Kakei le había enseñado a Saiga a creer en el destino, no por nada ahora estaban juntos riéndose por las peleas (de novios, según Saiga, de madurez pensaba Kakei) de Rikou y Kazahaya que se les colaban desde la farmacia hasta el cuarto de atrás, donde estaban besándose como si la vida se les fuese en ello.
Saiga le había enseñado a Kakei el valor de la confianza, y cómo no si al comienzo el pobre rubio apenas y se fiaba de él para dejarlo a cargo de la caja de su negocio ("Si no estoy al corriente de la finanzas, acabarás por quebrarme", le comentó un día), pero él podía llegar a ser un hombre muy persuasivo cuando se lo proponía.
Juntos aprendieron lo que significaba complementarse; tener que ceder ante hábitos poco ortodoxos de uno (esos negocios extraños de los que apenas Kakei le comentaba, pero que siempre le causaban unos horribles celos cuando veía entrar a la tienda a esa mujer alta, elegante y hermosa, que capturaba la total atención del administrador; hablándose en secreto e intercambiando objetos cada vez más extraños con ella) y continuas niñerías del otro (realmente trataba de que no le molestase la manía que Saiga tenía de molestar a Kazahaya, pero a veces; sus bromas se pasaban), mas ambos sabían que la vida de pareja no sería divertida si esas cosas no pasasen entre ellos. "Todo esto es parte de lo inevitable, y, aunque no nos demos cuenta de la trascendencia que pueden tener; pasan por algo", le susurró un día el moreno, después de despertar de una larga siesta; dejando muy extrañado a su pareja.
Claro que no todo podía ser siempre miel sobre hojuelas. De vez en cuando tenían sus peleas, las cuales casi nunca pasaban a mayores y sólo constaban de unos minutos de no hablarse, o el tratar de no cruzarse en la tienda hasta que, como un par de niños avergonzados, alguno de los dos cediera, y todo terminase en muchas risas y besos.
Y a pesar de que tal vez todo estuviese empezando recién, o que tal vez ya llevase mucho tiempo (no se ponían a pensar o a medir con la vara del tiempo; sólo dejaban que el transcurso fluyese libre, sin entender porqué; aunque no era importante para ambos, sólo les basta con tenerse uno al otro); poseían clara conciencia de que no era casualidad el estar juntos, y que, tal vez tuviesen aún toda la eternidad por delante para descubrir qué escondían bajo sus máscaras ya reconocidas, pero no totalmente quebradas.
