Casi…

En contra de mi voluntad, me encontraba atrapado por su adorable belleza. Incluso aunque su desprecio me torturara, no me quedaba otra opción más que amarla. Siendo ella lo más importante yo había comprendido lo que era amar incondicionalmente. Sin embargo, seguía insistiendo una y otra vez en que me aceptara a pesar de que ella se mantenía distante. Le grité una vez más que la amaba pero ella se mantuvo imperturbable. Así había sido siempre pero yo nunca me daría por vencido. No obstante, mi dolor nunca le había importado y seguía sin importarle.

Atraído por la gravedad que ejercía su cuerpo, me acerqué para susurrarle mi amor al oído pero se empeñaba en no escucharme. Mis labios le suplicaban un beso pero los suyos se negaron, como siempre. Mis ojos entrecerrados la miraban con pasión pero sus ojos, tan abiertos como fríos, permanecían impasibles ante mí. Su indiferencia era insoportable.

Me mordí el labio, herido por su rechazo. Estaba consciente de que podía haber sido diferente, porque en el momento en que enterré mi daga en su corazón supe que sería mía para siempre. Pero entonces, solo un segundo antes, la muerte me la robó, dejándome atado a su hermoso e inconmovible cadáver por toda la eternidad.