[La Mujer Perdida]

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Arnold Shortman odiaba los hospitales, el olor a antiséptico, el desinteresado ir y venir de los médicos y los enfermeros y la grave mirada de los pacientes. Sin embargo, Arthur Khosher había sido su jefe por durante los cuatro años durante los que había trabajado en aquel laboratorio. No era que no lo apreciara, pero realmente odiaba estar allí.

Su visita no fue nada especial. En realidad, nadie le prestó atención. Su jefe se hallaba ocupado con antiguos colegas y compañeros de universidad, por lo que el paso por su habitación tan solo se limitó a un par de saludos, una conversación fría sobre el clima y las principales noticias del día.

— Te lo digo muchacho, este mundo va de mal en peor — dijo la anciana voz de su jefe.

— Puede ser— opinó Arnold. La verdad es que él no tenía la menor idea si el mundo realmente iba de mal en peor, pero lo que sí sabía es que quería salir lo más rápido posible de aquel lugar para llegar a su casa a ver un juego de beisbol por la televisión.

Arnold pudo llegar a su apartamento a tiempo para ver el juego de beisbol, pero tuvo que hacerle la firme promesa a Arthur de que regresaría al día siguiente con los informes de producción del laboratorio. La vida de Arnold Shortman era bastaste buena, nada excitante, pero tranquila. Él se levantaba a la misma hora todos los días, iba a correr al parque más cercano, se alistaba para ir a la oficina, trabajaba, almorzaba, trabajaba un poco más, y finalmente a la cama. Desde su ultima ruptura, se hizo la firme promesa de mantenerse alejado de las mujeres por un buen tiempo, por lo que el romance no estaba a la vista.

Aquel viernes las cosas no fueron muy diferentes. Una vez se terminó su horario de trabajo, salió al hospital a llevarle los informes que le prometió a Arthur. Su jefe los miró con detenimiento mientras que él veía una película de bajo presupuesto que pasaban en el televisor de su habitación. El tema no era muy impactante, en realidad, se trataba de una de esas películas familiares que pasaban los fines de semana por la televisión pública, en las que siempre hay una familia blanca con algún niño enfermo de cáncer o algo parecido, mamá llora, papá llora y todo el mundo sufre, de una manera muy diferente a como lo hace la gente normal, pero al final, todo tiene un final feliz.

— Haz lo que quieras Francis— gritó una mujer joven en la habitación frente a la de Arathur. Arnold volteó, y vio a una pareja gritándose cosas inentendibles a través del marco de la puerta. Arnold los miró disimuladamente, ella era rubia y delgada, mientras que el tenía el cabello negro peinado hacía un lado. Los dos debían ser de su misma edad.

— ¡Perfecto! — gritó el sujeto — me voy, estoy harto Helga, estoy harto de ti, y tus problemas.

— Mi único problema es que te acostaste con mi jefe y se suponía que eras mi novio— respondió la chica a viva voz.

— Ya hemos hablado de esto. Yo estaba ebrio, ¿por qué te es tan difícil perdonar?

— Porque lo sigues haciendo— respondió la chica.

— ¡Helga Pataki, eres la persona más difícil del mundo! — gritó el sujeto, quien salió de la habitación furioso. Arnold no lo podía creer, esa era Helga Pataki, la misma mujer que lo había atormentado en la infancia, y la adolescencia, aunque, de formas muy diferentes. Arthur sintió que la atención de su joven empleado se había disipado, por lo que levantó los ojos del documento que estaba revisando en aquel momento.

— Ve por ella, tigre — dijo Arthur.

— Yo no…

— Cierra la boca. Arnold, debes dejar de ser un ratoncito asustado, un bonachón que pasa su vida sin pena ni gloria — opinó el sujeto.

— Tienes razón… — asintió Arnold.

El se levantó lentamente de su silla y atravesó el pasillo hasta que encontró a la chica sentada en una silla de ruedas. Arnold tuvo la impresión de que se encontraba llorando, ya que se frotaba las sienes con los dedos mientras tenía los ojos cerrados. Sin embargo, ella no se encontraba triste, más bien, exasperada.

— ¿Puedo ayudarte? — preguntó Helga fastidiada.

— Hola, Helga, probablemente no me recuerdas, soy Arnold Shortman, fuimos juntos a la…

— Por supuesto que te recuerdo — lo interrumpió Helga. Con ese simple gesto, Arnold supo que su personalidad no había cambiado la gran cosa. Aún seguía tan asertiva y dura como la recordaba, y de alguna extraña manera, aquello lo llenaba de emoción y expectativa.

— ¿Cómo no habría de recordarte? Cabeza de balón — preguntó Helga dedicándole una sonrisa cargada de sarcasmo.

— Por su puesto… — murmuró Arnold, quien se moría por mantener su atención, pero no tenía las palabras ni el encanto para hacerlo. En momentos como aquel, él se odiaba a sí mismo. ¿por qué no podía ser más carismático?

— ¿Quieres ir a la cafetería por un café y un muffin? — preguntó Helga de repente.

— Sí— respondió Arnold.

— Entonces, tendrás que ayudarme — dijo Helga. — no puedo mover yo sola en este trasto — confesó. Arnold tomó las manijas de la silla de ruedas,

Arnold la empujó por el pasillo muy lentamente, mientras que luchaban por alcanzar el abarrotado ascensor.

— Sin ofender, cabeza de balón, pero mi abuela sería más rápida que tu, y eso que lleva 20 años muerta — dijo Helga. Arnold rió ligeramente al escuchar esto.

— Vaya Helga, si que has cambiado, jamás pensé que me dirías "sin ofender" — se burló Arnold — pareces más sensible ahora — concluyó. Helga lo miró por encima del hombro y le dirigió una sonrisa casi juguetona, y cargada se sarcasmo.

— Puede ser, pero no te acostumbres, cabeza de balón— dijo.

Arnold quiso reír, puede que él no hubiera partido en los mejores términos con Helga, pero antes de que sus problemas surgieran, siempre aprecio aquella extraña interacción que había entre los dos. Él era el clásico "chico bueno", notas decentes, querido por todos, pura vainilla sin nada de sabor. Pero ella, ella sí que era interesante. Helga G. Pataki era un torbellino, una extraña fuerza de la naturaleza, que lo hacía sentir vivo cada vez se encontraba a su lado.

Él sabía que aquel sentimiento era el culpable de que se hubiera dirigido a ella como si se tratara de un imán. Probablemente, su yo de 30 años quería sentirse como lo hacía su yo de 17 años cada vez que se encontraba con ella.

— Cómprame un expreso, cabeza de balón — le dijo Helga Arnold una vez llegaron a la cafetería. Arnold rió al escuchar que aquello no sonaba como una petición, sino como una orden.

— Como quiera, majestad — respondió Arnold con algo de sarcasmo — ¿Puedo atreverme a preguntar de qué fuiste operada? — continuó en tanto él y Helga se acomodaban en una de las mesas de la cafetería. Arnold sacó su billetera y tomó un billete de 20.

— Apendicitis, no fue divertido — respondió Helga. Arnold devolvió el billete a su cartera.

— ¿Fuiste operada de apendicitis, y pretendes tomarte un expreso? — preguntó Arnold alarmado — olvídalo, cuando mucho te compraré un té de hierbas, pero un expreso es demasiado fuerte.

— Oh, cabeza de balón, deja de ser aguafiestas, necesito cafeína — se quejó Helga.

— Té negro, pero no te compraré café, de eso puedes estar segura — dijo Arnold mientras se levantaba hacía la barra de la cafetería. Mientras hacía la fila, Arnold no pudo evitar dejar a su memoria divagar, habían pasado 13 años, pero una parte de él sentía que todo seguía igual, o casi igual.

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[trece años antes]

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Arnold entendió en aquel momento que todo había sido una pésima idea. Pensó que hacer una escala en Pittsburg no sería difícil, todo por conseguir aquel excelente precio en el tiquete de avión desde San Lorenzo. Sin embargo, su segundo vuelo fue cancelado, y él tuvo que pagar otro tiquete en la estación de buses hasta Hillwood.

Después de un viaje de cerca de 22 horas, finalmente había llegado a su ciudad natal. Arnold tomó su pesada maleta azul, tomó un taxi y se dirigió hacía la casa de huéspedes.

Hacía un par de meses, Miles y Stella habían recibido una carta. Gertrude no se sentía bien. Arnold sabía que con la edad que tenía su abuela, cualquier síntoma por pequeño que fuera, podía ser considerado una alarma, por lo que no dudó en pedirle a sus padres que lo enviaran de vuelta a Hillwood por una temporada. Lo que él no sabía era que ellos tenían planes diferentes.

— Arnold, lo mejor sería que te quedarás allá, que terminaras tu último año de escuela en Hillwood, te será más fácil conseguir una universidad — dijo Stella.

Aquellas sencillas palabras fueron suficientes para que Arnold entendiera que ellos querían que se estableciera fuera de San Lorenzo. Él hizo su mejor esfuerzo por disimular su molestia, y lo logró, ya que ninguno de sus padres se dio cuenta de qué tan herido se encontraba realmente.

Arnold sabía perfectamente que no era que sus padres no lo quisieran, Miles y Stella lo adoraban, pero también se había desecho de aquel infantil sentimiento de que los padres eran seres perfectos y maravillosos, que nunca podían estar mal o ser egoístas, porque la verdad era que sus padres disfrutaban mucho su vida de aventureros, mucho más que el sentimiento de tener una familia normal. Le doliera o no, Arnold no encajaba en su visión de una vida perfecta, y por más que le molestase, él ya había entendido, que ellos tampoco tenían lugar en la suya.

Con aquellos sentimientos en el corazón, Arnold partió de vuelta hacía los Estados Unidos, solicitó por internet una plaza en la escuela pública del código postal en donde vivían sus abuelos y se preparó mentalmente para continuar con su camino. El taxi llegó a su antiguo barrio, se veía bien, un poco más grande, y con edificios más altos que habían remplazado algunos de los viejos construidos en los 70's, pero en lo esencial, todo seguía igual.

Arnold miró hacía el otro lado de la calle, y notó a unos cuantos adolescentes con sus bicicletas. De repente, él recordó que él no era el único que había crecido, sus antiguos amigos probablemente ya estarían cerca de la adultez tal y como se encontraba él. No pudo evitar sentir una inexplicable curiosidad por saber como se encontraban sus conocidos. Él seguía en contacto con Gerald, pero no tenía la menor idea de qué habría pasado con los demás.

De repente, mientras esperaba que alguien abriera la puerta de la casa de huéspedes, Arnold sintió curiosidad por una persona en especial. Helga G. Pataki, no solo había sido su peor pesadilla durante la primaria, sino que había sido la primera chica que alguna vez había dicho que lo amaba. Arnold sonrió para sí mismo ante su estupidez, por su puesto, todo aquello había ocurrido cuando tenían 9 años, ambos eran unos niños, lo más seguro era que aquellos sentimientos no fueran más que un tonto enamoramiento infantil, nada trascendental.

— ¡Shortman! — exclamó Ernie Potts mientras le abría la puerta de par en par.

— Buenas tardes, señor Potts — saludó Arnold en tanto pasaba por el marco de la puerta.

Arnold tomó una fuerte bocanada de aire, preparándose para su nueva vida en un escenario ya bien conocido.

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[trece años después]

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— Eww— se quejó Helga — detesto el té.

— Lo sé, lo sé — aceptó Arnold conciliadoramente — por ahora debes conformarte con esto, cuando te recuperes podrás volver a tomar café, tienes que ver el lo bueno en la situación. — dijo. Helga por poco se atora en su bebida, por lo que dejó el vaso de papel sobre la mesa.

— ¿Lo bueno? — preguntó Helga — Oh, Arnold Shortman, no has cambiado nada de nada.

— No estaría tan seguro.

— ¿Por qué estás aquí, Arnold? — preguntó Helga casi desconfiada. — si más no recuerdo bien, no quedamos muy bien que digamos — dijo. Arnold rio con algo de nerviosismo.

— No fue tan grave Helga, tan solo fue una pelea de adolescentes, teníamos 17 años — dijo Arnold reacomodándose en su asiento. Él sabía que este momento llegaría pero una cosa era saberlo, y otra muy diferente enfrentarlo.

— No fue a gran cosa — repitió Arnold.

— Para mi si lo fue — respondió Helga con una sonrisa sarcástica en los labios mientras delineaba con su índice el borde de la taza de papel.

— Lo sé, lo lamento, estaba tan molesto, con mis padres, con la situación, descargué mi situación en ti, Helga, y no fue justo — dijo Arnold. Helga le dirigió una suave sonrisa.

— No, no lo fue — dijo Helga aún sonriendo de una manera suave, casi melancólica y completamente ajena a su personalidad.

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[Trece años antes]

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Arnold se recostó en la puerta del casillero junto al de Gerald. Él había descubierto a Helga desde hacía un par de días. Ella parecía tan malhumorada como antes, pero mucho menos agresiva, y no tan dispuesta a irse a los puños como en el pasado. Arnold se moría por hablarle nuevamente, después de todo las últimas frases que habían cruzado habían sido una serie de palabras de amistad, y un par de promesas de escribirse mutuamente.

Sin embargo, las cartas de Helga nunca llegaron. Él le escribió en un par de oportunidades, pero nunca obtuvo respuesta. Arnold se sintió herido, pero siguió con su vida en aquel país excitante y extraño.

— Quiero hablar con ella — dijo Arnold sin dejar de mirar a Helga mientras que ella inspeccionaba su horario de clases con atención.

— Puedes hacerlo, pero nada te asegura que ella no tratará de quitarte la cabeza — respondió Arnold.

— ¿Aún sigue así? — preguntó Arnold.

— Sí — afirmó Gerald — amigo, no estoy diciendo que ella no sea una buena persona, te aseguro que detrás de toda aquella fachada llena de ira hay un corazón blando, pero no te dejará acércate, ella no deja que nadie se le acerque.

Arnold prefirió no contarle a Gerald el hecho de que Helga nunca respondió sus cartas. Probablemente, de haber sabido aquello, Gerald habría dicho que tratar de acercarse a ella no valía la pena, pero Helga era excitante, no se había sentido tan intrigado con algo desde hacía mucho tiempo.

— No es de extrañarse — comentó Gerald — todo el barrio sabe que con una madre alcohólica y un papá como Big Bob Pataki, cualquiera estaría un poco tocado. — concluyó Gerald mientras cerraba la puerta de su casillero.

— ¿De qué estás hablando? — preguntó Arnold.

— Vamos Arnold, todo el mundo sabe que esa familia es tan normal como para tener su propio reality show. Están locos, todos ellos. Helga tan solo parece estar concentrada en ganar algo de dinero y largarse aquí tan rápido como pueda, incluso está trabajado como barista durante los fines de semana en la cafetería que queda al otro lado de la carnicería de Green.

— ¿Ella trabaja? — preguntó Arnold sorprendido. Lo cierto era que no había encontrado una justificación lo suficientemente buena para entablar una conversación decente con ella, después de un mes desde su regreso, lo único que había obtenido eran un par de "hola cabeza de balón" , "bienvenido cabeza de balón" y "muévete cabeza de balón" pero nada más.

Arnold caminó hasta la calle de la carnicería Green. Ni siquiera él podía entender cuál era su fijación con Helga, una chica que primero había dicho que lo quería, después lo había ignorado, y ahora tan solo parecía dirigirle un par de palabras. Él quiso creer que todo se debía a que la encontraba atractiva, pero él sabía que el asunto iba mucho más allá, había una parte de él que le gustaba lo conflictiva que podía ser ella, lo impredecible, y esa parte quería que Helga lo notara una vez más, que alguien especial como ella pensara que él también era especial.

— Bienvenido al café mediodía, ¿en qué puedo ayudarle? — preguntó Helga sin siquiera levantar su mirada desde la caja registradora.

— Quiero un capuccino mediano, por favor — dijo el muchacho. Ella digitó rápidamente en la caja registradora, recibió su cambió. Después, tomó una taza de papel y un sharpie.

— ¿Cuál es su nombre?

— Arnold— respondió. Ella levantó la mirada por primera vez. Helga G Pataki no había perdido aquel increíble talento de paralizar con tan solo una mirada, es más, ella lo había perfeccionado, ya que por un momento él se olvidó hasta de respirar.

— Cabeza de balón, ¿A qué debo el honor de tu visita?.

— Solo quería un poco de café y dejar mi casa por un rato, nada especial — contestó Arnold tratando de sonar casual mientras metía las manos en sus bolsillos. Helga sonrió.

— Este es el lugar, cabeza de Balón, hay internet gratuito, la contraseña está en el mostrador, y la cafetería está conectada con una pequeña librería — dijo Helga quien parecía toda una buena trabajadora dándole la bienvenida a un nuevo cliente — estás en tu casa.

Arnold sonrió. Pero el hubiera preferido que su conversación no se limitara a aquella bienvenida institucional de la cafetería, él quería hablar con ella, preguntarle si aquellos rumores eran ciertos, si su familia en realidad pasaba por tiempos difíciles, preguntarle por qué no había contestado sus cartas, si es que ni siquiera lo consideraba su amigo después de todo lo que habían pasado juntos.

— El encargado del mostrador te llamará cuando tu café esté listo— dijo Helga tranquilamente. Arnold asintió y se marchó a la librería de al lado en donde compró un periódico y una revista de ciencia. No sabia porqué, pero se sentía tentado a esperar hasta que ella hubiera acabado su turno.

— El señor cabeza de balón — llamó el encargado de la barra — señor cabeza de balón, su capuccino está listo.

Arnold se levantó de su mesa y caminó hacía la barra en medio de un mar de risitas y miradas burlonas. Todos observaban fijamente su cabeza y parecían al borde de un ataque de risas. Arnold miró a Helga quien se encontraba en la caja, con los labios apretados luchando por no reír. Al parecer, se había equivocado, ella seguía siendo la misma de antes.

— Me había olvidado de tu elegante y refinado sentido del humor — dijo Arnold sarcásticamente mientras pasaba por la caja de vuelta a su mesa.

— Oh, por favor, soy hilarante — respondió Helga.

— ¿A qué hora sales de tu turno? — preguntó Arnold.

— A las seis — respondió Helga — ¿Por qué preguntas?

— Deberíamos ir al puerto, escuché que hay una feria — dijo Arnold quien nunca en mil años creyó posible tener la valentía suficiente como para invitar a Helga G. Pataki a salir.

— Suena bien — contestó Helga. Arnold hubiera querido creer que ella se estaba ruborizando ligeramente, pero tan solo lo vio por un par de segundos, por lo que él no podía estar seguro.

— Bien — asintió Arnold — estaré esperando en la mesa junto a la ventana.

— Aún queda una hora, cabeza de balón ¿estás seguro de que quieres esperar? — preguntó Helga sonriéndole de lado.

— Estoy bastante seguro — asintió Arnold tranquilamente — tengo suficiente material de lectura, y un café esperándome.

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Aquella tarde Arnold regresó al hospital, con la intención de volver a ver a su jefe, con una mayor ilusión, pues era la oportunidad perfecta para ver a Helga. Él apenas le entregó los informes al señor Khosher, tras lo que se dirigió a la habitación de al lado. Arnold sintió un golpe de adrenalina, no sabía porqué se sentía de aquella manera, como cuando era un adolescente, impaciente por demostrarse a sí mismo que era lo suficientemente especial cómo para que alguien tan especial como Helga lo notara en medio de la multitud.

Sin embargo, tan rápido como su emoción nació, murió en un solo golpe, al ver la habitación completamente blanca y libre de cualquier rastro de su ocupante. Arnold entendió de inmediato que Helga debió haber sido dada de alta, después de todo, su operación no requería tantos días de hospitalización.

Él se sentó lentamente en la silla junto a la cama mientras veía la cortina blanca ondear en aquella tarde de verano. Helga había vuelto a desaparecer de su vida tan rápido como había llegado, justo como lo hizo durante la oportunidad anterior. Probablemente ella tenía razón, probablemente había demasiada agua sucia entre los dos como para que las heridas abiertas se pudieran cerrar.

Arnold se enfadó, siempre era lo mismo con Helga G. Pataki. Ella llegaba a su vida, y la confundía, creaba nuevas emociones con una sola mirada, aquella que parecía haber perfeccionado tras años de práctica para desarmarlo en un solo instante.

— Disculpe — dijo una enfermera que se acercó lentamente a él — ¿viene usted a ver a Helga Pataki? — preguntó.

— Si, ¿ella dejó algo para mi? — dijo Arnold esperanzado.

— Sí, ella le dejó esta nota — contestó. Arnold tomó un post-it amarillo de manos de la enfermera y encontró un numero escrito en él.

Arnold reconoció de inmediato la letra de Helga. Debía tratarse de su número de celular, ella podía haber desaparecido, pero le había dejado una forma de comunicarse. Él apenas pudo conducir de vuelta a su apartamento en el centro de Hillwood por la emoción de aquella nueva oportunidad que se le presentaba.

Mientras estaba tendido en su cama, Arnold comenzó a teclear en la pantalla de su celular. Él digitó su mensaje un par de veces y lo borró otro par de veces, hasta que finalmente se decidió por un simple "hola" acompañado de un emoji sonriente.

Arnold casi se mordió las uñas esperando por su respuesta. Definitivamente, él se sentía tan patético como un adolescente, en tanto sentía su corazón saltar de alegría al ver el pequeño anuncio "Helga está escribiendo".

— Hey Arnold — escribió Helga.

— Espero que te sientas mejor Helga — escribió Arnold — me preguntaba si puedo pasar por tu casa mañana, me gustaría visitarte, saber que te encuentras bien.

Por unos angustiosos minutos, Arnold no recibió respuesta alguna. Él lo sabía, finalmente había llegado el momento, ella lo mandaría al diablo y todas sus posibilidades de establecer nuevamente una relación con Helga se perderían en la nada, justo como había sucedido cuando eran niños, y después 13 años antes.

— Por su puesto cabeza de balón, puedes pasar a visitarme — escribió Helga quien le mandó su dirección en el siguiente mensaje, acompañado por un par de emojis sonrientes.

Arnold sonrió al recibir esta oportunidad, después de todo esto era aquello que necesitaba, una oportunidad y nada más.

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[Trece años antes]

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Aquel día caluroso no era adecuado para el football. Se suponía que aún estaban a mediados de primavera, pero por alguna misteriosa razón parecía que bien estaban en pleno verano. Arnold estiró el cuello de su camiseta de gimnasia con la intención de que entrara más aire, pero todo era completamente inútil.

De repente, Helga pasó enfrente de las graderías. Ella se encontraba demasiado concentrada en el juego de bolleyball que disputaba con las demás chicas de su grado, por lo que no le puso atención a la insistente mirada de Arnold. Malditas hormonas, maldito cuerpo adolescente, malditos shorts de Helga, eran demasiado cortos para su altura, y todos ellos le estaban jugando una muy mala pasada.

— ¡Enfócate en el maldito juego, Sheena! — gritó Helga furiosa al darse cuenta de que su compañera no parecía tan interesada en ganar como ella.

Arnold se sintió incomodo, él sabía que bien Helga podría matarlo si supiera lo que se encontraba pensando. Ella siguió jugando con tanta pasión y agresividad como hasta ese momento, y eso que ya había mandado a un par de chicas a la enfermería. Él sabía que ella sería la capitana indiscutible de ese equipo si se lo proponía.

En aquel momento, Arnold envidió a Helga, ella era demasiado particular, demasiado especial. Mientras que él no era más que un bonachón aburrido, probablemente, si fuera helado su sabor sería vainilla, pues no había nada más plano, agradable y aburrido que su personalidad, mientras que ella era una persona de extremos, se amaba o se odiaba, pero no un punto intermedio.

— El equipo A tiene la victoria — gritó la entrenadora en tanto que Helga y sus demás compañeras de equipo celebraban.

De repente, la mirada de Helga se enfocó en él, y Arnold se sintió acorralado, como una diminuta presa a punto de ser engullido por un temible depredador, quien tenía el increíble talento de inmovilizarlo con su mirada.

— Hey Cabeza de balón — dijo Helga mientras subía las escaleras de las graderías hasta ubicarse junto a él. Arnold se quedó inmóvil mientras sentía la mirada de un par de chicos del equipo de natación al otro lado de las canchas en las que Helga había jugado minutos antes.

— Hola Helga — saludó Arnold amablemente. — ¿cómo va el trabajo? — preguntó.

— Tu sabes perfectamente que todo marcha bien — contestó Helga riendo. Después de todo, él había seguido tomando café en aquella cafetería durante cada sábado y domingo desde su primera cita con Helga. Él solía acompañarla a casa al terminar su turno, en un par de ocasiones fueron juntos al cine, y en otra por una hamburguesa.

— Es la primera vez que me hablas en la escuela, Helga — dijo Arnold — supongo que estoy sorprendido — continuó. Para ser honesto, le molestaba que Helga apenas le hubiera dirigido la palabra durante un par de veces mientras estaban estudiando, ni siquiera Phoebe o Gerald parecían estar al tanto de su incipiente relación.

— Bien… — comenzó Helga incomoda mientras que su mirada se desviaba hacía un lado. Arnold siguió su mirada y podría jurar que se dirigía hacía los miembros del equipo de natación al otro lado de la cancha.

— Es una larga historia, pero creo que por ahora sería mejor que lo mantuviéramos en privado — dijo Helga.

— ¿Mantengamos exactamente "qué" en privado? — dijo Arnold mientras intentaba que Helga lo admitiera.

— Oh, cabeza de balón no me hagas decirlo — dijo ella mientras le daba un amigable puño en el hombro, que dolió mucho más de lo que debió.

— Helga, quiero saber exactamente qué es lo que debo mantener en privado, eso es todo — insistió Arnold sonriendo. Helga se ruborizó mientras se mordía el labio. Aquella era una de las imágenes más hermosas que había obtenido de ella, el sol brillándole en su desordenado cabello, mientras que ella le regalaba una sonrisa cargada de pura e inalterada felicidad.

— Lo nuestro, eso es lo que quiero que mantengamos en privado — continuó ella un poco más seria. El humor de Arnold descendió hasta el subsuelo. Él no entendía porqué era tan difícil para ella admitir que le gustaba alguien, ¿es qué acaso se sentía avergonzada de él?

— Disculpa, pero no te entiendo — dijo Arnold muy serio.

— No es lo que estás pensando, Arnoldo, es una larga e irritante historia — contestó Helga frotándose las sienes, en aquel momento, la campana de la escuela sonó con fuerza dando a entender que la próxima clase estaba pronta a comenzar.

— No te entiendo, Helga, nunca lo he hecho y estoy comenzando a creer firmemente que nunca lo haré — se quejó Arnold mientras se ponía de pie y comenzaba a bajar por las graderías.

Arnold nunca entendió a Helga. No comprendía por qué lo odiaba tanto cuando era niño, o las razones por las que adoraba hacer su vida imposible. Y ahora, tampoco entendía por qué tenía que ser tan cruel con él. Arnold solo quería salir con ella, como dos personas normales, pero, por su puesto, Helga no era para nada normal.

Las clases trascurrieron sin que él volviera a ver a Helga en los pasillos de la escuela. Pero Arnold sí sintió un par de miradas desconocidas encima de él. No quería parecer paranoico, pero tenía el terrible presentimiento de que gran parte de la escuela hablaba de él, y no debía ser bueno, ya que todos lo miraban como si tuviera una especie de enfermedad contagiosa.

Al terminar la última clase, Arnold cruzó el estacionamiento frente a la escuela completamente solo. Gerald y Phoebe habían decidido salir después de clases, y él no quería convertirse en el tercero no invitado. Arnold vio el bus partir, y antes que esperar a la siguiente ruta, decidió caminar de vuelta a casa. Él detestaba aquella parte de la ciudad, apestaba y estaba inundada con basureros abiertos. Se suponía que todo aquello significaba desarrollo, grandes puertos y centros comerciales, publicidad y mucho consumismo, pero él extrañaba su vida sencilla en San Lorenzo.

Arnold no estaba seguro de poder regresar a aquel país más que a visitar transitoriamente a sus padres, después de todo, era la máxima representación de su fracaso. Él siempre pensó que cuando hallara a Miles y a Stella todo sería perfecto, no tendría dudas, ni temores, todo encajaría a la perfección. Sin embargo, allí estaba él, de vuelta en Hillwood, aceptando el deprimente hecho de que sus padres tan solo habían sido victimas del momento, que eran un par de aventureros sin mucho talento a la hora de criar un hijo, ellos no tenían intenciones de renunciar a su vida errante, mientras que su abuela se encontraba cada vez más enferma.

Él repasó mentalmente los deberes de la casa que debían atenderse una vez terminara de hacer su tarea. Lo cierto era que Phil ya era muy viejo para encargarse de una casa de huéspedes solo, y el dinero apenas alcanzaba para contratar una empleada que trabajaba medio tiempo mientras Arnold se encontraba en la escuela, por lo que él debía ayudar en lo que más pudiera.

De repente, mientras que Arnold caminaba, él sintió pasos en el pavimento y miró por encima del hombro a Helga quien corría hacía él. Ella se veía mortalmente asustada.

— Arnold, tienes que correr, esto es mi culpa, no debí hablarte en la escuela — dijo ella casi sin aliento. Arnold no alcanzó a responder, solo sintió un fuerte golpe en la parte de atrás de la cabeza. Él cayó al piso mientras que estrellas se formaban frente a sus ojos, no podía creer que se sintiera tan mareado.

— ¿Qué es lo que te pasa, eres un animal? — escuchó Arnold gritar a Helga. Él se encontraba boca arriba en el pavimento, mirando hacía una pareja que parecía discutir.

— Arnold, por favor Arnold, respóndeme — pidió Helga mientras que le palmeaba ligeramente el rostro.

— Finalmente está respondiendo– dijo alguien a quien Arnold no reconoció – Helga, cariño, necesitaré que repongas ese hielo después, lo necesito para mis batidos.

— Te compraré más hielo después, Miriam – respondió cansadamente Helga mientras que él finalmente podía acostumbrar sus ojos a la luz diurna.

— ¿En donde me encuentro? — preguntó Arnold con la voz quebrada.

— Estás en mi casa, Arnoldo — respondió Helga brindándole una suave sonrisa muy poco característica de ella.

— ¿Qué fue lo que sucedió? — preguntó Arnold quien sintió el hielo que Helga le ponía en la frente quemarle por el exceso de frio.

— Steve, mi ex novio, uno de los matones del equipo de natación, eso fue lo qué sucedió — respondió Helga exasperada — lo lamento Arnold, debí prevenirte, pero no quería causarte problemas. Steve es un idiota, amenaza a todos los que tratan de salir conmigo, pero no te preocupes, no volverá a molestarnos.

— ¿Cómo puedes estar tan segura? — preguntó Arnold impresionado.

— Por dos razones : numero uno, la vieja Betsie y los cinco vengadores le dieron una lección que no olvidará — dijo Helga, quien para sorpresa de Arnold tenía sus nudillos algo heridos — número dos: si algunos de nosotros se llega a quejar ante la dirección lo pondrán de patitas en la calle. Tiene cupo condicional, una amonestación disciplinaria más y será expulsado.

— Vaya, debe ser todo un rufián si es que existe la posibilidad de que sea expulsado de nuestra escuela, no sabía que hicieran eso — respondió Arnold — ¿cómo es qué te metiste con un tipo como ese? — preguntó.

— La psiquiatra escolar, la doctora Bliss, dice que tengo una autoestima baja y por eso busco siempre hombres que no me convienen. Al principio, pensé que era una locura, pero estoy llegando a creer que es cierto — respondió.

Arnold permaneció un par de horas tendido en el sofá de Helga. Ella puso una película en la televisión y juntos pasaron aquella tarde en su sofá. A pesar del buen rato que tuvieron, él prefirió ignorar la constante y errática presencia de la madre de Helga, o la agresiva personalidad de Bob Pataki quien apareció poco después de las seis de la tarde dando por terminada la velada.

— Lamento mucho que Bob te halla tratado tan mal, cabeza de balón, él es un cerdo — dijo Helga malhumorada.

— Tan solo me echo de su casa, pero no es la gran cosa, le he perdonado a su hija cosas aún peores — bromeó Arnold quien aún sostenía una bolsa de hielo contra su cabeza mientras los dos se despedían en la puerta de su casa.

— Ni me lo recuerdes, cabeza de balón, sé que puedo ser bastante desagradable — aceptó Helga quien se mordió el labio de una manera adorable— no sé porqué tengo que ser así.

— Me gustas tal y cómo eres — respondió Arnold despreocupadamente mientras los últimos rayos del sol de la tarde le daba un aspecto hermoso a toda la escena. Helga no contestó. Ella solo se inclinó suavemente y lo besó en los labios.

Helga G. Pataki era todo un misterio, podía ser tan suave y ruda como ninguna. Ella era una persona de extremos, excitante y divertida, todo lo que Arnold nunca llegaría a ser. Él le respondió con el beso con la mayor emoción. Ella era hermosa, y apasionada, aunque casi tan inexperta como él.

— ¿Nos veremos mañana Arnoldo? — peguntó Helga conmovida.

— Por su puesto que si. — respondió él dirigiéndole una gran sonrisa.

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[Trece años después]

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En los trece últimos años de su vida, cada vez que Arnold Shortman pensaba en Helga G. Pataki, él sentía un vacío en el pecho, era la clase de sentimiento que solo podía ocasionar la culpa. Él sabía que todo lo que había ocurrido en torno a Helga era únicamente su culpa. Arnold no se encontraba en el mejor momento de su vida cuando tenía 17 años, pero ella tampoco, y lo que hizo fue poco menos que cruel. Arnold quería hablar con ella y disculparse por lo sucedido, pero hasta ahora todo estaba saliendo al revés, y él se estaba comportando de la misma manera en la que ella lo hizo tantos años antes, mientras que juntos evadían los temas verdaderamente trascendentales.

La dirección que le dio Helga lo condujo a un bonito edificio de apartamentos en un sector decente de la ciudad. Era claro que ella tenía un buen trabajo para poder pagar todo aquello. Arnold se bajó lentamente de su automóvil verde que había comprado el año pasado sólo porque le recordaba el viejo pakcard de su abuelo. Arnold se anunció en el comunicador del piso de abajo.

– Hola, Helga, soy Arnold Shortman – dijo Arnold mientras que se acercaba al comunicador.

– ¿Arnold? – preguntó Helga. Era claro que ella no lo estaba esperando, por lo que él se sintió algo avergonzado – claro, claro, pasa, te abriré en seguida.

Arnold subió las escaleras hasta el quinto piso en donde vivía Helga, quien se demoró bastante en abrir su puerta.

– Lo siento cabeza de balón, no esperaba visitantes, tuve que vestirme antes de abrirte – dijo ella mientras le ponía una taza de café en frente acompañada de un trozo de ponqué de chocolate amargo.

– Lamento haberte interrumpido – se disculpó Arnold mientras que la veía prender un cigarrillo.

– No tienes que hacerlo – respondió ella restándole importancia – cuando me dijiste que pasarías a visitarme no pensé que realmente tendrías las agallas de hacerlo, parecía ser una de esas promesas que se hacen sin intentar realmente cumplirlas – dijo ella tomando con su cuchara un gran pedazo de su torta de chocolate.

– Sabes que no hago ese tipo de promesas– respondió Arnold.

– Supongo que estás en lo cierto – dijo Helga encogiendo los hombros. Por primera vez desde su rencuentro en el hospital, él sintió que ella estaba molesta con él.

– No deberías cocinar, aún no estás bien – dijo Arnold al recordar que ella había hecho el café.

– No lo he hecho, he pedido comida a un restaurante cercano – respondió Helga. – no tienes de qué preocuparte.

– No parece correcto que sólo comas comida comprada, necesitas algo más saludable – dijo Arnold.

– He pedido ensalada – respondió ella riendo ligeramente.

– No te creo– negó Arnold – conociéndote como lo hago, sé que lo único que has comido en los últimos días son frituras de cerdo. Aún recuerdo como te gustaban, aunque te ocasionaran pesadillas al dormir – dijo Arnold melancólicamente.

– He comido muchas ensaladas, te doy mi palabra – dijo Helga con la misma sonrisa indulgente que le había dirigido desde el inicio.

– Estás mintiendo – dijo Arnold mientras se levantaba y se dirigía hacía la cocina – ¡No tienes nada más que sobras de comida china!.

– No soy una persona muy domestica, cabeza de balón, pero sé hacer una rica torta de chocolate – respondió Helga mientras seguía comiendo tranquilamente.

– Yo sí soy una persona domestica – respondió Arnold mirando la cocina fijamente – ¿te molesta si te hago algo de comer? Podrías calentarlo en el microondas si tienes hambre.

– Adelante, cabeza de balón, no me negaré si deseas alimentarme– dijo Helga mientras encendía el televisor.

Arnold se sorprendió de que ella lo dejara permanecer en su casa, y estar en su cocina, cómo si nada hubiera pasado entre los dos, como si no se hubieran alejado 13 años antes. Arnold recordó con mucho dolor la mañana en la que caminó a la casa y le preguntó a su siempre errática madre en donde se encontraba ella, a lo que Miriam le contestó: muy lejos de aquí, Olga dijo que preferiría no verte más, lo mejor sería que no la busques.

Él sabía que toda aquella escena había sido su culpa, y no había forma de negarlo, pero también tenía muy claro que había algo en él que lo empujaba hacía ella, a cuidarla y protegerla como lo había hecho hacía tanto tiempo.

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[Trece años antes]

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Arnold encendió la lamparilla junto a su cama. Eran las tres de la mañana y estaba completamente seguro de que había escuchado un sonido en el techo, algo parecido a pisadas, que eran demasiado pesadas para que se tratara de un gato. De repente, un nuevo sonido volvió a llamar su atención, definitivamente había alguien en el techo de su cuarto. Arnold levantó la mirada hacía el cristal sobre su cama, y se encontró con Helga Pataki mirándolo desde arriba.

Él corrió el pasador de la ventana y la dejó entrar mientras se sentaba sobre cama. Había llovido unos minutos antes, y ella se encontraba completamente empapada.

– Helga… – murmuró Arnold mientras sostenía sus mejillas. Ella se veía pálida, con el cabello completamente pegado al cráneo mientras el agua caía en pesadas gotas manchando su cobertor. Él no dijo nada, sólo le acarició el rostro lentamente hasta que sintió algo extraño junto a su oreja.

– ¿Qué te sucedió? – preguntó él mientras se acercaba para mirarla con atención. Ella tenía una gigantesca herida en su rostro, poco antes de llegar a su oreja. Sin embargo, ella lo apartó rápidamente.

– ¡Nada! – respondió ella quien estaba comenzando a tiritar.

– Te buscaré ropa seca, y algo para limpiar tu herida – dijo Arnold.

– No – negó Helga – lo lamento, no debí venir aquí, sería mejor que me fuera – dijo mientras que se bajaba de la cama.

– No te vayas, Helga– dijo Arnold tomándola por los hombros – no haré preguntas, sólo quiero que pases la noche aquí, quiero que estés a salvo – dijo Arnold quien se acercó lentamente hacía ella y le daba un beso en la frente.


Hola a todos, llevo mucho tiempo escribiendo este fic, lo empecé desde que me enteré que the Jungle Movie sería una realidad, pero decidí acabarlo cuando un par de semanas atrás redescubrí el draft en mi archivo. No va a ser muy largo, solo tendrá un par de capítulos cuando mucho.

Este fandom tiene un significado especial para mi, no sólo porque es uno de los mejores fandoms en los que he estado, en general no tuve problemas aquí, sino porque fue el lugar donde publiqué mi primer fic serio. Había escrito antes en otros fandoms, pero nunca me lo tomé verdaderamente en serio como lo hice aquí, es por eso que quería publicar algo para celebrar que lo que todos habíamos estado esperando desde hacía 15 años, y que finalmente sucederá.

Espero que lo disfruten y me comenten que piensan de él, muchas gracias por leer.