Le gustaría verlo, lo ansia locamente como un niño de parvulario al que se le ha restringido ingerir su golosina favorita. Pero no puede, no lo dejan, el mismo no se lo permite
—Aún no es tiempo — se repite —puedo evitarlo un poco más—
Faltan varias semanas para su retorno a Konoha, y todavía puede inventar algo, una pista un indicio, por mínimo que sea, para demorar otras tantas, o algunos meses si es necesario, sólo tiene que dejar de pensarlo, de sentirlo en sus noches solitarias, y claro también debe evitar seguir a todos los muchachitos rubios, de ojos azules y piel tostada, que curiosos e ignorantes, le dedican una dulce, pero jamás tan esplendorosa, sonrisa cuando notan su prescencia para, en su mayoría, comenzar una corta charla acerca del clima, del por qué nunca le habían visto antes y la pregunta obligada —¿Quien eres forastero?— Siempre se obliga a volver su camino, por qué no es culpa de esos jovencitos, por qué ninguno es tan alegre y, seamos realistas, él sólo quiere a Naruto.
Apesar de ello los sigues, como si fuese un rito los sigues, hasta que voltean el cuerpo y te observan, es entonces cuando sucede, cuando lo construyes en tu memoria, basándote en el mínimo rasgo, el más absurdo si es necesario. Cuando lo encuentras, solo cuatro veces hasta ahora, lo edificas no al estupido Hokage, si no al valiente, el que te gustaba, del que huiste.
Puede ser el color del iris, un pequeño tramo de piel desnuda situada en la nuca, el delicado canino o unos cuantos cabellos rebeldes, ó como la última vez, solo una polera de escandaloso color naranja y eres feliz por qué logras verlo y sólo eso, sin explicaciones, sin sonrisas que prometen, pero no ahora, después cuando los pequeños crezcan y la dulce Hinata sea un poco más fuerte. Imaginas por que es lo único que te quedó, imaginas por que el mundo se torna más amable, imaginas por que ese Naruto, el responsable, el buen padre, el poderoso Kage, consume de apoco la energía de tu joven recuerdo.
