Naruto le pertenece a Masashi Kishimoto, la portada a su respectivo autor. Lo único mío es la historia.

Notas al final.


Damonenliebe

Capítulo 1: Aquí estoy.


Lo conoció cuando tenía doce años.

La maestra azotó su portafolios rojo en el escritorio como de costumbre, haciendo que los alumnos se encogieran aún más en sus asientos de manera casi imposible. Con su mirada roja sangre detrás de las gafas rectangulares los escaneó. Sus tacones igualmente rojos sonaron al caminar al centro y se produjo un eco que les acarició la espalda en forma de escalofrío. La maestra tomó una tiza y escribió en el pizarrón, de vez en cuando, haciendo un chirrido desagradable para sus tiernos oídos. Dio la vuelta y los volvió a encarar, buscando entre ellos quizá, alguna presa que delatara por sí misma la irresponsabilidad que, a diferencia de otros institutores, casi la complacía.

Todos evitaron mirarla a los ojos. Los pobres niños fingían repasar sus apuntes y sus tareas, mientras otros tronaban sus dedos nerviosamente, casi sudando, casi temblando, y definitivamente deseando, que sus pobres cabecitas no fueran señaladas con el dedo acusador.

Kurenai sonrió plenamente orgullosa. Ningún niño exentaba de la disciplina de su enseñanza. Todos parecían haber hecho sus deberes, o al menos fingían muy bien el estar listos para el juicio mortal, aquel que rectificaba su palabra y que, en efecto, los conduciría a convertirse en hombres y mujeres de provecho.

— Sakura.

La maestra dejó caer el látigo de su juicio sobre la primera alumna. Parecía un regalo para los demás alumnos, porque esa niña nunca fallaba una, contentaba a la señorita y la hacía perceptiblemente dispuesta a aceptar algún fallo de una tarea mal investigada. La señorita Kurenai debió levantarse de muy buen humor hoy, brindándoles alivio.

La niña nombrada se levantó con libreta en mano, dispuesta a leer la primera pregunta del cuestionario, cuando la señorita Kurenai estiró su mano de largas uñas, rojas también, moviendo los dedos hacia abajo. Primero pensaron que era un gesto que le pedía que se sentara, para cruelmente descubrir, que lo que en verdad quería era que bajara la libreta.

— El cuestionario era aprendido, ¿acaso todos son nuevos aquí?

Por supuesto que sabían que las tareas debían repasarse, pero el cuestionario tenía más de cien preguntas, algunas muy elaboradas, pensaron que ella les daría el beneficio. Sin embargo, ninguno fue tan tonto como para reclamarle algo a la señorita.

Kurenai dio vuelta, su vestido rojo la hizo parecer una modelo despampanante, tan bonita como estricta, a veces rozando la maldad. Se sentó apoyando su cabeza en su mano y sonriendo con falsa amabilidad, antes de indicarle a la alumna que podía proseguir.

La pequeña tragó, pensando en que sería muy estúpido preguntarle a la señorita si acaso podía leer la primera pregunta, pero no la respuesta, ya que apenas y podía recordarla. Se arriesgó a únicamente responder, deseando en el fondo de su corazón que la maestra no la regresara, de esa manera, estaría perdida.

Pero Kurenai lo dejó pasar, dando por acertada su respuesta sin exigirle la pregunta, permitiéndole que se sentara con una música de fondo de ultratumba. Cuando fue el turno de Shikamaru para contestar la segunda pregunta, a él, sin embargo, sí le pidió que no dijera sólo la respuesta, para que todos se pudieran ubicar.

Shikamaru tenía una buena memoria y la supo librar, pero al llegar el turno de Kiba, sabían que todo se iría por la borda. Cerrando los ojos, lo único que pidió, es que no fuera tan brutal esta vez.

Kiba no sólo hizo la pregunta mal, sino que también dijo la respuesta que correspondía a otro inciso. La señorita Kurenai lo miró con excitación, con la plasmada sonrisa de alguien a quien le ha salido el plan perfecto, de alguien que ya sabe dónde ocultar el cuerpo. Con su dedo índice lo llamó hasta ella, moviéndolo como si se tratara de una serpiente. El niño se alejó de su pupitre hasta el escritorio como quien se aleja de su casa en el bosque ante la llamada del lobo quien, con su faceta más amable, esconde su verdadera pasión al devorar.

— ¿Qué le hacemos a los niños que no hacen sus deberes Kiba?

El niño no respondió por supuesto, sólo atinó a bajar la cabeza y disculparse por su alevosía. Kurenai acarició la cabeza del pequeño de forma maternal, hasta con su uña delinear su rostro y ponerlo en su barbilla.

— Ya que fallaste la pregunta tres, te tocan tres horas de castigo, ¿comprendes? — preguntó, al mismo momento que movía sus ojos al resto de la clase — ¿comprenden?

Kiba asintió con miedo, a la par que podía sentirse algo afortunado. Tres horas eran baratas, pudo incluso haber fallado de una vez la primera.

Pero los demás niños, por el contrario, tronaron los dientes y apretaron en su puño sus uniformes grises. Sus pupitres, tan grises como ellos, escondieron una masiva oleada de retorcijones en el estómago producto del estrés. Kiba regresó a su asiento con aire conformista. Sin embargo, la maestra no lo dejó sentarse, hasta que no pronunció siniestramente su nombre otra vez.

— Kiba, la cuarta pregunta por favor.

Los ojos alarmados de Kiba les hizo entender a todos que no solamente no se sabía la tercera o la cuarta, no sabía nada, no había oportunidad.

— Su- supongo que serán cuatro horas de castigo, señorita — se atrevió a decir, sólo para no quedarse callado.

— Tres más cuatro son siete horas, Kiba.

Ante la descarada maldad de la señorita Kurenai, los alumnos le rogaron a Dios poder estar en otro lugar, preferiblemente muertos si fuera tan misericordioso…

El orfanato de Konoha no era lo mismo desde que la señorita Kurenai había tomado el cargo del lugar. No sólo se convirtió en la nueva directora, sino también en la principal institutriz de todos los grupos. Un día simplemente la amable señora Tsunade y su esposo Jiraiya dieron marcha a una bien tardía jubilación, llevándose con ellos a sus hijas; Shizune y Kushina, las tutoras más amables quienes un día también habían sido niñas huérfanas.

Como si eso fuera poco, pensaba Sakura, Kushina había decidido llevarse también a su mejor amigo Naruto, quien ahora se apellidaba Uzumaki como ellos. Ingenuamente todos pensaron que los nuevos tutores serían similares a los anteriores, personas amables quienes amaban pasar su tiempo con niños enérgicos y desobedientes, pero de buen corazón.

Pero los golpes, los gritos, los baños con agua helada, las exigentes horas de trabajo y estudios, más las pocas horas de sueño y los castigos, sólo hicieron la vida en el orfanato más infernal. Los trabajadores que quedaban del legado de Tsunade y Jiraiya habían sido despedidos, y los nuevos parecían más cadáveres en movimiento que personas con sentimientos. El orfanato lleno de colores, dibujos y nubes en cada esquina, pronto cambió a tristes edificios blancos y grises. Las sonrisas y gritos de energía fueron opacados por el silencio. Los juegos de pelota y las escondidas por marchas y horas de lectura a libros que no podían comprender.

Orochimaru, uno de los nuevos tutores que había llegado con Kurenai, compró los establecimientos que estaban detrás del orfanato y extendió los muros, haciendo el terreno más grande, pero la nueva adquisición no estaba destinada para nada verdaderamente productivo. Se construyeron dos edificios bastante tétricos. La sensación de incomodidad, eso que alertaba de que algo malo iba a pasar en cualquier momento era tan latente como sus corazones. Para uno de esos edificios la entrada estaba prohibida a todo aquel que no fuera uno de los nuevos tutores. Y el otro…

— Sakura.

Sakura se levantó de su pupitre como resorte con la mirada insistente de Kurenai. Se había perdido en sus pensamientos, ni siquiera sabía si era la segunda, o la tercera llamada de la señorita. Su cabeza se calentó y sintió que le faltaba el aire, no quería ser castigada.

— La veinticinco — le susurró una compañera.

La niña cerró los ojos para concentrarse, tenía que hurgar en sus recuerdos.

— ¿Qué es la sucesión Fibonacci? — soltó, esperando no encontrar una negativa en los gestos de Kurenai, y al no hallarla continuó — La sucesión empieza con los números cero y uno, y a partir de ellos comienza la suma. El número siguiente en la sucesión será la suma de los dos anteriores.

Se sentó de nuevo cuando la señorita pasó de ella. Como el día solamente tenía veinticuatro horas, la señorita había dicho que todos los números de sus preguntas se sumarian en caso de fallar, para determinar sus horas de castigo. Se había salvado esta vez de siete horas, pero aun quedaban setenta y cinco oportunidades para fallar, y evidentemente lo haría, no se había aprendido todas, y de hecho dudaba que alguno de sus compañeros pudiera irse con las manos limpias. Lo único por lo que les tocaba seguir, era para saber cuántas horas cumplirían en las salas de castigo.

Para la pregunta cincuenta y uno Kurenai se detuvo. Ya no tenía caso seguir porque ya nadie sabía responder, y dado esa inexcusable falta de responsabilidad, todos los niños fueron condenados a ir al castigo por catorce horas.

Los pequeños se levantaron cabizbajos y formaron una fila. La señorita Kurenai fue quien salió primero, guiándolos por el sombrío pasillo hasta el lugar donde pasarían toda la mañana y parte de la noche, sin derecho a apelar.

Ella, tan roja como la sangre, con cuernos invisibles y tacones que sonaban como patadas de una cabra, abrió la gran puerta de metal y extendió sus garras pintadas de rojo, invitándolos a pasar.

Las celdas eran tan grises como sus vidas, tan tristes y silenciosas como el dolor. Los niños ordenados se ubicaron en la jaula que mejor les pareció, y ellos mismos cerraron sus celdas. Debajo de las puertas había unas rendijas donde les pasaban la comida en trastes para perros. Desde ahí, agachándose para ver antes de la soledad, los niños presenciaron la seca mirada rojiza de la institutriz y después su espalda antes de verla cerrar la puerta principal.

La oscuridad reinó.

Intentaron hablar entre ellos, pero los altavoces les ordenaron que se callaran, o le agregarían tres horas al castigo. Aunque estaba oscuro, Sakura aun podía ver sus propias manos o buscar cosas en su mochila. Con la ausencia de luz, cualquier cosa resultaba complicada, pero se las arregló para sacar la libreta indicada y empezar a leer. Estaba segura de que Kurenai preguntaría el resto del cuestionario para el día siguiente y no podían darse el lujo de quedarse sentados sin hacer nada, esperaba que los demás llegaran a la misma conclusión, porque ya no les podría avisar.

Conforme la tarde cayó, y después fue la noche, la oscuridad se fue volviendo absoluta. Ya casi había acabado, tal vez cuando llegara a su litera aún podría repasar un poco más. No estaba segura de la hora, pero quizá ya eran las ocho, de ser así, faltarían seis horas para salir. Horas que no sabía en qué las iba a ocupar. La comida nunca llegó.

Pensó en Naruto, y en el fuerte rencor que sintió por él cuando lo vio partir. Se sintió como una traición, porque él le prometió que estarían juntos por siempre y que jamás la abandonaría. Cuando se enteró de su adopción, volvió a mentirle. Le dijo que la visitaría cada fin de semana, que las cosas entre ellos no cambiarían, que, aunque ahora fuera a una escuela y conociera a más gente, para él, ella siempre sería la verdadera amiga incondicional.

Naruto era un mentiroso traidor, ¡ni un día fue a verla! Cinco años pasaron y jamás tuvo noticias. Ahora lo odiaba, igual que a Kushina por haberlo apartado de su lado, igual que a Tsunade y Jiraiya por haberlos abandonado en manos de personas malvadas. ¿Acaso no les importó saber a quienes dejaban a cargo?

Incluso las parejas buscando hijos dejaron de llegar. Los niños se iban, pero ahora ya nadie sabía con quién. Con los Uzumaki, los huérfanos tenían la oportunidad de interactuar con todas las parejas, dejándoles la decisión más difícil a ellos por elegir sólo a uno. Pero ahora, parecía que era Kurenai quien tomaba la decisión por ellos, como una maquinista eligiendo a su mejor herramienta.

Así fue como, sin darse cuenta hasta tiempo después, niños como Ino, Sai o Tenten desaparecieron.

Y la más reciente era Hinata, la silenciosa niña que nunca se quejaba por nada. Buena para tejer y cocinar, mala para los deportes, los reflejos y el razonamiento. No es que ella fuera tonta, pero su timidez la atormentaba más que a cualquier persona y la dejaba en blanco. Sin duda, una chica destinada para obedecer y callar.

Sakura pensó que tal vez había algo mal con ella. Todos sus amigos encontraban familia sin esfuerzo, y ella, a pesar de la dedicación que le invertía a todo, solamente se quedaba atrás. Al final, parecía que todo el mundo se iría menos ella, todos encontrarían su lugar en el mundo, siendo ella la excepción. Saldría del orfanato hasta la mayoría de edad, sin saber nada del mundo, siendo devorada por la ignorancia. O peor aún, Kurenai la pondría a trabajar con ella, amarrando su triste alma a ese orfanato por siempre.

Hola.

Sakura se asustó tanto que pegó un grito ensordecedor. Instintivamente saltó de su lugar hacia otro punto desconocido de la celda, de la que ya había perdido el sentido del espacio. Su corazón bombeó inquieto, sintió un nudo en la garganta tan grande que le provocaba a vomitar. Se abrazó a sí misma mientras se apretaba lo más que podía a las paredes lisas de la celda.

Escuchó una voz cerca de su oído, estaba segurísima.

Esperó en silencio y concentrada a que pasara algo más, pero todo seguía igual. Ninguno de sus compañeros le preguntó nada por miedo al castigo, y ni siquiera el altavoz se prendió.

Conforme los segundos pasaron, se planteó a sí misma el haberlo imaginado. Nada sucedió después, sólo los ruidos de la presencia de sus compañeros en celdas cercanas se apreciaron. Con el salto que pegó, había dejado su mochila detrás, y no podía ver nada más allá de su nariz. Se agachó palpando el suelo, escurriendo su mano mientras avanzaba en cuclillas intentando encontrar algo. Sintió las hojas de su libreta que había salido volando, la agarró con cuidado de no romper las hojas extendidas y la cerró. Siguió buscando hasta sentir el plástico de la mochila pequeña, subió para poder sujetarla y llevársela más cerca de la puerta, sin embargo, como si alguien la hubiera sujetado del otro extremo, la mochila se alejó de ella y se escuchó el arrastre.

Pegó otro grito que esta vez tuvo represalias. Los altavoces sonaron.

— ¡Esa niña que se calle!

Pero ella no pudo callar, porque sabía muy bien que alguien estaba ahí con ella. Poniendo la libreta en manos sobre su cabeza y sentándose con fuerza, siguió gritando tan alto que su garganta dolió.

— ¡Un fantasma! — exclamó histérica — ¡Hay un fantasma!

La histeria colectiva no se hizo esperar, pero ninguna fue tan estridente como la de ella. La puerta principal se abrió con un chirrido y las luces se encendieron. Las pisadas fuertes del cuidador dudaron por un momento hasta que atinó a la celda de la niña más ruidosa. La celda número siete.

El cuidador abrió, viendo a la niña en una esquina con la cabeza cubierta, y del otro lado, la mochila abierta con los útiles regados. Colérico, levantó a la niña de una mano zarandeándola, exigiéndole reaccionar. La niña entonces dejó de gritar, pero continuó llorando.

— Señor Orochimaru — llamó el cuidador a través del radio, cuando el otro hombre respondió, la acusó — Hay una niña en la sala de castigo que empezó a gritar como una loca.

La niña, entre su llanto, no pudo distinguir lo que el otro hombre contestaba, fue hasta que el cuidador la aventó de nuevo dentro de la celda, cuando se enteró.

— Te quedaras aquí hasta las seis de la mañana.

— ¡No! ¡Por favor! ¡No volveré a gritar! — suplicó asustada.

— ¡Eso debiste pensarlo antes de armar este escándalo!

Y sin más, el cuidador azotó la puerta, apagó la luz y se fue.

Entonces Sakura se acercó lo más que pudo a la puerta y abrazó sus rodillas. Cerró los ojos y cantó en su cabeza la canción más ridícula y pegajosa que recordó, esas que tanto odiaba Kurenai. Intentó pensar en otra cosa, en Naruto o en Ino, incluso en Hinata, pero intentar alejar sus pensamientos del monstruo que la acompañaba solamente hacía que pensara más en él, de manera más constante.

Pasaron las horas y la puerta se volvió a abrir. Sakura supuso que era el momento de que los demás por fin se fueran a descansar, y ella finalmente se quedaría sola. Tembló ante su mala fortuna, la impotencia y el desasosiego, quiso llorar, pero se aguantó. Enterró su cabeza en el hueco de sus brazos y contó hasta cien.

Pasó un momento antes de que la puerta se volviera a cerrar. El silencio y la oscuridad se habían vuelto más escalofriantes. Sentía que iba a morir de un infarto fulminante.

Tenía sed.

— Se- señor.

Rogó para que el cuidador no la tomara otra vez en su contra, incluso un villano como él debía comprender que estaba sedienta.

— ¿Señor?

Pero no contestaba.

— ¿Se fue él también? — preguntó para sí misma.

Un segundo, dos segundos, tres segundos, cuatro segundos, cinco segundos, seis segundos, siente segundos…

— …Sí.

Respiró muy fuerte por el espanto antes de soltar un grito más aguado, callándose por el ahogo. Gritó otra vez y lloró de nuevo, pidiendo ayuda a todo pulmón. Agitó sus manos antes de cubrir su cabeza y apretar los ojos, la garganta le ardió.

— ¡Ayúdenme! ¡Hay un fantasma! ¡Me va a matar! — exclamó — ¡Ayúdenme por favor! ¡No quiero morir!

Calma.

La niña entonces vomitó.

No te haré nada.

Y cayó desmayada.

.

Cuando abrió sus ojos estaba en el mismo lugar, con el cuerpo cubierto de vómito blanco. El cuidador le pedía que se levantara y que recogiera sus cosas. Estaban organizadas muy cerca de ella.

Recordando, la niña se levantó rápidamente, tomó sus cosas, y salió corriendo del lugar. Respiraba con agitación rumbo a las duchas, para poder asearse antes de que las clases empezaran con el institutor Kabuto, uno que era muy estricto con la puntualidad. No quería volver jamás a las celdas de castigo. Jamás nunca en la vida.

De sólo pensar en ello sentía escalofríos y una paranoia crecía en ella. Se sentía de pronto observada, desde que se retiró el uniforme sucio hasta que se metió a la ducha. Le reconfortaba el día y la luz del cuarto, el saber que ya no se encontraba en la celda. Incluso si había un fantasma dispuesto a seguirle, no podía encontrarse ahí, no lo veía, no podía estar cerca.

Muchos niños iban todos los días a la celda, el fantasma no podía solamente concentrarse en ella, ¿verdad? Ni siquiera era su primera vez ahí, aunque sí lo fue estando en la celda número siete.

Como sea, debía calmarse. No podía estar todo el tiempo pensando en ello, aunque le aterraba, seguramente no sería la única en haberlo escuchado, ¿cierto? Alguien más debería saber de la existencia de ese fantasma, y lo averiguaría después de las clases.

Se preparó como cualquier día, casi con la normalidad de siempre, alejando cada vez más el miedo y dando paso a la intriga. Kurenai terminó de preguntarles el cuestionario y todos los alumnos salieron vivos de él. Incluso recibieron las felicitaciones de la señorita antes de alejarse en una fila a su hora de descanso.

El día transcurrió sin nada fuera de lugar, y Sakura se preguntó una vez más, sí acaso no había soñado todo lo que vivió producto del hambre y el cansancio. Agitó su cabeza.

¡Claro que no! ¡Había sido real!

Con eso en mente, aprovechó el resto del descanso para atajar a los otros niños, preguntándoles acerca del fantasma mientras daba explicaciones. Las opiniones se dividieron entre los que se burlaban del asunto, los que intentaban decirle que esas cosas no existían y los que le creían asombrados, pero negaban ser testigos de algo así.

Derrotada, pensó que lo mejor sería dejarlo por la paz, antes de llamar demasiado la atención.

Se hizo de noche y Sakura extendió sus sábanas.

— Hasta mañana, Sakura.

— Hasta mañana, Karin.

Bostezó por última vez antes de cerrar sus ojos. Karin, su compañera de la litera de arriba, se revolvió entre las sábanas antes de acomodarse por fin. Entonces ella estiró los brazos, tocando con una punta la pared, y con la otra la orilla de la cama, expandiendo sus piernas como una estrella.

Estaba tan agotada que ni siquiera podía pensar. Recordaba vagamente que al siguiente día le tocaba trabajo en el jardín, toda la mañana en pleno e infernal calor del sol estaría levantando yerbas y piñones. Más le valía descansar bien, aunque preferiría mejor caer enferma. Sonrió, la misma excusa no le serviría dos veces de seguro.

Cuando ya había cerrado los ojos, y se sentía cada vez más ajena a la realidad, un viento frio impactó contra sus pies, causándole cosquillas inusuales. Movió sus dedos en respuesta, pero no se removió, después este viento se sintió más caliente, y luego otra vez frío. Abrió los ojos, pero no vio nada, y con la misma pereza los cerró.

Escuchó una exclamación rara, similar a las que hacía Kurenai cuando se mofaba de alguien. Se cubrió hasta la cabeza con las sábanas, aunque se muriera de calor, de repente, sintió muchos escalofríos.

Asomó su cabecita sudada y por supuesto no había nadie, pero la incomodidad crecía a la par que la expectación le carcomía la cabeza.

— Karin — susurró la niña.

Pero Karin no hizo ningún ademán de estar despierta.

Está dormida.

Sakura tembló mientras se volvía a esconder bajo las sábanas. Aunque tenía muchas ganas de gritar, no lo haría, pues eso aseguraba un castigo de otra noche en las celdas. Se aguantó los más que pudo y cerró los ojos. Su cabeza la sentía tan caliente al punto de explotar y sus dientes se apretaron. ¡Ahí estaba el fantasma! ¡o el monstruo! ¡Esa era su voz! Una voz masculina que no tenía nada que hacer en un dormitorio para niñas, una que no pertenecía a la de ningún cuidador porque era más suave, más joven, totalmente diferente. Hablaba en susurros, pero aun así notaba la gravedad de la voz.

A decir verdad, se escuchaba como la de un adolescente. Y tenía sentido que lo fuera porque era un orfanato y seguramente muchos huérfanos habían muerto allí. Jóvenes solos y tristes, vagando en pena por siempre. Había aguantado la respiración por mucho tiempo y exhaló hondo. La curiosidad era mortal pero no lo aguantaba, necesitaba verlo de una buena vez y comprobarlo, ahí había alguien.

Se asomó otra vez. Con sus ojitos verdes barrió toda la habitación, empezando por los lados de su cama hasta la puerta, mirando como las demás niñas dormían con tranquilidad. No había nada. Ni luces o sombras, ni personas flotando sin los pies, ni sangre en las paredes ni cadenas. La puerta estaba cerrada y las cosas en su lugar. Las sillas estaban vacías y por la ventana que daba al patio no se asomaba nadie.

Tal vez era el cansancio, pensó. Tal vez lo había soñado de nuevo.

Se giró hacia la pared acomodando sus cabellos. Parpadeó varias veces y se dijo así misma basta. Ella era una niña inteligente y racional, no podía dejarse llevar por miedos absurdos y cosas que no existían. Mañana sería un día pesado y ella no podía seguir imaginando. Enojada consigo, cerró los ojos.

Un aire caliente chocó contra su nariz y los volvió a abrir. No vio nada, sin embargo, su corazón latió más fuerte y el sueño se esfumó.

Aquí estoy.


Hola amigos. ¿Recuerdan que iba a publicar un fic para cada día del mes sasusaku? xd Se me borraron lol y no los pude recuperar ni con programas, así que los estoy volviendo a escribir, sin embargo, no sé porqué, pero este mes estoy con más inspiración que nunca, y los fics que antes eran de 2000 o 3000 palabras, ahora me estan saliendo de 8000 a 11000. Este fic, como ya notaron, será un two shot, porque sinceramente está muy largo y mi mayor temor es atacarlos con muchas palabras y aburrirlos.

Estoy escribiendo la continuación de muchos de mis fics atrazados y bastante largos dejenme decirles, mi perfil de facebook estará inactivo hasta que haya avanzado bastante, para que noten mi nivel de compromiso lol. También quería subir un OS del cumpleaños de Sakura, pero todavía no lo termino huehuehue. Llevo apenas 20 páginas de word y no es ni la mitad, ese si lo voy a subir de una vez, espero que se tomen su tiempo para leer. Trata sobre el viaje y varias anécdotas románticonas. Algo así como papá y mamá están en casa pero versión vida de solteros, con un sasuke centric cabrón.

Sin más que decir, les agradezco el tiempo que me dedican. Subiré las cosas apenas las considere descentes. Los quiero que jode.

StrifeMachine~