1.-Obsequio.
Por primera vez desde que era Patriarca, Saga observó con interés los áureos resplandores de la cámara adjunta a su vestidor, esa que estaba repleta de joyas.
Las joyas refulgían desde paredes y estuches, cajas lacadas abiertas y cerradas, baúles que encerraban rescates dignos de reinas. De una diosa. No había oro en bruto, o metales y piedras preciosas sueltas, no, solo joyas, impecables, hermosas, delicadas muchas de ellas, poco apropiadas para usarse como investidura de su cargo.
Tal vez fuera distinto de ser un doncel. Uno ostentoso, pues aunque él mismo solía llevar tres collares y otros tantos anillos de tiempo completo, lo hacía porque así debía ser, como signo de su autoridad, pero quien había amasado esa colección, uno solo de sus antecesores hasta donde había podido averiguar, debió sentir una intensa pasión por las joyas.
Los bienes materiales, como los llamaba su loto perfumado.
Shaka era hermoso, y como al día siguiente sería su cumpleaños, aunque declarará estar más allá de todos esos deseos mundanos, él, su Patriarca, su amo y señor, sabía que le complacería recibir un regalo de su parte, una muestra de su afecto.
No tenía por qué saber que era algo que le exigía su conciencia, pues más temprano ese año, en su propio cumpleaños, y a una edad que la belleza rubia aún era considerada ilegal en Grecia, más no en el Santuario, donde tenía la autoridad absoluta, le había pedido le diera lo único de valor que creía tener.
Bajo, sucio, manipulador… se había sentido así como por cinco minutos completos, en especial cuando, clavando sus enormes ojos azules en él, le había preguntado si lo deseaba porque lo amaba o solo porque quería satisfacerse con su cuerpo. Esas no eran preguntas que debiera hacer de ese modo, y aunque lo quería, no estaba preparado para decirlo, aunque debió suponer que Shaka se lo preguntaría.
Después de todo, para lo que le pedía, seguro era la única razón válida a ojos del hindú.
Luego, por unos minutos, ganó su parte mala, y sin remordimientos le dijo lo que quería oír, lo convenció de que no dejaría de quererlo aun cuando se le entregará, pues no buscaba solo eso de él… Verdades mezcladas con mentiras, diabólico como era, aunque gracias al cielo, al tomarlo esa noche fue él, disfrutando el pago de su crimen, y no el otro…
Negó con la cabeza y se preguntó que podría darle. Que resaltaría su belleza.
Entonces se fijó en una caja de madera perfumada, grabada con flores al estilo hindú y la abrió. Era perfecto. Un recuerdo de su país, un adorno a su hermosura. Cerró el cofre y lo llevó a su recamara, donde lo colocó sobre una mesa.
Solo un par de detalles más y ese ángel rubio que lograba mantener vivo lo mejor de él tendría lo que se merecía.
Sus ojos, poco acostumbrados a los fulgores mundanos, eran heridos por el brillo de las joyas que Saga había puesto a sus pies. Se había hincado delante suyo y pedido que aceptará su humilde regalo para después abrir el cofre y mostrarle su contenido. Una larga pieza de seda roja, tenue, muy tenue, lo cubría todo, y cuando logró distinguir piezas individuales en medio de ese amasijo de oro y gemas, sintió que su corazón daba un vuelco. No por algo tan banal como esos adornos, sino por lo que representaban.
Joyas de novia. Le obsequiaba un ajuar de boda.
Se hincó y cerró el cofre para apoyar su mano en la tapa e inclinarse a besarlo. Cualquier cosa que le hubiera dado habría bastado, una caricia, una flor… eso era demasiado. Ni siquiera se atrevía a preguntarle cuando quería desposarlo, o más bien, bendecir su unión, pues hacía meses que habían consumado…
-Saga…-el sainto de Géminis le acarició el contorno de la cara, acunando su mejilla.
-Me gustaría ver cómo te quedan.-que Shaka mismo tuviera oportunidad de verse de una manera distinta. Espléndido.
El rubio sonrió cerrando los ojos y tardó un par de segundos en asentir. Normalmente él no debería de verlo usándolas hasta la boda, pero seguro que no sabía eso. Además, ¿que importaba lo normal en situaciones como la suya? Un sainto de Athena, amado por el Patriarca…
Se dejó llevar hasta su recamara, que lucía muy distinta de lo acostumbrado, con velos y biombos creando espacios íntimos y acogedores, un lecho de almohadones al estilo de su país, e incienso quemándose sobre un delicado platillo, esparciendo su perfume denso y floral por la habitación.
-Llámame cuando estés listo.-le pidió, dejándolo solo con todo lo que había preparado para él y que miró conmovido, caminado alrededor y tocando algunas cosas para asegurarse que no era una ilusión.
Luego de sentó en el diván donde su amado, casi esposo, dejará el cofre de joyas y comenzó a sacarlas, una a una. Las conocía todas, a fuerza de verlas siendo lucidas por las novias que acudían a desposarse al templo donde vivió, pero nunca había usado muchas de ellas.
Soñado con hacerlo sí, en especial desde que Saga le había dicho que lo amaba. Le hubiera permitido tomarlo aun si le decía que era todo lo que deseaba de él, pero que lo amara lo había vuelto especial. Lo había llenado de ilusiones. Ahora era tiempo de retribuirle, de lucir digno de alguien tan glorioso, apuesto como él, y ofrecerse a sus ojos como deseaba verlo, aunque esa seda fuera demasiado tenue para ser usada en público.
Ojalá para la ceremonia le tuviera otro traje, o si no, le preguntaría si podía usar uno de los suyos.
Dejó caer su ropa al suelo y se miró, desnudo. No había más tela ahí que la seda y no era ni lo bastante larga, ancha o tupida para usarla como sari… más bien, le recordaba aquellos velos usados para bailar, ondeando en las manos, o envueltos alrededor de la cintura. Se sonrojó, pero terminó envolviéndose con ella. Después de todo, Saga ya lo había visto desnudo muchas veces, e ir tan indecentemente cubierto no podía ser más perturbador, preocupante, que las primeras veces que sucedió y no podía dejar de preguntarse si le gustaba lo que había frente a sus ojos o se sentía decepcionado.
Luego tomó el collar más grande que había visto en su vida, una ancha gargantilla con incrustaciones rojas y trasparentes, como el resto del ajuar, que después bajaba en forma de romboidal hasta cubrir su pecho, sosteniéndose por medio de una cadenilla que cruzaba su espalda y se sujetaba de sus vértices, sobre sus flancos, terminando al frente en una piedra que pendía a la altura de sus costillas.
Un cinturón con colgantes que descansaba sobre sus caderas, en el borde de la seda roja que usaba como falda, y otra cadenita con un dije central en forma de flor, que ajustaba a la altura de su ombligo, fueron lo siguiente que se puso, seguido por los brazaletes, uno para cada brazo, y un adorno largo, como de hojas y flores que subían por su pantorrilla, pues los anillos, al menos uno para cada dedo, le impedirían seguir y los dejó para el final.
Después tomó el tocado y se preguntó cuál sería el mejor modo de llevarlo. Era una cadenita en forma de T, de la cual, tanto del extremo libre como de su vértice principal pendía una gema, que descansarían respectivamente sobre su espalda y su frente, esta última sobre el rubí rodeado de brillantes que usaría como bindi y se puso primero para acomodar bien lo demás, decidiéndose por el cabello suelto, que lo hacía sentirse un poco menos desnudo, cubriendo hasta la mitad de sus muslos.
Separó las docenas de delgadas pulseras que usaría en cada mano de las que llevaría en el tobillo desnudo y los enormes pendientes de diseño floral, que debió ponerse antes del nath, el aro para la nariz que engancharía al del lado izquierdo y que no creyó podría usar. No después de lo que había hecho esa noche de primavera.
Terminó por colocarse los anillos y se miró por un momento en el espejo que estaba a su disposición. Las joyas le pesaban y era difícil moverse, no se sentía como él mismo, pero estaba bien, pues lucía como una novia. Se sentía como una novia.
-Saga.
Shaka no hablaba mucho, pero siempre lo hacía en el momento justo.
Estaba a punto de espiarlo, ver en que podía tardar tanto, cuando lo llamó, y al entrar supo que había valido la pena esperar. El privilegio de la belleza.
A la luz de las lámparas las gemas despedían reflejos sobre el oro y su piel dándole un aire místico, divino. Como una de esas diosas hindús de la belleza, rodeadas de flores, de las que le había contado cuando sentía nostalgia por su país… debió haber tenido flores ahí, aunque de momento, con los cojines y velos, el incienso, se le hicieran excesivas.
Se acercó a él, tintineando, su mirada baja, dulce, y sus mejillas sonrojadas… era un poco difícil saber que tanto, con todo ese brillo, pero aun así, le parecía lo más bello que había visto en mucho tiempo.
Más joyas, que antes no había podido ver, en la línea de su cabello, quedaron frente a sus ojos cuando al llegar delante de él se dejó caer de hinojos y le tomó la mano, besándosela. Ojalá fuera alguna tradición hindú, porque era un poco incómodo. Era su cumpleaños, y no quería que se sintiera obligado por esas insignificancias que palidecían ante su belleza.
Aun así disfrutó de la visión etérea, arrebatadora, que era. Un ídolo postrado a sus pies, una diosa que lo adoraba a él, otro ser divino. A su lado, juntos, regirían los destinos de los humanos, los llevarían a una era de paz, de amor…
-Te amo.
-Y yo a ti. Más.-ahora si era verdad. Lo decía él, lo sentía. Shaka debería darse cuenta de lo afortunado que era, de lo mucho que le importaba, que lo necesitaba.
Le levantó la barbilla con dos dedos y se hundió en esos océanos que tenía por ojos. Lo sabía, no necesitaba decírselo, pero la parte más racional de su mente le dijo que había alardeado. Su deidad hindú lo amaba más él de lo que él lo hacía. Era comprensible. Pero no debería seguir postrado. No era tiempo de hacerlo, y esa noche, quien importaba, era él.
Lo alzó y se preguntó cuánto pesaban las joyas, pues su otrora liviana pareja se sentía pesada, y si llevaba todo el contenido del cofre encima, como atestiguaba el resplandor dorado que cubría casi por completo su piel, la madera de esa caja debía ser ligera. Ligera y resistente, como su loto perfumado, que apenas si ladeaba el cuello, seguro por los aretes y la tiara, pues la gargantilla con que iniciaba la prenda que usaba no lo dejaba hacer más.
Lo dejó junto al lecho de cojines, porque no estaba seguro de depositarlo airosamente en un tálamo tan bajo, y Shaka se giró hacia él seguido por el pendular de su cabello y de un destello entre las hebras de éste para abrir su bata, lo único que usaba cuando estaban juntos, aunque tal prenda no fuera digna de tocar su piel como su armadura, soltando la cinta que ceñía su cintura.
La dejó caer al suelo y se mostró desnudo, magnifico, sin pudor. ¿Por qué tenerlo cuando era divino? Su flor aun no lo entendía, que no tenía por qué avergonzarse de su aspecto, pero para eso estaba él. Para enseñarle que no había nada de malo en mostrarse tal cual era.
Lo estrechó contra su pecho y probó su boquita dulce, complaciente, mientras su diestra se deslizaba hasta descansar en su trasero, que sobó con menos descaro del que hubiera deseado, pues Shaka, tomando algo de iniciativa por una vez, había capturado su muslo entre los suyos y lo apretaba mientras su manita, llena de anillos, se dirigía con cuidado a su entrepierna, calosfriandolo con el contacto del metal.
Que tantas joyas no eran buena idea quedo pronto claro.
El rubio no podía mover bien los dedos, aunque el cosquilleo de las pulseras que cubrían desde su muñeca hasta la mitad de su antebrazo fuera novedoso, y su pecho planito, un atributo que de momento no echaba en falta y del que ni siquiera le había mencionado la posibilidad de que tuviera si llegaba a quedar preñado alguna vez, estaba cubierto por el metal dorado, rígido, que le impedía accesar a sus pezoncitos como botones de rosa, aunque se le veía tan bien que era un sacrificio que estaba dispuesto a hacer.
Tendría que enfocarse en otras partes.
Quiso besar su cuello y el collar se lo impidió, lamer detrás de su oído, pero si jalaba el arete lo lastimaría… frustrado, besó su hombro desnudo y apreció el tacto aterciopelado, cálido de su piel, de la que había tan poco descubierto. Lo sujetó por lo alto de los brazos y lo miró, buscando que podía tocar, apenas una franja de su vientre antes de verse limitado por otro grueso adorno de oro, su falda…
La seda trasparente revelaba más que cubrir sus formas, y sus caderas, sus muslos, no tenían nada más encima. Ahí podía tocar. Dirigió su mano y acarició envolvente su muslo, acercándolo a él, volviendo a sentarlo sobre su pierna mientras lo besaba otro poco, tensando la tela que se trasparento aún más, delineando las delicadas formas que cubría.
Aun a esa luz era como si apenas llevara algo, y salivó al pensar lo bien que vería si bailara para él, pues hasta donde sabía, todos los hindús bailaban… ¿Shaka sabría hacerlo? Se había criado en un templo, pero alguna vez mencionó que lo hacían en honor a los dioses, y él debía ser su dios, el único para el cual tuviera ojos.
Atenciones sí. Dedicación. Rozaba con el dorso o la palma de su mano la punta de su miembro, pues no podía rodearlo como siempre, y se le abrazaba, se frotaba contra él. Era una tortura seguir soportando con tan poco…
-Ahhh…
Saga lo afianzó por las caderas para levantarlo, e hincado frente a él, acercó su rostro a su entrepierna y lo lamió por encima de la tela. Era una sensación nueva, no del todo agradable… el contacto de su boca cálida, de su lengua estaba bien, pero después, cuando se detenía, tensando o aflojando la tela, soplando encima, era entre horrible y delicioso. La seda mojada, pegándose a su piel, era peor que estar desnudo, pues se sentía indecente, expuesto…
Apretó sus hombros, deseando que se detuviera, pero el pelioscuro lo interpretó como quería más y jaló hacia arriba su falda, estrujándola sobre sus caderas. Como fuera dejó de hacerlo, aunque la estimulación directa, el modo en que lo tomó dentro de su boca y chupó, le hicieron temblar las piernas.
Se sentía tan bien, él era tan hábil, tan bueno en todo lo que hacía, tan apuesto… pero sobretodo, era él. Podría disfrutarlo ser otro, pero el placer mental que encontraba entregándosele, en la unión espiritual que sentía entre ambos, lo volvía perfecto, incluso cuando aún dolía más de lo que disfrutaba con su cuerpo.
Se tapó la boca con las manos cuando le separó muslos, besuqueándoselos antes de llevar su mano entre ellos, impidiéndole juntarlos, y rozó entre sus nalgas, primero solo un cosquilleo y después explorando, su dedo tocando en círculos sobre el punto más privado de su cuerpo, buscando incitarlo, hacerlo ceder, mientras su erección, lo alto de sus muslos, eran probados una y otra vez.
El pobre rubito temblaba y se sujetaba de él por momentos, dejando de ahogar sus gemidos. Había capturado su erección en su boca después de darse gusto con interior de sus muslos, y podía sentirla bien dura, liberando gotitas de fluidos previos mientras sus bolitas, suaves, tensas como un par duraznos, se presionaban contra su antebrazo.
Al fin, su dedo venció la resistencia de su agujerito, deslizando apenas la punta, pues no quería lastimarlo, y se detuvo para lamerlo un par de veces antes de ir por más, llevándolo dentro, buscando ese punto que lograba que se desplomara entre sus brazos, que cediera a sus deseos.
Dio con él y lo estimuló sin piedad, pues él mismo no soportaba más. Era doloroso, un castigo innecesario tener semejante belleza a su disposición y no poseerla, y para Shaka, también debía serlo. Además, seguro estaba cansado, su carita ladeada, sus ojos cerrados… lo disfrutaba, pero no estaba acostumbrado a llevar tantas cosas encima, tan pesadas.
Se corrió en su boca y se sintió triunfal. Uno de sus cometidos conseguidos. Tomó su mano y lo hizo bajar, recostarse en el lecho de cojines, donde dejaría de cargar con el peso de su tocado. Después, volvió a separarle las piernas, lugar privilegiado al que solo tenía acceso él, y las apoyó sobre sus hombros, hundiendo su rostro entre sus abundantes atributos posteriores, llevando con su lengua el semen hasta su agujerito, lubricando, saboreando.
Shaka volvió a cubrirse la cara, pues ser lamido ahí aun lo superaba… era tan vergonzoso, tan placentero… le gustaba cuando Saga se lo hacía solo para que lo disfrutará, aunque a veces, acabando de ser tomado, era demasiado intensa la sensación, pero así, solo preparándolo, podía ser insuficiente.
Sobre todo lo ponía nervioso quedar tan expuesto, cuando le separaba las piernas y lo miraba… así; pudiendo cruzar sus tobillos sobre su espalda estaba bien. Trató de relajarse cuando su lengua durita se movió dentro, empujando el líquido que había guardado en su boca, y espero el instante en que sus dedos, apenas rozando las cercanías de nuevo se colaran dentro, uno, abriéndolo un poquito, moviéndose apenas, frotando su interior mientras con la otra mano lo mismo acariciaba que apachurraba su nalga.
Meneo la cadera, inconsciente de que buscaba empalarse más en ese único dedoy un segundo entró a hacerle compañía, demasiado rápido, demasiado hondo, frotando eso lo hacía temblar aunque aún era un poco doloroso y no quería que se detuviera.
Saga lo dedeo otro poco, apenas lo bastante para que sus dedos se deslizaran con facilidad por su estrecho agujerito, y se acomodó sobre él, penetrándolo de una certera estocada luego de la cual se quedó quieto, esperando a que la repentina tensión en su cuerpo cediera, lo mismo que el temblor apenas perceptible que lo recorrió.
-Te amo.-le surgía del corazón decírselo, y le apartó el fleco de los ojos para poder mirarlo, darle un beso tras el cual desabrocho el nath de su nariz y su oído, dejándolo a un lado, pues con eso ahí no podía ver su cara. No podía besarlo como quería.
Enternecido, el rubito le hecho los brazos al cuello y lo besó.
Eso que había hecho, quitarle el aro, esa noche, en ese justo momento… era el símbolo de la virginidad de la novia, y con eso, quería decir que para él, en ese momento, lo había desposado, sin importar que se le hubiera entregado ya antes. Era su noche de bodas. No podría ser más feliz de lo que era en ese momento.
Saga se preguntó por qué lucía tan contento su ángel rubio pero se limitó a besar el bindi rojo en su frente, negro cuando lo pintaba, aunque rojo le parecía mejor color y después se lo diría. Pero por el momento, no lo arruinaría con palabras, y cuando puedo moverse con libertad se hincó delante de él y le levantó las piernas juntas, apoyándolas sobre su hombro.
Quería tocar lo más posible de su piel, quería sentirlo todo y no solo su trasero presionándose contra su cadera, verlo todo, su cabello a un costado, recogido, en vez de expandido debajo suyo, enmarcándolo, como siempre, sus ojos cerrados, su boquita húmeda, entreabierta, su piel satinada… En medio de tantas joyas, aun se las arreglaba para ser quien más brillaba.
Era un tesoro, un auténtico tesoro. Y era suyo.
Con eso en mente besó el arco de su pie, aunque sabía lo sensible que era, haciéndolo arquearse, su tobillo, rodeado de pequeñas flores y hojas doradas, mientras que el otro, resbalando un poco, tintineaba por el movimiento, las delgadas pulseras sacudiéndose y lanzado reflejos.
Lo hizo de nuevo, lamiendo, y cuando intentó apartarse le colocó un tobillo a cada lado de su cuello, su falda amontonada sobre su regazo, velando lo que hacían, como el collar su pecho… visto así podría creer que era una jovencita, tan hermoso como era, pero eso era no hacerle justicia. Su belleza era aún más meritoria justo porque era un doncelito, encantador, virginal, aunque solo fuera de actitud... una novia en su noche de bodas, pensó fugazmente, y dejó de embestirlo para inclinarse a besarlo, pues sentía que debía hacerlo.
Luego jaló un cojín y lo metió debajo de su cadera, pues doblado sobre sí mismo, con sus corvas sostenidas por el doblez de sus brazos, parecía costarle respirar, seguir el nuevo ritmo que le imponía, rápido, profundo, demandante. Su cuerpo lo urgía a satisfacerse, alcanzar el nirvana en su compañía, y no le daría tregua.
Dejó de cargarlo y le apoyó las caderas sobre sus muslos antes de volver a moverse, empujando con sus manos sus piernas dobladas contra su pecho, escuchando el tintinear de esas pulseras que se sacudían en su tobillo hasta que se tensó por un instante, dejándose caer laxo a los pocos segundos, como una flor sacudida por el ímpetu de sus embestidas, arrastrada por su pasión solo por unos segundos más mientras lo alcanzaba, derramándose en su interior.
Reclamándolo suyo si es que podía hacerlo aún más.
