Título: Destino

Género: romance

Protagonista: Kagome

Pareja: Inuyasha y Kagome

Personajes principales: Inuyasha, Kaede, Naraku y Kikyo

Autor (según yo): kIsS-dArK

Destino: capítulo 1: Principio

Cuando mi padre me comunicó que me casaría, no contesté. Agache la cabeza y apenas asentí. Mi voz desapareció durante varios días, mientras yo deambulaba sin pensar en nada. Mi padre no cesaba de explicarme por qué me enviaba tan lejos. Pero sus excusas eran algo sin sentido para mí.

Tuve una madre que me amó más que así misma, y por ello tuvo que morir. A menudo yo deambulaba por los viejos pasillos del castillo buscando el recuerdo de mi madre, buscando el eco de su voz, buscando la sombra de su perfume. Cuántas veces contemplé mi silueta en el río, cuántas veces intenté que mis ojos azules tuvieran ese mismo brillo tranquilo que ella poseía, cuántas veces me vestí con sus ropas, para abrazarme a mí misma y soñar que eran los brazos de mi madre.

Maldije la vida, maldije el amor, la luz, la lluvia, por arrebatarme lo que yo más amaba. Me maldije por no haber aprovechado el tiempo que habíamos tenido.

Y luego descubrí que su amor no se había marchado. Estaba en el aire, en la brisa, en la tierra, en la luna, en el sol, en mí misma. Pero no era igual. No era lo mismo.

Y me congele en su recuerdo. Mi pelo creció hasta llegar a la mitad de los muslos, y sonreí al verlo reflejado en el espejo, tan negro como el de mi madre. Me la pasaba encerrada en la biblioteca de mi padre, leyendo pequeños libros que ella me había enseñado a descifrar. Y cada vez más me esforzaba porque el brillo de mis ojos se pareciera al brillo de ella, pero no lo lograba, y no entendía por qué. Cuando cumplí los dieciséis años volví a mirarme en el agua del río. Después de ello iba todas las tardes allí, y hablaba con aquel difuso reflejo.

Sólo los ojos, el pelo, y la sonrisa había heredado de ella, pero si me esforzaba mucho lograba verla sonriéndome desde el otro lado del agua.

La persona que más me había amado, me la habían arrebatado con crueldad.

En realidad no me alegre por poder por fin dejar atrás esa parte de mi vida que me hacía daño. Mi padre era estéril. Mi madre lo amó, de ello estoy segura. Pero cuando yo nací mi madre quedó mal después del parto, y cuando quedo embarazada de un nuevo niño, tuvo problemas y abortó. Más tarde mi padre enfermó y quedo estéril. Me odio por ello, porque él creía que yo era la causante de la deshonra que había en su familia. Desde ese momento mi madre no le permitió que la volviera a tocar. Él se amargó hasta tal punto que apenas vivía para el trabajo, comer y dormir.

Me embarcó en una pequeña nave, donde metió todas mis pertenencias como pudo, y luego ordenó al que podría decirse capitán, que debía entregarme intacta a mi futuro marido. Por supuesto yo no sabía nada de que el capitán me casaría en mitad del mar, sin sacerdote, sin que el "novio" estuviese presente. ¿Se podía hacer eso? ¿Se podía casar a una persona en medio de la nada, con alguien que en realidad era un representante?

En el fondo yo soñaba con la libertad, con ser como el viento. Pero el destino ya había trazado un camino para mí, y acepté desconcertada esa nueva vida.

Cuando desembarqué en tierra firme, me sentí mareada por la vida que me esperaba. Una vida que yo no sabía, ni conocía, ni estaba lista para tomar. Me sentía extraña en medio de todo ese tumulto de gente, y aún más frente a todas aquellas preciosas mujeres vestidas de seda y encaje, frente a mí: una menuda muchacha que vestía los trajes de su madre. Me sentí desnuda frente a todo ese color y variedad, que cuando recordé el sencillo vestido de seda blanca y corpiño rosado, noté el odio dentro de mí por avergonzarme de las ropas de mi madre.

Luego recordé lo orgullosa que siempre había estado de parecerme a ella, y levante la barbilla, mientras la brisa azotaba débilmente mi pelo.

Creo que estuve de pie unos cuantos minutos antes de empezar a pensar que quizá nadie vendría a buscarme. Y de repente una mujer se acercó a mí muy agitada.

En esos momentos lo único que cruzaba por mi cabeza era el rumbo que mi vida tomaría, y creo que estaba tan abandonada de cariño que cuando la mujer me abrazó yo no se lo impedí, y hasta creo que correspondí aquel abrazo.

Aquella expresión avergonzada y sorprendida de Kaede jamás se me olvidará, así como tampoco la primera vez que vi a Inuyasha Taisho.

-P-por favor disculpad mi atrevimiento…señora. Es sólo que…que…

Aquella sombra en sus ojos me dio miedo. Recuerdo que un escalofrío recorrió sin reservas mi espalda, y no pude ni responderle. Me limité a sonreír, de la manera más sincera que pude, y creo que en ese momento Kaede comprendió lo que quise decirle porque desde entonces, se convirtió en una amiga para mí, aunque por entonces yo no sabía lo que era una amiga de verdad.

Cuando levanté la cabeza supe que aquel hombre de pelo castaño y ojos dorados era mi marido. No me atreví a sonreír cuando un calor recorrió mi espina dorsal, porque comprendí que aquellos preciosos ojos dorados no me veían a mí. Me miraban sin verme de verdad. Aquellos principios del amor me azotaron el alma hasta casi herirme porque cuando llegamos a lo que sería mi nuevo hogar, e Inuyasha envió que colocaran todas mis cosas en la habitación contigua a la suya, pero ni siquiera me miró ni me dirigió palabra alguna, supe con toda certeza que él no pretendía comportarse como mi marido.

Aprendí a respetar el silencio que se formaba entre nosotros en el desayudo, e intentaba ser la mejor esposa dentro de mis posibilidades. Respetaba la decisión de que quisiera que comiera con él, aunque no nos dijésemos nada. A veces le subía la comida, cuando estaba muy cansado, y yo vivía mi vida, o lo que pudiera llamarse como tal.

Cuando llevaba un mes y medio en aquel castillo inmenso me di cuenta que en realidad a Inuyasha Taisho no le importaba lo que yo hacía. De vez en cuando me preguntaba si había hecho algo fuera de lo normal, y yo contestaba que no. Lo único que ocupaba mi vida era la lectura, montar a mi yegua, y hablar largas tardes con Kaede.

Desde entonces me jure que si a él no le importaba yo, ¿por qué iba a importarme él a mí? Y aprendí a montar a caballo con ayuda de un mozo de las caballerizas. Un poderoso, elegante y magnífico animal...Tan deseoso de correr libre como yo. Sólo aquellas veces me sentía libre, libre al fin. Los terrenos de Inuyasha eran grandes y yo siempre me cuidaba de que no me sorprendiera en mi furtiva aventura, sobre todo porque yo iba mucho más lejos de lo que estaba permitido.

El viento fresco azotándome la cara era lo más parecido a felicidad que podía conocer por ese entonces. Pasaba las tardes subida en aquel precioso animal y recorría los campos saciándome con su espléndida hermosura. En aquellos momentos yo no era ni feliz ni desgraciada, tan sólo una muchacha que montaba a caballo.