Disclaimer: Los personajes de APH pertenecen a Himaruya Hidekaz.

Aclaraciones del capítulo: Pese a estar todo en español, desde el principio hasta la aparición de Emma toda conversa es en italiano, de ahí que no aparezcan palabras italianas ni nada entre medio. Más información de la historia completa al final del capítulo, de nada serviría decirlo ahora.


#1 – Hogar, dulce nuevo hogar

No era una situación con la que debería alegrarse, pero había que admitir que acababan de darle la mejor noticia que podrían haberle dado en su vida. De no haber sido porque debía mantener cierto respeto hacia el viejo, en ese momento se habría levantado de su asiento y se habría puesto a bailar una Jota.

Nunca le he hecho mal a nadie, porque vamos, yo únicamente golpeo a aquellos que se lo merecen de verdad, ¡y no insulto, yo solo digo las verdades que otros no se atreverían a decir! ¿Que quién soy? Mi nombre es Lovino Vargas y hasta hace escasos minutos vivía en Roma, ¿por qué escasos minutos? Pues porque me acaba de tocar el premio gordo y me mudo a la casa de playa de mi abuelo. Lo malo del asunto no es que me largo de mi amada ciudad natal, sino que además me mudo a otro país. ¿Cuál? España. Me ganaba la vida vendiendo recuerdos de la ciudad en una tienda minúscula mientras poco a poco me hago un hueco en el mundo de la escritura. Hubiera preferido más el arte, pero gracias al don innato de mi hermano siempre quedo en la sombra de él por lo que preferí dedicarme a otra cosa. Suficiente he tenido con quedar siempre bajo la sombra de él como para que ahora fuera yo de masoquista e hiciera cosas para seguir siéndolo, pero vamos… que ya desvarío. A lo que iba.

Hace menos de dos semanas mi abuelo falleció por causas naturales así que en estos momentos nos encontramos sentados el resto de la familia en vida y yo frente a un abogado a la espera de que reparta la herencia según los deseos de mi abuelo. Como he mencionado, a mi me ha tocado la casa en la Costa Brava y algo de pasta. Sé que mi tía quería esa casa desde hace tiempo, pero de no haberlo sabido lo habría hecho con la mirada fulminante que me dedicó. Que se fastidie, ¡que no me regalaba nada desde los 9 años y ya tengo 20! Me debía montones de regalos y dinero por mis buenas notas. Hubiera seguido con mi sonrisa de superioridad de no haber sido porque escuché algo que me horrorizó. Mi abuelo le había dejado a mi hermano un piso, pero no era eso lo que me molestó, ¡sino que en la misma ciudad! ¡¿Para qué coño quería mi abuelo un piso y una enorme casa en la misma ciudad?! ¡Por lo menos podría haber variado un poco, joder! Que ahora me había hecho ilusiones de perder de vista a mi hermano hasta las próximas navidades, momento en el que la familia se junta sí o sí, y ahora me joroban con eso. ¡No es justo! ¡Ya pueden irse todos un ratito a la mierda!

El mayor de los hermanos estaba más que enfurruñado por aquella noticia mientras que el menor se aguantaba las ganas de dar saltitos por toda la sala. Parecía que el abuelo tenía bastante dinero pero pese a ello, a muchos de los familiares les dejó solo una palabra como herencia: "Joderos". Al salir de allí, aquellos a los que les había dejado palabra tan cariñosa como herencia parecían echar humor por las orejas del enfado, mientras que los demás planeaban qué hacer con sus respectivas herencias. Lovino lo tenía claro, en ese preciso instante se iba a hacer las maletas, echarse a la cama y dormir hasta que el cuerpo diga basta e irse a primera hora en coche a España, concretamente a Platja d'aro, Gerona, donde su nuevo hogar aguardaba. Feliciano estaba dudoso, estaba bastante contento con su actual hogar y el ambiente que le rodeaba pero a la vez tenía curiosidad por saber cómo sería aquella ciudad. Él no recordaba haber salido de aquella casa, es más, los únicos recuerdos que tenía era de pasarse el día cerca de la piscina coloreando junto a su abuelo mientras su hermano pasaba más tiempo con los vecinos que en casa, ¿por qué? Fue algo que nunca se preguntó. El mayor aprovechó el momento para aconsejar a su hermano que sería mejor idea vender el piso o ponerlo en alquiler y así podría sacar un dinero extra… todo fuera para que no se mudara a la misma ciudad. Sería un engorro, ¡si se iba del país era para no verle más la cara! Parecía que el menor se convenció con aquella idea por lo que dejaron el tema por el momento, ahora Lovino tenía otros planes además de fingir mal estar por la pérdida de su abuelo. Había que admitir que en el fondo sí le sabía mal la muerte de su abuelo, pero el viejo nunca había estado demasiado tiempo con él como para llegar a extrañarlo demasiado tiempo.

—Creo que la casa necesitará una buena limpieza…

A pesar de que posiblemente su abuelo se había encargado de dejarla limpia la última vez que estuvo en ella, con los días habría acumulado el suficiente polvo como para provocarle alergia al mismo a cualquiera, además de que ahora iba a ser su casa y la quería a su gusto. El viejo nunca había tenido el mismo gusto que él en cuanto a decoración.

Al llegar a la casa que por el momento era su hogar empacó cuanto pudo en maletas, cajas y bolsas. Lo demás se lo podrían ir enviando según lo necesitara, lo cual seguramente sería nunca pues eran cosas que solo ocupaban espacio y nunca utilizaba. Se estuvo un par de horas guardando sus pertenencias y descolgando algunas cosas de las paredes que iba a querer en su nuevo dormitorio, obviamente el ordenador había sido lo primero que había guardado con cuidado e iba a ser lo último en meter en el coche para que no se rompiera por el camino. Comió algo rápido antes de irse derechito a la cama para descansar todo lo posible, al día siguiente le aguardaba un larguísimo viaje aunque esperaba poder alcanzar sitio en el barco que podría llevarle a él y a su coche hasta Barcelona, ya de ahí sería cuestión de hacer uso del GPS a menos que quisiera perderse por aquel lugar. El resto de la tarde y noche pasó demasiado rápido, para el ítalo la sensación de que habían pasado únicamente cinco minutos desde que había cerrado los ojos hasta ese momento era bien presente. Quizá los mismos nervios no le habían dejado descansar bien, o quizá el dormir demasiadas horas… no, eso último podía descartarse ya que no sería la primera ni la última vez que dormía casi la mitad del día. Habiéndose despedido la tarde anterior de sus padres y hermanos, para evitarse el que se le pusieran a llorar en el último minuto había decidido despedirse con antelación y así no despertarles, tan solo tuvo que desayunar y tomar las cuatro cosas que no había metido ya en el coche. Echó un último vistazo al interior de la casa antes de subirse al auto — él todavía vivía con sus padres, Feliciano solo se había quedado a pasar la noche —, pero para su desgracia al momento que prendió el motor escuchó una voz familiar llamarle; su hermano se había despertado y ahora salía corriendo en calzoncillos a despedirse. ¡Podría haberse puesto al menos unos pantalones!

—¡Hermano, espera! – Corrió apoyando las manos en la ventanilla del lado del conductor hasta que el mayor bajó esta. – Estuve pensándolo mejor y hablándolo con mamá… Al final sí voy a mudarme al piso que me dejó el abuelo. – Sonrió de forma estúpida a ojos del mayor de los italianos. – En una semana estaré en la misma ciudad que tu, ¡¿no es emocionante?!

—Brinco de gozo – espetó con ironía, ironía que el menor no pilló.

Tras despedirse brevemente, pues para mala suerte en una semana iba a tenerlo viviendo en la misma ciudad, finalmente emprendió su camino. Tras un par de horas de trayecto, las cuales habrían sido menos de no ser por haberse detenido tantas veces para comprar algo de beber y varios kilómetros más tarde para ir al baño, por fin logró llegar a un puerto en el que sabía zarpaban barcos dirección Barcelona y en el que poder subir también su coche. No había empezado bien su día con aquella noticia y parecía que no iba a mejorar por el momento ya que si bien consiguió comprar un billete para ese mismo día debería esperar otras dos horas para poder subir a bordo, y luego otra media hora a que el barco decidiera zarpar.

Hay que verle lo positivo a todo este asunto. La espera podrá ser larga al igual que el camino que todavía que me queda, pero al momento en el que ponga un pie en esa casa podré gritarle a los cuatro vientos que por fin soy libre de las ataduras impuestas por mi familia. Según mi hermano todo lo hacían por mí bien. Sí, claro, y es que a mis 20 años seguir poniéndome una hora para regresar a casa por las noches no era pasarse. Claro que ni quiero mencionar la noche en la que supuestamente la casa iba a estar vacía y decidí llevar a una hermosa chica que conocí dos noches antes. Tras una apasionante sesión de sexo decidí que mejor sería darme una ducha mientras ella se vestía y desaparecía por la puerta para no volver a verla más, no obstante para cuando abrí la puerta me encontré al imbécil de mi hermano con la oreja pegada a la puerta. Y no exagero, al momento de abrirla el muy idiota se cayó al suelo quejándose ante el impacto.

L-lo siento, hermano – Se incorporó pocos segundos después, salvándose de que en un ataque de histeria acabara pisándole la cabeza por cotilla. A él no le importaba en lo más mínimo lo que yo hacía en mi habitación.

Yo tan solo fruncí el ceño más que molesto pero me calmó al escuchar una risilla de mi "invitada". Obviamente no les presenté, sino que por lo contrario tomé a mi hermano de la camisa y le obligué a levantarse para sacarlo de mi habitación a empujones. Necesitaba una explicación en ese preciso momento, sabía que mi hermano no era tan inocente como aparentaba ser pues en varias ocasiones me había cruzado con hermosas mujeres saliendo de la casa justo cuando yo llegaba del trabajo y el resto del día mi hermano sonreía más de lo que acostumbraba ya a hacer. En serio, me pregunto cómo coño puede sonreír tanto sin que le duela la cara. Bueno, a lo que contaba. El muy idiota suplicaba — de forma bastante nenaza cabe destacar —que no le hiciera daño, a lo que yo simplemente le respondí con miradas asesinas y gruñidos hasta que logré empujarlo hasta el salón. En ese momento únicamente me cubrían mis bóxer negros, lo primero que había pillado para salir de la habitación, y es que no era plan tampoco de irse paseando por la casa en pelotas pese a ser la mía y no la de la chica. Le obligué a sentarse haciendo la suficiente presión en su hombro como para que se quejara y obedeciera a mi "petición", me crucé de brazos y sin pelos en la lengua decidí por fin hablar.

Feliciano. ¿Qué coño estabas haciendo pegado a la puerta, gilipollas? – soné más calmado de lo que hubiera deseado. ¿A quién vamos a engañar? Pese a estar molesto con mi hermano por ese accidente estaba demasiado agusto como para ponerme a chillar histérico como normalmente le hacía cuando estaba molesto. A él y a todo el que se atreviera a molestarme, claro.

Y-yo… - tartamudeó jugando con sus dedos sin atreverse a mirarme, o eso supuse al ver que no levantaba la mirada del suelo.

Responde de una maldita vez – insistí, mi paciencia podría agotarse rápido si no lo hacía.

Me-me sentía un poco mal por saber que ibas a pasar el fin de semana solo así que decidí venir a pasarlo contigo. – Sí, claro. Seguramente habría visto alguna película de terror y no podía dormir solo, sino no me explico que no hubiera esperado hasta la mañana y hubiera decidido aparecer por casa de madrugada. – Escuché ruidos de tu habitación y me alarmé así que me acerqué cauteloso por si acaso era u-un ladrón. ¡No lo sé! Justo acababa de acercarme cuando has abierto la puerta.

Era una excusa poco, por no decir nada, creíble. Pero siendo que mi hermano tiene una capacidad de razonamiento demasiado baja podría creerme que el muy tonto creía que había entrado alguien a mi habitación a robar. Para cuando estuve a punto de replicarle que la excusa era patética recaí en un dato; en su mano derecha sostenía su teléfono móvil. Suspiré pesadamente llevándome una mano a la cintura y masajeándome la sien con la mano libre. A veces me preguntaba el por qué mi hermano no era tan listo con todo lo demás a cómo lo era con el arte o a la hora de ligar. Tardé máximo un minuto en romper la impaciencia de mi hermano que aguardaba por una respuesta de mi parte, y esta no fue menos que varios gritos y amenazas. En esa ocasión había sido muy bondadoso, por no decir demasiado, con él pero a la próxima nada más verlo que diera por sentado que acabaría saliendo por la ventana cual saco basura. Y no es que yo hubiera arrojado la bolsa de la basura por la ventana, para nada… Bueno, quizá sí, ¡pero en aquel entonces era un crío! ¿A quién en su santo juicio le pedía a un crío que saliera a las 9 de la noche a tirar la basura? Claro, a mi abuelo.

Decidió que era mejor ir a algún lugar con el que pasar esas casi dos horas que le quedaban por esperar sin tener que estar dando vueltas por la ciudad y gastar gasolina que luego iba a necesitar para poder llegar hasta su verdadero destino. Aparcó el coche cerca del puerto y caminó hasta dar con un bar, donde desayunó tranquilamente hasta la hora de subir a bordo. Se había pedido un camarote para no tener que pasar la noche dentro del coche o sentado en alguna butaca que le destrozaría la espalda, así que nada más asegurarse de que su preciado coche quedaba en buenas manos buscó su temporal habitación. No era precisamente grande y tampoco lucía muy lujoso, parecía como la habitación de un hotel de 3 estrellas con la diferencia de que era más pequeña y las dos ventanas eran igual de chiquitas que iluminaban lo justo y necesario. Iba a ser un viaje largo y agotador porque había que admitir que ya lo estaba, además de que los nervios y la urgencia por llegar no ayudaban demasiado.

Paseó por un rato por la cubierta para poder despejar un rato la mente, desconectar de todo y quizá así lograr hacer el viaje menos pesado. Lo consiguió, no obstante su mente se centró en su hermano menor nuevamente. Debía admitir que lo que le molestaba de tener al menor cerca no era su presencia, pues pese a lo estúpido que parecía ser en realidad se preocupaba por su bienestar. Era más bien lo que acompañaba a su hermano; un armario alemán. O al menos así lo llamaba él. Poco después de aquel incidente, y claramente cuando el menor de los hermanos todavía no se había mudado de casa y con ello debía soportarlo prácticamente todo el día, Feliciano no había decidido otra cosa que comprarse un ordenador para él solo y dejarle el que compartían al mayor. ¿Por qué? Eso era algo a lo que Lovino le importaba poco o nada. Lo que le traía de cabeza desde ese momento es que Feliciano se pasaba el día encerrado en su dormitorio y nada más salía para comer, trabajar e ir al baño. Los días habían ido pasando y finalmente la madre de los italianos le había llamado la atención por pasar tanto tiempo encerrado. Fue en ese momento cuando Feliciano confesó — hablando a una velocidad anormal en un humano común — que había conocido a alguien interesante en un chat de internet. Ninguno de los presentes mencionó palabra al respecto, sino todo lo contrario, su padre cambió completamente de tema. Una semana después el menor anunció que había invitado a su amiga a pasar unos días en Roma. Su madre, queriendo conocer a la mujer que había conquistado a su hijo pese a la distancia le ofreció que la invitara a pasar los días en la casa y así podrían gastar el dinero del hotel en pasarlo bien. Obviamente, Feliciano aceptó más que encantado y en menos de una hora había confirmado que en cuestión de cinco días iban a tener a una invitada en el hogar.

Pero en ningún momento nadie, a excepción de Feliciano, imaginó que no iba a ser un ella.

Lovino se burlaba del menor el día que iba a llegar su invitada mientras aguardaban en el aeropuerto la llegada de aquel avión. Se encontraban ambos, ya que habían ido ellos dos solos en el coche de Lovino, sentados en una de las cafeterías del recinto desde las cuales podían ver perfectamente como entraban al país los recién llegados. Lo único que sabía el italiano era que la chica iba a venir de Alemania y pese a que detestaba los platillos procedentes de dicho país — había tenido varias malas experiencias durante el instituto — iba a darle la oportunidad a la chica. "¿A qué hora va a llegar tu chica?" fue la pregunta que confundió al menor de los hermanos. Hasta el momento, Feliciano no había aclarado el sexo de la persona que había conocido y no creyó necesario hacerlo hasta el momento, ya que parecía que estaban todos confundidos. Antes de que sus labios se abrieran para poder responder a la pregunta se pudo escuchar que anunciaban la llegada del vuelo procedente de Alemania así que se bebió su café de un solo trago olvidándose por completo de la pregunta.

—¿Y bien? – cuestionó el mayor antes de darle un sorbo a su capuccino con nata.

—¿Qué ocurre? – Ladeó la cabeza limpiándose los restos de su bebida.

—Bien parecía que ibas a decir algo.

Y de nuevo se quedó en el intento de responder cuando a lo lejos pudo ver una cabellera rubia vistiendo exactamente lo que le había mencionado para reconocerse mejor a la hora de verse cara a cara ya que no era lo mismo por fotos que en persona.

—¡Ludwig! – exclamó levantándose de un brinco de su lugar y corriendo hacia el llamado que se hacía paso entre los demás turistas que se detenían a buscar a alguien o simplemente a mirar las pantallas que informaban los diferentes vuelos.

—¿Ludwig…?

Lovino enarcó ambas cejas siguiendo al menor con la mirada, pese a no ser un nombre italiano podía reconocerlo como el de un hombre por la música clásica. Pasó saliva divagando entre las ideas de que al no haber preguntado antes se habría hecho una idea errónea o en si debía compadecer a la pobre chica por tal nombre. Fue en ese momento cuando vio que su hermano se abalanzaba a abrazar a un chico rubio bien peinado, bastante musculoso y vistiendo unos pantalones tejanos con una camisa color azul cielo. De ser cierto la frase que la primera impresión es la más importante, el recién llegado iba a tenerlo bastante mal con el mayor de los italianos, quien no cabía de asombro en su lugar. El alemán se removió algo incómodo por aquel repentino abrazo mas no lo apartó, tan solo hizo un esfuerzo por sonreír a su guía durante su estancia.

El camino de regreso y el resto de días fueron bastante incómodos para el mayor. No le dirigió la palabra en ningún momento a menos que el otro se dignara a hablarle. Al principio el rubio intentaba acercarse al ítalo pero solo recibía réplicas e insultos por lo que según pasaban los días lo intentaba menos hasta llegar el punto que ninguno de los dos se hablaban.

Por fortuna de Lovino, aquella tortura terminó en cuestión de 10 días y nada más irse el alemán exigió una explicación entre maldiciones, insultos y palabras que no deberían siquiera aparecer en el diccionario por lo mal sonantes que eran. Feliciano no había escuchado en su vida tantas palabrotas juntas en una sola frase. El menor insistía en que solo era un amigo con el que parecía llevarse bien y al cual quiso conocer en persona.

Claro, amigos…

Ya habían pasado dos años desde que aquellos dos se conocieron y habían pasado de ser amigos a mantener una relación a distancia, gastándose el dinero en aviones para poder ir a visitarse en fechas señaladas, turnándose para no ser siempre el mismo. Para cuando Feliciano tuvo que mudarse por cuestiones de trabajo decidieron dar el gran paso y estrechar esa relación yéndose a vivir juntos para enorme desgracia del mayor, ya que seguía sin poder soportar al alemán por razones varias. Por suerte, en aquella ocasión, el alemán se había quedado en su casa dejando que Feliciano fuera solo a la "reunión" familiar. Había que mencionar que los padres de los ítalos no tenían ni la menor idea de la relación entre ellos dos ya que para ellos, la homosexualidad, era un pecado y no solo se llevarían un enorme disgusto al descubrirlo, sino que además se opondrían completamente.

—A veces me pregunto si es que la inteligencia de mi hermano es cosa de genes y yo salí la oveja negra – espetó para sí mismo observando las olas que se formaban según el barco avanzaba. – Es obvio que no son solo amigos, no es normal que un amigo se mude de país para irse a vivir con alguien que conoció por internet.

Escuchó una risa cerca de su posición que provocó que diera un brinco y se sonrojara levemente por haber sido descubierto hablando solo. Salió a zancadas hacia su camarote.

La noche la había dormido de tirada y para cuando despertó ya era casi la hora de la comida, lo cual indicaba que ya debían estar por territorio español. Tras un largo viaje por fin se encontraba ya conduciendo por las carreteras de Platja d'aro, lugar en el que se encontraba su nueva casa. Pese a ser guiado por el GPS estuvo a punto de perderse en un par de ocasiones culpa de algún desvío por obras. La casa en cuestión se encontraba en una pequeña montaña cercana a la playa, por lo que podía recordar incluso se podía ver la misma desde según por cuales ventanas se mirara.

—Una casa de tres plantas, cada una tres veces mayor incluso que la casa de mis padres, con un enorme jardín y piscina. Con decir que me ha tocado el gordo me quedo corto joder – espetó tras aparcar, observar la casa desde su posición y asegurarse de que era la correcta. Rebuscó las llaves entre los trastos que había dejado en el asiento del copiloto y salió del coche apartando la mirada de su nuevo hogar lo justo.

Lo mejor de aquella zona era que las casas, pese a no estar demasiado separadas entre ellas, tenían su propia intimidad gracias a los tantos pinos que las rodeaban. Claro que como dijera de incendiarse alguna zona ya podían salir todos patas pa' que os quiero que ahí no se salvaba nadie. El jardín era separado por un grueso muro de piedra que llegaba casi aproximadamente hasta el ombligo del ítalo con una puerta de hierro de la misma altura, era la única parte con muro pues el resto de la casa era rodeada por altas rejas. Se acercó a la puerta buscando la llave entre las tantas que tenía para la casa, mas se detuvo al comprobar mejor el estado de la fachada. Esta era de piedra lo cual le pareció perfecto para no derretirse dentro la casa los días calurosos de verano, sin embargo el mal estado de algunos rincones más las plantas trepadoras que habían crecido pegadas a la piedra daban un toque bastante tétrico al lugar.

—El dinero me lo dio para que reformara la maldita casa… - refunfuñó. – Ya se me hacía extraño que me dejara tanto porque sí.

Al percatarse de que nuevamente estaba hablando solo miró a su alrededor como si se le fuera la vida en ello. Vale, no había nadie, perfecto. Abrió la puerta de hierro para adentrarse y poder observar mejor el jardín; no estaba en mucho mejor estado que la fachada, iba a tardar días en instalarse como es debido. Suspiró pesadamente caminando por el camino marcado por piedras del mismo tono que la fachada y el muro hasta la parte trasera donde se encontraba la piscina. Había que bajar unas cinco escaleras ya que el terreno no era completamente liso y para evitar posibles patinazos con la hierba su abuelo había hecho hacer esos escalones. La piscina estaba vacía de agua, eso sería de gran ayuda a la hora de limpiarla ya que en el fondo se podía ver una capa de hojas secas. Eso no iba a limpiarlo él, pagaría a alguien para que lo hiciera si era necesario pero no se arriesgará a que le saliera alguna rata o terminar con piojos por meterse ahí; en más de una ocasión su abuelo les había reñido tanto a él como a su hermano por revolcarse entre los montones de hojas secas que quedaban tras rastrillar el jardín, ya que según él dichas hojas podían llevar liendres. Amaba su cabello tal cual estaba y no quería tener que rapárselo por acabar infectado.

Se veía bastante descuidada la parte trasera, incluso las butacas estaban oxidadas y las sillas de plástico estaban entre negras y amarillas en vez de blancas. Se cuestionó a sí mismo cuánto tiempo llevaría su abuelo sin ir a esa casa para que estuviera todo en tan mal estado. Decidió echar un vistazo al interior de la pequeña casita que había, si mal no recordaba ahí había un pequeño baño con inodoro y ducha únicamente, recordaba que tras haberse pasado horas en la piscina su abuelo les obligaba a ducharse allí mismo y esperar a secarse para no ensuciarle la casa, y no recordaba que fuera con la manguera del jardín. Al acercarse había dos puertas, al abrir la primera encontró el baño y en la otra una habitación llena de trastos viejos, los utensilios para poder mantener el jardín limpio y demasiados ocupas de ocho patas pululando a sus anchas por las paredes. La persona que limpiara la piscina limpiaría ese trastero, ni de broma se iba a meter él ahí.

Entonces recayó en un dato, no había preguntado por el estado de las facturas de aquella casa por lo que no estaba seguro de tener agua y luz. Al cerrar la puerta de aquella habitación fue a comprobar el estado del agua en el baño; había. Si había agua había luz. Sin tener más que comprobar a las afueras decidió que ya era hora de ver el estado del interior de la casa, rebuscó la llave mientras subía de nuevo aquellas escaleras y abrió la puerta de madera. Nada más abrir tuvo que dar un paso hacia atrás, la casa apestaba a cerrado; su abuelo debería llevar un par de años como mínimo sin ir allí. Nada más abrir la puerta podía verse un enorme salón-comedor, con una cocina americana a la izquierda. No debía avanzar mucho para poder ver un igual de amplio pasillo que seguía recto, había cuatro puertas en total. La primera puerta que abrió daba a un baño más completo que el de la casita, pero lo que más llamó la atención al italiano fue que había una enorme bañera que a simple vista parecía eso pero en la pared podía verse los "mandos" para activar las burbujas y demás. Para colmo, en la misma pared, a una distancia prudente para que no se mojaran aquellos botones, había una ducha de hidromasaje.

—Se lo montó bien el viejo…

No dedicó mucho tiempo a observar el baño y fue directo a la puerta que quedaba enfrente de esa; era un pequeño dormitorio con una cama individual, un armario y un escritorio viejo, ni siquiera había cortinas que decoraran aquella habitación, lo que indicaba al ítalo que su abuelo no había hecho movimiento en esa habitación. Continuó con la siguiente puerta, la cual nada más abrirla inundó al italiano de recuerdos. Aquella había sido la habitación de ambos italianos cuando pasaban allí una temporada, las camas seguían tal cual las habían dejado e incluso la colcha era la misma. Una pared estaba toda pintada con rotuladores de colores, entre aquellas marcas extrañas pudo apreciar su letra de cuando pequeño "Lovino estubo aci". Oh Dios, le dolían los ojos con leer eso, esperaba que fuera bien pequeño cuando escribió eso o se avergonzaría de su no tan infancia. Debía admitir que estaba nostálgico al ver aquellos intentos de dibujos que había hecho en las paredes de pequeño, recordaba que cada vez que le castigaban a la habitación como "castigo" hacía un nuevo dibujo en la pared. Se extrañó de que su abuelo no la hubiera pintado para borrar esos garabatos… al mirar la otra pared, ésta estaba toda empapelada con dibujos de Feliciano. El armario estaba vacío, le hubiera gustado ver la ropa que llevaba de pequeño en esos momentos. Al darse cuenta de que se estaba poniendo demasiado emotivo y de que sería capaz de echarse a llorar salió de la habitación y fue hacia la otra puerta, la cual llevaba a las escaleras que daban con el piso de arriba. Tuvo que rebuscar entre las llaves para poder abrir aquella maldita puerta pues su abuelo había puesto una cerradura, la cual no recordaba que hubiera. Lo mismo le pasó con la de arriba. La distribución de aquella planta parecía la misma, había otra cocina a medio derrumbar y en vez de un comedor su abuelo había puesto ahí lo que parecía ser su dormitorio.

—Cocina y dormitorio juntos… sueño de todo perezoso.

Sobre la encimera de la cocina había una hoja con la distribución de aquella planta dibujada a mano, la cocina no estaba y en vez de eso el dormitorio ocupaba las dos partes por lo que pudo suponer que estaba a medio derrumbar porque quería hacer el dormitorio más grande pero por una u otra razón no lo había terminado. Lo que abajo era un dormitorio sin uso, en aquella planta parecía el despacho de su abuelo por las estanterías llenas de libros y la silla que parecía demasiado cómoda. No había otra habitación, aquel despacho ocupaba ambas habitaciones. En la tercera planta, compuesta por una sola habitación mucho más pequeña que las plantas de abajo, había lo que parecía ser una chimenea en el centro de la habitación, en las paredes habían clavados varios cómodos sofás y a un costado había un mueble bar. No quiso imaginarse qué hacía en aquella parte de la casa su abuelo o acabaría cerrando esa habitación para no abrirla jamás. Al bajar de nuevo a la segunda planta recayó que había una puerta más cerrada con llave. Tardó horrores en buscar la llave y al conseguir abrirla dio con la calle nuevamente. Aquella casa tenía dos entradas, y siendo que las que daban a las escaleras tenían cerraduras y ambas plantas una cocina dedujo que seguramente su abuelo en un principio planeó alquilar una de ellas. O lo había hecho, no lo sabía. Iba a entrar nuevamente cuando vio que alguien estaba parado frente a su coche, una chica de cabello rubio corto estaba un tanto inclinada con las manos juntas tras la espalda, como observando el interior del auto.

—¡Oye, ¿qué estás mirando?! – exclamó remarcando su acento italiano en aquella pregunta. La chica dio un brinco antes de buscar alarmada al dueño de aquella voz, a lo que Lovino cerró la puerta y bajó aquellas escaleras de hierro para poder acercarse a la chica. - ¿Acaso buscas algo que robar?

—Oh, no. Para nada, solo estaba curiosa por saber quien… ¿Lovino?

El nombrado enarcó una ceja cuando la chica le nombro, ¿cómo sabía su nombre? Frunció ligeramente el ceño y retrocedió un paso para poder rodear el coche y abrir la puerta trasera del lado del conductor.

—¿Nos conocemos? – Ladeó la cabeza antes de sacar una de las cajas.

—¡¿Ya no te acuerdas de mí?! – La chica hizo un berrinche al descubrir que su viejo amigo ya no la recordaba. – Soy Emma, la chica que vive al lado. De pequeños jugábamos en la piscina de tu abuelo o en mi jardín cada vez que venías de visita.

Dio gracias a que lo que había en aquella caja que acababa de coger fuera solo ropa pues cuando la chica se presentó la dejó caer al suelo. La recordaba, pero recordaba a una niña pequeña con el pelo largo y siempre vistiendo pantalones. Nunca se imaginó que aquella niña fuera a crecer tan bella. Es más, ni siquiera se imaginó que continuara viviendo en la misma casa después de que su madre se fuera dejándoles a cargo de su padre.

—¡¿E-Emma?! O-Oh, Dio… Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que juguemos. – Forzó una sonrisa en su rostro, aunque la rubia pudo notar su esfuerzo pues quedó más como una mueca.

—Algunos años han pasado ya… Oye, siento mucho lo de tu abuelo. Me hubiera gustado reencontrarnos en un momento no tan delicado.

—Ya que. Lamentarse no hará que el viejo vuelva a la vida. – Se encogió de hombros retomando la caja que había tirado. Quería mostrarse fuerte, aunque los recuerdos anteriores le habían dejado algo vulnerable.

—¿Vas a venirte a vivir aquí? – preguntó la joven corriendo a su lado. – Si quieres te ayudo a llevar las cajas.

Dudó en aceptar, pero sería de gran ayuda además que de pequeños la rubia había demostrado tener más fuerza que él, no le importaría mucho además de que así tendría una excusa para invitarla más tarde a tomar algo en su casa o a alguna comida, claro que para cuando tuviera todo en orden. Entre los dos, rápido hubieron entrado todo lo que había en el coche y dejado en el comedor.

—Ya sé que te voy a dar como regalo de bienvenida al vecindario. Peces de colores – espetó la rubia dejándose caer sentada sobre una de las cajas tras asegurarse de que no era nada que pudiera romperse.

—¿Peces? - ¿Qué iba a hacer él con peces de colores? Seguramente se le morirían en poco tiempo por olvidarse de alimentarlos o dejarlos morir entre el agua sin cambiar. Abrió todas las ventanas para que corriera el aire y dejara de oler a cerrado la casa.

—Tienes una gran pecera ahí, ¿la vas a tirar?

No había recaído hasta ese momento que en el salón había una pecera, vacía en cuanto a agua o ser vivo, con todo lo necesario para poder tener ahí varios peces sin preocuparse a estar limpiando día a día el agua.

—No lo sé…

Estuvieron charlando durante largo rato pese a que Lovino no tenía nada que ofrecerle, además de que cayó tarde en que tenía la nevera vacía, no iba a poder cenar por lo que le tocaría llamar por una pizza, las tiendas ya habían cerrado. La rubia invitó al italiano a cenar a su casa pues no le importaba servir un plato más. La casa ajena no había cambiado en lo más mínimo pese a los años, seguía como la recordaba. Allí se reencontró también con el hermano mayor de la chica, Govert, un tipo al que parecía no agradarle absolutamente nada. Durante la misma cena, continuando explicándose sus vidas, descubrió que Emma tenía pareja y que Govert trabajaba en una importante editorial.

Podría haberme ligado a su hermana y él me ayudaría a vender un libro… podría haber matado dos pájaros de un tiro – pensó al ver sus posibles intenciones con la rubia irse por el retrete.

Emma preguntó a su hermano si podría ayudar a Lovino con sus historias, y pese a que mostró un impactante "NO" con su expresión sus palabras fueron un 'ya me lo pensaré'. Bueno, al menos no había sido un no tan tajante como se había esperado el italiano.

Al día siguiente Lovino llevó sus dos intentos de libros a Govert para que les echara un vistazo pese a que a todos los sitios que los había llevado las respuestas habían sido la misma, y la respuesta del rubio no fue muy distinta.

—Los resúmenes de estas historias son pobres y repetitivos. Me las leeré, pero si quieres vender deberás buscar una trama menos común.

Ya había intentado buscar una trama poco común, tan poco común e inimaginable que ni siquiera a él mismo se le ocurría. Emma había insistido con su hermano para que ayudara a Lovino con la mudanza, a limpiar el jardín y esas cosas; no aceptó en ningún momento hasta que el italiano mencionó que le iba a pagar por lo que hiciera. Eso era otra cosa, por lo que al final accedió a limpiarle la piscina y aquel trastero del jardín. Emma se dedicó a limpiar bien la planta de abajo mientras Lovino se ocupaba de la del medio, aunque las ruinas le impedían dejar todo impecable… y no porque él no supiera limpiar.

—¡Todo listo y reluciente! – anunció la rubia a los otros dos que se habían dejado caer muertos de cansancio sobre el sofá. – He lavado todas las sábanas que habían puestas, dado la vuelta a los colchones y dejado que se airearan, limpiado el baño, la cocina, el suelo – continuó por un rato explicándole al italiano lo que había hecho. Por lo menos la casa ya no olía a muerto sino que olía a fresco limón.

La semana pasó más rápido de lo que el italiano hubiera deseado, ya había colocado todo en su lugar y la casa estaba lista para poder vivir en ella, incluso habían echado abajo la cocina por completo para poder pintar. Govert le había dicho que la fachada podría irla arreglando poco a poco, que todo era superficial y no dañaba ni la estructura ni había grietas que dejaran pasar el aire o el agua, aunque no habían comprobado el techo… si decía de llover ya podría comprobarlo.

Tras aquella semana tan inquieta podía descansar a pierna suelta en aquella cama de matrimonio en la que cabían cuatro personas y aún podían dormir inquietos. Era demasiado espaciosa para él solo, pero dormía de maravilla y despertaba con mejor humor que en su antigua casa. Su humor de perros seguía presente, pero al menos no se exasperaba con cualquier cosa.

Hasta la fecha.

El teléfono móvil empezó a sonar de forma insistente; dejaba de sonar pero a los segundos volvían a llamar. No soportaba que lo despertaran por lo que a desgana cogió el móvil y tentado estuvo de estamparlo contra la pared de no ser que por un tiempo debería ahorrarse los caprichos, al menos hasta que consiguiera un trabajo estable.

—¡¿Qué demonios quieres?! – respondió a la llamada algo adormilado, pero más que molesto al ser capaz de leer quién era el causante de su mal despertar.

—¡Ve! Scusa, fratello! Pero es que te estoy picando al timbre y no me abres… llamaba para ver dónde estabas. – De fondo pudo escuchar una segunda voz, aunque no entendió lo que dijo.

—¿Picando al timbre…? – cuestionó confuso y batallando de que sus párpados no se cerraran pues seguía tumbado en la cama. Entonces escuchó el timbre. – Pero que m-…

De un brinco salió de la cama y se asomó por la ventana para encontrarse frente a la puerta de su casa con su pesadilla.

Buongiorno, fratello! – le saludó el menor parado frente a la puerta, tras él aquel que tenía por pareja.

Su única semana de tranquilidad se había terminado ya y se la había pasado limpiando lo que su abuelo le había dejado como herencia. Basura, cubos de basura. Quiso llorar como nunca en aquel momento y se golpeó varias veces la frente contra el marco de la puerta repitiendo una y otra vez "Por qué". Se vistió con la ropa del día anterior por ser lo que tuvo más a mano y bajó a recibir a los otros dos, cerrándole la puerta en las narices al rubio una vez pasó su hermano. Ante la recriminación del menor volvió a abrirla.

—Está mejor de lo que me esperaba la casa – canturreó parándose a ver los peces que ahora nadaban a sus anchas en la pecera. Como bien había dicho Emma, le había regalado doce peces de agua fría. – Son muy bonitos~

—Obvio, me he tirado toda la semana limpiando mierda. ¡Y de no haber sido por la ayuda ni siquiera tendría la mitad lista!

El alemán no dijo nada en todo el rato, se la pasó observando la pecera como si fuera lo más interesante del mundo en aquellos instantes mientras que los dos hermanos hablaban sobre lo genial y fastidioso que sería vivir ambos en aquella ciudad. Tras que el menor explicara su viaje con el rubio hasta allí, Lovino decidió explicarle lo justo y necesario, entre lo cual añadió que debía buscar una trama para su nuevo intento de libro.

—Hm… ¿Y por qué no escribes un libro sobre una chica hermosa que al pasear un día por la noche por la playa conoce al amor de su vida? Pero a ese chico solo lo ve durante las noches y cerca de la playa, más tarde él le confiesa que en realidad es un ser del mar y por eso solo pueden quedar por la noche, cuando no hay nadie cerca de la playa y él puede salir del agua sin ser visto por nadie.

—Feliciano, ¿con qué te has drogado al desayunar?

Ludwig por primera vez apartó su atención de la pecera y clavó la mirada en su pareja, frunciendo el gesto. Aquella reacción llamó la atención del mayor de los hermanos, y si bien la historia le parecía de lo más cursi y que solo un drogado escribiría, con tal de fastidiar al alemán lo haría. Aquel gesto fruncido dejaba claro su desagrado por aquella trama.

—Creo que he cambiado de opinión, escribiré algo a lo "La sirenita".

Acabaría arrepintiéndose de su decisión, y él lo sabía.


Con este primer capítulo quise acomodar a los hermanos italianos en su nuevo hogar. En un principio quise que Feliciano diera como opción un resumen de esta historia, pero luego pensé "claro, jode a los que la lean dando spoiler tu misma"… así que ya aclaro que nada que ver.

Ludwig tendrá un papel bastante importante~

Como he indicado en mi perfil, intentaré actualizar una vez por semana la historia... A menos que no reciba review alguno. Si gusta la sigo, sino gusta pues pa' la basura.

Dado el caso que por 'x' o 'y' razón deba pausar la historia, lo indicaré en mi perfil para que no se crea que la abandoné. Tengo intención de que esta historia sea larga, quizá la más larga que he escrito nunca [ lo cual no es muy difícil (?) ]. De lo que llevo ya escrito, que son 5 capítulos, hay uno dedicado únicamente al Gerita e incluye "polno", así que lo avisaré al principio del capítulo para que si no les gusta no lean ese cap. Creo que será el primer y único que desvaríe de la 'pareja' principal, pero creí conveniente aclarar algunos puntos de ellos.

Acepto sugerencias para la pareja de Emma, aún sigo pensando en quién ponerle. Duh.