón y una gran cantidad de mantas para extenderlas en el suelo.
Sara se cruzó de brazos y giró su cadera levemente, decidida a soportar la decepción de sus vacaciones fallidas. Sonia se burló en voz baja de su hermana.
-Arggg, está bien, les seguiré el juego- dijo la chica, resignada, y sentándose las mantas igual que sus padres y su gemela. Su padre sonrió.
-No te arrepentirás- dijo su madre- pero tienes que primero tumbarte sobre las mantas-
Sara alzó las cejas, con una expresión de que no podía creer que podía estar así, pero bueno. Se dejó caer sobre las mantas, mirando al cielo, fastidiada. Sonia se tumbó junto a ella.
-¿Es todo?- dijo ella en un tono exasperado.
-Sí, solo hay que… apagar la luz- dijo su padre mientras que él y su mujer apagaban la linterna.
Sara estuvo a punto de poner los ojos en blanco, pero al ver el cielo en la completa oscuridad de la noche en el parque carente de cualquier tipo de luz artificial, el cielo se encendió por completo, mostrando un hermoso espectáculo de colores y brillos en el cielo. Los ojos de Sara brillaron de emoción. ¿Qué brujería era esa? ¡Qué belleza en el cielo!
-Oh, por los dioses- dijo Sara, boquiabierta.
-Woooow…- dijo Sonia, igual de impresionada.
Sus padres se miraron entre sí y sonrieron.
-¿Qué piensas ahora, Sardina?- dijo su padre, dandole un codazo en las costillas.
-¡Es hermoso!- dijo Sara, volviéndose a su padre- ¿porqué las estrellas no se ven así normalmente?-
-Porque la luz de las ciudades contamina el cielo, cariño- le dijo su padre- por eso tienes que venir a sitios retirados como este-
-Wow- dijo la chica, aún boquiabierta- ¿qué son esas manchas que parecen bailar en el cielo?-
-Son las auroras australes- dijo su madre- seguro ya habías escuchado de ellas-
-Vaya, podría pasar toda la vida mirándolas- dijo Sara, sus ojos brillando de emoción.
-Hay gente que se dedica a estudiar las estrellas- le dijo su padre- los astrónomos se dedican a describirlas, ponerle nombres y todo eso-
-O viajar a ellas- dijo su madre.
-Oh, no- dijo Sara, con sus ojos aún fijos en el cielo- todo esto no se podría ver desde allá-
Sara sonrió, y asintió sin siquiera mirar a sus papás o a su hermana. ¡No podía quitar los ojos del cielo estrellado! ¡Era muy hermoso! Esa noche la chica durmió bajo las estrellas, y a la mañana siguiente había tomado una decisión sobre sus futuros estudios.
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Santuario de Athena
Año 16 del Nacimiento de Athena
Shion había estado visitando a Mu en el templo de Aries, aún intentando convencerlo de que su plan para engañar al hechicero y detenerlo había sido el adecuado y no había puesto a Lydia en peligro innecesario, cuando vio que Dohko regresaba del centro comercial junto con Tora, ya que Cathy y Milo habían insistido en acompañarlos.
El Patriarca apoyó su hombro en uno de los pilares del templo de Aries, se cruzó de brazos, y sonrió. Vaya. Dohko sí que estaba enamorado, y a juzgar por la mirada traviesa de su amigo, tendría que darle "la plática" antes de que llegara al templo de Libra.
Shion rió en voz baja. Estaba feliz porque su querido amigo era por fin feliz, habiendo recuperado.a la mujer que amaba y la había mantenido a salvo.
-Está muy pensativo, maestro- dijo Mu, caminando a la entrada del templo junto con él, y miró en dirección a Dohko y Tora- oh…-
-Estoy muy feliz por Dohko- dijo el Patriarca sin dejar de sonreír- es lindo cuando uno de tus amigos tiene esa sonrisa de idiota- añadió al señalar la enorme sonrisa del santo de Libra.
Mu rió en voz baja.
-Nunca se me había ocurrido- dijo de pronto el santo de Aries- usted nunca ha tenido una pareja, ¿o sí, maestro?-
-No, para nada- dijo Shion, sin quitar los ojos de donde estaba su amigo.
-¿Porqué no?-
-Estoy muy viejo para eso, Mu- dijo Shion, encogiéndose de hombros.
Mu sonrió levemente. Sí, su maestro era viejo, y había vivido muchísimos años, pero al igual que Dohko, había revivido en el cuerpo de un joven de su edad, con toda la juventud y energía que eso le confería, y al mismo tiempo toda la sabiduría de sus años. El santo de Aries se cruzó de brazos y suspiró al ver a su maestro. Ojalá que él también tuviera la oportunidad de conocer a alguien que lo hiciera feliz.
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¡Hola a todos! Este nuevo fin es de Shion, espero que les esté gustando hasta este momento. Muchas gracias por seguir leyendo. Les mando un abrazo.
Abby L.
