Disclaimer: Nada de ésto me pertenece, todo es propiedad de J.K. Rowlinkg.
Le ve entrar por quinto día consecutivo. Es la misma rutina de siempre, atraviesa la puerta —con tintineo de campanita incluído—y se sienta en la mesa más alejada de la cafetería —esa que sólo ocupa él, nadie más tiene permiso para hacerlo— a esperar que la camarera —Becky, Betsy, no lo sabe demasiado bien— se acerque a él y le tome nota. Siempre pide un café, le echa tres terrones de azúcar —a ese paso acabará sin dientes, producto de las caries, antes de los sesenta— y lo remueve durante casi diez minutos para luego bebérselo mientras se queda sumido en sus pensamientos. Siempre es lo mismo.
Inspira profundamente, lo lleva pensado varios días —en realidad desde que le vio aparecer por esa puerta con la irritante campanilla tintineante— y ha decidido que ya es el momento, es el momento de acercarse a él.
Con paso seguro —o lo que pretende serlo— se aproxima a la mesa en la que el hombre se encuentra. Él aún sigue dándole vueltas y vueltas, una y otra vez al más que azucarado café, sin percatarse en la presencia de la chica.
—¿Puedo sentarme? —Dice ella tras carraspear levemente. Está un poco, y sólo un poco, nerviosa.
Él alza la vista y la mira, tiene el pelo castaño y los ojos verdes, y no sabe por qué, pero su cara le resulta tremendamente familiar. Sólo atina a encogerse de hombros con un mudo asentimiento. Haz lo que te dé la gana, vendría a ser. Nunca se ha caracterizado por ser especialmente hablador.
Vuelve a coger la cucharilla y dar una y otra y otra vuelta más al café —que para ese entonces, debe estar ya más que frío— mientras la chica, con el ceño fruncido, espera a que comience una conversación. Aquel silencio la exaspera.
—¿Y bien? —Dice ella, o más bien bufa.
Él, por segunda vez levanta la vista de su café y clava sus grisáceos ojos en los de la chica. No le gusta la compañía, y ella le está perturbando su momento de silencio.
—¿Y bien, qué? —Contesta él enarcando una ceja.
—¿Acaso no me piensas preguntar quién soy? —Dice la chica rodando los ojos.
Él contesta con un simple No mientras le echa otro terrón de azúcar al café —¡más caries, viva!— sin siquiera dirigir su vista hacia ella.
La chica bufa —ha perdido la cuenta del número de veces que lo ha hecho ya— mientras le somete a un minucioso escrutinio. Sabe que hace relativamente poco —hace escasos dos meses, su hermana Daphne se lo dijo— que él salió de Azkaban, y sin duda alguna su estadía allí no ha sido como en un paraíso vacacional. Está bastante más demacrado de cómo lo recordaba, incluso tiene la piel más pálida —y eso que es casi imposible— y las ropas que antes parecieron venirle perfectamente, ahora le quedan demasiado holgadas. Pero aún así conserva ese porte aristocrático y esa mirada fría con la que siempre soñó en sus años de colegio.
—Soy Astoria —Dice ella sonriente tendiéndole una de sus pequeñas manos—. Astoria Greengrass.
Y él no puede hacer otra cosa que alzar las cejas, incrédulo. ¿Acaso ella no sabe quién es él? Porque si lo sabe, no hay razón alguna para acercarse. Él es un mortífago —exmortífago, aunque eso son pequeñas minucias sin importancia— recién salido de Azkaban. Demasiado malo para estar en el bando de los buenos, demasiado bueno para estar en el bando de los malos.
—Draco Malfoy —Contesta tras carraspear mientras mira la pequeña mano de la chica, dudando si estrecharla o no. La situación es demasiado inverosímil.
—Ya lo sabía —Dice Astoria con una sonrisa—. Íbamos juntos a Hogwarts. ¿Recuerdas?
—Claro —Responde Draco dándole un primer sorbo, por fin, al bendito café—. La hermana de Daphne —No es una pregunta, es una afirmación.
—Sí —Farfulla Astoria—. La hermana de Daphne.
Siempre ha sido igual. ¡Oh claro! ¡La hermana de Daphne! ¡Eh tú, pequeña Greengrass! Y por un minuto Astoria no quiere ser la hermana de nadie, ni la pequeña Greengrass, quiere ser sólo Astoria, sólo ella hablando con él.
Draco vuelve a darle otro sorbo al café —que ya está demasiado frío para su gusto— mientras la escucha hablar. Tiene un lunar —diminuto, pero lo tiene— junto al labio que casi desaparece cuando tuerce el gesto, y sus ojos brillan más de lo normal cuando habla de algún tema que le apasiona, como en ese momento —aunque Draco no le está poniendo especial atención a la conversación – monólogo por parte de la chica, está mucho más ocupado en observar cada una de sus expresiones— mientras hace aspavientos con las manos.
—Debería irme —Comenta ella mirando distraídamente su reloj de pulsera—. He quedado en ver a Daphne, se ha casado con Nott, ¿lo sabías?
Y no, Draco no lo sabe, pero la verdad es que tampoco le importa. ¿Daphne? ¿Nott? Lo único que quiere es que esa chiquilla —Astoria Greengrass, Pequeña Greengraass, ya da igual— se quede ahí, sentada frente a él, mientras le habla de cualquier soberana estupidez, porque no lo entiende, y le da igual, pero su voz —maldita sea su voz— es demasiado tranquilizante, le alivia las culpas y deshace las penas.
Cuando escucha la campanita —molesta campanita— de la puerta, es consciente de que ella ya ha cruzado el umbral, y apurando el último trago de café frío, coge su abrigo y se dispone a ir tras ella.
—¡Eh! ¡Greengrass! —Exclama en mitad de la calle.
Astoria se gira y retrocede un par de pasos, los suficientes para acercarse a él. Está desconcertada.
Draco carraspea, en ese momento no tiene ni la más remota idea de lo que está haciendo allí, y el simple hecho de ir tras aquella niña le parece patético, algo digno de un simple Hufflepuff, no de todo un Malfoy.
—Nos vemos mañana, Draco —Sonríe ella—. A la misma hora, en la misma mesa, no te olvides —Y dándose la vuelta desaparece entre la multitud.
Algo parecido a una sonrisa aparece en la cara del chico, y es que no se piensa olvidar.
¡Mi segundo Draco/Astoria! No es gran cosa, pero quería mostrar algo de ellos que no fuese el típico matrimonio arreglado del que siempre se habla. En fin ¿qué os ha parecido? Ya sabéis, reviews :3
¡Un beso!
—Virginia.
