— NUNCA TE METAS CON EL NOVIO DE UN BOXEADOR —
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Tooru Kazama, 18 años, alumno prodigio de las más prestigiosas escuelas del Japón, nunca se esperó verse envuelto en una situación así. Mucho menos por tener que completar un trabajo de la universidad.
— Mira a este niño rico, Satoshi —habló un joven con cara peligrosa, llena de tajazos, a su compañero, el cual no estaba mejor en cuanto a cicatrices se refiere. Ambos lucían uniformes de instituto públicos, pero no el del que Tooru se encontraba ahora mismo—. No sabía que está escuela de mierda tuviera alumnos que se permitieran vestir así.
Obviamente, la ropa de Kazama no era de mercadillo, su madre le mataría si vistiera ropa de mercadillo ahora que estaban en un escalafón social aun mayor a cuando el joven tenía 5 años.
El tal Satoshi rió con voz ronca.
— ¿Acaso eres tan tonto que te perdiste, niño rico?
Kazama bufo y apretó más las mangas de su camisa. Cuando en la universidad le mandaron hacer un trabajo sobre el joven estudiante campeón de la competición de Boxeo Olímpica de todo Japón, el cual estudiaba en la secundaría de Kasukabe, no creyó que nada más llegar al lugar se encontrase con un par de idiotas, con obvias intenciones de golpearle.
— Ni siquiera te conozco —escupió el joven de cabello negro— y ya sé que mi cociente intelectual supera al tuyo.
Y al parecer también su gran bocaza superaba la del joven de la cicatrices.
— Muy inteligente no debes de ser si te atreves a hablarle a Satoshi de esa manera —dijo el primero que le había llamado la atención, haciendo sonar sus gruesos nudillos—. ¡Te voy a dar una lección que no olvidarás, cerebrito!
Sabiendo que no podía hacer nada contra esas dos moles de chicos, Kazama cerró los ojos, esperando el golpe, uno que nunca llegó.
Un segundo, dos segundos, tres segundos, cuatro segundos... El joven se atrevió a abrir los ojos.
Se sorprendió por lo que vio. Delante de él, mostrándole la espalda, se encontraba un desconocido joven de cabello negro cortado al uno por toda la cabeza. Iba vestido con ropa de luchador de boxeo, que consistía en una camiseta de asas roja, unos pantalones cortos de color amarillo y unas deportivas del mismo brillante color con calcetines blancos. No traía puestos guantes de boxeo, lo que era bueno, porque con sólo una mano fue capaz de agarrar el musculoso brazo del camorrista, parando su puño de un sólo movimiento.
Kazama se sorprendió al ver el más puro respeto, mezclado con terror, en la cara del tal Satoshi mientras miraba al joven desconocido con ojos desorbitados, al igual que su acompañante.
— Keita-kun —nombró el desconocido, su voz sorprendentemente amigable teniendo en cuenta las caras de los dos indeseables jovenes—, Satoshi-kun, nunca os metáis con el novio de un boxeador, chicos.
Sí, a Kazama también le sorprendió eso, pero tras unos segundos supuso que lo decía porque era obvio que le tenían un respeto rallano en el miedo y lo dijo sólo como excusa para que le dejasen en paz.
— E-el Torbellino Bala de K-Kasukabe —dijeron los dos a la vez, igual de asustados. Tooru suspiró aliviado. El Torbellino Bala era justo el chico que estaba buscando—. N-no, no sabíamos que él era tú novio, de verdad. De haberlo sabido n-nunca, nosotros nunca... ¿A-a qué sí?
Justo cuando sus excusas comenzaban a no tener ningún sentido, el joven boxeador le soltó el brazo al tal Keita, no sin antes empujarle al suelo sin querer (sin querer evitarlo, por supuesto).
— Me parece que ya os ibais —soltó, con la misma voz amigable que, sorprendentemente, no era falsa.
Tanto Keita como Satoshi asintieron efusivamente y después salieron corriendo del lugar como viles cobardes. Keita, por supuesto, detrás de su compañero, pues él tuvo que levantarse a trompicones.
— Yo, esto... ¡Muchas gracias! —Kazama no perdió el tiempo para hacer una reverencia para agradecer al joven que le había salvado de los camorristas.
El chico boxeador, ante eso, se giro por primera vez ante Tooru y le dedicó una gran sonrisa despreocupada.
En seguida un horrendo escalofrío recorrió al joven universitario.
Una camiseta de tirantes roja.
Unos pantalones cortos amarillos.
Unas deportivas amarillas con calcetines blancos.
Un cabello cortado al uno por toda la cabeza.
Esos enormes y expresivos ojos negros.
¡Y esa gran y despreocupada sonrisa de idiota!
"No —suplicó Kazama en su fuero interno, los malos (y sobretodo incómodos) recuerdos de cuando asistía a la Guardería Futaba, hace ya 13 años, volvían a acosarle como fantasmas que todavía no se habían cobrado su venganza—. Él no puede ser el boxeador sobre el que tengo que hacer el trabajo que me da el 80% de la nota. ¡Simplemente no!"
— ¡Muchas de muchas!
Pues, para su mala suerte, sí.
