La luz se colaba por entre las cortinas de manera discreta, pero firme en la habitación, comenzando a regresarla a la realidad.
Abrió los ojos...
Tenía mucho miedo de que sólo hubiera sido una ilusión. No podía serlo, todo lo recordaba de una manera tan vívida... No sólo eran sus cuerpos lo que se habían entregado mutuamente; también eran sus almas, su respiración, su sangre... en fin, todo su ser.
Pero aún así tenía miedo, un miedo atroz que le oprimía el pecho de una manera tan cruel... ¿Y si nunca hubiera pasado? ¿Y si en realidad ése momento mágico sólo había sido producto de su imaginación, de su deseo por tenerla consigo? No, no podía imaginarse cómo iba a sobreponerse del trauma de encontrar el otro extremo del lecho vacío, de no encontrar a la Diosa a la que entregaba su vida (primero de manera reverente, luego con toda la devoción que era capaz). Tenía que reunir valor...
Un ruido en el exterior distrajo sus pensamientos durante breves instantes. La luz entraba de manera un poco más firme conforme el sol se levantaba en el cielo. Seguía sin sentirse lo suficientemente valiente como para comprobar que no había pasado la noche anterior (ÉSA maravillosa Noche Anterior) en la más completa de las soledades.
Derrepente, se decidió: si no tenía la fuerza como para voltear, comenzaría a acercar la mano al otro lado de la cama. Si topaba con alguna forma, podría respirar con alivio; si no, pues... ya se repondría.
Acercó su mano poco a poco, con suavidad... lentamente comenzó a sentir que el lecho se curvaba bajo el peso de otra forma descansando ahí... lentamente comenzó a sentir su tibio cuerpo, una forma curva, firme, joven, la cual acarició. Ya podía respirar en paz, todo había sido real, maravillosamente real.
Posó su mano en aquel pecho firme, y lentamente se fue dando la vuelta para ver, abrazar y amar a aquella figura que (igual que la suya) se encontraba completamente desnuda bajo las sábanas. Posó su otra mano sobre el vientre de su amada, aquel vientre que la Noche Anterior había sido el Altar en el que había demostrado toda su devoción.
Ella reaccionó a las caricias; lentamente fue abriendo los ojos, puso su mano sobre la que tenía sobre el pecho, con la otra acercó su rostro, y después de un tierno beso, dijo:
-'Te amo, Marin'.
-'Yo también, Sahori'.
Abrió los ojos...
Tenía mucho miedo de que sólo hubiera sido una ilusión. No podía serlo, todo lo recordaba de una manera tan vívida... No sólo eran sus cuerpos lo que se habían entregado mutuamente; también eran sus almas, su respiración, su sangre... en fin, todo su ser.
Pero aún así tenía miedo, un miedo atroz que le oprimía el pecho de una manera tan cruel... ¿Y si nunca hubiera pasado? ¿Y si en realidad ése momento mágico sólo había sido producto de su imaginación, de su deseo por tenerla consigo? No, no podía imaginarse cómo iba a sobreponerse del trauma de encontrar el otro extremo del lecho vacío, de no encontrar a la Diosa a la que entregaba su vida (primero de manera reverente, luego con toda la devoción que era capaz). Tenía que reunir valor...
Un ruido en el exterior distrajo sus pensamientos durante breves instantes. La luz entraba de manera un poco más firme conforme el sol se levantaba en el cielo. Seguía sin sentirse lo suficientemente valiente como para comprobar que no había pasado la noche anterior (ÉSA maravillosa Noche Anterior) en la más completa de las soledades.
Derrepente, se decidió: si no tenía la fuerza como para voltear, comenzaría a acercar la mano al otro lado de la cama. Si topaba con alguna forma, podría respirar con alivio; si no, pues... ya se repondría.
Acercó su mano poco a poco, con suavidad... lentamente comenzó a sentir que el lecho se curvaba bajo el peso de otra forma descansando ahí... lentamente comenzó a sentir su tibio cuerpo, una forma curva, firme, joven, la cual acarició. Ya podía respirar en paz, todo había sido real, maravillosamente real.
Posó su mano en aquel pecho firme, y lentamente se fue dando la vuelta para ver, abrazar y amar a aquella figura que (igual que la suya) se encontraba completamente desnuda bajo las sábanas. Posó su otra mano sobre el vientre de su amada, aquel vientre que la Noche Anterior había sido el Altar en el que había demostrado toda su devoción.
Ella reaccionó a las caricias; lentamente fue abriendo los ojos, puso su mano sobre la que tenía sobre el pecho, con la otra acercó su rostro, y después de un tierno beso, dijo:
-'Te amo, Marin'.
-'Yo también, Sahori'.
