—Por mucho que desee la felicidad de uno... alguien más debe ser igualmente maldecido. Así es como funcionamos nosotras, las Puella Magi...
La mirada de la muchacha se tornó triste mientras giraba la cabeza para mirarla con una sonrisa de disculpa en el rostro. Las lágrimas acudieron a sus ojos.
—Realmente... he sido una estúpida.
Una lágrima cayó, solitaria y brillante, antes de dar con su resquebrajada Soul Gem y estallar en mil pedazos transparentes, en los cuales pudo verse reflejada. La Soul Gem se quebró, y todo su poder se liberó. Y entonces, se desató la oscuridad y el caos de su corazón.
Repentinamente, Kyoko abrió los ojos, dejando que el último recuerdo de su amiga se desvaneciera de su mente. Fue en ese momento cuando se dio cuenta de que estaba cayendo, y no se sorprendió cuando se percató de que ya se había rendido al destino inevitable.
—Por favor, Dios... he tenido una vida de mierda... Si es así como acaba mi vida... déjame ver un sueño feliz, por lo menos una vez.
Las lágrimas parecieron flotar ante ella, podía alcanzarlas si quisiera con tan solo estirar el brazo. Se quedó observando las esferas transparentes que despedían sus ojos, era reconfortante descubrir que, después de todo, aún le quedaba algo que le importaba lo suficiente para hacerla llorar.
Su cuerpo impactó con fuerza contra el suelo, haciéndole perder el aliento y el hilo de sus pensamientos. Su lanza aterrizó un poco más lejos con un repiqueteo, antes de extinguirse entre llamas azules.
Sus pensamientos eran confusos, y apenas era consciente de lo que sucedía a su alrededor. Cuando pudo pensar con claridad de nuevo, tenía el pelo suelto y estaba rezando de rodillas, rodeada de enormes llamas azules. Recordaba haber hablado con Homura, y que esta se había llevado a Madoka, pero era un recuerdo muy vago, y ni siquiera sabía qué le había dicho.
Unas lanzas gigantes empezaron a alzarse a su alrededor, y una le levantó en el aire. Ella siguió rezando, y el recuerdo de su padre invadió su mente. Recordó los días en que era feliz, y recordó la soledad cuando su familia la dejó sola en el mundo. No podía perder también a Sayaka. No podría soportarlo. Sabía qué debía hacer.
—No te preocupes, Sayaka... Estar sola es un asco.
La lanza se detuvo, y ella se quedó mirando a los ojos del monstruo en el que se había convertido su amiga y rival.
—Todo irá bien. Me quedaré contigo... Sayaka.
Se dirigió la mano a los labios y besó su Soul Gem, antes de lanzarla al aire. Después, hizo aparecer su lanza y se puso en pie de un salto. No tenía miedo. Cuando la Soul Gem cayó, clavó la punta de su arma con fuerza en la gema, y esta se resquebrajó. Hubo en destello, y después, una explosión, un fogonazo de luz, y una brillante luz blanca.
Sayaka estaba sentada en mitad de algún sitio, con las rodillas pegadas al pecho. No sabía cuánto tiempo llevaba ahí, y tampoco era capaz de recordar por qué las lágrimas rodaban por sus mejillas. No se sentía mal, pero por alguna razón sentía que le faltaba algo.
Sintió una presencia a su espalda, y se giró. Vio a una muchacha pelirroja, de sonrisa arrogante y mirada desafiante. Un lazo negro sujetaba su coleta, e iba vestida con una chaqueta verde, unos vaqueros extremadamente cortos y unas botas negras. Un torrente de recuerdos invadió su mente, y supo quién era. Kyoko. La pelirroja alzó el brazo hacia ella como para darle la mano. Pero, en lugar de ello, le tendió el paquete de un bollo.
Sayaka sonrió y, en lugar de aceptar el paquete, le sujetó la mano con fuerza. No pensaba dejarla ir, ni abandonarla nunca más. No, ahora que ya estaban juntas de nuevo.
