Hola!
Antes de que comiencen a leer mi historia, debo decirles que si aún no han leído el libro seis de Harry Potter, entonces no lean mi fan fic, porque los hechos que aquí relataré son mi continuación al libro seis. Si no han leído el libro seis y leen mi fan fic, es bajo SU responsabilidad.
Otra cosita: debido a que el libro seis sólo está en inglés, yo no sé qué traducción se le vaya a dar a ciertas palabras que en él se emplean, y para no complicarme la vida, decidí escribir la palabra tal cual se usa en inglés. Estas palabras las escribiré entre comillas (""), para fácil ubicación. También les aviso que hay palabras de las que sí puedo deducir su traducción, y es por esto que iré poniendo notas cada vez que utilice una de esas palabras, en donde escribiré la palabra en inglés y la traducción que yo le doy al español. En este capítulo no hay palabras de esas, sólo hay palabras de las que desconozco su traducción. arrocillo.
Resumen: Harry ha tomado una decisión: No volver a Hogwarts. Pero el destino es caprichoso, y cuando uno quiere estar solo, es cuando más acompañado se está. Y es en esta atmósfera de tristeza y desconsuelo, que un nuevo personaje aparecerá, dando esperanza a los que la han perdido, y reforzando la confianza en los que aún la tienen. Harry tiene que aprender todo lo que pueda de este personaje, pues sus enseñanzas son vitales para ayudarlo a triunfar en su misión. La pregunta es¿Harry estará listo para cuando llegue el final?
Escrito por aego.
Capítulo 1.
La mujer de negro
Era una noche calmada la que se había apoderado del número 4 de Privet Drive. El sol se había puesto sobre el horizonte lentamente, y no fue sino hasta cuando sus rayos mortecinos encendieron el cielo, que Harry Potter terminó de empacar lo que le pertenecía, y se había sentado a esperar la hora acordada.
Aquel 30 de julio había sido muy largo, y Harry sabía perfectamente que eso se debía a que solamente se encontraba a unas pocas horas de alcanzar la mayoría de edad en el mundo mágico, y que como adulto, no tendría que continuar su vida con los Dursley. Aunque a decir verdad, aquel verano no había sido tan malo. Es cierto que la relación con su única familia no había mejorado, pero Harry sabía que Dumbledore quería que regresara con los Dursley, al menos hasta su cumpleaños, y él no tenía la menor intención de desobedecerlo; no después de su muerte.
Sin duda alguna, ese hecho había cambiado la forma en que Harry veía las cosas. De alguna manera, él sentía muy en su interior, que la muerte del director de la escuela más importante del mundo, lo había marcado de una forma muy singular. Era como si su vida entera se hubiera dividido por ese hecho en un antes y un después. Antes, él había sido un niño y un adolescente curioso, que gustaba de entrometerse en asuntos que no le correspondían; ahora, sin embargo, se había transformado en un mago con más madurez, a punto de convertirse en adulto, consciente de las consecuencias que cualquiera de sus actos podría conllevar; y no sólo estaba consciente, sino que estaba dispuesto a enfrentar lo que se le presentara.
Se incorporó lentamente y avanzó hacia la ventana de su habitación, sujetando firmemente con su mano el "Horcrux" falso. Las primeras estrellas del firmamento brillaban con obstinado fulgor, iluminando una ciudad sumida en penumbras. Eran tiempos difíciles. Por lo menos tres veces por semana, Harry se había encontrado con noticias sobre ataques de mortífagos en el diario El Profeta, y esa era una situación que lo perturbaba. Pero a pesar de los malos tiempos, cada día Harry tenía un poco de luz en su vida, pues cada día, desde que habían dejado Hogwarts, recibía cartas de sus amigos sin falta, y de vez en cuando, los integrantes de la Orden del Fénix se tomaban el tiempo de redactarle unas cuantas líneas.
Precisamente aquel día le habían mandado una carta avisándole que cuando la noche cayera, irían a Privet Drive para escoltarlo a la Madriguera. Por esa razón había preparado su equipaje para abandonar esa casa por fin y de una vez por todas. Aunque Harry no consideraba como tiempo perdido el último mes que había estado con los Dursley, pues le había servido para pensar en su siguiente paso a dar. Esa noche lo llevarían a la Madriguera, pero no era su plan quedarse ahí. Tal y como se lo había dicho a Ron y Hermione hacía sólo un mes, él quería regresar al lugar en donde todo había comenzado para él, quería volver al Valle de Godric y visitar la tumba de sus padres, y después…, después buscaría los "Horcruxes" restantes. Finalmente Harry había comprendido la razón por la que Dumbledore había juzgado necesario darle toda la información que poseía sobre Lord Voldemort; todo iba encausado a un solo fin: hacerle saber los lugares en los que posiblemente se encontraban los objetos que resguardaban las partes del alma de Voldemort, los objetos que lo convertían en lo más cercano a la inmortalidad; y él, Harry, era quien tenía que encontrarlos.
Pero no estaría solo, sus amigos estarían con él. Al pensar en ellos, el rostro ensombrecido de Harry se iluminó por un breve instante. Aún recordaba cuando Ron le había dicho que él y Hermione lo acompañarían con los Dursley, y que después lo acompañarían a donde fuera que él deseara ir. Obviamente la idea le había parecido muy reconfortante, pero se vio obligado a convencerlos de que no podrían estar con él en Privet Drive, pues sus tíos no estarían nada complacidos alojando a dos magos mayores de edad en su propia casa. Después de aceptar a regañadientes esta explicación, habían prometido escribirle todos los días, y lo habían cumplido.
Harry sonrió al pensar en la expresión de sorpresa que se dibujaría en el rostro de sus amigos cuando vieran lo mucho que había cambiado. Aunque más que nada, el cambio había sido interno, no externo, pues físicamente no existía una gran diferencia, salvo por sus ojos, que ahora eran completamente diferentes. Por supuesto, seguían siendo del mismo verde intenso que eran, pero ya no existía ese brillo de curiosidad en ellos. Ahora, era como si estuvieran cubiertos por un delgado velo de tristeza. Toda la responsabilidad que estaba depositada sobre sus hombros, la carga emocional con la que vivía día con día; todo eso se veía a través de sus ojos, y eso era algo que no podía evitar. En ese momento dio gracias de que Ginny no estuviera con él, pues no quería que lo viera así: triste y preocupado. No. Prefería que ella conservara en la memoria la imagen de un Harry decidido y valeroso, pues ese podría ser el último recuerdo que tuviera de él.
De pronto recordó que esa misma noche se iría a la Madriguera, y eso tenía sus pros y sus contras. Dentro de los pros, se encontraban el hecho de que vería nuevamente a sus amigos, y que podría convivir por última vez con la única familia que había conocido y la única que lo quería como a un miembro más. En los contras, estaba la cuestión de decir adiós a la única familia que había conocido y la única que lo había querido como a un miembro más; y sobre todo, estaba el hecho de que vería a Ginny otra vez, y eso era algo que debía evitar a toda costa, pues él ya había tomado una decisión, y sus convicciones estaban firmes, pero sabía perfectamente que si volvía a convivir con Ginny todos los días, no sería capaz de cumplir con lo que se había propuesto.
Estaba sumido en este dilema emocional, cuando de pronto, un grito proveniente de la planta baja lo sobresaltó, sacándolo abruptamente de sus pensamientos. Instintivamente sacó la varita y salió corriendo de la habitación, hacia las escaleras. Cuando llegó a su meta, vio cómo una mujer, que le era totalmente desconocida, levantaba una varita y gritaba "Petrificus totalus", apuntando al tío Vernon, el cual se puso rígido y se desplomó en el suelo con la gracia de una tabla. Tía Petunia chilló horrorizada y Dudley salió corriendo del vestíbulo lo más rápido que pudo. Harry aprovechó ese momento para actuar.
–¡Expelliarmus! –gritó apuntando a la bruja, quien se veía bastante sorprendida.
Tal vez ella había pensado que Harry no haría nada por temor a que lo expulsaran de Hogwarts, pero ese era un asunto que a él le tenía sin cuidado. Atrapó ágilmente la varita de la bruja, que había salido volando por el hechizo.
La mujer lo observó incrédula y Harry le sostuvo la mirada. Tenía unos intensos ojos negros. Harry no recordaba haber visto ojos tan negros en toda su vida. Se acercó un poco a ella, escudriñándola. No era más alta que él. En realidad, viéndola de cerca, Harry se dio cuenta de que se trataba de una joven no mayor que él, tal vez de unos diecinueve o veinte años. Estaba envuelta en una capa de viaje de color negro. Llevaba suelto el cabello (que le llegaba hasta media espalda), era ondulado y tan negro como sus ojos. Y sobre la cabeza sostenía un sombrero puntiagudo que hacía juego con la capa de viaje, y el cual llevaba elegantemente ladeado hacia la derecha. Después de unos instantes de silencio, la joven habló:
–Harry Potter, no sabes cuántas ganas tenía de conocerte. –Su voz era animada, pero perturbante.
–Puedo imaginarlo –respondió Harry fríamente, sin dejar de apuntarle con su varita.
–No te preocupes –dijo ella observándolo detenidamente–, no vengo a hacerte nada, yo estoy de tu lado.
–¿Quién eres? –preguntó Harry agresivamente, ignorando el comentario de la bruja.
–¡Ah! Tienes razón –dijo ella por toda respuesta–, no me he presentado. Soy Liza, vengo para llevarte a la Madriguera.
–¿A sí? –cuestionó Harry incrédulo.
–Sí –contestó Liza–. Toma, esto es para ti.
La joven le entregó un trozo de pergamino en el cual se leía:
Harry:
No te preocupes, Liza es de confianza, te traerá sano y salvo a la Madriguera, donde podrás estar el tiempo que desees, ya sabes que eres bienvenido.
Arthur Weasley
Harry dobló el trozo de pergamino y miró a Liza.
–Perdona mi hostilidad –se disculpó mientras le devolvía su varita a la joven.
–No te preocupes. Y espero que tú perdones lo que le hice a tu tío, estaba comenzando a ponerse muy agresivo.
Harry le sonrió en señal de que no tenía por qué disculparse por darle un buen escarmiento a Vernon Dursley, se lo tenía más que merecido.
–Bueno –dijo Harry rompiendo el silencio–¿nos vamos?
–Aún no, primero debo tener unas cuantas palabras con tus tíos.
–Unas palabras –repitió Harry despacio–¿por qué?
–Esas fueron las órdenes que recibí directamente de Albus Dumbledore –contestó sencillamente–, creo que fueron de las últimas órdenes que dio.
Aquel comentario heló a Harry. Él sabía que Dumbledore era un hombre de principios firmes, pero no dejó de asombrarle el hecho de que en todo el tiempo en que estuvo debilitándose poco a poco, no dejó de cumplir con sus obligaciones. Sin lugar a dudas, Dumbledore no sólo había sido un gran mago, sino un gran hombre.
–¿Por qué no vuelves a tu alcoba y te ocupas de los detalles finales, Harry? –sugirió Liza sutilmente–, no vaya a ser que olvides algo aquí.
Harry asintió y subió rápidamente las escaleras. Cuando estuvo dentro de su habitación se dio cuenta de que no había ningún detalle final por arreglar. Todo estaba listo: su baúl estaba en el suelo, lleno por todo lo que le pertenecía, y la jaula vacía de Hedwig estaba justo al lado (hacía dos días que su mascota había salido a cazar ratones, y Harry estaba seguro que para ese entonces la lechuza ya estaría a salvo en la Madriguera). Pensando que sería muy rudo de su parte que regresara tan pronto al vestíbulo, se sentó en su cama y se dispuso a esperar.
Su cama. La verdad era que, salvo por el baúl y la jaula, nada de lo que estaba en aquella habitación le pertenecía. Nada, ni siquiera las sábanas que lo habían arropado por tantos años. En realidad, él siempre había sido un extraño en esa casa, como una sombra que carecía de cuerpo, o un intruso que no tenía derecho de estar ahí. Sonrió amargamente, mientras sus tristes ojos verdes recorrían toda la habitación. Pero finalmente se iría, se iría para no volver jamás.
Dejó que pasaran cinco minutos más y después, creyendo que ya era oportuno bajar, tomó su baúl y la jaula, y abandonó la habitación con paso decidido. Conforme se acercaba a las escaleras fue haciéndose más audible una conversación, sostenida entre la visitante y una atemorizada tía Petunia. Cuando llegó a las escaleras, se dio cuenta de que ya no estaban en el vestíbulo, sino en la sala de estar, y también se percató que desde su posición podía escuchar claramente lo que la voz de Liza decía:
–Es por su propia seguridad, pero sólo es provisional, así que esperamos que sepan aprovechar la ayuda que les estamos ofreciendo.
–¿La protección durará hasta que el plazo de tiempo se termine? –preguntó tía Petunia temerosa.
–Sí –respondió la joven cortésmente–, para ese entonces, ustedes ya deberán estar lejos de aquí, por lo tanto, estarán fuera de peligro, y ya no será necesario el hechizo.
Harry bajó las escaleras cautelosamente, y de la misma forma se acercó a la sala de estar. Ahí vio a Liza y a la tía Petunia, sentadas una frente a la otra en sofás opuestos; y al tío Vernon, que ya no estaba petrificado, sino de pie en medio de la habitación (Dudley seguramente estaba escondido en su alcoba).
Le sorprendió mucho descubrir que sus tíos podían mantener una conversación de adultos con una bruja. Pero entonces, el encanto sobre el ambiente se vio roto por un comentario del tío Vernon:
–Según lo que dijiste, el muchacho es muy importante para los m… –La palabra quedó atorada en su porcina garganta–, para los ma…, para los de tu clase.
La joven lo miró atónita y después dijo:
–No sólo es importante, es vital para nosotros.
–¿Y cuánto crees que los de tu clase estarían dispuestos a pagar por él?
Harry sintió la ira correr por sus venas, pero ésta fue sustituida rápidamente por asombro, al ver la reacción de Liza. La joven se había incorporado violentamente y se había abalanzado sobre el tío Vernon, tomándolo del cuello de las ropas e impactándolo contra la pared, aprisionándolo.
–¡Escúcheme, Vernon Dursley, y escúcheme bien! Sé que usted no siente ningún tipo de aprecio por Harry, pero será mejor que evite expresarse de esa manera sobre él en mi presencia. No voy a permitir que hable del muchacho como si fuera un objeto con el que usted puede mercar. Tenga cuidado y no me haga perder la paciencia, Dursley, no le gustaría saber de lo que soy capaz cuando me hacen enfadar.
El tío Vernon se puso completamente pálido ante tal amenaza. Harry disfrutaba aquello, pero le pareció que ya era hora de irse, así que se aclaró sonoramente la garganta para anunciar su presencia. Inmediatamente Liza soltó al tío Vernon, (quien estaba ligeramente morado), y se volteó para ver a Harry.
–¿Listo? –preguntó tranquilamente, como si no hubiera pasado nada.
–Sí –contestó Harry.
–Bien. –La joven miró a la tía Petunia y dijo–: La oferta está hecha y el hechizo está puesto, pero recuerde que tiene un límite; si el plazo de tiempo que les mencione se termina, y ustedes no se han ido, el hechizo desaparecerá, y ustedes ya no serán nuestra responsabilidad. Están advertidos.
Dicho esto último se encaminó hacia Harry. Con un movimiento de varita desapareció el baúl y la jaula, y se dirigió a la puerta, que se abrió sola de inmediato.
–¿Nos vamos? –le preguntó a Harry, haciéndose a un lado.
–Sí –contestó él sin titubear, cruzando el umbral de la puerta con paso firme, y sin mirar atrás ni una sola vez.
