Hi!
Me presentó aquí con un fic algo ambicioso. Soy una gran fan del personaje de Cid Highwind y después de mucho posponerlo he empezado a redactar un fic sobre él. Tengo muy claro que quiero explicar (otra cosa es el cómo); y mi intención sería abarcar 40 años de su vida, incluyendo lo que hay en los juegos (Final Fantasy VII y Dirge of Cerberus) y la película (Advent Children). Así que esto promete ser un poco largo.
Intentaré ser lo más fiel posible a todo el material original que ya existe sobre él, aunque como autora siempre habrá cosas que serán desde mi personal punto de vista. Mi máxima es no negar nada existente; y a partir de ahí la imaginación es libre. No creo que Cid sea perfecto, ni un santo, y seguramente es un ejemplo a evitar en muchos aspectos; pero tiene un algo que a mí me gusta.
Espero que comprendais a esta fan y no seáis crueles, y que disfruteís de la historia. Y si dejáis un rewiew ya sería mucho más mejor (Jack Sparrow dixit).
Por cierto, nada me pertenece excepto los OC (que habrá bastantes) y todo lo que me saque de la manga para hacer una buena historia (que será menos pero tb bestante).
See ya!
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Antes de que Midgar se levantara sobre el continente, cuando aun era un diseño en los planos, miles de obreros empezaron a trabajar para levantar la enorme estructura sobre la que se asentaría la ciudad. Durante años se trabajó el suelo, fabricaron materiales, asentaron cimientos para sostener una construcción de gigantesca envergadura. Arquitectos, obreros, electricistas, expertos del terreno... todos dedicaron largo tiempo a traspasar a la realidad las dos dimensiones del papel.
Tantos años y tanta gente se dedicó a ese proyecto, que los trabajadores empezaron a asentar sus hogares en lo que un futuro se trasformarían en los suburbios de Midgar, una vez que la placa los aislara del mundo exterior. Allí se formaron pequeñas comunidades, bautizadas con el nombre de sectores. Aquellas comunidades crecieron y evolucionaron como verdaderas ciudades: se construyeron viviendas, se trasladaron nuevos habitantes, se instalaron servicios, se abrieron negocios... Eran rincones llenos de vida. Se establecieron nueve sectores, numerados del 0 al 8.
Cada sección era gobernada por un consejo de ciudadanos, que a su vez respondían ante los altos mandatarios de la futura Midgar. Los miembros más competentes de la comunidad representaban a los habitantes de los sectores, haciendo valer sus derechos tiempo antes de que quedaran encerrados bajo la ciudad.
El sector 3 tenía como portavoz a una mujer de carácter fuerte y vida desorganizada. Hija de militares, había viajado por muchos continentes antes de establecerse en aquel lugar, cuando cinco años atrás decidió buscar un trabajo estable y echar raíces. Quizás no era la persona con la mejor educación ni la moral más alta: mucho había vivido y muchas trampas había hecho; había engatusado a hombres por caprichos y alguna vez se había despertado en una cuneta sin nada después de una paliza. Su existencia le había regalado placeres y lecciones muy duras; pero ahora, con casi treinta años y un sitio al que llamar hogar; Celine Highwind era la mejor portavoz con la que podía contar el sector 3.
Aquella tarde, un hombre trajeado de rostro cetrino hacía tamborilear los dedos sobre su maletín de piel en la sala de reuniones, esperando a que los miembros del Consejo se dignaran a aparecer. Un viento fuerte golpeaba los cristales, despejando el aire de todo rastro de nubes y polución. El sol se ponía demasiado pronto durante esa estación, despareciendo en el lejano océano. El cielo estaba extraordinariamente claro y algunas estrellas empezaban a brillar en el firmamento.
La secretaria entró para dejar sobre la mesa un botellín de agua con gas y una copa. El hombre trajeado le dirigió una mirada de soslayo tras sus gafas de aumento.
–Ya pasan exactamente –consultó su reloj de pulsera – veintitrés minutos de la hora acordada.
–Enseguida llegarán, señor-se disculpó la secretaria –. Están intentando contactar con la portavoz. Nadie responde al teléfono en su casa.
–¿Y se puede saber dónde vive esa mujer?
–A unos dos kilómetros de aquí, alejada del centro.
–¿Conoce su dirección?
–Sí...
–Pues apúntela en un papel y llame a un taxi. Si no viene, iré yo a su casa. Soy un hombre ocupado –miró de nuevo el reloj –, no puedo perder mucho más tiempo en este lugar.
–¿Qué? –la secretaria se frotó las manos –No creo que sea necesario. Si hace el favor de esperar unos minutos más, llegarán...
–No me reprenda y limítese a obedecer –replicó el hombre irguiéndose en su corta estatura.
La secretaria no dijo nada más y se dirigió al teléfono para llamar a la compañía de taxis.
La compañía de taxis era un negocio familiar muy reciente, apenas tenía medio año y contaba con una flota muy pequeña. El joven taxista parecía emocionado de poder cumplir su trabajo, aportado dinero a casa. Conducía dando bandazos a causa de viento y parloteando sin parar; recibiendo por respuesta la mirada desaprobadora de su cliente.
El barrio al que se dirigían estaba lleno de pequeñas casas unifamiliares, todas diferentes. Parecían levantadas por sus propios dueños, con distintos tipos de obra vista y patios cercados. En aquel barrio dormitorio casi no había coches y los peatones circulaban imprudentemente por la calzada. El taxista pitó e insultó a algunos de ellos al esquivarlos. Al final se detuvo ante una casa con vallas a medio pintar y un patio lleno de trastos.
El hombre pagó la carrera y salió del vehículo alisándose el traje. Ante la valla, parapetados del fuerte viento, se encontraban tres hombres y dos mujeres. Se acercó al más anciano y preguntó, ajustándose las gafas:
–¿Es aquí donde vive la señorita Highwind?
–¿Quién lo pregunta? –replicó un hombre de aspecto fornido y barba crecida.
–Soy el portavoz de la compañía Shinra. Venía a hablar...
–¿Así que han mandado a un nuevo títere a negociar? –comentó una mujer de curvas generosas.
–¡Un respeto, señora! –exclamó alzándose –Está usted hablando con el representante de la compañía que levantará la futura ciudad de Migdar.
–Y usted está hablando con los miembros del Consejo del sector 3 –reprendió el más viejo.
–Y diría que nosotros construimos más Midgar que los ejecutivos de la compañía –apuntó la mujer de antes.
El portavoz de Shinra tragó saliva y se ajustó la corbata. Era el primer día que visitaba ese sector y se había encontrado a gran parte del Consejo apostado ante la casa. Carraspeó e intento recuperar el tono autoritario al hablar.
–¿Y como es que están ustedes aquí y no en el punto de reunión tal y como habíamos quedado hace ya –consultó el reloj –treinta y nueve minutos?
–Esto es más importante que una reunión. Deberá esperar para poder hablar con nosotros más tarde –dijo el anciano.
–¡No puedo quedarme aquí perdiendo el tiempo ante la puerta de una casa!– exclamó, mirándolos como si estuvieran locos.
–Pues vuelva otro día –finalizó el hombre robusto categóricamente.
El representante abrió la boca y la cerró, sin saber que decir. Después se agitó, se irguió y con resolución traspasó el patio. Nadie lo detuvo, aunque una voz femenina le recomendó no entrar. Hizo caso omiso de la advertencia y entró, pues la puerta estaba abierta.
La casa no era especialmente grande y resultaba curiosamente vacía, con muebles desnudos y pocos adornos. Había unas pocas fotos de una mujer joven, con el pelo rubio ceniza y los ojos azul frío. Era bastante guapa y miraba a la cámara con descaro. Arriba se escuchaba un murmullo de voces, una puerta al cerrarse y unos pasos acelerados. El representante fue sorprendido por un hombre joven, de cabello oscuro y perilla, que bajaba las escaleras de dos en dos.
–¿Se puede saber que hace usted aquí? –gritó el hombre, cogiéndolo del hombro con la firme intención de echarlo de su propiedad.
–Soy en portavoz de Shinra y he venido a hablar con la señorita Highwind; con la que tenía una reunión hace –consultó el reloj nuevamente– cuarenta y cuatro minutos.
–Pues la señorita Highwind no está para reuniones –espetó él soltándolo y dirigiéndose hacía la cocina –Márchese y vuelva en otro momento.
El hombre joven cogió una palangana de un armario, la llenó de agua caliente y desandó sus pasos hacia el piso superior. Mientras subía las escaleras con cuidado, volvió a repetirle al representante que se marchara de allí. Este en cambio lo siguió, pensando en que mientras tuviera la palangana en brazos no podría pegarle.
Ambos hombres llegaron a una habitación, donde el más joven hizo esfuerzos para cerrar la puerta ante el invitado no deseado sin derramar el agua. El hombre de la perilla apoyó la espalda en la puerta; pero el representante puso un pie en el quicio y empezó a empujarla. Como la diferencia mal compensada de fuerza entre ambos no estaba a favor del funcionario, se aclaró la voz y empezó a preguntar. Pero antes de poder terminar la frase escuchó una voz femenina gritar con una sombra de histeria.
–¡¿Qué hace este hombre aquí?! –preguntó Celine desde la cama.
–Dice que es un representante de Shinra... –se explicó el hombre joven.
–¡¡Me da igual quien sea!!¡¡Quiero que se vaya!!
–Señorita Highwind, hoy teníamos una reunión...
–¡¡Ahora no puedo ir a ninguna reunión!!¡¡Váyase de mí casa inmediatamente!! –después habló al hombre de la perilla, en un ligero tono de súplica –¡¡Fye, haz que se vaya!!
–¡He venido hasta aquí expresamente para hablar con usted! –replicó ofendido tras la puerta.
–¡¡No puedo hablar!! –gritó la mujer airada – ¡¡Lárguese de mi propiedad inmediatamente!!
–¡Mire señorita, tengo un calendario muy apretado y me gustaría solucionar este tema cuanto antes mejor! Aprovechando que me he tomado la molestia de llegar hasta su residencia, debería como mínimo atenderme.
–¿Quién es ese gilipollas? –preguntó una segunda voz masculina en tono bajo y serio.
El representante trastabilló hacia delante cuando la puerta se abrió, chocando contra Fye. Durante dos segundos pudo ver el interior de la habitación, donde un médico atendía a una mujer en avanzado estado de gestación. Fye cogió al representante por el cuello de la chaqueta y lo arrastró hasta la calle, haciéndole bajar las escaleras casi en volandas. Los miembros del Consejo no ocultaron sus risotadas al ver al trajeado representarse salir a empujones de la casa.
–¿Ha podido hablar con ella? –preguntó el hombre robusto.
Fye les dirigió una mirada acusadora desde el quicio de la puerta.
–Podríais haberle explicado que Celine está de parto y por eso no vendría.
–¡Ay...!¡No sabes apreciar el placer de gastarle una buena broma a esos estirados de Shinra...!–Fye simplemente gruñó –¡Va hombre, luego te invitaré a una copa para celebrar el milagro del nacimiento!
Sin contestar, el joven se internó en la casa y cerró la puerta con llave, por si algún otro venía a molestar. Subió las escaleras con un par de saltos y llegó hasta la habitación.
–Tranquila, ya se ha marchado –anunció sacudiéndose las manos.
–¡Qué bien...! –murmuró ella en un tono más bajo –Fye, acércate...
El joven se acercó hasta la cabecera de la cama y notó como ella le cogía de la mano. Al principio fue un presión suave; pero rápidamente aumentó la fuerza hasta retorcerle el brazo. Instintivamente se agachó, quedado ambos a la misma altura.
–Esta me la vas a pagar –siseó con voz siniestra y dolorida.
–¡Vamos mujer, relájate, todo saldrá bien! –intentó calmarla mientras temía por su seguridad –Venga, respira conmigo...
–Como se nota que no eres tú el que está pariendo –le espetó ella, haciendo más fuerza aun.
–¿No puede ponerle alguna anestesia? –preguntó Fye, más por él que por ella.
–No puedo inyectarle la epidural con ese tatuaje en el lumbar–dijo negando con la cabeza, para después dirigirse a ella – ¿Es que no te lo explicaron cuando fuiste a hacértelo?
–Sí... –se lamentó ella, recordando a la ninfa de los vientos que se había tatuado en la espalda una década atrás –¡Pero yo no quería tener hijos!
–¿Y esto? –comentó el médico alzando una ceja.
–Esto –y retorció aun más el brazo de Fye, dirigiéndole una mirada de odio –fue un imbécil que me dijo "Te vas a reír... creo que se me ha roto el condón". ¡Sí, mira como me río!
–Me vas a romper el brazo... –gimió él.
–¡Pues te jodes!¡Es por tu culpa que estoy aquí ahora!
Él ya pensaba que le partiría el brazo, cuando la fuerza cesó. Al verse retirado del agarre se alejó dos pasos atrás y la observó. Celine se había encogido sobre sí misma, sorprendida por el dolor. En esa posición se la veía extrañamente sola. Levantó un poco el rostro para dirigir una mirada al joven. Esta enfada con él, y también dolorida. Y sobre todo, estaba asustada. Fye se pasó la mano por el brazo maltratado y se acercó de nuevo a ella por el lado derecho de la cama.
–Soy diestro, así que si me rompes el izquierdo no pasa nada.
Ella aceptó con agradecimiento mudo y se agarró. Fye intentó no emitir ningún sonido mientras notaba como le retorcían el brazo. Celine, en cambio, no se privó de expresar su dolor en forma de insultos y amenazas. Le gritó muchas cosas, todas muy desagradables; mientras él intentaba tranquilizarla usando un tono bajo. Él médico no participaba en esta conversa, interrumpiéndola para dar indicaciones a la parturienta. Era un caos en un lugar donde supuestamente debería reinar la calma.
Y entonces, un grito agudo de una voz nueva hizo callar a todos los demás.
Más por instinto que por deseo, Celine se incorporó para acercarse a la criatura que chillaba en los brazos del médico. Pero el cansancio y el dolor hicieron que desistiera en la idea, dejándose caer hacía atrás. Notó como Fye le apartaba el pelo de cara, empapada en sudor.
–Es un niño –dijo el doctor mientras lo envolvía en una toalla y lo acercaba a la madre.
–Joder, yo quería una niña... ni siquiera eso puedes hacerlo bien –acusó a su compañero.
–Pues no se puede devolver –murmuró él, intentando comprobar si finalmente le había roto el brazo o sólo estaba lesionado.
–Da igual –replicó ella, a ver como el recién nacido se callaba al volver a estar cerca de su madre –este ya me gusta.
El médico se marchó de la habitación con una excusa, aprovechando para dejarles unos momentos de intimidad. La pareja se quedó en silencio durante unos segundos, aun algo impresionados por lo que acababa de ocurrir. El recién nacido los miraba sin ver nada, con esos ojos de color azul indefinido que tienen todos los bebés. Celine acarició el escaso pelo rubio, casi con miedo de que se rompiera.
–Te habrás quedado a gusto, bicho – le dijo ella, apoyando un dedo entre las cejas del bebé. Este cerró los ojos.
–¿Cómo vamos a llamarlo?– empezó Fye, rascándose la nuca –. Podríamos buscar un nombre... importante, sonoro... como por ejemplo...
–Cid –interrumpió la mujer.
–¿Y eso? –preguntó él.
–No sé, se me acaba de pasar –se encogió de hombros –. Además, va bien que tenga un nombre corto, así es más fácil llamarlo.
–Que no es un perro –objetó Fye – Y no sé, no me convence.
–Pues a mí me gusta -levantó el dedo del entrecejo del bebé y este abrió los ojos – Además, entre el nombre y el apellido sólo tendrá la vocal i. Queda mono.
–Mi apellido –Dodonner – no tiene la letra i –apuntó él.
–Pero el mío sí –recordó Celine.
–¡Pero a los hijos se les pone el apellido del padre! –se quejó Fye.
–¿Quién ha tenido al crío nueve meses dentro y quien lo ha parido? Yo. Por lo que se llamará como YO diga –declaró con voz severa, remarcando el yo.
–Ya, pero... bueno, es que suponía que el niño...
–El niño de llamará como yo diga y tendrá mis apellidos. Y punto.
–¡Ni que fueras una madre soltera! –bufó él.
–¡SOY una madre soltera! No estamos casados, así que no deberías tomarte tantas confianzas –puntualizó.
–¡Joder Celine...!
–¡Mira que cuco! Sí le pones el dedo aquí –volvió a ponerlo sobre el entrecejo del bebé –cierra los ojos como si fuera un gatito.
Fye se pasó una mano por la cara, rindiéndose ante la evidencia. Ella siempre había llevado la voz cantante en todo, y aquello no iba a ser una excepción. Celine lo ignoraba, poyando y apartando el dedo de aquel punto de la frente del recién nacido, como si este fuera un juguete. Viéndola así, muchos dudarían de su capacidad para criar a un hijo. Nunca había querido tener niños ni los había buscado... pero ahora que ya estaba allí, se la veía visiblemente feliz.
–Cid Highwind... pobre niño, no había nombres más feos... –masculló Fye.
–¿Pero que dices?¡Es un nombre muy mono! –sentenció ella con la criatura en brazos.
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