Hola mucho gusto. ¿Cómo están? Hace tiempo publique este fic por primera vez y hace un año, quizá dos, lo borré. Pero hay mucha gente que aún lo recuerda y lo pide para leerlo. Y yo sé bien que esa primera publicación no fue la mejor, que esta historia merece más; así que, está de vuelta. Editado, según yo. Así que vamos a eso.

Prince of tennis no me pertenece si no a Konomi–sensei, causante de mi obsesión por estos tenistas.

Antes: este fic va dedicado a todas esas personas que, a pesar de los años, tienen un lugar especial para Sonrisa perdida en su corazón y en su memoria. A esas mismas personas por ser tan pacientes conmigo y seguir ahí, al pie de cañón con mis historias. Espero, de todo corazón, que disfruten esta historia tanto como la primera vez que la leyeron. ¡Y no me olvido de los nuevos! Sean bienvenidos, espero que se sientan cómodos aquí.

Sin más, disfruten su lectura.

Sonrisa Perdida

Por: Zafiro Rachel Any

1

El otro lado de Rose

El sol resplandecía en lo más alto y en ocasiones cegaba el punto donde enfocaba con su cámara. Llevaba varios minutos tratando de enfocar unos nenúfares sin éxito.

La fotografía comenzó como un hobbie que a la larga se convirtió en su pasión y oficio; y que —por alegre coincidencia— era su sustento; pues el nombre del fotógrafo Fuji Syuusuke era conocido en gran parte del mundo.

Su triunfo en diversos concursos de fotografía lo hizo acreedor del reconocimiento de propios y extraños del mundo de las lentes. La temática profunda de sus retratos era la comidilla de los críticos y amateurs del arte: imágenes espontaneas, capturadas en el momento preciso, y decoradas con el toque fresco de la contraluz. (Syuusuke se regodeaba con cada interpretación que hacían los expertos de su trabajo. " El perfil del modelo nos habla de la profundidad y entereza del alma del propio Fuji. ¿Un grito de auxilio? ¿Una protesta por la superfluidad de la vida?", escribían y el fotógrafo explicaba a sus conocidos: "Saa, Tezuka tenía hambre y estaba molesto porque sólo jugaba con él. Es divertido"). Pero fue su opera prima, El otro lado de Rose, que lo catapultó a los reflectores del arte. ("¡Sublime!", rezaban los encabezados en las columnas de los críticos de arte, "un joven que viene a refrescar el negocio con sus crudas estampas de la cotidianeidad").

Sí, sí, sus fotografías podían ser todas las patrañas que quisieran los críticos, pero Syuusuke, en ese momento, sólo quería capturar los nenúfares. Nada más. Ni un secreto o protesta por la vida. Sólo deseaba conservar el lindo color rosa pálido que lucían junto con la perfecta simetría de sus pétalos. Como un tierno y floral durazno flotante. ¡Ah, pero el sol! Bendito sol que dificultaba su tarea.

Soltó un suspiro y se puso de pie, estar arrodillado a la altura del estanque en que flotaba su modelo lo cansó, y su frustración no ayudaba en mucho para variar. Esperaría un momento, alguna nube tendría que pasar y hacer la buena acción del día para ayudarlo a ocultar el sol.

Miró una última vez las flores antes de caminar con paso calmo hacia el pie de uno de los tantos árboles de cerezo que adornaban el lugar. De grueso tronco y frondoso follaje, parecían coloridos soldados que tenían por única misión no pasar desapercibidos mientras custodiaban las edificaciones de estructura nueva pero fachada antigua; y de coquetear a las gráciles geishas que marchaban como copos de nieve buscando su lugar en la primavera. Syuusuke, tan sonriente como sólo él, alzó la cámara cuando los copos pasaron cerca de él. Hermosas y delicadas mujeres, entregadas a un arte que se negaba a morir con la nueva era.

Vio su reloj de pulsera, un minuto más, un minuto menos. La vida seguía con su imparable tic tac, no había forma de fugarse del tiempo. Alzó la vista, el cielo tan azul y libre de nubes hirió sus ojos. Lo comprendía, no habría tregua, pero no se daría por vencido. Se acercó de nuevo al estanque. Ladeó la cabeza de un lado a otro, dando la apariencia de un niño que busca la mejor manera de edificar un castillo de arena.

De lejos, un grupo de curiosos turistas, con teléfonos celulares en mano, pedían una fotografía a los bellos copos marchantes. Su mal japonés atraía la atención de otros visitantes nativos. Syuusuke se encogió de hombros y al mirar de nuevo a sus silenciosos modelos lo vio: el ángulo idóneo. Disparó un par de veces antes de mirar en la pantalla de la cámara lo que pudo cazar.

—Perfecto —dijo, satisfecho y lleno de orgullo de sí mismo.

Guardó la cámara y camino hacia la salida (los pequeños copos sonreían tímidas a las cámaras de los móviles mientras esa panda de turistas se debatían si utilizar algún filtro en el momento o aplicarlo al compartirlo en su Instagram. "Novatos", pensó Syuusuke). Su estómago eligió el momento para reclamar alimento. Era tarde, para su estómago; era a tiempo para el resto de su día libre.

Llegó a donde tenía aparcado su coche, dejó la cámara en el asiento del copiloto para luego acomodarse al volante. Con el auto marcha, y camino a su casa, sus pensamientos se dividían entre comenzar la planeación de una nueva serie de fotografías y la cuestión de qué comer —su tripa rugía como pequeño león, suave pero fiero—. No le apetecía cocinar —además, descartando las cenas congeladas, no tenía muchos ingredientes útiles en su nevera—, pero tampoco estaba de humor para ir a un restaurante y pedir mesa para uno.

Con una mano al volante y el otro brazo recargado en el reposa brazo de la puerta, manejaba con calma y precaución. La vista al camino, su mente en su vida. No se quejaba de su vida, por supuesto; era joven, famoso, guapo —modestia, señores—, y con una estabilidad económica decente —no millonario, pero si estable para darse los lujos de cuanto se le antojaba—. Eso, y aunado a una familia que lo apoyaba en cada uno de sus descabellados proyectos, sentía que algo faltaba. ¿Qué? "Es la edad, cariño", le dijo su madre cuando se atrevió a confesar su inquietud. "Una ligera crisis de edad, será pasajero".

Al llegar a un cruce, cuyo semáforo titilaba en rojo, Syuusuke detuvo el auto. Soltó un suspiro y se hundió en el asiento. Su estómago seguía con sus insistentes reclamos. Tendría que parar en algún restaurante si la cosa seguía así. ¿Por qué no llamar a uno de sus hermanos o a un amigo e invitarlo a una improvisada salida a comer? No, todos sus conocidos eran gente ocupada. ¡Y él también! Sólo que ahora tenía demasiado tiempo libre…y una vida carente de rutina. "Y no sé si eso es bueno o malo". ¿A quién engañaba? Esa monotonía de hoja en blanco comenzaba a fastidiarlo. Era de esas personas que apreciaban las situaciones improvisadas, y las emociones de montaña rusa que estas podían traer consigo —¿han visto sus fotografías? ¡Eureka! —; y normalmente, su vida estaba llena de eso. ¿Entonces? ¿Por qué preguntaba? Sabía bien en qué momento se rompió la ilusión e inicio la realidad…

El semáforo cambió su luz a azul.

Quizá si tomaba unas vacaciones su mente se despejaría y tal vez, sólo tal vez, podría encontrar esa chispa de emociones que necesitaba con urgencia. Sí, sonaba bien y era justo y necesario. Su vida y su trabajo lo necesitaban. (Esa monotoneidad comenzaba a afectar sus fotografías y su representante no paraba de molestarlo con un nuevo trabajo ante de que los medios comenzaran a hablar teorías descabelladas. "¡Da señales de vida!" ). Estaba seguro que eso le serviría, ¿no fue lo que ocurrió con El otro lado de Rose? Sin inspiración y con el tiempo encima, por la fecha límite del concurso, pero con la decisión de tomarse unos días para aclarar sus ideas, la idea apareció. Claro, también debía agradecer a sus hermanos.

Hacía cuatro años, meses después de abandonar la casa de sus padres, Syuusuke pasaba el rato con sus hermanos, como si aún fueran los tres pequeños niños Fuji que aguardan pacientes la vuelta de sus padres que han salido por víveres al supermercado. Una anormal falla en el suministro de energía tenía sin luz a gran parte del vecindario. Yumiko, su hermana mayor, se alistaba para la cita con su prometido. Por su parte, Yuuta, su hermano menor, dormitaba en su vieja alcoba de niño. Y él, Syuusuke, buscaba matar el tiempo de espera con su cámara en mano. Esa calma y ambiente tan familiar podían traerle lo que buscaba. Pero su vagabundeo lo llevó hasta la habitación de Yumiko. Su hermana hacía un tanto arreglando las rosas, obsequio de su novio, en el florero sobre el pequeño tocador; y otro tanto, arreglándose a sí misma para la cita. Las flores cubrían parte del espejo y entorpecían la vista, así las cosas.

—Nee–san —la llamó con tono alegre, en tanto que su mirada vagaba por el desastre de ropas y zapatos que cubrían parte del piso y cama de la mujer.

—¿Qué ocurre, querido? —Apartó una de las rosas de un manotazo, no podía ver dónde aplicaba el lápiz labial. El silencio por parte de su visitante la hizo girar el rostro y mirar a su hermano de pie a lado del marco de la puerta, con cámara en mano—. No creo que este sea un buen escenario para una foto, Syu.

—¿Por qué no? —insistió de manera que daba la sensación de ser un niño que se niega a aceptar que los algodones de azúcar no están hechos de nubes—. La fotografía perfecta puede estar aguardando en el lugar menos esperado.

Yumiko enarcó una ceja mientras veía a su curioso hermano inspeccionar a fondo el desastre ante él. Soltó un suspiro mientras se giraba de nuevo al espejo.

—Bien, puedes hacerlo. Sólo asegúrate que no se vean mis bragas en primer plano.

Syuusuke rió discreto. Unos minutos pasaron en completo silencio. Syuusuke con la cámara en alto, listo para disparar si el momento se prestaba; y Yumiko peleando con la flores. El fotógrafo estaba por sugerirle que las pusiera en otro sitio cuando el tercer hermano se hizo presente entre bostezos.

—¿No han vuelto papá y mamá? —preguntó por saludo. Los mayores negaron con la cabeza, demasiado ocupados para hablar. Yuuta torció los labios al sentirse ignorado—. Este apagón ya no es normal…¿se han preocupado por revisar, siquiera, si tenemos luz?

Prendió y apagó el apagador, pero la habitación siguió igual. El atardecer dificultaba aún más la labor de maquillaje de Yumiko y de la captura perfecta para Syuusuke, por lo que Yuuta tomó la iniciativa de acercarse a la ventana para correr las persianas. "Gracias", murmuró Yumiko sin dejar de mirar lo poco de su reflejo que alcanzaba a ver por entre las flores. El silencio volvió a reinar unos segundos antes de que el sonido de un flash al dispararse se alzara por sobre el suave sonido de las persianas al correr. Los rostros perplejos de Yumiko y Yuuta giraron, pero la foto estaba hecha…

El otro lado de Rose, de la autoría de Fuji Syuusuke ganó el premio de fotografía nacional y fue su estrado al reconocimiento. "Frescura, realidad y un toque de romanticismo, eso es lo que nos presenta este joven y nueva promesa de las lentes", decía un artículo que acompañaba a la escena congelada de la espalda de una mujer frente a un espejo. El reflejo de sus rostro quedaba ocultó por el tupido ramo de rosas que adornaba el tocador. Sus delgados brazos parecían luchar por mantener en alto el moño de su cabello. El ángulo permitía ver parte de una cama desordenada. Delicadas y preciosas prendas reposaban descuidadas en el lecho. Y más allá, como un segundo plano, se apreciaba la espalda de un hombre que corría las persianas para dejar entrar los perezosos rayos del atardecer, como si fueran invitados rezagados al relajo.

Y ese fue sólo el comienzo de una serie de hermosos retratos y años fructíferos que ahora se veían truncados por una "crisis de edad".

En definitiva necesitaba unas vacaciones y un emparedado, su estómago estaba insoportable.

n-n-n-n

Tras detenerse en una tienda de conveniencia a comprar un par de charolas de almuerzo, y de comerlas dentro de su auto, llegó a casa. Desde el recibidor pudo ver la mesa alta y larga en donde descansaban sus cactus y Marylin, el bonsái. (Él no era fan de los pequeños y delicados árboles, pero ese era una excepción que tenía nombre y apellido: Tezuka Kunimitsu).

Dejó la cámara en uno de los sofás, y saludó vagamente a las plantas. No es que fuera un ritual pero encontraba cierto consuelo en avisar su llegada a esas macetas, y contarles una que otra cosa de lo que había sido su día; sentía menos la soledad reinante en la casa. ¿Patético? Bueno, era lo que tenía. Se dejó caer de forma pesada en uno de los sofás, soltó un largo suspiro al que siguió un silencio exasperante y calmo. Desde su posición podía ver el desayunador, donde descansaban algunas revistas que su representante le llevó el día anterior. Que otros dos reconocidos fotógrafos publicaron sus recientes trabajos, y que los críticos los adoraban. "Si no apareces pronto, se olvidarán de ti". A veces sentía que lo trataban más de actor o músico, ¿no el mundo de la fotografía giraba a un ritmo distinto? "El arte es arte, y mientras venda, mejor. Podrías hacer las fotografías con tu móvil e igual venderían". Triste realidad. Le traía sin cuidado si los críticos cambiaban de favorito, pero su representante no era igual. Y no lo dejaría en paz hasta que le diera algo con lo que callar al mundo. Además, había una pequeña lista de personas interesadas en hacer un trato con él, todo fuera por conseguir una fotografía exclusiva para su motivo. (La mayoría eran agencias literarias que querían uno de sus retratos para adornar el nuevo bet seller de su lista. Como la más reciente, Libertad limitada. Y por lo que sabía, el libro estaba vendiendo muy bien, y eso significaba regalías para él). Pero la cosa no era fácil. Simplemente no encontraba la escena perfecta. O quizá, estaba tan ensimismado en su "crisis de edad" que no la veía pasar frente a sus narices.

Soltó un suspiro. Apartó la mirada del desayunador, y con pereza la dirigió a la ventana de la sala. Por entre las persianas abiertas, pudo ver que el sol comenzaba a caer: su momento favorito del día. Los juegos de luces naturales del sol a esas horas, le ayudaban mucho para sus fotografías. Y siendo sincero, algunos de sus trabajos nacieron en medio de sus caminatas al atardecer. Un simple día en que estaba con la determinación de encontrarse con la situación idónea para convertirla mágicamente en estampa. En ese momento estaba decidido, convencido, de que tenía que tomar una fotografía. ¿Qué podía salir mal?

Aprisa, se puso de pie y tomó la cámara.

—Nos vemos más tarde —se despidió de las plantas mientras se acomodaba el cabello. Debía estar presentable, el momento perfecto era como una dama a la que tratar con educación. Un fallo en el encuentro y todo podía arruinarse.

Su destino fue un parque cercano a su casa. Algunas parejas caminaban cogidas de las manos mientras cotilleaban sobre su día; una pareja de chicas permanecía abrazada en una de las bancas y disfrutaban del atardecer como si fueran ellas solas en la inmensidad de ese parque. Un grupo de colegiales escandalosos inyectaban la vida a esa postal acaramelada.

—Yo digo kara, ustedes oke. Kara…

—¡Oke!

Por un momento Syuusuke se sintió decepcionado. Todo era muy bonito ahí, la gente, los árboles, el atardecer, pero todo se le antojaba a una mala maqueta. Como si todos supieran de antemano dónde estar y qué hacer. Esa no era la dama artística con la que se suponía, debía reunirse. Pero no debía tirar la toalla. Aun había una oportunidad. Caminó hacia el área de juegos, con suerte podía tomar una fotografía a la caja de arena. Pero desde antes de divisar los columpios y los toboganes, supo que no encontraría nada ahí. Los niños corrían y jugaban; sus gritos y risas, llevados por el viento, hacían del lugar un hervidero de ruidos lastimosos para los oídos de adultos amargados, así como él; y por ende, no era el escenario que deseaba para su cita con la dama fortuna. Peor, la caja de arena estaba ocupada.

¿Por qué vida? ¿Por qué eres tan injusta, sólo deseo tomar una fotografía para que mi representante deje de molestarme? ¿Es mucho pedir?

Estaba por dar media vuelta y rendirse por ese día, cuando el chirrido de unas cadenas atrajo su atención. Arqueó una ceja al notar que no había nadie en los columpios, y que no corría viento alguno para hacer mecer los asientos. El sonido se escuchó una vez más, por encima de las risas estruendosas de los niños. Lento, pesado; como si las cadenas chillaran adoloridas. Miró en derredor. A los lejos vislumbró otros columpios y en ellos una silueta a contraluz que se balanceaba haciendo gimotear los viejos hierros.

Parecía una zona olvidada de ese parque: la hierba crecía en todas direcciones, y unos arbustos, un tanto secos, rodeaban la estructura como un fuerte a un castillo. Trató de acercarse, pero las ramitas fuertemente entretejidas le cerraron el paso. Pero había alguien dentro de esa barrera…

El columpio se balancea de manera imperceptible, impulsado por los pies del joven que permanecía sentado, ensimismado en sí mismo, tanto que no parecía percatarse del castaño que luchaba por querer acercarse. Syuusuke no podía ver el rostro del sujeto, ¿era por eso que insistía tanto en querer aproximarse? Retrocedió unos pasos, frustrado, ¿cómo había hecho para entrar? Una suave ventisca sopló, unos pétalos rosados golpearon su rostro. Syuusuke arqueó ambas cejas al percatarse que a lado de esa zona tan triste y olvidada había un árbol de cerezo en flor. El viento volvió a soplar, las flores danzaron al son del viento, como bailarinas de ballet guiadas por la música del piano. El chirrido adolorido lo hizo mirar una vez más al joven en el columpio. El viento sonó su melodía nuevamente y Syuusuke la vio, a la dama fortuna…

Syuusuke sonrió amplio, satisfecho, mientras bajaba su cámara. Al mirar al frente se topó con el rostro de su casual modelo. Syuusuke se sintió quedar sin aire al descubrir que uno enormes zafiros inundados en lágrimas lo miraban atentos; unos traviesos y vivos mechones rojizos trataban de ocultar la tristeza de esos ojos, pero era tarde, Syuusuke los había visto. Dio unos pasos e intento decir algo al desconocido, pero el otro lo miró con una mezcla de terror y odio que dejó helado al fotógrafo, y que dio tiempo a que el hombre huyera.

Una nueva ventisca movió el columpio, las cadenas chillaron adoloridas, como si fueran el mismo grito en la mirada triste del joven que hasta entonces estaba ahí sentado; ese desconocido que consiguió crear algo más que la magia de El otro lado de Rose.

¿Y bien, qué les pareció? Es tan agradable volver a este universo. Dudas, quejas, sugerencias, saben que son muy bien recibidas.

Próximo capítulo: Libertad limitada, 12 de marzo.