Una parte de ti.

Disclaimer: Hetalia pertenece Hidekaz Himaruya, y yo utilizo a sus personajes por mero entretenimiento y sin ánimo de lucro.

Advertencia: Leve OOC; más que nada porque es un fic histórico.

Antecedentes: Marzo, 1867, Washington D.C. Se comienzan las negociaciones por la compra de Alaska, un territorio de 1,518,800 kilómetros cuadrados, aparentemente estéril y cubierto de nieve, que tiene a más de 2,500 rusos habitándolo; esto por el temor de los rusos de que dicho territorio les sea arrebatado por los británicos sin compensación alguna. Estados Unidos negocia el precio hasta dar un precio final de 7.2 millones de dólares, cerrándose el trato la madrugada del 30 de marzo.

La ratificación de la compra, ante el senado estadounidense se da el día 9 de abril y el 20 de junio en Rusia; y la ceremonia de entrega se lleva a cabo en Sitka el 18 de octubre del mismo año.


Sé que tengo pendiente la continuación de "Cómo odio tu sonrisa"; porque sí, voy a seguir el fic, sólo que aún no me figuro como debería hacerlo. Denme un poco de tiempo y prometo actualizarlo. Por ahora disfruten de éste.


Iván miró a través del cristal de la ventana de la habitación en la que lo habían ubicado a él y al ministro Eduard de Stoeckl* en un lujoso hotel en Washington D.C.; se quitó el guante de la mano derecha con los dientes y palpó el cristal con la piel desnuda.

Estaba fresco, quizá templado. Si su sentido de la percepción de la temperatura no estuviera tan atrofiado por el frío, incluso se atrevería a decir que estaba cálido; pero aquellas sólo eran imaginaciones suyas. Un cristal no podría estar templado en la madrugada de los primeros días de una incipiente primavera.

—No quiero vender Alaska —susurró para sí mismo pegando la frente contra el cristal. A diferencia de todas las veces que había efectuado aquella acción en su casa, no había sentido un frío terrible calarle hasta los huesos, ni el impulso inmediato de separarse y correr hacia el fuego. Se sentía agradable. —. Alejandro no debí llevarnos hasta este punto.

—El zar sólo hace lo mejor por ti —rebatió Stoeckl mirando con fijeza la espalda de la nación a la que había jurado proteger. —. Todo lo hace por ti. Ha entregado su vida por ti y ha estado a punto de ser muerto por ti. Debería agradecerle.

Rusia volvió la cabeza lentamente y clavó sus ojos violetas en el ministro. —¿Agradecerle? —preguntó con un ligero temblor en la voz —¿Por sus torpes reformas gubernamentales? ¿Por su fallida emancipación de los siervos, que no sólo ha causado el descontento de éstos, sino también de los terratenientes? ¿O por el hecho de que ha empobrecido tanto a nuestra gente que se ve en la necesidad de vender una parte de mí para que mi pueblo no muera de hambre? ¿Por cuál de todas esas cosas debo agradecerle a mi zar?

—¡No te permito que hables así de su majestad el Zar de toda las Rusias!

—¡Yo soy Rusia, Stoeckl! —acalló Iván con una mirada que no dejaba lugar a quejas —Pero dejaré de serlo si me comienzan a cortar en pedazos —vaciló por un momento —. Este Alejandro no se parece en nada al primero. Ese sí que era un líder y merecía ser llamado Zar. Lo sabes.

Stoeckl bajó la cabeza. —El Zar Alejandro I* quemó Moscú antes de verla capturada por los franceses —recordó el ministro —. Pero estos ya no son tiempos de heroísmo y sacrificio. Debemos adaptarnos, modernizarnos y dejar de pelear guerras que sólo empobrecerán más a nuestro pueblo. ¿No te son suficiente las cicatrices que ya tienes, Iván?

—Una cicatriz sería menos dolorosa que arrancarme un pedazo de carne, como quieren que haga.

—Es una zona estéril que no proporciona muchos ingresos, los mismos americanos lo laman el Parque de Osos Polares* —volvió Stoeckl —. Y el dinero que nos pagarán podrá alimentar muchas bocas. Lo sabes.

Iván se mordió el labio inferior con fuerza. No quería hacerlo. No quería ceder una parte de sí mismo, pero ya no le quedaban demasiadas opciones al respecto. Ya estaba en Estados Unidos, los americanos ya habían dado una suma y todo lo que restaba era que ellos dijeran que sí y que se llevaran el dinero con ellos.

El rubio levanto la barbilla e inhaló con fuerza. —Vayamos a ver a los americanos antes de que se haga más tarde y cerremos este trato.

Stoeckl sonrió apenas y asintió, apresurándose a la puerta para abrírsela al otro y dejarlo pasar primero. Anduvieron por un largo pasillo de madera hasta llegar a lo que parecía ser una oficina, donde el secretario de estado William H. Seward* los estaba esperando, acompañado de otro hombre, más joven que llevaba antejos.

—Comenzaba a preocuparme —saludó el secretario de estado apresurándose a los recién llegados y estrechándoles las manos con fuerza —. Pensé que nunca vendrían. Incluso llegué a pensar que se retractarían de la venta.

—No lo hemos hecho —dijo con certeza Stoeckl —. Estamos aquí para decirle que aceptamos su propuesta. Venderemos por la cantidad de siete millones de dólares norteamericanos.

—Sólo resta saber cómo desean que sea la entrega —dijo Iván, sin demasiada animosidad, sintiendo en su fuero interno que cometía un error. —. Aunque eso es una cosa más personal entre naciones.

El rubio más joven sonrió y el vidrio de sus lentes brilló por un momento. —Seward ¿por qué no nos dejan un momento a solas? —preguntó —Lo que te importaba ya está dicho. Rusia ha aceptado vender su territorio en el continente por la cantidad de siente millones de dólares estadounidenses. Ahora Rusia y yo debemos acordar cómo se hará la entrega.

Seward asintió con una sonrisa bailándole en los labios. Alfred tenía razón. Lo único que en verdad le importaba era que los rusos habían aceptado ceder sus territorios en el continente.

—Ministro Stoeckl —llamó Seward —¿Por qué no me acompaña por una copa para ultimar detalle sobre este mutuo y favorable acuerdo?

Stoeckl le dio una rápida mirada a Iván y tras un cabeceo del mismo salió de aquel despacho, dejando a los dos rubios solos, con sus asuntos de naciones.

—He oído del tratado de Guadalupe Hidalgo* —mencionó Rusia —. Por la sonrisa que me muestras ahora, no parecerías el depredador del que todos hablan. Dicen que desangraste tanto a México, que por las noches se convierte en un esqueleto*.

—Me tienen mala fe.

Iván afiló la mirada. —No eres tan inocente como aparentas, pese a ser una nación bastante joven —dijo forzando una sonrisa —¿Qué quieres de mí? Además de mi territorio, claro está.

—Una noche —susurró el americano sonrojándose un poco. Estaba claro que aquella no sería su primera vez, ni con un hombre, ni con una mujer. Pero sería su primera vez con alguien tan bello como Rusia. —Quiero una noche contigo, así quiero que me hagas entrega de tu territorio.

—¿Una noche conmigo? —preguntó desencajado el mayor. No podía entender. No quería entender eso. —¿Quieres dormir conmigo?

Alfred asintió con suavidad e Iván tragó duro. —¿Por qué?

América nunca lo confesaría en voz alta, pero un día, esculcando las cosas de Francia, cuando éste había ido a visitar a Canadá, se encontró con un retrato de un hombre hermoso. El hombre más hermoso que jamás había visto. Cuando Alfred le preguntó a Francis quién era el hombre del retrato, el hombre de ojos amatistas y melancólicos, el francés había respondido con una sola palabra: Rusia.

Desde entonces Alfred se había prometido que algún día conocería al hombre en persona, que tocaría sus blancas mejillas de alabastro, que besaría sus labios, que lo haría suyo y que se quedaría con una parte de él. Si no podía tener a todo Iván, podía por lo menos tener una parte de él.

—¿Por qué no? —rebatió el menor —Eres atractivo. Me gustas. Desde que entraste a la habitación algo en mí se iluminó. Por eso… quisiera que me hagas entrega de tu territorio durmiendo conmigo.

Rusia tragó el nudo en su garganta. —Dormiré contigo ¿y después?

—No te haré ninguna herida, ni tomaré ningún trozo de tu piel para representar el territorio adquirido —prometió Alfred —. No deseo hacerte daño. Sólo quiero una noche contigo.

—Quizá prefiera el dolor a la humillación de dormir contigo —espetó el ruso —. Mi ejercito te llevará un pedazo de mi carne cuando se te haga entrega del territorio de modo simbólico. Una cicatriz siempre es más honorable. —tajó el mayor dando media vuelta y disponiéndose a salir, para regresar a sus habitaciones.

—No espera, Iván —pidió el americano —. Pagaré más si duermes conmigo.

El ruso se congeló en su sitio. ¿Cuál era el juego de ese sujeto? —¿Por qué haces esto, Alfred?

—Porque en verdad, en verdad me gustas mucho —se sinceró el americano —. Pagaré cien mil más.

Iván encaró al otro y afiló la mirada por un segundo, buscando la mentira en aquel hombre, en lo profundo de esos ojos azules.

—Doscientos mil dólares estadounidenses más —pujó Alfred, sabiendo que estaba en el límite de su presupuesto y que de hecho lo había excedido —. En total te llevarás siete punto dos millones de dólares. A cambio sólo pido dormir contigo ahora y el día de la entrega del territorio.

—No —tajó Iván lamiendo sus labios con suavidad, mientras mostraba una seriedad inusual en él —. Dormiré contigo sólo el día de la entrega del territorio y sólo ese día. Pero ahora, luego de que tu gobierno lo ratifique formalmente me llevaré siete punto dos millones de dólares estadounidenses a mi país.

Una sonrisa bailó en los labios de Alfred y su cara se iluminó, aún entre la penumbra que daban aquellos candelabros, que poco alumbraban durante la madrugada de aquel treinta de marzo.

El americano tomó la mejilla del ruso y la acunó en su mano. —Entonces ¿dormirás conmigo?

—Sí, Alfred, dormiré contigo —asintió el ruso —. Tendrás una noche conmigo y tendrás mi territorio. Eres un buen negociante.

—Iván —llamó Alfred, hipnotizado por el tacto de aquella suave piel contra su palma, por la vista de aquel ángel de nieve a un palmo de distancia de él. Acarició la mejilla y escuchó el suave "Da" que se escapó de los labios del otro. —¿Podría besarte?

—¿Ahora o entonces? —preguntó el ruso chocando su mirada con la del otro, que parecía muy atento a sus labios.

—En ambas ocasiones.

Iván pareció relajarse un poco. Al parecer el chico aún guardaba algo de inocencia en él. —Da, puedes hacerlo, en ambas ocasiones. —susurró antes de que los labios del menor asaltaran los suyos.

Alfred era torpe, rudo y no tenía gracia al besar. Sólo estampaba labio con labio y después sacaba la lengua, lo cual le hizo gracia a Iván, quien se separó con una ligera sonrisa.

—¿Qué pasa? —preguntó el americano, con ambas manos a los lados de la cabeza del otro.

—Besas muy mal —confesó Iván, logrando que Alfred se sonrojara a todo lo que daba. —Deberías intentar hacerlo como si chuparas un caramelo. ¿Sabes cómo?

—Siempre muerdo los caramelos. Me desespera sólo chuparlos.

Rusia soltó una ligera risa. —Pues no me morderás a mí. —aseguró y tras tomar al otro de la barbilla lo obligó a abrir un poco la boca e introdujo su lengua, comenzando a jugar con ella en la boca del otro, lamiendo, chupando, succionando y saboreando; como si la otra lengua fuera un caramelo de un exótico sabor que mereciera toda la atención que le estaba dando.

El ruso se separó de golpe con un gesto adusto en la cara y América se apresuró a disculparse. —Lo siento, lo siento —dijo el americano consternado —. No era mi intención morderte. Es sólo… creo que me excité demasiado ¿te hice sangre?

Iván sintió el sabor metálico en la boca. —No —mintió el mayor —, pero el beso se acabó. Espero que cuando sea la entrega sepas hacerlo mejor, América —dijo con un tono apacible —. Será mejor que me vaya a dormir y que tú actualices tus cifras. Te veré después, cuando tu gobierno ratifique nuestro acuerdo.

—Sí… —susurró Alfred viendo como el mayor se alejaba, antes de perderse tras la puerta de madera —. Buenas noches, Iván. — alcanzó a susurrar, antes de acariciar sus labios con devoción. Necesitaba una parte de ese hombre… lo necesitaba como al aire e iba a tenerlo a toda costa.

Iván llegó a su habitación, sintiendo en la boca la combinación de sabores. La saliva del otro, su saliva, su sangre. Estaba cometiendo una gran equivocación. Lo sabía, pero ya no podía dar marcha atrás. No tras ganar doscientos mil dólares más para, ahora, empobrecida nación.


Aclaraciones.

*Ministro ruso quien llevó a cabo las negociaciones de la venta de Alaska en nombre de Alejandro II en marzo de 1867.

*Alejandro I, se le considera el responsable de dar la orden de quemar Moscú antes de la llegada de Napoleón, para que éste no tuviera dónde refugiarse durante el frío invierno ruso.

*En el momento de la compra, esta fue llamada despectivamente la locura de Seward, la nevera de Seward o el parque de osos polares de Andrew Johnson, ya que daba la impresión de que era imprudente gastar tanto dinero en una región tan remota. No sabían que después sería una mina de oro… de petróleo. Rusia tampoco.

*Secretario de Estado estadounidense que promovió la compra de Alaska y negoció la misma hasta el final.

*Conocido como tratado de Paz, Amistad, Límites y Arreglo Definitivo entre los Estados Unidos Mexicanos y los Estados Unidos de América, donde estos últimos "compraron" la mitad del territorio mexicano, pagando la cuantiosa cantidad de 15 millones de pesos, mientras el presidente mexicano estaba amarrado, amenazado y encañonado para firmar dicho tratado.

*Hago referencia porque el acuerdo se firmó el 2 de febrero de 1848. Y el 2 de febrero es el día de la candelaria. Para quien no lo sepa la Virgen de la Candelaria es conocida como una deidad muertera que se lleva a los muertos al panteón.


Gracias por leer. Espero que les haya gustado este primer capítulo. El segundo capítulo promete tener Lemmon.

Todos sus comentarios son bienvenidos. O.