Los personajes que aparecen en este fic pertenecen a JK Rowling (excepto los que me inventé yo, jeje) Dejad vuestras críticas porque, aunque ya esté terminado, podré mejorar los otros que estoy preparando. Un saludo

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CAPÍTULO 1

El día había vuelto a amanecer lluvioso aquella mañana de julio; Petunia había ido a sentarse junto a la ventana de su dormitorio y tenía los ojos clavados en el parque. Sabía que ella no iría a jugar allí en un día así, pero debía estar atenta por si acaso; si sus padres se negaban a ver la realidad, allá ellos, pero la joven no estaba dispuesta a permitir que Lilly volviera a ponerlos a todos en evidencia.

"Son cosas que pasan", solía decir su padre cada vez que algo raro ocurría a su alrededor, pero Petunia sabía que aquellas "cosas que pasaban" no eran tan normales como sus padres querían hacerle ver. ¿Acaso era normal que el sombrero de la señora Geller hubiera salido volando en pleno salón unos días atrás? ¿O qué los platos hubieran saltado de la vitrina de la cocina la otra noche, cuando discutió con Lilly por ver quién los fregaba? No... Petunia sabía que su hermana era extraña y por eso debía asegurarse de que no hiciera ninguna de aquellas "cosas" delante de la gente; después de todo, si ellos se daban cuenta de cómo era Lilly Evans, el buen nombre de su familia acabaría por los suelos. Y Petunia no deseaba que eso ocurriera.

Hacía casi media hora que Petunia ocupó su lugar de vigilancia junto a la ventana cuando vio movimiento extraño en la calle. Una mujer mayor extrañamente vestida había salido de la nada; vestía de una forma sumamente estrafalaria y estaba detenida junto a la verja que rodeaba el jardín de la casa, observando detenidamente el edificio sin que la lluvia pareciera importarle lo más mínimo.

Petunia frunció el ceño cuando la mujer se acercó a la puerta de la casa y llamó al timbre. Sus padres no solían recibir visitas de personas como aquella y ella, mucho menos, así que, o esa mujer se había equivocado, o estaba allí por Lilly... Si así era, sus peores temores se confirmarían; ya era bastante tener que aguantar la mirada de su hermana, aquellos ojos verdes que tanto perturbaban a la gente. Ahora debían recibir a gente que parecía recién salida de una comuna hippie...

Petunia decidió abandonar la vigilancia del parque (cada vez llovía con más fuerza y Lilly no podría salir a la calle en todo el día), y bajar al recibidor para ver qué ocurría. Se recogió el largo cabello rubio en una coleta muy alta y salió del dormitorio caminando muy deprisa, ansiosa por averiguar quién era la mujer que acababa de llegar.

Al pasar junto al dormitorio de Lilly, vio que la niña estaba jugando tranquilamente con sus muñecas, sentada sobre la cama, fingiendo que hablaban entre ellas, modulando las voces para dar vida propia a cada una. Petunia la observó durante un segundo... Era cierto que en ese momento parecía una niña normal, inofensiva, pero el brillo extraño de sus ojos no desaparecía nunca... Petunia no sabía decir qué era, pero la turbaba y, en algunos momentos, le producía temor... Cada vez que se peleaban, aquellos ojos le recordaban quién era la que siempre llevaba las de perder...

Antes de que Lilly pudiera verla, Petunia reemprendió la marcha y comenzó a bajar las escaleras. La mujer estaba bajo el umbral de la puerta, sosteniendo un sombrero con estampado de flores con la mano y hablando con voz firme con su madre... Laura Evans estaba muy quieta, prestando suma atención a lo que la desconocida le decía, y, aunque parecía sumamente confusa, no parecía dispuesta a interrumpir.

-He venido para hablarle sobre su hija Lillian- decía la mujer del sombrero de flores, sin notar la presencia de Petunia en la escalera- ¿Se encuentra en casa su marido?
-No...- respondió Laura Evans, colocando una de sus manos en el cuello- Él está trabajando, no llegará hasta el mediodía...
-¡Oh, yo pensé que estaría aquí!- se lamentó la mujer moviendo el sombrero hacia delante y hacia detrás- Es muy importante que hable con los dos... y con Lillian.

En ese momento, la mujer alzó la mirada en dirección a la escalera y vio a Petunia, quien a esas alturas ya se había acomodado en un escalón, medio oculta entre los barrotes de la barandilla de madera, y escuchaba con suma atención la conversación que tenía lugar abajo.

La mujer abrió mucho los ojos, examinando detenidamente a Petunia, y luego volvió a centrar su atención en Laura Evans, que aún no se había percatado de la presencia de su hija mayor.

-Tal vez podría ver a Lillian- dijo la mujer del sombrero en un tono que más parecía una orden que una petición, haciendo que Petunia se sintiera indignada hasta cierto punto; ir a su casa con exigencias...- Me gustaría mucho conocerla.
-Esto... ¿Lilly?- Laura Evans dio un paso atrás, dando a entender que permitía la entrada a esa mujer en su casa. Petunia, definitivamente, no entendía porqué su madre actuaba de esa forma- Iré a buscarla.

Laura comenzó a subir la escalera y, al llegar frente a Petunia, se detuvo un momento para mirarla. Sin duda vio el reproche en los ojos de su hija, pues no tardó en agitar la cabeza con cierta brusquedad y proseguir con su camino sin decir palabra.

Petunia se quedó muy quieta, sintiéndose observada por aquella mujer extraña, sabiendo que las cosas cambiarían mucho a partir del momento en que Lilly bajara al recibidor para atender aquella visita.

-¿Para qué quiere ver a Lilly?- preguntó bruscamente Petunia, poniéndose de pie y bajando los escalones con elegancia para hacer saber que era ella la que estaba en su casa.

La mujer del sombrero se quedó mirando una vez más a Petunia; mantenía los labios apretados y sostenía el sombrero con mucha fuerza, como si temiera que pudiera escapársele. Petunia pensó que no le contestaría, pero la mujer suspiró, relajó su expresión y se colocó justo frente a la muchacha.

-Usted debe ser Petunia Evans- comentó la mujer usando el mismo tono firme que con su madre- ¿Cuántos años tiene, señorita? ¿Quince?

Petunia tardó un momento en responder; aquella mujer no le agradaba lo más mínimo. Sus modales, su forma de eludir las preguntas... Y, además, era más que evidente que la conocía, a ella y a su familia, y eso no sólo le molestaba; también le daba miedo, aunque no podía permitirse que la mujer se diera cuenta de ello.

-Creo que yo he preguntado primero- dijo finalmente Petunia sin ocultar su malhumor.
-Ya veo...- la mujer esbozó una misteriosa sonrisa, mezcla de reproche y satisfacción, y volvió los ojos hacia la escalera; arriba se oían pasos y Petunia supo que su madre y su hermana no tardarían en bajar- Se podría decir que soy del colegio de Lillian- prosiguió la mujer dando un paso hacia delante, justo en el momento en que las zapatillas deportivas de su hermana se distinguieron en la parte alta de la escalinata.

A Petunia le hubiera gustado poder realizar alguna pregunta más, pero había sido inevitablemente interrumpida por la vitalidad infantil de su hermana. Lillian, que ese día llevaba el cabello rojo suelto, llegó al recibidor dando saltitos y se detuvo junto a la mujer extraña, estudiándola detenidamente con aquellos ojos verdes y esperando a que su madre llegara junto a ellas.

-Vayamos al comedor- dijo Laura Evans obviando de nuevo la presencia de Petunia, señalando con un brazo la primera puerta a la derecha del recibidor; aquella sala raras veces era utilizada y Petunia notó como la impotencia le hacía enrojecer. ¿Acaso su madre no se daba cuenta de que aquella visita no traería nada bueno a su casa?- Petunia- Laura Evans la miró un segundo y la mujer del sombrero entró al comedor seguida de Lilly- ¿Quieres preparar un té, por favor?

Petunia no tuvo tiempo de responder; su madre ya había cerrado la puerta del comedor, dándole a entender claramente que no debía formar parte de la conversación que tendría lugar en la habitación. La joven murmuró un par de maldiciones y obedeció la orden materna; mientras la tetera se calentaba al fuego, ella observó la lluvia que caía con furia en el exterior e intentó encontrar alguna forma de enterarse de lo que ocurría en la sala contigua. Ya se había acercado a la puerta con cierta timidez para ver si podía escuchar algo a través de ella, pero sólo alcanzó a oír unos vagos murmullos, ninguna palabra evidente en todo caso. Tal vez hubiera podido entrar con la excusa de realizar alguna consulta sobre los juegos de té, pero supo que su madre averiguaría sus intenciones y le regañaría. Así pues, preparó la infusión hecha un manojo de nervios y regresó al comedor, bandeja en mano. Abrió la puerta con el codo y vio a su madre y a su hermana boquiabiertas, sentadas junto a la chimenea, mientras la mujer les explicaba algo que parecía ser muy importante. En esa ocasión, Petunia tampoco pudo escuchar nada, pues la mujer se quedó callada nada más verla entrar y no abrió la boca mientras la joven dejaba la bandeja sobre la mesa. Laura Evans quiso hacerle un gesto tranquilizador a su hija antes de que ésta abandonara la sala, como si quisiera compensarla de algo, pero Petunia no se dio por enterada.

Regresó a su cuarto con los puños apretados y se encerró dando un portazo, sin importarle si su madre lo podía escuchar o no. ¿Es qué nadie iba a explicarle lo que ocurría? Si había algo que odiaba más que a las personas de aspecto siniestro y/o excéntrico, era que la dejaran sumida en la ignorancia a propósito. ¿Qué era eso tan importante que tenía que hablar su madre con una desconocida? ¿Por qué demonios no la dejaban participar a ella en la conversación cuando ya había demostrado que era una espléndida anfitriona?

Petunia se tumbó en la cama, agarró su vieja muñeca de trapo y empezó a hacer cábalas. Aquella mujer había dicho que era del colegio de Lilly, pero si su hermana iba a ir al mismo instituto que ella, había mentido descaradamente. Petunia era la delegada escolar, conocía a todo el profesorado del centro y sabía a ciencia cierta que esa mujer no estaba en plantilla. Cabía la posibilidad de que sus padres hubieran decidido llevar a Lilly a otro colegio, aunque era algo extraño; en casa no habían comentado nada al respecto y siempre se mostraban contentos por la educación que Petunia estaba recibiendo. Su colegio era uno de los mejores centros educativos de la ciudad y podía competir con otras instituciones nacionales en cuanto a educación; de hecho, el equipo de fútbol había ganado el campeonato intercomarcal del año anterior y varios de sus alumnos habían obtenido matrículas de honor en los exámenes de acceso a la universidad. Petunia estaba segura de que sus padres no habían tenido tiempo de encontrar un lugar mejor que su colegio para que Lilly se marchara a estudiar y por eso había decidido que la mujer que en ese momento estaba en el comedor era una mentirosa. Una pena que su madre no se hubiera dado cuenta...

Para entretenerse un poco y evitarse el seguir pensando en lo que ocurría abajo (ya llevaba quince minutos dándole vueltas al asunto y sólo logró enojarse aún más), Petunia se propuso empezar a leer el libro que tomó prestado en la biblioteca el día anterior. Sabía que tendría que resumirlo en el primer trimestre del curso para la clase de Literatura de la profesora Robbins y, aunque aún faltaban varios meses para que empezara el colegio, ella solía presumir de hacer sus tareas antes que nadie. Sin embargo, se olvidó de la lectura cuando una nota cayó al suelo; en realidad, se olvidó de la lectura y de lo que ocurría en esos momentos en su casa. Aún antes de leer las palabras garabateadas en la hoja cuadriculada, Petunia sabía que la nota era de Martin; sólo él podía arreglárselas para enviarle mensajes como aquel sin que nadie se diera cuenta.

"Te espero mañana a la hora de siempre donde tú ya sabes"

Petunia esbozó una sonrisa de adolescente enamorada y se llevó la nota a los labios; luego, miró de nuevo a la calle y lamentó que continuara lloviendo. Un rato antes deseaba que siguiera el mal tiempo durante todo el día, pero sus deseos habían cambiado repentinamente... Tenía que acudir a aquella cita, fuese como fuese.
De cualquier forma, iba a ir... El encuentro en la biblioteca le había dejado cierto sabor agridulce (era una pena que tuviera que fingir que no conocía a Martin, pero...) y se había quedado con ganas de decirle algo. Bueno, lo admitía, se había quedado con ganas de que volviera a besarla...

Petunia volvió a sonreír y guardó la nota entre las páginas del libro de nuevo; miró otra vez hacia la ventana, sintiéndose algo estúpida, pues ella no podía controlar el clima, y luego consultó la hora. Las once y cuarto de la mañana; le quedaban diez minutos para acudir a la cita. Tal vez Martin se hubiera echado atrás (aunque era demasiado cabezota para hacerlo, Petunia lo sabía) y...
Petunia se sobresaltó; su padre acababa de aparcar su viejo coche frente a la puerta de la casa y aquella llegada inesperada devolvió a la chica a la realidad, haciendo que volviera a preocuparse por la presencia de la mujer del sombrero. Él nunca llegaba del trabajo tan pronto, lo que sólo podía significar que lo habían llamado... Una vez más, Petunia se precipitó al pasillo y bajó la escalera con tiempo suficiente para ver a su padre pasar junto a ella sin saludarla, lo cual molestó a la muchacha un poco más, y meterse en el comedor cerrando la puerta tras de sí. Petunia dio una patada al suelo y se quedó plantada en mitad del pasillo, sin saber muy bien hacia donde ir. Fuera seguía lloviendo con fuerza, pero a ella no le quedó otro remedio: abrió el guardarropa, cogió un chubasquero y un paraguas y salió a la calle procurando hacer todo el ruido posible para que alguien la escuchara y fuera en su busca. Pero, una vez más, Lilly resultó ser más importante que ella...

Petunia cruzó el parque corriendo, empapándose pese a las medidas tomadas en casa, pasó junto a la tienda de ultramarinos del barrio y se metió por el callejón trasero del viejo cine. Se quedó allí durante un par de minutos, con el pelo mojado, los zapatos llenos de agua y sintiéndose enfadada y estúpida; ¿cómo había podido pensar que Martin saldría a la calle en un día como aquel? La joven sabía que, cada vez que se dejaba llevar por sus impulsos las cosas salían mal y, pese a ello, había corrido hasta ese lugar simplemente porque se sentía desplazada en casa... Por eso y porque quería ver a Martin...

De repente, alguien la agarró por los hombros desde la espalda y le tapó la boca con las manos; Petunia se encogió asustada y quiso liberarse, pero no necesitó volver la cabeza para saber que no corría peligro. Conocía demasiado bien las manos de Martin. El chico la hizo entrar por la puerta trasera del viejo cine y la arrinconó con cierta violencia contra la pared; en otras circunstancias, Petunia se hubiera sentido aterrada, pero en esa ocasión dejó que Martin le diera un tierno beso en la mejilla.

Petunia sabía que Martin nunca podría ser el novio perfecto; si alguno de sus amigos se enterara de que se veía con un chico tan pobre e insignificante como él, no sólo se convertiría en el hazmerreír de todos, también perdería a sus amistades. Ni tan siquiera ella entendía porqué se sentía atraída por él... Era cierto que era muy guapo, con aquella cazadora de cuero que siempre llevaba puesta y con el pelo negro constantemente engominado; además, tenía los ojos más maravillosos que Petunia había visto jamás, grandes, negros y de mirada profunda, pero es que él también era uno de los "freakes" del instituto, un tipo raro que siempre andaba por ahí solo y que nunca hablaba con nadie. Petunia había intentado auto convencerse de que Martin no le convenía, pero es que la sangre le hervía cada vez que lo tenía cerca...

-Hola, mi flor- dijo él acariciándole el rostro y separándose un poco de ella para darle un poco de espacio- Pensé que no vendrías.
Petunia esbozó una sonrisa y agachó la cabeza con timidez; se ponía tan nerviosa cada vez que estaba con Martin que la garganta solía quedársele seca y no sabía que decir. Martin también le sonrió, claramente satisfecho por la timidez de su acompañante, y la tomó de una mano para guiarla hacia una de las butacas delanteras de la sala de cine; nadie iba ya a ver películas a ese lugar y los jóvenes lo habían escogido para sus citas por su discreción y por el ambiente íntimo que lograban tener. Allí podía estar solos y nadie los interrumpía nunca.

-Te noto preocupada- dijo Martin dejándose caer a su lado y ofreciéndole una cerveza que Petunia aceptó sin más; ya había dejado de fingir que no le gustaba la bebida y con Martin podía hacer cosas que en otras circunstancias no haría. Incluso le había hablado de sus temores acerca de Lilly...
-Es que hoy ha venido una mujer a casa...- dijo la chica tras un segundo de duda; miró a Martin y vio que él, una vez más, estaba interesado por lo que le contaban- Quería a hablar sobre Lilly y se ha encerrado con mis padres y con la "princesita" en el comedor.
-A lo mejor es de algún manicomio- comentó Martin alegre, después de guardar silencio un momento- Con un poco de suerte te librarás de ella...
-No digas estupideces- dijo Petunia molesta, no porque el chico insinuara que su hermana estaba un poco chiflada, sino porque sabía que sus padres nunca se darían cuenta de ello. De cualquier forma, Martin bromeaba; él siempre quitaba importancia al "problema" de Lilly y solía pedirle a Petunia que se relajara un poco con ella- No tendré tanta suerte- masculló en un susurro, tan bajo que ni siquiera Martin pudo entenderla.
-Pero no quiero hablar de Lilly- dijo Martin levantándose y buscando algo en los bolsillos de su chaqueta- Quería decirte que estoy dispuesto a realizar un gran sacrificio para que tú estés contenta.
-¿Un sacrificio?- Petunia entornó los ojos y dio un trago a su cerveza; Martin le mostró lo que parecían ser dos entradas para algún evento artístico, pero Petunia no pudo ver con claridad las letras impresas- ¿No irás a llevarme a uno de esos combates de boxeo que tanto te gustan?- añadió haciendo un guiño de desprecio- No hay nada más desagradable que ver a dos tipos destrozándose el uno al otro...
-No es boxeo- Martin colocó las entradas en las manos de la chica y ella no dio crédito a lo que veía; luego escuchó la voz alegre de Martin y sintió más deseos de besarle que ningún otro día de su vida- Es "El lago de los cisnes", y espero que entiendas que no pienso ponerme unas mallas e ir dando saltitos por ahí...

Petunia interrumpió las frases irónicas de Martin arrojándose a sus brazos y dándole un beso en los labios; era la primera vez que hacía algo tan espontáneo en toda su vida y, cuando se separó de Martin y vio el rostro sorprendido y somnoliento del chico, se sintió increíblemente feliz. Nunca nadie había hecho algo así por ella y se lo agradecía tremendamente.
-¿Para cuándo son?- preguntó Petunia con entusiasmo, examinando las entradas para asegurarse que eran de verdad.
-Para este sábado. Y te advierto desde ya que tengo un traje de pingüino colgado en mi armario, así que no puedes dejarme colgado...
-¡Pues claro que iremos!- Petunia volvió a abrazarse a su "chico" y lo escuchó sonreír, algo abrumado- Aunque tenga que escaparme por la ventana de mi dormitorio...Pero ahora, debo volver a casa- Petunia se alejó un par de pasos de Martin y se dirigió a la salida- Espérame a las siete y media aquí mismo.
-Aquí estaré...

Petunia salió del cine sin mirar atrás; escuchó como Martin volvía a sentarse en la butaca y se ponía a reír de felicidad. Ella por su parte, se sentía tan a gusto consigo misma que ni siquiera le importó mojarse en el trayecto de vuelta a casa; aún tenía las entradas del ballet en la mano, dentro del bolsillo del chubasquero. Le parecía que todo aquello no podía ser real...
Al llegar de nuevo a casa, vio que la mujer del sombrero se despedía de sus padres sonriendo cordialmente; Petunia se había quedado parada justo en el lugar desde el cual aquella extraña visitante examinara la casa una hora antes y fue entonces cuando, por primera vez en toda la mañana, sus padres parecieron dispuestos a mostrarle un poco de atención. Tim Evans salió en su busca cubriéndose la cabeza con una chaqueta y la llevó hasta el interior de la casa sin abrir la boca, sin aparentar sorpresa por el extraño comportamiento de su hija mayor. Y es que Petunia no era de la clase de personas que se dedicaban a salir a la calle en un día tan lluvioso como aquel...

Una vez en el recibidor, Petunia sintió de nuevo los ojos de la mujer extraña clavados en ella, pero en esa ocasión no quiso cerciorarse del hecho. Se quedó parada en el mismo punto en que la dejara su padre, empapando la moqueta del suelo y escuchando las palabras de despedida que sus progenitores balbuceaban con voz amable. Lilly también estaba allí, sentada en los escalones, con una media sonrisa en el rostro realmente misteriosa.
-Estás mojada- dijo la niña mirando a su hermana; Petunia la escuchó hablar y le pareció que algo muy grande había cambiado en ella, aunque no sabía definir el qué-¿Has ido a dar un paseo?
-Sí- replicó Petunia con sencillez, sintiendo que aquella era una de las pocas conversaciones pacíficas que nunca había tenido con su hermana.
-¿Y qué tal?
-Muy bien...
-Me alegro mucho.
Tras decir aquello, Lilly desapareció escaleras arriba, dejando a Petunia en el recibidor, mirando el escalón en el que un segundo antes estuvo sentada su hermana y sintiendo que ella aún estaba allí...

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Una bruja... Al principio, Petunia se había puesto a reír descontroladamente, pensando que sus padres pretendían gastarle una broma de mal gusto, pero luego le enseñaron la carta de aquel colegio "Howarts" y la chica comprendió que todo era verdad.
Todas las "cosas que pasaban" eran producto de la magia de su hermana, una magia involuntaria y en desarrollo, pero magia al fin y al cabo. Petunia se dio cuenta de que aquello era el fin; cuando los vecinos y los amigos de la familia se enteraran de lo qué era su hermana, o bien los tomarían por locos, o bien huirían despavoridos de los Evans.
-Es extraordinario- había dicho su padre con los ojos vidriosos, repletos de un orgullo desconocido para Petunia- Una bruja en la familia... Es maravilloso.
Por supuesto, Petunia no había dicho lo que pensaba de verdad; había fingido que se alegraba por su hermana, incluso la felicitó delante de sus padres, pero no se alegraba en absoluto. Era una noticia tan terrible que toda la felicidad que le produjo el encuentro con Martin quedó reducida a la nada; en esos instantes sólo podía pensar en que convivía con una persona del todo anormal, con alguien semejante a un monstruo, alguien que tenía una mirada turbadora para la que ahora Petunia encontraba una explicación: era el símbolo del poder de Lilly, de su rareza, presente en sus ojos para que todo el mundo se diera cuenta de que estaba allí.

A Petunia le hubiera gustado poder gritar o llorar, hacer algo para expresar su rabia, su temor al futuro que les esperaba, pero en lugar de eso había salido con su familia a celebrar la nueva naturaleza de Lilly. Habían ido a un restaurante caro, al lugar al que sólo iban en las ocasiones más especiales, y habían escogido la mejor mesa del comedor, situada junto a una ventana desde la cual Petunia podía ver cómo la lluvia continuaba cayendo... Aquel tiempo tampoco podía ser un buen augurio; era como si el mismo cielo lamentara la suerte de la familia Evans.
-Lilly se marchará el día uno de septiembre- le decía Laura Evans a su hija mayor mientras mantenía una de sus manos sobre el hombro de la menor- Pero antes debemos ir al...Callejón... ¿Cómo era, cielo?
-Diagon, mamá- dijo Lilly sonriendo abiertamente.
-Eso es, el Callejón Diagón- Laura Evans esbozó una sonrisa de orgullo y continuó hablando- Está en Londres; la profesora McGonagall nos ha dicho cómo llegar a una taberna, "El Caldero Chorreante". Allí nos ayudarán a ir hasta el Callejón Diagon para poder comprar el material escolar de Lilly y...- Laura se detuvo y miró a su esposo- ¡Oh, Tim, qué emocionante!
-Esto... ¿Mamá?- Petunia habló con timidez al mismo tiempo que procuraba simular su disgusto- ¿Cuándo pensáis ir a... ese sitio?
-Oh, pronto...- Laura Evans miró a su marido y éste afirmó con la cabeza- Yo creo que el sábado está bien, ¿verdad, Tim?
-Sí, el sábado- el señor Evans afirmó con la cabeza y también asió por el hombro a su hija menor- Queremos que Lilly tenga contacto con otros magos cuanto antes, así que no hay ningún inconveniente en aprovechar este fin de semana.
-Y tú también te irás familiarizando con todo esto- Laura Evans había vuelto a utilizar un tono conciliador; tal vez era la única que se había dado cuenta de que Petunia se había puesto pálida de pronto.

Debió aprovechar la ocasión y decirle a su padres que el sábado no podría ir con ellos a Londres; debió hablarles de Martin y "El lago de los cisnes", pero en lugar de eso sonrió como una tonta y fingió estar encantada con la idea. Su madre pareció aliviada al no escuchar ninguna frase de protesta y su padre, una vez más, no se enteraba de nada; tan solo Lilly permaneció seria, observando con preocupación a su hermana, adivinando tal vez que la idea de acompañarlos a un lugar que se salía por completo de lo normal no le agradaba en absoluto. Pero Lilly tampoco dijo nada...

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-¿Por qué no dejas ya de mirar el reloj?
Petunia no se molestó en responder a Lilly. Continuó andando por aquella calle repleta de magos y brujas y se detuvo junto al único escaparate medianamente normal que había por allí cerca, en el que se exponían trajes que, según pudo observar, constituían el vestuario básico de toda aquella gente. Su hermana continuaba andando tras ella, haciendo que su enfado aumentara segundo a segundo; ya era imposible que Martin y ella pudieran ir al ballet aquella noche y la presencia constante de Lilly a su lado no la ayudaba a sentirse mejor... Imaginaba el rostro decepcionado de Martin a cada segundo y se le hacía un nudo en la garganta cuando pensaba en lo mal que se sentiría cuando se diera cuenta de que le habían dado plantón.
-Petunia, ¿te pasa algo?
-¡Déjame en paz!- masculló Petunia volviéndose hacia Lilly y cogiéndola con fuerza por los hombros, aunque procuró no subir demasiado el tono de voz para que nadie se diera cuenta de que acababa de perder los estribos- Vas a volverme loca con tu cantaleta.
-Estoy preocupada por ti- dijo Lilly zafándose de las manos de su hermana- Llevas unos días más seria de lo normal y... ¿estás enfadada conmigo?
Petunia miró fijamente a su hermana y supo que era del todo sincera; ella misma quiso decirle que sí estaba enfadada por su culpa, que le aterraba pensar en lo que era y en las consecuencias que eso traería, pero en lugar de eso, apretó los labios con fuerza, se dio media vuelta y continuó mirando el escaparate y el reloj, el reloj y el escaparate... ¡Dios, Martin se iba a enfadar muchísimo, posiblemente no le perdonaría aquel desplante!
-Petunia- insistió Lilly poniéndose junto a ella de nuevo y llamando la atención de un par de críos que correteaban cerca de ellas- Si estás enfadada porque yo sea...
-No estoy enfadada por eso- dijo Petunia en un susurro- Esta noche tenía una cita y no podré ir, ¿estás contenta?
-¿Con Vernon?- dijo Lilly dando un saltito de sorpresa, sin darse cuenta del tono amargo en la voz de su hermana- Ese tipo es un cretino; estás aquí mejor que cerca de él.
-No era con Vernon- dijo Petunia, preguntándose a sí misma porqué hablaba de sus cosas con una cría de once años- Era con otra persona. Ahora, déjame tranquila, haz el favor.
-Si se lo dices a papá, seguro que deja que te vayas...
-¡Lilly!- Petunia volvió a encararse con su hermana- Mamá dijo que iban a comprarte tu varita mágica, ¿por qué no vas a ver si han terminado ya sus helados?

La niña no insistió más; se alejó de Petunia con una expresión de tristeza reflejada en el rostro y buscó a su padres en una heladería cercana mientras Petunia iba a sentarse en un lugar más tranquilo que todos los demás. Sacó las entradas de Martin del bolsillo de sus pantalones y volvió a mirar el reloj; ya eran las seis de la tarde, por más que corriera, era imposible que llegara a tiempo y, lo peor de todo era que Martin tampoco podría disfrutar de la representación, aunque claro, a Martin no le gustaba el ballet. Tal y como él dijo, se sacrificaba sólo por ella. Petunia sonrió con tristeza y volvió a guardar las entradas en su lugar; al alzar la mirada, vio a dos críos parados frente a ella. No debían ser mucho mayores que su hermana y la observaban con expresión divertida, como si ella fuera una especie de maravilla circense o algo parecido; no le dijeron nada, pero Petunia supo en ese mismo instante que no se olvidaría nunca de la cara de uno de esos críos, el más bajito de las dos, el que llevaba gafas y tenía el pelo despeinado y negro. Sabía que, si algún día se volvía a cruzar con él, lo recordaría y no le caería bien.

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Petunia llegó a la sala de cine casi a las nueve de la noche; le había dicho a sus padres que iba a dar un paseo por el parque a ver si se encontraba con alguna de sus amigas y ninguno de los dos le puso objeción alguna pese a lo tarde que era. Al principio creyó que no había nadie, pero luego vio a Martin sentado en una butaca, medio escondido, con la chaqueta de un traje gris tirada en el suelo y la corbata desanudada. Petunia se acercó a él con cierto temor y se sentó a su lado sin decir nada; no se atrevió a coger la mano del chico, aunque le apetecía un montón poder hacerlo, y se quedó callada, esperando a que él dijera algo, a que le reprochara el plantón. Petunia lo notó abatido y, por un momento, se sintió asustada junto a él, tan asustada como cuando estaba cerca de Lilly, aunque por motivos bien diferentes: ¿y si lo perdía para siempre?
-Me he librado de una buena- comentó Martin sonriendo tristemente, apoyando los codos sobre sus rodillas y agachando la cabeza; luego, miró a Petunia sin modificar su posición- No pudiste saltar por la ventana, ¿verdad?
-Lo siento mucho- dijo Petunia intentando controlar las ganas de ponerse a llorar; llevaba tantos días angustiada por todo lo que le pasaba que sabía que si empezaba, no podría parar en mucho tiempo- Intenté avisarte de que no podría venir, pero no te he visto en todos estos días y...
-No hace falta que te justifiques- interrumpió Martin volviendo a contemplar el suelo- Sé que si no has venido ha sido por un buen motivo; no necesito que me des explicaciones.
-Pero es que quiero que sepas que yo quería venir- dijo Petunia con vehemencia, obligando a Martin a mirarla- Me apetecía muchísimo ir a ver el ballet contigo.
-Está bien- Martin se puso de pie y cogió su chaqueta- Te invito a una pizza y me cuentas todo.
Martin le ofreció una mano y Petunia supo que sus miedos habían sido infundados; aquel chico confiaba en ella, no quería explicaciones y eso le hizo olvidarse de nuevo del mal día que había pasado. Cogió la mano de Martin y, cuando salieron del cine, ya no le importaba si los demás chicos del barrio la veían con el tipo raro del instituto... Aunque sólo fuera por esa noche, valía la pena correr el riesgo.