"Me llamo Katniss Everdeen, tengo 18 años, vivo en el distrito 12. Hace dos años fui tributo para los antiguos juegos del hambre, el Capitolio intentó acabar conmigo, hubo una rebelión, el Capitolio calló, estoy sola, completamente sola…"

Me taladraba la cabeza repitiendo eso día y noche, sin saber muy bien hacia donde dirigir mis pensamientos.

Rodé hacia mi derecha quedando bocabajo, con la almohada presionándome el lado derecho del rostro. Exhalé un largo suspiro y dirigí mi vista hacia el gran ventanal que presidía la pared, únicamente cubierta con un visillo semitransparente de gasa blanca.

La tenue luz de la luna bañaba toda la Aldea de los Vencedores dándole un aspecto de tranquilidad y armonía, contrastando con todo lo que pasaba por mi cabeza.

Otra vez había tenido la misma pesadilla, la misma que llevaba trastornándome cada noche desde hacía más de dos meses. Corría por la Veta, pasaba por debajo de la valla e iba al punto de encuentro con Gale, y ahí estaba él, con sus oscuros cabellos besándole la frente, perlada en sudor y tiznada de carbón, y de su mano mi dulce Prim, mi pequeña y frágil Prim ataviada con una bata blanca pero con una expresión apática.

_"Tengo que ir Katniss, ellos me necesitan"- Las palabras brotaban de sus labios y una débil sonrisa de culpabilidad de perfiló -"Os quiero". Despúes una explosión que nació en su pecho la hizo desaparecer. Me estemecí e intenté gritar pero la voz no me salía, no tenía lengua…era un Avox.

-"Es lo mejor Catnip, es lo mejor…" – La silueta de Gale empezó a desfigurarse, la cara se le afiló formando un hocico, el cuerpo se le llenó de pelo y adoptó una posición cuadrúpeda. Se transformó en un muto, como los de los primeros Juegos.

Corrí, corrí lo más rápido que me permitían las piernas, esquivando árboles, sorteando piedras y zigzagueando a través de los arbustos.

"No mires atrás, no mires atrás.." y de pronto paré en seco. Eché un vistazo a mi alrededor y el terror se vió reflejado en mis ojos, empecé a hiperventilar y las náuseas me deban la vuelta al estómago.

Los edificios en llamas del capitolio se extendían más allá del horizonte, el aire estaba cargado de angustia y de gritos de inocentes, las trampas se activaban a diestro y siniestro causando estragos por las calles abarrotadas y bajo mis pies una alfombra de cadáveres de niños entre los cuales estaba Rue, Finnick, Magde, Cinna…

"Peeta" – El corazón me falló un latido, y el aire escapó de golpe de mis pulmones, la vista se me nubló y me sentí desfallecer. Él estaba en un rincón, subido en una pila de escombros mientras que se lisaba las muñecas con un canto de asfalto.

"¿Real o no real?, ¿Real o no real? El chucho, es todo culpa del chucho eso es…". Su desquiciada miraba se posó en mi, pero yo sólo era capaz de ver el charco de sangre prodecente de sus ensangrentadas manos. "Mira lo que has conseguido Sinsajo ¿Eres feliz ahora?"

Me estremecí abatida. Aún quedaba bastante para que el sol saliese pero tampoco me atrevía a dormir de nuevo, mi cordura no resistiría un ataque de esa magnitud de mi subconsciente, pero…era verdad, por mi culpa había habido una guerra de unas dimensiones impensables, murieron miles de vidas inocentes, los distritos estaban destruidos, el Capitolio quedó reducido a ruinas y las personas que alguna vez significaron algo para mi habían muerto, menos él, mi chico del pan.

Apreté las sábanas dentro de mis puños hasta que me dolió y una sensación de impotencia me embargaba hasta haverme sentir pequeña y miserable. Sólo tenía que hacer una única cosa, un simple propósito, mantenerle con vida en la segunda arena, y le fallé él y a mi misma, y gracias a eso le transformaron, le mermaron el carácter, fue torturado hasta límites insospechados y aún así me seguía defendiendo ante Snow y ante todo Panem. El escozor de las lágrimas azotándome los ojos me hizo ponerme en pie y comencé a caminar en círculos en mi amplia habitación "¿Por qué no le dijiste lo que querían oír? ¿Por qué no me traicionaste?" Mi diente de León, lo siento tantísimo…

Unos tímidos rayos de sol empezaron a filtrarse a través de las cortinas y bailaban en el interior de la estancia y la palabra "cazar" hizo acto de presencia en mis pensamientos, me hacía falta depejarme. Entré al baño contiguo y una vez desnuda me miré en el espejo de pie que se encontraba en la pared izquierda.

Estaba delgada, tal vez demasiado, tenía el cuerpo surcado de ciacatrices, parcheado por los injertos de piel, y se notaba una pretuberancia en mi brazo derecho, al que Johanna quitó el chip de seguimiento. Sonreí levemente. Si Ottavia me viera ahora mismo se echaría las manos a la cabeza pero mi querido Cinna se encargaría de que estuviera deslumbrante.

"Cinna.., ´tú me diste el nombre de 'Sinsajo', tú me diste el fuego, me diste las alas…Ojalá pudieras darme hoy la fortaleza necesaria…" Con pasos lentos y pesados pasos me introduje en la ducha y abrí el grifo dejando que el agua tibia me empapara de pies a cabeza. Me froté con las cerdas del cepillo hasta que la piel se quejaba y salí, me sequé suavemente me trencé el pelo y me puse mis viejas ropas. La chaqueta de cuero de mi padre, ojos pantalones largos y las botas de piel, esas que abrazaban mis piernas y se amoldaban a mis pies perfectamente.

Salí. El distrito doce había cambiado radicalmente. Varios cientos de personas habían vuelto a su antiguo hogar. Las minas estaban cerradas y se construyó una fábrica de medicinas y un hospital. Los campos habían sido sembrados y ya no estaba la sobre del hambre acechando. Se respiraba vida, vida y libertad, se me antojaba ajeno, como si yo no tuviera nada que ver en sus felicidad. No, para mi no había felicidad. Me la arrebataron sin darme opción a luchar por ella, era yo o Panem. Y al final Panem ganó.

Llegué a la parte de la valla que se encontraba cerca del Quemador, ya no estaba electrificada y los carteles de alta tensión habían desaparecido, pero soy una persona de costumbres, y algo que lleva tanto tiempo arraigado es difícil de cambiar. Cogí de un tronco hueco mi arco y el carcaj con las flechas. No me dejaban tener armas cerca, no mientras estuviese "mentalmente desorientada" pero no me iban a quitar uno de los pocos ratos en los que desconectaba, no podían quitármelo todo.

Caminé hasta el lago, mi lugar especial, no me atrevía ir donde Gale, me daba pavor que mis pesadillas se pudieran hacer realidad, aún sabiendo que era algo totalmente imposible, pero preferí mantenerme alejada por el momento. Me descalcé y metí los pies en el agua, estaba bastante fresca, pero ese agradable contacto reavivó mis memorias, agridulces.

Pensaba en Gale, compañero, amigo, confidente…respetaba su silencio mientras su mirada se perdía por el bosque, buscando presas o simplemente disfrutando del momento. Escuchaba atentamente sus discursos estusiastas y acalorados acerca del odio que sentía hacia el Capitolio, aprendí a compartir mis secretos y nos regalábamos sonrisas cómplices sabiendo que nos tendríamos siempre. Siempre, siempre y siempre...Pero ahora lo odiaba, por él Prim estaba muerta, renunció a su faceta más humana y la cambió por fuego, fuego, odio y rencor. ¿Por qué Gale?¿Por qué renunciaste?.

Salgo del agua y me vuelvo a calzar, ya es hora de hacer algo productivo.

Me deslizo cuidadosamente entre la maleza, espero agazapada entre unos arbustos de madreselvas y dejo que el tiempo fluya. En breve aparece un conejo, un conejo de color negro azabache bastante bien alimentado. Cargo y disparo. Un flechazo limpio, en el ojo derecho. Sonrío complacida, mi puntería sigue intacta aunque ya no salga con tanta frecuencia. Vuelvo al lado cuando sin querer esa piedra plana, en la que hicimos la entrevista Peeta y yo entra en mi campo de visión.

"Peeta…"

Recuerdo su sonrisa, sus profundos ojos azules en los que te podrías ahogar, su ironía, la manera de ganarse a la gente con una simple frase. La calidez de sus brazos, lo protegida que me sentía en su abrazo, la manera en la que luchaba contra mis miedos, en la que ahuyentaba mis pesadillas….

Pena, una profunda pena me golpeó como una almádena, y yo caí de rodillas. Jamás volvería, ya no tenía nada en el distrito doce, yo ya no era un aliciente, no era un motivo de peso, para él ya no existía la niña de las trenzas de la que se enamoró al cantar una canción en el colegio. Para él simplemente era Katiniss, a secas.

Canto, empiezo a cantar la canción del árbol de la ejecución. Quizás hubiera sido más fácil si hubiéramos comido las bayas, quizás no dolería tanto, no te habrían torturado, no me odiarías, Prim seguiría cuidando a Buttercup y sonriendo dulcemente. No habría heridas imposibles de sanar.

Despellejo al conejo y despacio lo llevo al Quemador. Resconstruyeron las ruinas y aunque ya no es un mercado negro en sí queremos seguir creyendo que comerciamos al margen de la ley, que sigue siendo un lugar de secretismos y de trueques. Le regalo el conejo a Sae la Grasienta. Cada poco le llevo lo que logre cazar en un día como hoy, le tengo que agradecer que se molestara en haberme cuidado tantos meses…

Arrastro los pies por las adoquinadas calles del nuevo distrito doce. La trenza la tengo semidesecha y tengo la ropa manchada de barro. El sol se está poniendo. Pronto volverán las pesadillas.

Llego a la Aldea de los vencedores y una imagen me paraliza entera, los músculos se me tensan, la respiración se me para, el corazón se me congela…Ahí está él.

Peeta.

Con un manojo de arbustos en la mano. ¿Rosas? No. Prímulas, preciosas prímulas.

-Por ella- Habla con voz pausada pero con una nota de duda, como si no supiera si está bien lo que hace

-Peeta…- Es lo único que alcanzo a decir.

¡Hola! Gracias por leer el primer capítulo de mi fic, la verdad es que hacía muchos años que no escribía una historia pero hace unos días que me despertó la vena creativa y me he lanzado a esto. Espero que me deis una oportunidad en este mundillo y que os guste mi pequeña historia, siento mucho mi oxidación pero poco a poco trataré de mejorar mi prosa. En medida de lo posible trato de no alterar la personalidad de los personajes que creó Suzanne Collins. Hasta la próxima.

Dark-Hana