Notas de la autora: Vuelvo con otro fic porque al releer El Silmarillion mi corazón shipper no pudo resistirse a fantasear con la idea de que Fingon rescate a Maedhros y que su amistad no sea algo más :'3

Con esto me embarco de nuevo en otra historia que no sé cómo de larga será, tan solo estuve pensando y dándole forma por la noche, como siempre xD

Por si no queda claro, ya adelanto que estará ambientada tras la emboscada en la que raptan a Maedhros y le dejan ahí colgando.

Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, todos son obra del magnífico J.R.R. Tolkien; solo escribo esto porque me apetece ;P


Capítulo 1: La decisión de Fingon

Fingon no podía más. Llevaba horas dando vueltas sin aclararse. Desde que supo que su medio primo había sufrido una emboscada y Morgoth le había hecho prisionero los nervios no dejaban de atacarle. Por un lado, uno muy oscuro y rencoroso, sentía que en parte se lo merecía. Después de todo lo que le había hecho pasar, después de partirle el corazón más de una vez, el primogénito de Fëanor se merecía sufrir un poco, al fin y al cabo, había sido el causante de las desdichas del moreno. Suspiró exasperado. No podía estar pensando eso. Por mucho daño que le hubiese infringido, Fingon seguía sintiendo un inmenso cariño hacia el alto elfo y no podía engañarse a sí mismo. Saber que ahora era el prisionero del Valar más cruel y malvado de toda Arda le consumía por dentro. No debía haber permitido dejarle marchar. Debía haberle acompañado, al menos. Volvió a suspirar. No sabía cómo había llegado a esa situación. Oh, espera. Claro que lo sabía. Todo había sido culpa del maldito Fëanor, ese elfo, ahora muerto, que había hablado contra los Valar, contra su padre y que Fingon, tontamente, se había dejado influenciar para ir a la Tierra Media y abandonar Aman. Ese elfo les había condenado y ahora su primer hijo sufría las consecuencias. Pero lo que más le molestaba era la manera en que la noticia de la captura había sido recibida por sus gentes. Asombro y resignación. Eso había sido. Nadie había hecho un amago de querer solucionar las cosas y él estaba harto. Harto de la absurda situación en la que vivían. Harto de todos. Tenía tantos sentimientos acumulados y dando vueltas en su pecho que no conseguía aclarar sus ideas. Estaba tan centrado en su lucha interior que no oyó los suaves golpes en su puerta.

—Fingon…—Una suave voz le devolvió a la realidad. El susodicho se dio la vuelta para ver a su hermana cerrando la puerta tras ella.

—Aredhel…—Murmuró confuso. —¿Ocurre algo?

Al escuchar la pregunta la joven tan solo sonrió tristemente.

—¿Te ocurre algo a ti? Llevas unos días ausente y nervioso. —Hizo una pausa. —¿Es por la noticia del otro día?

Fingon hizo una mueca, su hermana era demasiado lista. Suspiró y se dejó caer en una silla, abatido. Ella se le acercó para consolarle.

—Si tanto te afecta deberías hacer algo al respecto.

—Lo sé, lo sé. Pero no estoy seguro, quiero decir, ¿qué se supone que deba hacer? Nadie se mueve y ni siquiera esta mala noticia ha conseguido acercar nuestras familias.

—Muchos de los nuestros no amaban a Fëanor, pues mucho mal nos ha hecho y tampoco simpatizan con sus hijos, con lo que la desaparición de uno de ellos no les causa demasiada consternación. Pero tú, hermano, sigues guardando sentimientos hacia Maedhros. Quizás puedas hacer algo por él, por todos nosotros.

Fingon la miró a los ojos, derrotado.

—Ya no sé qué es lo que siento, así que no me pidas cosas que no pueda conseguir.

—¡Pues aclárate! —La respuesta de la morena fue tajante. —Fingon, fui muy amiga de los hijos de Fëanor y me pasaba las tardes jugando con algunos de ellos allá en Valinor. Sé que entre Maedhros y tú había una gran amistad. Si su secuestro no ha sido suficiente para acercar las casas, quizás un rescate sí lo sea.

Y con esto le estrechó fuertemente la mano para infundirle valor y salió de la habitación, dejando a Fingon aún más desconcertado.


El aire fresco le aclararía las ideas, o eso esperaba. Desde su posición contempló el cielo, poblado de estrellas con la Luna coronando el manto oscuro. Al instante sus facciones se relajaron. La noche era hermosa. Le gustaba mirar la flor de Telperion, tan hermosa y tan distante. Le hacía olvidarse momentáneamente de sus problemas.

Inspiró profundamente dejando llenar sus pulmones con el aire de esa nueva tierra que se moría por explorar. Poco a poco fue ordenando sus ideas, dejando ir algunas y centrándose en otras, analizando sus sentimientos.

Su hermana tenía razón. Si él no hacía nada, probablemente Maedhros moriría en Angband pronto. Lo que más rabia le daba era que, a pesar de que sus hermanos sí estaban afectados por la noticia, no cumplirían el pacto de Morgoth pero tampoco parecía que fuesen a sacarle de ahí. Suspiró. La idea de su hermana era suicida pero podría funcionar. Si por algún casual Fingon rescataba a su medio primo, las Casas podrían reconciliarse. No sería difícil. Muchos ya se arrepentían de la quema de los barcos y al traer a su líder sano y salvo dudaba que demasiada gente siguiese enfadada. Además, su conciencia no le permitiría ignorar el rapto. Maedhros y Fingon tenían demasiada historia como para borrarla de un plumazo, aunque precisamente eso era lo que había estado intentado hacer el moreno, tras las traiciones y decepciones causadas por el pelirrojo. No. Se decidió levantándose. Aunque le costase la vida, traería de vuelta a ese elfo cuya sonrisa le cautivaba y que llevaba añorando años. Demasiado tiempo había estado sufriendo solo y en silencio. No permitiría que ese apuesto elfo fuese torturado y dejado de lado. No si él podía evitarlo. Pensar en su posible tormento le dolía más de lo que gustaría admitir. Ahora tenía una oportunidad, aunque pequeña y loca, de recuperarle no solo a él sino el aprecio entre las casas de los hijos de Finwë. Y no la desaprovecharía.

Esa misma noche partió. Cogió su espada y un arco con flechas y montó a caballo rumbo el territorio del Valar. No había dicho nada a nadie por si intentaban persuadirle. La determinación estaba presente en el elfo y ya nada le detendría.

Cabalgó toda la noche hasta que Thangorodrim le recibió. Ayudado por la negrura de la noche y la propia oscuridad creada por Morgoth, Fingon se desvió y dejó marchar a su caballo, nervioso y temeroso del poder que allí se escondía. Con rapidez el elfo escaló los salientes de la torre pero la angustia trepó por su garganta al ver la desolada tierra, sin ninguna posibilidad de entrar en la fortaleza enemiga. Convencido de que no debía darse por vencido tan pronto, que Maedhros debía estar ahí, en alguna parte, pensó en su siguiente paso. Debía haber algo que pudiese hacer, algo que le ayudase a encontrar al elfo. Hizo un recorrido mental de los objetos que tenía y el uso que podría darles, pero no tenía nada útil para escalar. De pronto, cayó en la cuenta del pequeño arpa que siempre llevaba consigo. Si Maedhros todavía no había muerto o todavía era consciente de sus alrededores quizás podría responder a una balada. No le fue difícil escoger una canción y tampoco temió que al cantar orcos o criaturas malignas saliesen a su paso.

Con voz suave empezó a entontar una melodía que solía cantar cuando las casa eran amigas y la felicidad era constante en Valinor, cuando todos eran dichosos y nadie guardaba rencor u oscuros pensamientos hacia nadie, cuando Maedhros y Fingon estaban juntos…

Al cabo de un rato, cuando la esperanza de una posible respuesta del elfo comenzaba a desvanecerse, una voz, débil y rota se alzó en el silencio de la explanada. Fingon sintió que su corazón daba un vuelco. Rápidamente se dirigió hacia la voz que, a duras penas, recitaba la melodía. Por suerte nadie parecía querer salir de sus cavernas con lo que el elfo no tuvo problemas en llegar al paradero del otro.

El corazón se le paró y sintió su alma partirse en dos. Las lágrimas empezaron a agolparse en los ojos del moreno, horrorizado por la vista. Maedhros colgaba frente a un inmenso precipicio, tan solo sujeto por una banda de acero atada en su mano derecha. Estaba famélico y tenía la cara demacrada por el hambre y el sufrimiento. Su hermoso pelo, revuelto y sucio y sus ropas rajadas parecían los harapos de un vagabundo, no del señor de los elfos. Sus ojos intentaban enfocar a su compañero pero cabeceaba entre la cordura y la demencia. Aunque Fingon intentó no mostrar debilidad para infundirle confianza y valor, no pudo evitar que unas lágrimas furtivas se escapasen, rodando por sus mejillas y desencadenando un llanto ahogado. Ver a la persona que más quería en el mundo en ese estado le mataba y lo peor es que seguramente no podría hacer nada para rescatarle, estando este colgando en un precipicio. Por mucho que hubiese intentado apartarle de su vida, por mucho dolor que hubiese sentido al verse traicionado, nada podía compararse al verle de ese modo. Nunca había conseguido borrarle de su corazón pues, muy en el fondo siempre había albergado esperanzas de que todo volvería a ser como antes y que ellos volverían a estar juntos, dejando atrás los rencores familiares y las disputas pero ahora veía, aterrorizado que nunca podrían a volver a estar juntos, que nunca le podría sacar de ese infierno y que debía haberse olvidado de él cuando tuvo ocasión para no sufrir ahora de ese modo al verle así.