Hace ya desde muchos años antes, depredadores y presas vivían separados, apartados en una innegable línea que los dividían.
Cada uno tenía su territorio y cruzarlo quedaba a responsabilidad del mismo.
Los depredadores lo hacían para sobrevivir y capturar su comida. En cambio las presas no lo hacían, se quedaban en su territorio tomando medidas preventivas para que no los ataquen de improvisto los depredadores y tengan como finalidad convertirse en su alimento.
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Un día, en medio de una tormenta. Un conejo y un zorro se encontraron.
Rodeados por oscuridad, juntos en una cueva cubriéndose de la lluvia. Comenzaron a hablarse, conociéndose y sin saber la identidad de otro se hicieron amigos y aun cuando descubrieron su respectiva identidad, su amistad que se formó aquel día de lluvia no se rompió.
Con el tiempo esa misma se fortaleció. Sin importarle las diferencias, seguían encontrándose, compartiendo historias entre risas y bromas mientras se conocían en el proceso.
Y paso algo increíble. Se enamoraron.
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En otros tiempos que una coneja se enamore de un zorro y viceversa, era imposible. Estar juntos lo era. Su amor tarde o temprano iba a terminar mal.
Lo sabían y a pesar de eso continuaron viéndose...
Un zorro podía enamorarse de una coneja, pero en algún momento podía matarla con sus colmillos y garras.
Una coneja se podía enamorar de un zorro, pero en algún momento podía convertirse en su alimento.
¿Que pasaría primero?
Para prevenir, algunas veces, era mejor alejarse.
Otras veces...
No se hacía porque no querían y aquellos no se iban a alejar, aunque termine en tragedia y sobretodo aunque estar juntos se catalogue como imposible.
