N/A: Años tiene este drabble, me agarró el sentimiento y decidí subirlo.

Whitman. Leí un poema de él y me gustó.

Haikyuu! le pertenece a Haruichi Furudate.


Tooru.

Es (o era) un gigante.

De piernas largas y espalda recta.

«El tío Tooru», ese muchacho de diecisiete años que ahora tiene veintinueve, a un paso de llegar a treinta; es uno de esos seres extravagantes que imposible no tenerles respeto.

Takeru le admira, ¡vaya que sí!

Cuando supo que aquel ser de cabellos castaños había perdido la oportunidad de ir a las nacionales por tercera y última vez no se quedó callado. No lo hizo, la situación requería revuelo como todo lo que le envolvía. Elevó manos al aire, su mandíbula se desencajó y pronunció un "¡Ah!" tan sonoro que no dudó que se escuchara en las profundidades de Venus donde su tío asegura viven seres fascinantes y completamente diferentes a los terrestres.

Tooru, esa vez, se llevó una mano a los oídos, chistó la lengua y miró su regazo, avergonzado. Un suave "¿Qué piensas?" retumbó en el cuarto con tal desdicha semejante a quien ha perdido su guerra y no puede decirlo a voz viva debido al escozor en garganta. Takeru, siendo el niño casi adulto (once años en ese entonces), se llevó las manos a la cabeza, giró sobre su eje y musitó "¡Da igual!".

Ese momento le supo a madurez.

Tooru se quedó ahí, Takeru salió de la habitación del mayor y no volvió a entrar hasta que encontró un balón de vóley y un libro de poemas de su madre. Ese libro de un poeta americano, escrito en inglés, idioma que estaba aprendiendo. Llegó, miró a Tooru directo a los ojos y comenzó.

Tropezones, palabras bien y a veces mal (¡ni se notaba!) algunas pausas prolongadas hasta dar con la palabra ideal y algunas experimentaciones con palabras que se le antojaban rebuscadas y adecuadas al contexto.

La poesía finalizó, cerró el libro y miró con sus dientes reluciendo a Tooru.

Takeru está y estuvo un noventa y nueve por ciento seguro (porque un cien sólo se da un casos peculiares) que Tooru no entendió ni una pizca de lo que dijo (quizá las metáforas eran rebuscados, o quizá fue que agregó de su cosecha, o quizá una mezcla de ambas).

A pesar de no entender, el «chico alíen» (apodo dado por encontrarlo semidesnudo cantando una canción pop de mal gusto) fingió que le entendió, asintió con la cabeza y sonrió; con lagrimones y mocos, pero a fin de cuentas sonrió.

Takeru, ahí, se supo un adulto.

"¿Y quién fue el desgraciado?" Porque en ese tipo de momentos solo se necesita un nombre para comenzar a insultar un poco para sacar sentimientos dentro.

Tooru atinó a reír, a carcajadas y respingos; en el fondo sabiendo que Takeru a partir de ahí sería su cómplice, algo más que un sobrino malagradecido.

Ahora, con veintidós años y rememorando el pasado Takeru lo puede decir:

Walt Withman era el hombre, Tooru un alíen de buenos sentimientos y él un buen sobrino.


N/F: Takeru a lo último se refiere al poema, era de Whithman.