- ¡Otro! - Gritó su padre. Un golpe seco se perdió a la distancia. Las nubes arreboladas se alejaban con rapidez para dar paso a un invierno cercano.
La última noche en Whiterock Field. Nada parecía diferente. Algunas estrellas podían verse en el cielo con una luna que se alzaba tímida sobre Button Hill. El aire, seco y frío, silbaba entre las ramas y huecos de los árboles enfriando el cuerpo cansado y haciendo de la rutina algo soportable. Todo el campo, las calles y patios estaban repletas de hojas secas producto del viento que los tomaba en sus brazos para repartirlos sin parar. Algo normal para un pequeño pueblo dedicado a la agricultura con extensos campos llenos de árboles, sin mencionar los bosques que rodeaban toda la región. Lo podía sentir en su garganta, el polvo que se adentraba en la boca dejando una sensación terrosa pidiendo a gritos un trago de agua. La centésima patada se acercaba.
- ¡Otro! - Ordenó inflexible, y otra coz restalló. Esta vez el tronco crujió tanto que cayó al suelo hecho pedazos. Maldijo entre dientes. Ya sabía que era lo siguiente, pero queriendo creer en su suerte, esperó que su padre diera por terminada la sesión. No fue así. Su cara aún tenía la misma expresión impaciente e insatisfecha de siempre, con el hocico mascando la mezcla de heno con hojas de menta. Era un aroma que se había vuelto inherente a su imagen. Percibía el olor de su mezcla especial cuando se acercaba. Como todo lo que se vuelve rutinario, su refrescante efecto dejó de agradar para provocar desagrado. Padre no era un poni que se aseara seguido, por lo menos no con el cuidado de su boca. Más de uno concordaba que la menta hacía de su presencia más "soportable". Pero casi podía asegurar que, después de algunos meses, más de uno compartiría su opinión sobre la menta.
Su padre era un poni ciertamente agradable, trabajaba honradamente cultivando zanahorias y papa, y algunos tipos de flores para el consumo de la villa. Siempre procuraba no alzar demasiado la voz y evitaba las discusiones con los demás. Mientras fuera el negocio de la familia o asuntos del hogar se comportaba de manera afable y tratarlo no suponía algún problema. Pero cuando se trataba de Blastream, era punto y aparte.
Desde que nació, Blastream era más grande que el promedio. Tenía muslos fuertes y anchos. Supo caminar bien sin retrasos y podía correr cuando otros potrancos apenas coordinaban sus pasos. Era natural que tendría una gran rapidez y extraordinaria fuerza. Su padre no tardó en vislumbrar un futuro favorable para él. Se comprometió en hacerlo el poni terrestre más fuerte desde temprana edad. Durante meses lo preparó para que sus grandes cascos y sus fuertes muslos dieran lo máximo que pudieran ofrecer, y, en realidad, no decepcionaban. Mes con mes parecía que sus ejercicios tenían una grata recompensa. Cada vez parecían más poderosas y rápidas. Con los años, Blastream se volvió sin duda el poni más fuerte y rápido del pueblo. Era justamente su talento lo que lo hacía destacar tanto. Cualquiera lo habría ingresado el servicio de guardia en el pueblo. Con alguien así cuidando de la villa se podría presumir de seguridad. Pero no fue así. Su padre se volvió muy celoso con él. Todos sabían de su talento, pero no le permitía desmostrar sus aptitudes en público y, aun así, le seguía entrenando. Con el tiempo, y por boca de alguien que no notó su presencia, se dio una idea del incentivo que motivaba a su padre a actuar así.
El Imperio de Cristal era, además de ser la ciudad más grande de toda Equestria, conocida por su excelencia y fuerza militar. Pertenecer a la Guardia Real, la élite en la fuerza del imperio, tenía como ventajas un pago de todo menos despreciable y muchos privilegios para los familiares del soldado. Quizá esa era la razón, vender a su hijo al servicio del reino para gozar de las bondades que se podía disponer al tener un hijo que protegiera la realeza y la ciudad estrella.
No era una mala idea, a decir verdad. Los miembros de la guardia real recibían honores y su familia ganaría el renombre gracias a él. Y aunque al principio la idea de ser vendido como ganado lo deprimió durante un tiempo, se acostumbró a la idea e incluso la abrazó como una esperanza de una vida mejor, algo que elevó algo más que sus expectativas.
- ¡Otro! - repitió.
-Pero el tronco…-
- ¡Otro! - Ordenó con el rostro inexpresivo.
No había salida, empezó a cocear al viento. Sería otra noche con las piernas entumecidas y adoloridas. Las venas al final del día se marcaban tanto que temía que le fueran a explotar, pero le gustaba presumir su cuerpo ante las yeguas jóvenes del pueblo. Después de varios años de trabajo intenso los dolores posteriores le parecían placenteros.
Una, dos, tres, cuatro patadas más. El sudor caía de su crin azul y se escurría de su hocico jadeante.
Cuando parecía que todo iba a terminar, volvía a escucharlo. "Otro, otro, otro". No lo miraba a los ojos, o procuraba no hacerlo. Era extraño entender cómo cambiaba su rostro cuando se encontraban cenando todos en la mesa a cuando estaba solo con él.
El tercer hijo de la familia, el penúltimo. Los dos mayores ya eran adultos, un semental y una yegua. El primero ayudaba en los cultivos, fanático de las carreras y de las apuestas. Siempre deseoso de probar su suerte, sin tenerla. Nació con una deformación en la espalda, aspecto que nunca le permitió crecer ni moverse adecuadamente. Era fuerte, sí, pero se encargaba más de vender lo recogido del cultivo que de recogerlo. A veces, Blastream creía que cuando lo miraba con Padre, un atisbo de tristeza relucía en su rostro café claro.
La hija mayor había escapado con un unicornio bardo que llegó hacía tres años al pueblo camino a la feria del Imperio de Cristal. Un mequetrefe adulador que en pocas semanas perdió la gracia de todos en el pueblo. Todos menos Amber Flower. Aún parece recordar las maldiciones que gritó Padre cuando le anunció su partida. Jamás la volvieron a ver.
- ¡Otro! - Y esta vez fue la última. Nubes grisáceas anunciaban una lluvia próxima en el pueblo. Le haría bien a la papa sembrada.
Su padre avanzó sin esperarlo. Sus piernas dolían tanto que apenas podía mantenerse en pie. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para llegar de nuevo a casa, pese a que la distancia era corta. Una vez ahí, se tiró sobre el pasto. Con suerte podría descansar unos minutos antes de la cena. Podía ver la luz de la cocina prendida y dos figuras que pudo reconocer al instante. Sus hermanos estaban preparando la cena.
La menor de la familia, Vita "Freckles", había preparado estofado de papa con coles y grano de maíz con pasas. Era un día de suerte. La familia tenia algunas hectáreas para sus sembradíos, pero no gozaba de mucho dinero. A veces sólo podían comer zanahorias y heno húmedo, y en otras ocasiones sólo bebían "luz de luna". Un dicho muy común entre los ancianos.
Tan pronto como entró a la cocina, Vita se acercó con una toalla que tenía preparada. Para Vita, Blastream era como un héroe. Desde que tiene memoria, Blastream la recuerda detrás de él, corriendo y saltando. Le costó poder aceptarla, pero la diferencia que tenía su familia con otras de la villa era lo fragmentada que era y eso llenó su pecho de cierta amargura. Antes, Vita no podía mirar a otros potrancos caminando por los parques y la explanada de la villa con sus padres. Ambos padres. No deseaba algo así para su familia, o lo que quedaba de ella. Si su madre ya no estaba, su hermana mayor se había escapado y su padre no era exactamente el más paternal, él sería quien protegería y velaría por sus hermanos.
Se sirvió y bebió dos tarros grandes de agua al llegar a la cocina.
-Hoy se quedaron más tarde de lo habitual –dijo Bucket, el mayor-. ¿Fue un mal día, Blast? ¿Papá?
Padre no respondió. Estaba molesto. Blastream no podía evitar sentirse enfadado.
Cenaron sin prisa. Afuera se escuchaba el rechinar de las tejas contra el viento. Freckles se sirvió otra porción de estofado. Era la que comía más, además de Blastream, quien por orden de Padre se le otorgaba más cantidad que los demás. Su obstinación por mantenerlo fuerte y sano le incomodaba. Peor aún, la mejor cama –si se le podía decir así- también la tenía él mientras que sus hermanos tenían camastros viejos y sábanas deshilachadas. Al final terminó compartiendo su cama con su hermana Freckles y obsequiando una del par de sus sábanas a Bucket. No importaba que no le gustara a Padre, eso era lo correcto. Pero contrario a lo que pensó, sólo se quedó mirando callado en la entrada del cuarto. Incluso le pareció ver en su mirada algo similar a la tristeza. Probablemente fue la única vez.
-La semana pasada hemos obtenido buena pasta –dijo Bucket-. Quizá podría apostar un poco en las carreras de este sábado. Dicen que Harp ha estado tan rápido que podría volar. Apostaría todo lo del mes a que ganamos si apostamos por él. Imaginen lo que podríamos hacer con tanto dinero.
-No apostarás nada. Esta noche nos vamos al Imperio –le recordó padre-. Esta vez nos quedaremos una semana allá, Blastream tiene que ver al Comandante Hooves.
Sólo Blastream pudo observar que en esos ojos cenagosos se asomaba una luz casi burlona. Se quedaron callados y siguieron comiendo. Bucket siguió comentando que quizá podría apostar un poco de su dinero en la feria, en las justas. Gran espectáculo el que ofrecían en el Imperio de Cristal, y cuánto apostaban los que venían de toda Equestria. Bucket no paraba de hablar. Padre no estaba poniendo atención, estaba ensimismado. Blastream sintió un vacío cuando su padre pronunció las palabras. Sentimientos se agolparon en su pecho ancho. Estaba afligido.
Habían sido años enteros los que entrenó día y noche por un sueño que no era el suyo. No sabía si en verdad deseaba unirse a la guardia real del Imperio de Cristal. Y sí, era un honor y tendría renombre. Pero, ¿en verdad deseaba irse? Su lugar siempre estuvo ahí, con su familia, en esa pequeña casa con su granero y los cultivos que plantaban dependiendo la estación del año. Su lugar estaba jalando el arado para que Freckles y Padre plantaran. Recoger cuando habían madurado y llevar la carreta todos juntos para venderlo en la plaza del pueblo. Eran respetados y queridos en el pueblo y si había algún evento jamás se olvidaban de ellos. ¿Qué sería de ellos si él se va? ¿Qué sería de su pequeña hermana, su dulce y pequeña hermana? ¿Ya no vería más a Natza? Natza...
Sintió el tacto de un casco frío. Era Freckles. En su mirada se notaba su tristeza, pero pese a ello trataba de animarlo. Movió los labios lentamente. Mu. Cha. Suer. Te. Lo notaba, ambos querían llorar. No lo harían, ya lo habían platicado muchas veces en las noches mientras todos dormían. Compartían una fuerza, si bien no física, de voluntad. Aquella pequeña era tan inteligente como prudente y se reservó el momento. Él también haría lo mismo.
Dieron las nueve y ya tenían las maletas listas. Prepararon el carro y Blastream se unció a él. Recorrieron la vereda de su granja a paso lento y giraron por la izquierda en dirección a la plaza. Cuando la fecha se acercaba, todos se reunían en el pueblo con sus maletas y carretas para marchar juntos a su destino. Se había hecho así los tres años que llevaban las reinaguradas ferias, y seguiría así. Blastream recuerda que años antes se celebraba otros tipos de eventos en el Imperio de Cristal además de la simbólica feria, pero el imperio se había sumido en un profundo dolor desde la pérdida de sus reyes. Ahora era la princesa quien reinaba, sin querer ser coronada reina. Ella y su hermano pequeño como últimos descendientes de la sangre real en una Equestria amenazada por muchos peligros.
Jamás habían estado tan callados. Incluso la apagada pero notable voz de Bucket no llenaba la atmósfera. Estaba quieto en la parte de atrás, recostado en un pequeño espacio. Pasaron unos minutos hasta que Freckles se montó en la espalda de Blast de un salto.
-Sé que todo estará bien –Murmuró. Le dijo que ella crecería fuerte y sana para poder ganarse el favor de los sapientes y estudiar en el Imperio de Cristal. No le importó si Padre la había escuchado. No supo que decir. Que Freckles abandonará la granja era algo difícil de asimilar, ¿abandonar a Padre y a Bucket? Miró a Bucket de reojo,los estaba mirando con una sonrisa. Él ya sabía del deseo de su hermana.
Pactaron en ese instante que se verían hasta entonces, porque él prometió que impresionaría tanto al Comandante que este le imploraría unirse a la Guardia Real. Y es que no había nadie más fuerte y resistente que él, por lo menos jamás conoció a alguien mejor.
Ya empezaba a notarse las esferas luminosas de los faros de aceite de la plaza. Y mientras más se acercaban también se escuchaba el ruido de los ponis y el olor a mucha comida. Algunas familias, las más afortunadas, obsequiaban parte de su alimento con los marchantes. Este tipo de gestos eran recompensados en el Imperio cuando llegaban, ya que el camino era largo y lo mejor era caminar desde la noche hasta la siguiente, cuando llegaran al imperio. Tenía cierta ventaja ser de las villas más cercanas al Imperio de Cristal. Pero para Padre era el interés por ganarse la estima del pueblo, por eso siempre, antes de ir al pueblo, cenaban y no aceptaban su comida "lastimera".
Tan pronto como llegaron al centro de la plaza, Blastream divisó a Natza cargando un canasto por la fuente. Su amada Natza. Sus miradas se encontraron al instante, lo estaba esperando. Se sonrieron. Blast habría ido con ella si no fuera por Padre que esperaba con ansias el momento de partir sin perderlo de vista.
-¡Hey, Welfare! -Padre volteó al instante, era el padre de Natza- Hola, Blast. Me parece que mi hija te estaba esperando desde hace un par de horas, no ha parado de ver en dirección a su casa. –Blast no pudo evitar ruborizarse. Skytrotter soltó una carcajada.
Natza se acercó por la derecha de su padre. Si él se acercaba ella podría acercarse también. Saludó a Padre e inmediatamente a Blastream, al sonreírle un mechón de su crin le cayó por la frente. Tuvo que agitar la cabeza para quitárselo de enfrente pero ése era un ademán que a él le fascinaba. Su cabello rojo como el fuego siempre tenía una esencia frutal. Su crin era larga y tan espesa que siempre que la imaginaba con él, recostados en el pasto, pensaba que su pequeña y preciosa cabeza se hundiría en ese mar ardiente.
Sintió un codazo de Freckles en el costado, ella sabía de sus sentimientos por ella. No le quedaba ya tiempo, tenía que confesarle su amor. Pronto daría comienzo la marcha, tal vez encontraría una manera, en algún momento del viaje, para hacerlo. Mientras tanto podrían seguir platicando como siempre, con él ayudándola a repartir más bocadillos.
-Si quieren tenemos más bocadillos en nuestra carreta –ofreció mientras acercaba su canasta-. ¿Quieres uno, Freckles?
No dudó en tomar uno, pero Blastream lo rechazó. Con todo lo que pasaba no tenía hambre.
- ¿Pasa algo?
No respondió. Apenas se atrevía a mirarla a los ojos.
El pitazo de un silbato a lo lejos dio aviso para que todos recogieran sus cosas. Comenzaron a formarse las carretas y a levantar algunos puestos. El padre de Natza traía una carreta pequeña. Sólo eran ellos dos. Su madre había fallecido hacía bastante tiempo, cuando ella tenía un año de nacida, jamás le dijo su padre la causa, pero gracias a que no la recuerda, jamás la extrañó. Se juntaron para platicar ambos padres, Natza al lado de Blast. Se disponían a comenzar la larga caminata. Ya después pensaría cómo declarar su amor, por ahora sólo deseaba sentir su cercanía.
Lento, empezaron a caminar y a rechinar las ruedas de las carretas. El ambiente era fresas y rosas, y este agradable aroma –a diferencia de lo que le evocaba la menta- no le causaba ningún pesar. Todo era perfecto.
Comenzaron a alejarse de las luces de los faros así que hubo que prender los quinqués, se fueron adentrando a la espesura del bosque.
-El Sr. Welfare parece muy serio –Exclamó Natza-, más de lo normal. ¿Sucede algo, Blast?
Blast no hubiera querido decirle nada. No aún, no era el momento. Si lo decía ahora el ambiente entre ellos se ensombrecería sin remedio. Pero su mirada buscaba la suya con insistencia.
- ¡Blastream conocerá al Comandante! –Dijo Freckles. Por un momento se enfureció, pero no podía más que mirar el suelo.
- ¿Es eso cierto –interrogó-, Blast…?
"¿Qué le puedo decir? ¿Que no la volveré a ver porque mi padre me va a vender a la guardia real? No, no puedo culpar a Padre. También es mi decisión. Ella ya lo sabía. Jamás demostré aversión a la idea. ¿Qué estará pensando justo ahora? ¿Se pondrá triste si me voy?"
No había otro momento más idóneo. Si no era ahora, no volvería a haber oportunidad. Peor aún, no volvería a armarse de valor.
-Natza…- Empezó a escucharse un bullicio a lo lejos, al frente del grupo.
-¡Hey! ¿Qué sucede? –Gritó Skytrotter.
La marcha se detuvo y el rumor de todos los ponis se fue acrecentando. Skytrotter se quitó las riendas de su carreta y se abrió paso entre la gente con Welfare a su lado. Un estruendo de un trueno se escuchó a lo lejos. Blast puso atención a lo que decían.
- ¿Qué fue eso? ¿Algo se interpuso? ¿Qué es eso? ¿Son muy grandes? ¿Son sombras? –Se escuchaba.
De pronto un grito leve y contenido salió de los que se encontraban a la cabeza del grupo. Blastream no pudo evitar que su curiosidad lo detuviera. Se quitó las riendas y se subió a la carreta, encima de las maletas de tapa dura. Había carretas con techo y otras un poco anchas llevadas por varios ponis. Apenas si podía ver un poco, la cantidad de ponis del grupo eran menos de quinientos, pero se perdía un poco de vista entre el angosto camino de tierra en el bosque espeso.
Sobre la copa de los árboles, algo se agitaba. Aves y ardillas, pensó Blast. Pero le pareció ver una cola larga y obscura, con patas grandes y con falanges como las ardillas, pero más grandes y gruesas. Desapareció, se difuminó entre las ramas y hojas. Fue tan fugaz el momento que le pareció irreal. Volvió la vista al frente. Divisó al padre de Natza hasta al frente, con el rostro hacia arriba. Tenía el hocico abierto y una expresión grave. Blastream sintió una punzada en el pecho. Decidió ir más al frente.
-¡No! –Le gritó Freckles- ¡Quédate conmigo, Blast! Tengo miedo.
-No tardaré, necesito ver. Sólo iré varias carretas más al frente, te juro que no me alejaré mucho.
Natza se quedó con ella y él avanzó tanto como pudo saltando de carreta en carreta. Logró tener el frente del grupo a la vista, pero lo que miró era impresionante. ¡Un monolito! Fue lo que pensó, pero no parecía estático. Tuvo que avanzar aún más. El rumor de la gente se volvía barahúnda. Una, otra y otra carreta. Tuvo que subirse a la carreta más alta del grupo. Fue cuando pudo verlo mejor.
Distinguió a Skytrotter y a Padre. Ambos parados frente a algo que jamás había visto en su vida. Negro como el azabache, tan negro que la luz de los quinqués se escapaba en su cuerpo.
No lo había notado antes, pero comenzaba a helar y tenía pocos minutos de empezar a llover.
Parecía estar de pie con cuatro piernas largas y deformadas, mirando fijamente a Skytrotter. Padre pareció querer retroceder, pero aquél ser dio un paso adelante. Se detuvo, presa del miedo. Welfare jamás había tenido esa mirada. Con las piernas temblando, se irguió. El ente se acercó a Skytrotter, bajo su largo cuello humeante y le puso su rostro, si a aquello se le podía llamar rostro, a su altura. Skytrotter se mantuvo firme. Los ojos de aquél ser parecían brillar y dejar una pequeña estela de luz a su paso, no pudo notar en qué momento fue en el que mordió su cuello. Todos lanzaron un grito, pero acalló cuando vieron que su cuello estaba intacto.
Al principio, el padre de Natza, parecía confundido. Se miró los cascos y la espalda, se tomó la crin y la cola para ver que estaba bien. Todo parecía estar en su lugar. Hasta que en su cabeza las venas se marcaron de un color negro y violáceo. Si piel se tornó gris rápidamente y se resquebrajó, cayendo al suelo. Un nuevo grito, repleto de horror cernió el bosque. El siguiente fue su padre. De la copa de los árboles salió aquello que notó antes, esa bestia de cola larga, y clavó sus afilados colmillos nebulosos en la tierna piel de su cuello. No salió sangre, pero todas las venas de su cuerpo también ennegrecieron. En un intento desesperado por retroceder, sus patas traseras se cuartearon y cayó al suelo. Todo lo demás se quebró al instante.
¿Qué es lo que acaba de pasar?
Todo fue mucho más caótico después. Al ver la alarmante escena todos comenzaron a correr y gritar. Algunos trataron de mover su carreta salvando sus pertenencias, pero al instante eran alcanzados por las sombras y quebrados como arena que se parte al contacto de una ola. No perdió tiempo.
Regresó tan pronto como pudo con sus hermanos y Natza. En el regreso chocó con varios ponis que frenéticos buscaban la manera de escapar. Se encontró con uno de improvisto que al tomarlo por sorpresa se levantó sobre sus patas traseras y pateó su cara, justo arriba del ojo. El golpe fue lo suficientemente fuerte para hacerlo sangrar. Siguió corriendo, esta vez chocando de cuando en cuando con objetos que no veía gracias a la sangre que se adentraba a su ojo.
-¡Blastream! –Escuchó a lo lejos.
Se dejó guiar por el sonido. Cuando pudo alcanzarlos sólo les ordenó bajarse de la carreta.
-No podemos, Padre vendrá pronto –dijo Bucket-. ¿Dónde está él?
-¡Rápido, no hay tiempo! –Les gritó con los ojos abiertos como platos. Los tres palidecieron de su repentino cambio de carácter. Ayudó a Freckles a bajar de la carreta. Natza le pidió explicaciones con la intención de ir por su carreta.- No, deja todo. –Le ordenó- Tu padre, ya no está...
-¿Qué hay con papá? - Fue la primera vez que escuchaba a Bucket referirse a él de esa forma. Pero no respondió.
Ella debió notar el estupor marcado en su blanca cara, no podía moverse. No había tiempo, la empujó para seguir corriendo. Subió a Freckles a su lomo y con Natza comenzó a correr. Tan rápido como pudieron, corriendo entre las carretas y los ponis, se alejaron de vuelta al pueblo. Más extraños sonidos provenían del bosque, sombras saltando de un lado a otro entre la helada lluvia mordiendo y atravesando a cuanto poni se le atravesara. Natza no podía creerlo, se agolparon lágrimas en sus ojos.
Lograron evadir todas las carretas y siguieron el camino de la vereda. Más como ellos corrían a todo galope, en pánico por salvar su vida. La lluvia ya había formado varios charcos y lodazales por todos lados. Pero había algo más: pequeñas gotas de lluvia comenzaban a elevarse de la tierra como pequeños cuarzos. El frío se volvía insoportable. Continuaron tan pronto como pudieron, pero no debían ir tan rápido. Bucket, gracias a su espalda, no era capaz de correr tan rápido como los demás así que se veían un tanto atrasados. A momentos se veía obligado a correr detrás de él para empujarlo. Podía escuchar que respiraba con extrema dificultad. Temía que en cualquier momento se desplomara frente a ellos. Tan inmerso estaba en tratar de correr y avanzar que no escucharon cuando un carruaje, jalada por dos pares de ponis, se acercaba por la derecha a gran velocidad. Era el carruaje de los Whitequartz, los adinerados del pueblo. Bucket bajó la velocidad de la nada, Blast se temía lo peor. Para su suerte, uno de los ponis del carruaje pisó el lodazal y su casco resbaló cayendo de bruces. Blast pudo ver que la pata que resbaló se fracturó. Los demás no pudieron conservar el equilibrio, el carruaje se volcó encima de ellos.
Natza los alcanzó y trató de levantarlo con todas sus fuerzas, no era tan fuerte. Escuchó como la madera comenzó a crujir y el carruaje a levantarse. Blastream tenía el lomo lleno de astillas, pero debajo de él Freckles estaba ilesa. No se podía decir lo mismo de Bucket, quien había sido atravesado por una varilla del soporte del carruaje. Al instante escupió sangre. Los ponis de arrastre se liberaron de las riendas y corrieron lejos, ni siquiera miraron a su compañero caído. Dentro del carruaje los señores Whitequartz habían muerto, el señor de un golpe en la cabeza tan fuerte que sus prendas y los tapetes afelpados se mancharon de su sangre. La señora, se clavó su collar de joyas afilados en el cuello tan hondamente que se ahogó.
-¿Es mal momento –exclamó Bucket-, para decirte que se vayan?
No sabían qué decir, moverlo aceleraría su muerte y las sombras se acercaban cada vez más. "Ya váyanse, no hay nada que hacer", continuó. Pero no era tan sencillo. Se trataba de abandonar a su familia a la muerte. No hizo nada por salvar a Padre, no podía hacerle lo mismo a Bucket. No podía ser tan egoísta. ¿Pero qué podía hacer? Si lo movía se abriría por completo la herida y moriría antes de llegar al pueblo, además de que se alentarían al tener que cargarlo.
Escucharon un extraño siseo encima de lo que quedaba del carro. Uno de ellos estaba a punto de abalanzarse. Con todo el dolor de su lomo dio una coz tan fuerte que la puerta del carruaje se desprendió pero no impactó en la criatura, la atravesó. Ya no había más que hacer, Natza lo empujó y tuvieron que alejarse de ahí. Tuvo que dejar a su hermano moribundo mientras que aquella cosa se acercaba. No pudo ver, no regresó la mirada, siguió con la vista al frente y habrían seguido corriendo sobre la vereda de no ser porque a los mismos sementales que escaparon de la carreta se les abalanzaron más sombras. Sin pensarlo se adentraron al bosque, serpenteando entre los árboles, buscando desesperadamente su oportunidad para vivir.
Se alejaron tanto como pudieron, adentrándose en la gélida obscuridad de la noche, dejando los gritos desgarradores hasta que no pudieron escucharse más que sus propios pasos y sus respiraciones agitadas.
Su vista se fue acostumbrando a la penumbra. Sin quinqué, tropezaban cada dos por tres y su ritmo se volvía lento y torpe. Se detuvieron cuando sintieron que no corrían más peligro, cayeron agotados. Natza escuchaba a Blastream jadear tan fuerte que creía que los encontrarían, pero no podía culparlo. Con su hocico fue quitando delicadamente las astillas clavadas de su costado. A cada astilla retirada, un gemido contenido de Blast. Freckles se juntaba más a su pecho, temerosa, con los ojos llenos de lágrimas. Quiso secárselas, no sabía que su cara también estaba repleta de las mismas. Se limpió con cuidado. Se acurrucó con ellos. En medio de la noche sólo podía ver el cielo a través de las ramas y hojas. Frekles notó que cada vez más flotaban gotas cristalizadas, descendiendo y elevándose como la agonía de su corazón. Escuchó a su hermano contener el llanto pero fue inútil. Hundidos en el vacío del bosque se dejaron devorar por su desconsuelo.
Con los muslos punzando y la cabeza dando vueltas, Natza aspiró una bocanada de aire y la soltó lentamente mientras su mente se perdía en el sueño. La despertó el álgido tacto del pasto húmedo. Estiró su cuerpo y escuchó como sus articulaciones tronaron y algo más, la película de escarcha que se formó sobre ella.
No parecía que hubiese transcurrido mucho tiempo. Sentía que el rostro estaba entumecido, bostezó. Cuando pudo observar bien, miró que estaba rodeada por los seres negros. Lanzó un grito que despertó a Blastream y Freckles.
Blastream entendió de inmediato la situación, pero algo le pasaba. Su cabeza recibió un latigazo de dolor, una punzada que lo hizo tambalearse. Lo supo de inmediato, cuando sintió en su rostro la sangre congelada. La sangre que entró a su ojo se enfrío, lo cegó. La herida ya no sangraba, pero en su lugar parecía cocerse en carne viva. Las punzadas eran insoportables. Apenas si podía distinguir algunos de ellos.
Les gritó a Freckles y Natza que se marcharan, o morirían los tres. Se negaron, pero volvió a gritar como cuando les ordenó alejarse de la carreta. Freckles empezó a llorar de nuevo, podía escucharla gritar su nombre. Probablemente era causa de la herida, pero él se sentía acalorado. No sobreviviría, resolvió, aún si escapan de ellos, no sobreviviría. Ellas seguían negándose en abandonarlo. No tuvo otra opción que intentar escapar.
Soltó varias coces para tirarles lodo, agua o madera en sus extraños cuerpos de piel cenicienta pero nada los golpeaba. Corrieron tanto como pudieron, escucharon ramas moverse y hojas frente a ellos caer. Los árboles estaban cada vez más separados y divisaron manchas extrañas en el cielo. Una tonalidad violeta que pasaba al azul y luego a un verde claro.
-¡Las auroras del Imperio! –Gritó Natza.
Uno de ellos se lanzó de entre las ramas. No pudieron hacer mucho, se lanzaron contra el suelo para esquivarlo pero tocó a Blastream en el rostro. Sintió un escozor terrible, sentía la piel quemarse y arrugarse. Sus venas se ennegrecieron en su rostro y las venas de sus ojos se hincharon a más no poder. Ahora estaba completamente ciego, gritando en la obscuridad. Sintió algo tocar su lomo lacerado, se lo quitó de encima.
-¡Soy yo!- Era Natza-. Nos tienen rodeados.
El miedo se apoderó de él. Escuchó cientos de pisadas a su alrededor y los gritos de algo que jamás había escuchado. Freckles, fue lo primero en lo que pensó. Los gritos eran tan agudos que temía lo peor. Los gritos resonaban en su cabeza y le provocaban más punzadas dolorosas. Corría sin saber a dónde se dirigía y escuchaba más gritos. Con la garganta seca trató de encontrar a su hermana guiándose por sus gritos.
El dolor en su cara se intensificó. Temía que en cualquier momento su cuerpo se hiciera pedazos justo como su padre y el de Natza. Estaba hiperventilando.
-¡Blast! ¡Blast, tenemos que irnos! –
-Ya no puedo… -Murmuró.
-¡Blast, si no nos vamos moriremos aquí! ¡Blast! –Sintió cómo se acercó a él, se la quitó de encima de nuevo.
Otra punzada, esta vez más fuerte pero fugaz.
-¿Freckles está bien?
-Aquí estoy.
-Llévatela, Natza. No podrán salir de aquí. Ya no puedo ver. En estos momentos estoy igual que Bucket, llevarme sólo asegurará la muerte de todos.
-No. No puedes hablar en serio. ¿Qué hay con ir a la guardia real?
-Nada de eso importa ya.
-Pero, ¿y Freckles? No puedes abandonarla, así sin más –Espetó-. ¿Qué hay de mí?
No lo esperaba, pero si pudiera ver habría hecho lo mismo. Sintió sus labios hendirse sobre los suyos, eran suaves y estaban fríos pero por un momento pudo dejar de sentir toda la agonía y el miedo.
Sintió que el dolor se extendió a su lomo, donde las astillas se habían clavado. La apartó de sí y les gritó que se fueran. Sintió el tacto helado de uno de ellos de nuevo, tan frío y a la vez suave. De inmediato sintió otra punzada, más fuerte que la anterior. Escuchó un grito, esta vez sí era de su hermana. Gritaba su nombre desesperada y él comenzó a cocear sin ver. Pudo escuchar el restallar de sus patadas, aún podía enorgullecerse de la fuerza de sus patadas.
De repente sentía el mismo toque suave y etéreo en sus patas, sabía que les estaba dando y el restallido se colaba por los árboles y se perdía en el bosque. No sabía si les hacía daño, más aún él se estaba autodestruyendo, pero si así podía distraerlos de Natza y Freckles valdría la pena. Sintió algo sobre su cuello, diferente a ellos. Lo empujaba. Escuchó un gemido, era de Natza.
-Natza. Natza, no. Te dije que te fueras –La buscó a tientas. Sintió su espesa melena entre sus cascos, siguió buscando y abrazó su pequeña cabeza. Algo salía de su boca, no quiso pensar en eso.
-No te voy a abandonar.- Le dijo con la voz apagada.
"No, por favor. Es gracias a mí."
-Natza, tenías que marcharte. Freckles te necesita más que a mí –Su voz quebró en llanto.
-Freckles ha seguido sin mí, le dije que siguiera las auroras del Imperio. Podrá salvarse, te lo juro.
Entrelazaron sus cascos. La escuchó escupir y gritar. Uno de ellos la había tocado.
-¡Quédate acostada! –Ordenó y volvió a soltar coces. Los restallidos reaundaron.
-Te aseguro que estaremos juntos, y seguiré a tu lado –Le escuchó decir a Natza en un grito.
"¡Otro!"
Parecía escuchar. Dio otra coz, más fuerte que la anterior. Jamás había escuchado restallidos tan poderosos de él, pero no paró.
"¡Otro!"
Parecía escuchar la voz de su padre, justo como la había escuchado por tantos años, todos los días y las noches. Otro más, y otro más. Y a cada segundo descargaba su furia en el aire sin saber si acertaba.
"Otro"
Evocó la imagen de su padre, con su mirada inexorable, con su cuerpo destrozándose en el suelo. Su padre, quien parecía haber olvidado a sus demás hijos por darle lo mejor a él. A quien llegó a despreciar por sus imposiciones. Ahora no era más que un pequeño montículo de pedazos similares a cenizas. Pero aún podía sentir su mirada, aún le parecía verla en la obscuridad de su ceguera.
"Otro"
Esta vez sintió el crujir de un árbol, tan fuerte el golpe que lo escuchó caerse. ¡Otro, otro, otro! Le llegó más dolor.
-Estaremos juntos aún después de esto –Le escuchó repetir a Natza casi como un murmullo.
Sintió las venas de su cuerpo hincharse y lastimarlo. Sintió que se desvanecería sin saber si él la había matado o si acabarían con ella antes las sombras. Estaremos juntos aún después de esto, le escuchó decir. Pero fue mentira, porque cuando sintió que sus patas delanteras se quebraron y las traseras se desperdigaron, no pudo sentirla. Y mientras su consciencia se desvanecía en aquél abismo que lo consumía todo, se sentía solo. Más solo que nunca, y aquello fue una mentira.
