Bueno, aquí traigo el primer fanfic del año jajaja. Lamento mucho utilizar el recurso de nuevo de las dos historias paralelas contadas al mismo tiempo, pero para narrar esta historia, era lo único que podía hacer. No sé cómo vais a reaccionar al encontraros a Alemania y a Italia por un lado y a España x Romano por otro, pero intentaré hacerlo lo mejor posible.
¡Ah! Y comentaros que he escrito exactamente lo que pasa en los capítulos uno y dos de Hetalia, cuando Alemania se encuentra a Italia en una caja de tomates, y cuando digo exactamente, digo EXACTAMENTE (me hizo tantísima ilusión ver a Alemania decir una cosa tan bonita de Italia…)
Bueno, me despido y muchos besos! :)
Disclaimer: los personajes de esta historia no me pertenecen, ni tengo ningún derecho sobre ellos, simplemente estoy escribiendo sobre ellos por diversión.
oooooooo
Alemania
1914
Suiza
-¡No! –Me gritó de nuevo Suiza. –No quiero participar.
-¿Para qué quieres tener la fuerza militar más grande de Europa si luego no participas en las guerras? –Yo, ya me había exasperado. Llevábamos cuatro horas de reunión y ninguno de los dos sacábamos nada en claro. Este idiota de Suiza no quería ni oír hablar de la guerra por la estúpida razón de que yo era aliado de Austria, su mayor enemigo. He intentado convencerle de que ganaría muchas medallas, se volvería de oro, se quedaría si quisiera con las tierras de Francia o de Inglaterra e incluso, llegué ofrecerle parte de mis tierras si nos ayudaba, pero él era más obtuso de lo que parecía.
-¡No participaré, Alemania! Nunca me uniré a ese bastardo de Austria, ni por todo el dinero del mundo.
-¡Ni siquiera tendrás que verle la cara! Simplemente déjanos tus tropas…
-¡No quiero! ¡No, no y más no! –Me señaló amenazadoramente con un trozo de queso-. Mis hombres no participarán en esta guerra absurda.
En eso sí que tenía razón.
Todo había empezado por el asesinato de Francisco Fernando, archiduque de Austria, por un extremista serbio de nombre impronunciable. Hasta ahí, sencillo, simplemente ajusticiaríamos al culpable y todo solucionado. No sé ni cómo se complicó la cosa, pero de repente, estaba organizando una guerra en la que se verían involucrados casi toda Europa. Así que, ahí estaba yo, organizando las tropas y buscando aliados a nuestra causa (que, sinceramente, no tengo muy claro cuál es.)
-¿No puedo hacer nada para que cambies de opinión? –Pregunté, muy cansado.
-Sí, matar a Austria. –Me comentó Suiza con una sonrisa maligna.
-Entonces no hay nada más que hablar. –Me levanté de la mesa.
-¿Eh? ¿Vas a matar a Austria? –Preguntó, con la voz cargada de emoción.
-Adiós, Suiza. –Cuatro horas eran demasiadas, ni siquiera tenía ganas de aguantar sus tonterías.
Salí de su Palacio, sin esperar que sus criados me abrieran la puerta de roble y me encontré en los hermosos jardines de Suiza, llenos de árboles frutales y césped, que se unían con un bosque que daba a la frontera de Italia.
No tenía ganas de volver a mi país, necesitaba aire puro y tiempo para pensar, así que empecé a caminar y caminé y caminé y caminé… hasta que me encontré con él.
ooooooo
Supuestamente, estoy en territorio del descendiente de Roma, pero es extraño. Crucé la frontera muy fácilmente con tan sólo un palo. Es la primera vez que cruzo una frontera con la holgura para comer Wurst. Y, además, en cuanto veo a un enemigo, desaparece precipitadamente, ¿acaso esto es un sueño? ¡No, no debo de bajar la guardia! Tratándose de él, seguramente está tramando algo.
De repente, en medio del camino, veo una caja de color oscura con la palabra tomates en japonés.
Me acerqué preguntándome por qué habría una caja de tomates en un lugar así. Le di con el palo, para ver si era una trampa.
-¡Wuah!
-¿Wuah? –La caja había saltado sola y dentro había una voz muy extraña.
-¡Hola, soy el hada de la caja de tomates! ¡Vine para que seamos amigos! ¡Vamos a jugar!
Quien quiera que estuviera dentro, se creería que yo era imbécil.
-¡Al parecer, hay alguien dentro…! –Intenté forcejear con la caja.
-¡No hay nadie dentro! –Gritó. –¡No lo abras!
La tapadera era muy pesada y además estaba atorada.
-¡Detente! ¿Tienes ganas de ver mis entrañas?
Encima, tenía la desfachatez de amenazarme.
-¡Muéstrate! –Al final, conseguí romperla.
De repente, un joven asustando aparece de la caja y empieza a gritar.
-Lo siento, lo siento ¡Yo no soy el hada de la caja de tomates! –Desde el suelo, le miré, muy sorprendido-. ¡Por favor, no me dispares! ¡Haré lo que sea, pero no dispares! –Y siguió repitiendo-. ¡Haré lo que sea! ¡Haré lo que sea!
El chico tendía unos veinte años, pero al verlo así de aterrorizado, parecía que tenía la mitad. Era muy delgado y tenía el cabello castaño, su cara estaba roja de tanto llorar y se quitaba las lágrimas con dos manos muy pequeñas.
-¡Además, soy casto! ¡Por más que me dispares, no sería para nada divertido! -¿Qué intenta conseguir diciéndome eso? –De verdad que lo siento ¡Yo soy un buen italiano! ¡Tengo parientes en Bayern…!* –Ay, Dios y ahora empezará a explicarme que tiene mujer e hijos de los que cuidar –Por eso, no me dispares.
-"¿Qué? ¿Él es mi enemigo? Escuché que era el descendiente de Roma, pero…" -Mi cabeza no lo podía admitir-. "En ninguno de los casos, no podría ser "esto" descendiente de Roma."
-¡Cómo hubiera querido comer una deliciosa pasta antes de morir! –Decía mientras lloraba sin cesar –¡PASTA PASTA PASTA!
Había que hacer que se callara de inmediato, así que le pregunté:
-¿Tú eres mi enemigo, descendiente de Roma?
-¿Eh? ¿Conocías al abuelo Roma? –De repente, cambió su súplica. –Yo soy su nieto. Me gusta la pizza, la pasta y soy muy simpático. Pensé que eras alguien temible, pero podemos hablar.
-"Alguien tan torpe? ¿En serio?"-No podía ser, era completamente imposible que este niñato sea el nieto del magnífico Roma, si no se parecían para nada. Pero entonces me di cuenta. –"¡Es verdad! ¡Es una trampa! ¡Se hace el inocente para buscar mi punto débil! ¡Qué astuto!"
El nieto de Roma, muy contento, me dice.
-Creo que podemos llegar a ser muy buenos ami…
No le dejé acabar, le pegué con mi palo en su cara.
-¡No me engañarás! –Grité mientras él chillaba de dolor.
"En este momento no me imaginaba cuánto cambiaría mi destino este encuentro."
*Frase hecha que utilizan a menudo los italianos cuando están a punto de ser asesinados.
Romano
1493
Italia
-"Odio a España." –Me repetí por millonésima vez ese día. Cogí otra flecha y volví a dar un paso para atrás. –"Le odio, le odio, ojalá se muriera…" –Cogí el arco y apunté. Segundos después, la flecha daba justamente en el blanco, como siempre-. "Algún día se morirá y yo bailaré sobre su tumba hasta que los gusanos se coman su cuerpo por completo. –Cogí otra flecha-. "Le odio." –Di otro paso para atrás-. "Lo mataré." –Apunté imaginándome que aquél árbol era la cabeza de España-. "No descansaré hasta verle muerto…"
-¡Señor Romano! –Me dijo Filipa, mi criada, mientras corría en mi dirección-. ¡Señor, ya están aquí! Le están esperando.
-¿Están aquí? ¿Los dos? –No podía presentarme ante ellos. Llevaba toda la mañana lanzando flechas y tenía la ropa sudada, mi cara estaba congestionada y apenas podía respirar-. ¡No puedo presentarme así ante ellos!
-Vaya por las cocinas, las doncellas le están esperando con un cambio de ropa, yo les entretendré. Su hermano no para de decir que quiere pasta.
-Que se aguante hasta que vaya. –No había remedio para mi hermano. Le entregué el carcaj con las flechas y corrí hasta la puerta de las cocinas.
Ellos no tenían que estar ahí. Si las cosas hubieran ido como siempre, en ese momento estaría paseando por el pueblo, hablando con el panadero y riéndome con la carnicera, después iría a mi castillo y organizaría lo poco que tenía que hacer, leería un poco, tiraría un par de flechas y después de cenar, me iría a mi cama.
Pero todo había cambiado. Por culpa del estúpido de España.
No podía haberse quedado quieto, tenía la mitad de Europa ¿qué más quería? Pero España siempre quería mucho más, sobre todo desde que tenía esos Reyes Católicos que menos católicos eran de todo. España se había vuelto extremadamente avaricioso y me vendió a los franceses a cambio de las islas Córcega y Cerdeña. ¡Me vendió! ¡A mí! ¡Como si fuera un objeto del que podía deshacerse con facilidad!
Los franceses ocuparon mi territorio, invadiéndolo todo con sus aires de superioridad y sus quesos pestosos. Además querían que aprendiéramos su estúpido idioma, pero si no había ser un genio para aprender un idioma tan idiota, sólo había que poner morritos y hablar como si fueras imbécil. Menos mal que al papa no le gustó nada que los franceses ocuparan su territorio y pidió ayuda a sus maravillosos Reyes Católicos (sí, aquellos mismos que le habían vendido) para que se deshicieran de esos príncipes de cuento a los que les hacía falta más de una buena mujer. Y yo volví a formar parte de los territorios que poseía España.
Fin del cuento ¿verdad? Pues no.
El otro día el Papa me envió una carta diciendo que debía hablar conmigo a cerca de mi hermano. No sabía de qué se trataba, pero debía darme prisa porque estaban esperándome en la Sala.
Cuando ya me aseé, las criadas me ayudaron a ponerme la camisa amarilla con demasiados adornos, los pantalones negros y las botas que me estaban muy ajustadas. Parecía idiota, pero no me podía presentar ante ellos con mi conjunto de pantalones azules desgastados y mi camisa rota. Normalmente, ni siquiera llevaba zapatos, estaba en mi propio castillo, así que nadie me decía qué hacer.
Llegué a la sala resoplando y me di cuenta de que ellos ya estaban almorzando sin mí. El Papa Alejandro VI incluso se había sentado en mi sitio y disfrutaba de mi ensalada de pasta como si no hubiera mañana.
-¡Hermano! –Me saludó mi lloroso hermanito. Corrió hacia mí y empezó a llorar amargamente en mi hombro-. Menos mal que estás aquí. Por favor, hermano, no me obligues a hacerlo. No quiero, no quiero, por favor hermano…
-¿Qué te ocurre? –Pregunté asustado.
-Ten más respeto, Romano, y saluda a tu señor. –Me regañó Alejandro VI.
Me deshice suavemente de Feliciano y me arrodillé para besar el anillo de oro de San Pedro.
-¿Qué sucede? ¿Por qué habéis venido tan rápido y por qué mi hermano está tan desconsolado, mi señor? –Pregunté tomando asiento al lado de él.
-Lo mejor que podía ocurrir… -Empezó a contarme antes de que mi hermano lo interrumpiera con sus sonidos lastimeros.
-¡Es horrible! No intentes engañarlo, estú…
-¡Feliciano! –Le grité. No podía permitir que le faltara el respeto al Santo Padre en el techo de mi casa y, además, estando él delante-. Perdónele, Padre.
-Lleva todo el camino diciendo cosas más horribles que esa, Romano. Por eso he acudido a ti. No podemos dejar que se presente así ante España.
-¿Ante España? –Pregunté muy confundido. Ahora sí que me había perdido por completo. Tenía ganas de gritar "¿se puede saber qué está ocurriendo?" pero debía controlarme-. ¿Podría contarme qué ocurre, Santidad?
-Ya sabes que de nuevo perteneces a la Corona de Aragón, Romano.
-Sí. –No quería hablar de eso. Prefería antes a España que a los franceses, pero tampoco mucho más.
-Pues, para que no vuelva a ocurrir de nuevo lo que ha pasado. –"¿Quieres decir que para que no vuelvan a vendernos como si fuéramos animales de carga, viejo?" –Le he ofrecido a los Reyes Católicos a Veneciano para casarse con España.
En ese momento, Feliciano volvió a llorar, pero yo ya no le escuchaba, en realidad, no oía nada. ¿Mi hermano? ¿España? ¿Casados? ¿Pero qué cojones estaba diciendo este viejo idiota? Mi hermano no podía casarse con España. España era mi… Mi… Mi… Quiero decir, España era un monstruo, no podía desposarse con mi dulce e inocente hermanito.
-Pe… perdone la pregunta, Santidad. –Me empezaba a costar respirar de nuevo, agarré un tenedor de plata y lo escondí debajo de la mesa mientras ejercía fuerza sobre él y lo partía por la mitad, imaginándome que era el cuello de aquel viejo grasiento-. Pe… pero son dos hombres. Según las reglas de la Iglesia Católica, no se pueden casar.
-Son países. Las reglas de Dios no son las mismas para los mortales.
-¡No quiero! Por favor, no quiero casarme. ¡Sacro Imperio Romano sigue luchando y me está esperando! No puedo casarme con España.
-Te necesito para que le convenzas. –Me pidió el Papa-. Como comprenderás, no puedo recibir a España con su futuro marido en este estado.
-¿No se puede hacer nada? ¿Nada en absoluto? –Mi hermano estaba demasiado enamorado de ese tal Sacro Imperio Romano que llevaba luchando décadas, jamás aceptaría a otro que no fuera él.
-No, si queremos una alianza con España es el precio que debemos pagar. –El Papa se levantó de su asiento y yo con él, como mandaba el protocolo-. España llegará en dos días a la capital, así que tienes un día para hacer que Veneciano cambie de parecer.
-¿Qué ocurrirá si no lo consigo? –Pregunté con amabilidad.
Mi señor me miró largamente y sonrió.
-Que se casarán igualmente, pero a ti te despojaré de tus tierras y pasarán a formar parte de tu hermano. Así que haz tu trabajo bien.
Y con esa amenaza, salió de nuevo y con su carruaje, se fue al Vaticano sin despedirse.
oooooooo
Feliciano llevaba todo el día llorando, estaba inconsolable. Intenté animarle con canciones, regalándole un óleo para que dibujara lo que quisiera, fuimos a ver una obra en el pueblo sobre las hazañas del abuelo Roma, pero nada surgía efecto y a mí se me rompía el alma verlo en ese estado.
Al final, bien entrada la noche, Feliciano fue a mi habitación en pijama. Se acostó conmigo, me abrazó y empezó a parar de llorar. Le acaricié el pelo mientras se tranquilizaba poco a poco y, un rato después, las lágrimas se le secaron de sus ojos.
-Es horrible. –Me dijo entre hipos-. Yo quiero a Sacro Imperio Romano, casadme con él.
-No puede ser, Veneciano. Lo siento mucho.
-Pero… pero… -Feliciano ahogó un sollozo-. Es muy cruel.
-Lo sé, pero tienes que hacerlo.
-No lo haré, jamás, jamás, jamás… -Empezó a negar con la cabeza-. Quiero a Sacro Imperio Romano. –Me repitió.
-Lo sé.
-¿Cómo puedes permitir esta injusticia? –Me miró con esos ojos rojos e hinchados de tanto llorar-. Es como si a ti te casaran con Francia.
Un escalofrío me recorrió por la espalda. Espero que a nadie se le ocurra hacer semejante estupidez. Le cortaría la cabeza al rubio antes de que pudiera decir "sí, quiero." Espero que a Veneciano no se lo ocurriera lo mismo que a mí. Imposible. Era demasiado dulce y adorable para pensar cosas sangrientas con respecto a España.
-Si en realidad, España no es tan malo. –Le dije-. Me defendió contra los turcos ¿te lo dije?
-Sí, me lo dijiste.
-Además, por más que intentes hacerle enfadar, él no se enoja nunca. Imagínate, ni siquiera se enfadó conmigo después de haber roto tantos platos en su Palacio.
-¿No?
-No. –Sonreí-. Siempre está haciendo regalos a todo el mundo, le encanta jugar con su toro y siempre tiene una nueva anécdota que contar por casi cualquier cosa. Le gustan las estrellas, los libros y la música.
-¿Le gusta la pasta también?
-También. Y en las fiestas, siempre te invita a bailar y deja que bebas champán de su copa.
-¿Le gusta dibujar? –Me preguntó, algo más animado.
-No, eso no se le da muy bien.
-¿Ves? ¡No es Sacro Imperio Romano! A él le gusta dibujar, los gatitos, y las flores.
-A España también le gustan las flores…
-¡No es Sacro Imperio Romano! –Me repitió, comenzando a llorar otra vez.
Le abracé de nuevo. España lo iba a pasar muy mal si ve que mi hermano llora a cada momento.
-Hermano. –Susurré. No podía hacer nada por calmarle, eso estaba muy claro. Pero debía hacer algo, cualquier cosa, para evitar ese matrimonio. Ninguno de los dos sería feliz con el otro y jamás podrían llegar a amarse.
-"España no puede amar a nadie…" –Recordé con dolor. Y si no se amaban ¿qué más daba? Era un matrimonio concertado, nunca había amor por medio.
-Si pudiera hacer algo… -Miré al cuadro que adornaba mi habitación. Siempre que me despertaba, miraba ese cuadro y sonreía. Aparecíamos los dos de niños, dándonos la mano u sonriendo como bobos en un campo lleno de flores blancas.
-"¿Para quién es este cuadro?" –Preguntó el artista.
-"Para Lovino." –Dijo Austria que en ese momento estaba con nosotros.
-"¿Y quién de los dos es Lovino?"
¿Y quién de los dos es Lovino?
¿Y quién de los dos es Lovino?
¿Y quién de los dos es…?
-¡Feliciano! –Le grité apartándome con fuerza-. ¡Ya sé, ya sé qué podemos hacer!
-¿Lovino? –Le arrastré hasta un espejo. Teníamos la cara parecida, la misma altura. Era perfecto.
-Está todo muy claro.
Ambos debíamos de ir a Roma, debía presentarme ante el Papa y disculparme y después, cuando viniera España…
-Me haré pasar por ti. –Y le sonreí tontamente, como sólo mi hermano sabía hacer.
