Fushigi Yûgi y sus personajes pertenecen a la genial mangaka Yuu Watase. Yo solamente se los pido prestados para escribir esta história, sin ánimo de lucro ni nada parecido.
Weno, aquí empieza. Esto es sólo el prólogo. Para saber realmente por dónde irá la história tendréis que esperar al primer capítulo...Weno, os dejo leer. Porfa, no me matéis por este pesimo prólogo...n.nU.
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º Susurros de las alas de fuego º
Prólogo. La llamada divina. Preludio de la fuerza
El sol aún no había ni siquiera salido en aquellos campos fértiles. Sólo un ligero tono rosáceo y dorado iluminaba el cielo en el horizonte, perdido tras las enormes sierras que daban a la montaña de Reikkaku. El frío aún era considerable a aquellas horas de la mañana, de hecho la escarcha aún cubría la vegetación del suelo. Pero, aún así, aquel muchacho de unos doce años no se dejaba intimidar por la temperatura y se dirigía a campo abierto, con la azada a la espalda, dispuesto a trabajar la tierra en la que había vivido toda su vida. Llegó al campo de la família cuando los primeros rayos del sol ya asomaban por encima de los montes. Tal y como hacía cada mañana, se dispuso a arreglar la tierra para la siembra, ya que estaban cerca de la primavera. Tras coger la bolsa de las semillas, se hechó la larga trenza a la espalda y empezó su trabajo, con una sonrisa de seguridad y una actitud entusiasta que doce años de una dura vida no habían logrado arrebatarle.
Ryuuen Chou era un muchacho enérgico, de rasgos suaves y casi femeninos, de cabellos violetas que siempre llevaba atados en una trenza, para que no le molestaran al trabajar. Sus ojos eran de un vivaz castaño rosáceo, que denotaban un gran corazón. Su constitución era más bien pequeña, aunque era capaz de soportar las más extremas condiciones. Su vida no era lo mejor que podría desear, pero era muy feliz. Además, cuando atardecía, muchas veces su madre le permitía ir a jugar con los niños de los alrededores. Sí, su vida había sido dura, pero agradecía lo poco que había en ella
Tenía una hermana pequeña, con la que se llevaba dos años. Se llamaba Kourin, y ambos se parecían como dos gotas de agua. Tenían el rostro idéntico, a diferéncia de la pequeña peca que él tenía sobre la mejilla izquierda. Se trataba de una niña adorable, que siempre sonreía, amable, atenta y que siempre se preocupaba por él. Le hacía sonreír cuando contaba mentalmente el rato que faltaba para que ella apareciera por el camino empedrado, trayéndole la comida del mediodía, hecha por ella, una auténtica delicia para su paladar. Él solía decirle que sería una excelente esposa.
También tenía un hermano mayor, Rokou, un chico de catorce años de piel morena y cabellos azul oscuro. Era más diferente a sus dos hermanos pequeños, según decía su madre, había salido a su padre, aunque más de una vez les habían confundido a él y Ryuuen. Pero no sólo se diferenciaban en carácter. Rokou era muy tímido y reservado, también asustadizo. Una sonrisa cruzaba el rostro de Ryuuen cada vez que recordaba cómo tenía que ayudarle a salir airoso de las peleas con los gamberros de la zona.
Su madre era joven, solamente treinta años, una mujer bonita y amable, que siempre mostraba su hospitalidad con cualquiera que necesitara su ayuda. Había quedado viuda cuando Kourin apenas tenía un año de vida. Una guerra que había estallado entre el imperio de Konan y el vecino Kutô se había llevado la vida de su padre en el campo de batalla, así como la de muchas otras famílias. Aún suerte que habían logrado sobrevivir. Ryuuen no recordaba prácticamente nada de su padre, aún era muy pequeño cuando él se fue. Solamente Rokou debía recordarle con claridad, pero el chico nunca hablaba al respecto. Seguramente era un dolor demasiado agudo para él.
Desde que tenía memória, Ryuuen había trabajado duramente en las tierras que rodeaban su casa, para lograr mantener a su família. Mientras su madre y su hermana se quedaban en casa, cocinando y cuidando del hogar, Rokou y él salían al campo todos los días. Su hermano se ocupaba del rebaño de cabras y él del campo. Muchas veces las cosechas habían quedado inservibles a causa de la sequía o de las inundaciones, puesto que el clima era muy cambiante en Konan. Pero habían conseguido salir adelante, grácias a los esfuerzos de los cuatro.
Sí, era una vida dura...Pero tenía a su família cerca, así que no podía quejarse.
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Ese día era como cualquier otro. Después de muchas horas de calor y sol, el muchacho seguía trabajando con todas sus fuerzas y sin descanso. Los rayos verticales del sol del mediodía empezaban a molestarle. Pero muy pronto oyó los pasos accelerados de alguien por el camino. Se giró, esperando ver su hermana corriendo hacia él desde la casa, pero se llevó una sorpresa al ver a su hermano mayor acercándose a él, mientras le sonreía y zarandeaba en el aire los envoltorios de la comida. Ryuuen se incorporó con una sonrisa, secándose el sudor de la frente con una mano.
- Rokou -dijo sorprendido- ¿dónde está Kourin?
- En casa con mamá -dijo Rokou sentándose en una enorme roca del lado del campo- Están experimentando nuevas recetas. Se ponen como locas cuando se trata de cocinar...Me ha dicho que era mejor que trajera yo la comida.
Ryuuen ahogó una sonrisa divertida, mientras se sentaba al lado de su hermano y cogió la comida que este le tendía. No era gran cosa, apenas un poco de arroz con verduras, pero...lo agradecía profundamente. Dió un largo suspiro de satisfacción cuando terminó. Con una gran sonrisa, se hechó de espaldas sobre la hierba que rodeaba el campo y permaneció de aquel modo unos instantes, con aquella imborrable expresión de felicidad. Su hermano le miró divertido, mientras ahogaba una sonrisa.
- ¿Qué te pasa, Ryuuen? -preguntó- Estás más feliz que de costumbre...Y eso ya es difícil.
- ¿Tú no te sientes feliz...? -preguntó el chico de los cabellos violetas.
- ¿Qué...? -preguntó Rokou sin entender.
- A pesar de ser pobres...a pesar de pasar hambre a veces...¿no te sientes feliz de tener una família...? -preguntó Ryuuen mirándole con aquellos inmensos ojos marrones.
- Estás muy raro... -dijo Rokou. Una sonrisa maliciosa asomó en su rostro- ¿no será que te has enamorado...?
- Sí hombre, ¿y qué más? -preguntó Ryuuen enfadado, sentándose bien- No tenemos tiempo para estas cosas. Deberíamos volver al trabajo... -dijo poniéndose en pie y sacudiendo su ropa llena de polvo.
Rokou le miró en silencio, pensando en como llegaba a apreciar a su hermano. Quizás Ryuuen era el que más razones tenía para ser infeliz. Después de todo, desde que tenía bastante fuerza como para levantar la azada, a los tres años como mucho, le habían enseñado que su futuro era trabajar y trabajar. Él almenos había disfrutado de cinco años de calma, mientras su padre había cuidado de la família. Pero Ryuuen...diós, con sólo doce años era más maduro que él con catorce. Sin pensarlo apenas, sonrió también abiertamente.
- Tienes razón... -dijo, mientras un suave viento mecía sus cabellos azul oscuro- soy un idiota...
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De repente, un grito agudo de terror desgarró la tranquilidad de los prados en los que se encontraban. Rokou alzó la mirada, clavándola en un punto de la lejanía, tratando de oír algún sonido anormal. Ryuuen giró violentamente, mirando con los ojos marrones llenos de miedo en la dirección donde estaba su casa.
- Esa era mamá... -dijo en un susurro.
Antes de que su hermano pudiera detenerle, Ryuuen echó a correr tan deprisa como le permitían sus piernas en dirección a casa. Rokou le imitó y le siguió a toda prisa, aunque no podía alcanzar a su hermano menor, que era rápido como el viento.
- Ryuuen, ¡espera! -gritó.
- ¡Es mamá, ¿acaso no lo entiendes! -gritó su hermano sin ni siquiera aminorar su rapidez- ¡Les ha pasado algo...!
Tras unos interminables minutos de carrera, Ryuuen divisó su casa. Respirando entrecortadamente por la corrida, llegó a la pequeña casa y abrió la puerta de golpe, dispuesto a enfrentarse a quien fuera.
- ¡Mamá! ¡Kourin! -gritó con todos sus pulmones.
Pero se quedó sin voz al ver el panorama que había ante sí. Su madre estaba tendida en el suelo...cogida con fuerza entre los brazos de un hombre de aspecto feroz de unos dos metros como mínimo. Había cuatro o cinco más de esos tipos en la casa. Uno de ellos tenía a su hermana atrapada en una fuerte llave, amordazada. La niña tenía una grandes lágrimas en los ojos, que resbalaban por sus mejillas profusamente. Ryuuen consiguió respirar, aunque su corazón se había detenido por unos instantes...retomando su ritmo segundos después, latiendo desbocado.
- Sóis bandidos...de las montañas... -dijo con horror- pertenecéis a los de Reikkaku...
- No -dijo uno con una sonrisa maliciosa- venimos de Kutô...nos pareció un buen lugar para conseguir un botín...
- Soltad a mi madre y a Kourin, desgraciados -dijo Ryuuen agudizando los ojos, con la voz llena de valor.
En ese momento llegó Rokou, corriendo tras él. Una expresión de total terror apareció en su rostro al ver lo que estaba ocurriendo. El carácter frágil del muchacho no le permitió más que llevarse una mano a los labios, que le temblaban violentamente. Uno de los bandidos se acercó a ellos, sonriendo cruelmente.
- Vaya, qué muchacho tan valiente -dijo mirando a Ryuuen, provocando un coro de risas en sus compañeros- Que las soltemos...Creo que no, chico. Vamos a pasar...un buen rato con tu madre...y quizás también con la niña... -dijo mirando perversamente a la pequeña Kourin.
- ¡No os atreváis a tocarlas, malditos! -exclamó Ryuuen sacando con total rapidez un puñal que llevaba siempre en la bota derecha, por si aparecían lobos que quisieran atacar el rebaño.
Una nueva orda de risas llenó el ambiente, creando una atmósfera de lo más tétrica. El que parecía el jefe, se acercó a él, sonriendo divertido.
- ¿Quieres atacarnos? -preguntó burlón- Chicos, mirad qué cara tan bonita tiene...¿no os parece que este muchacho sería un buen esclavo? Quizás nos den un buen pellizco por él...Y por su hermano también. Quizás incluso por las dos mujeres...
- No nos hagas esto, jefe -dijo el que retenía a la mujer- Antes déjanos divertirnos un poco...
- Es cierto -aprobó el jefe con una risa divertida- Y vosotros, muchachos, os quedaréis aquí...¿Cuanto rato soportaréis lo que vais a ver?
Pero el hombre no esperaba la desmesurada reacción del muchacho de los cabellos violetas, que se lanzó sobre él blandiendo el cuchillo. El hombre no contaba con la agilidad del chico, que logró dar un salto y atacarle con rapidez. Unas gotas de sangre cayeron al suelo...desde el corte superficial que la hoja del niño hizo en su rostro. El hombre se puso una mano en la herida, furioso de verdad.
- ¡Maldita crío, vas a morir! -gritó con fuerza, sacando una daga de su ropa.
Ryuuen se dió la vuelta, pero no tuvo tiempo de esquivar el contundente ataque que vino hacia él con una experiéncia que él no podía superar. El gemido ahogado de Kourin resonó en la casa, como un llanto desesperado de miedo.
Ryuuen sintió un dolor más intenso del que había sentido nunca cuando la hoja se le clavó en el costado izquierdo. Un sonido vacío manó de sus labios, mientras trataba de recuperarse del choque. El dolor se intensificó, recorriendo su cuerpo como una ola candente. Sintió la sangre caliente resbalar por su abdómen, empapándole la ropa...Diós, jamás había sentido un sufrimiento como aquél...El bandido hizo una expresión de enfado, mientras arrancaba bruscamente el puñal del cuerpo del niño.
- Ya tienes tu merecido, mocoso entrometido -dijo con crueldad.
El muchacho se tambaleó unos instantes, con aquella expresión vacia en los ojos. Después, tras reaccionar, se llevó una mano a la mortal herida, sintiendo que la sangre se le escurría de entre los dedos. A tropezones, logró recostarse contra la pared del lado de la puerta, cayendo encogido sobre el suelo, con un fuerte gemido de dolor.
- ¡Ry...Ryuuen...! -exclamó Rokou aterrorizado, corriendo a su lado, tratando de ayudarle.
- ¡No te muevas, criajo! -exclamó señalando a Rokou con el puñal- ¡O tú también morirás!
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"Nuriko..."
El chico reaccionó ante aquella voz, que no había oído nunca, pero que le resultaba tan conocida como si la hubiera escuchado toda su vida. Ahogando un sonido vacío, abrió lentamente los ojos. Una luz rojiza que había atravesado sus párpados se intensificó ante sí...mostrándole una imagen cautivadora.
Ante sí había un hombre de increíble altura, elegáncia y belleza. Sus ropas eran nobles sin duda, armadura, ropajes dorados y rojos, alguna que otra joya...quizás como un guerrero imperial. Pero lo que más le sorprendió era las alas de plumas rojas con destellos dorados que parecían nacer de su espalda. El hombre abrió los ojos y le miró. Su mirada era roja, de llamas y fuego, como todo lo que le rodeaba. El chico vió en su frente un símbolo luminoso, que parecía quemar sobre su piel. El hombre le dedicó una sonrisa extrañamente cálida.
"Hola, Nuriko...Por fín te encuentro..."
- Señor...¿quién sóis vos? -preguntó el niño, sin entender nada.
"No temas, no voy a herirte...Te he estado buscando mucho tiempo...No podía sentir dónde estabas..."
- ¿Me buscaba...a mí? -preguntó el chico sin entender nada.
"Sí...Aunque tú no lo sabes, nos conocemos desde siempre. Necesito tu ayuda para poder salvar esta tierra...Mi nombre es Suzaku. Soy uno de los cuatro seres que rigen el mundo en el que vives...Pero ahora por ahora, mi poder no es suficientemente fuerte como para evitar los males que cubren la tierra de Konan..."
- Señor...no entiendo nada... -dijo el chico sorprendido- dice que necesita de mi ayuda...Yo...sólo soy un pobre campesino...¡Ah! -exclamó de repente el muchacho- ¡Mi madre y mis hermanos...! Les están haciendo daño...Debo ayudarles, ¡por favor...! -rogó el chico.
"No te preocupes...Nada le ocurrirá a tu família...porqué tú les protegerás con tu poder.." -dijo el hombre con una sonrisa de dulzura- "Mi Nuriko...temo que aún falta tiempo para que despiertes del todo...pero te protegeré hasta entonces...O mejor dicho, dejaré que despierte tu poder...el que puede protegerlos a todos...Porqué tú eres una de mis estrellas...que justo ahora...ha empezado a brillar..."
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Ryuuen abrió los ojos lentamente, volviendo de golpe a la realidad, acompañada del terrible dolor de su herida. Con los ojos entelados por el sudor, miró a su alrededor, tratando de advertir lo que ocurría. Aquellos hombres seguían allí...Uno tenía a Rokou cogido por el cuello, apuntándo a su rostro con el cuchillo impregnado de su sangre. El chico tenía un corte en el brazo derecho, pero aún trataba de debatirse. Tras ellos, dos hombres estaban...Prefería no pensarlo. Solamente veía las caras de angustia de las dos mujeres a las que más quería en el mundo.
"Mamá...Kourin..."
Un nuevo sentimiento despertó en su ser. Una ira, una rábia tremendas, imposibles de contener, capaces de hacer estremecer el universo entero. Sintió un calor muy fuerte en su pecho, mientras las emociones retenidas pugnaban por salir al exterior. El calor se convirtió en fuego, unas llamas abrasadoras que le quemaban a la altura del corazón. Inconscientemente, se llevó una mano sobre el pecho...Bajó lentamente la vista, para ver...un signo rojo fuego grabado en su piel, como si hubiera sido hecho al rojo vivo. Brillaba intensamente en un resplandor rojo, el mismo que había visto hacía unos instantes.
"El sauce...Nuriko..."
No sabía cómo conocía aquel carácter, pero algo en su corazón la dijo que tenía sentido. Entonces, sintió una fuerza increíble, un poder casi divino que recorría sus venas, haciéndole más fuerte...más poderoso. Ignorando el dolor de su grave herida, el muchacho se puso en pie, con una agilidad y una seguridad que él mismo no conocía en sí. Sus puños se tensaron, mientras la misma energía recorría sus extremidades, cada centímetro de su cuerpo...para ofrecerle un poder que nunca hubiera creído posible.
Los hombres se disponían a coger a las mujeres, pero entonces algo llamó su atención. Una intensa luz roja inundó la estáncia, obligándoles a darse la vuelta para mirar. El muchacho de cabellos violetas estaba de pie, mirándoles con una aura amenzante...De hecho, un ténue resplendor rojizo parecía salir de su interior, irradiándose por su piel. De repente, esa energía estalló como un destello luminoso con fuerza. La camisa del muchacho se desintegró, para dejar ver sobre su piel un símbolo rojo luminoso, la fuente de su poder.
- ¡¿Qué es eso...! -gritó el jefe de los bandidos.
Pero Ryuuen simplemente levantó la mirada, clavando sus ojos marrones llenos de ira en él...una mirada rojo intenso, llena de ira y...poder, poder en estado puro.
- ¡No toquéis a mí família! -dijo con poténcia.
En ese momento, el chico dió un espectacular salto en el aire, alzando un puño en dirección al jefe de los bandidos. El impacto le dió de lleno en el rostro, rompiéndole el tabique nasal...y haciéndole impactar en el suelo fuera de la casa, a unos veinte metros, rompiendo el muro de la parte trasera de la cabaña.
El silencio reinó durante unos insoportables instantes tras aquella increíble demostración de fuerza. Entonces, los bandidos reaccionaron con pánico, tratando de huír a toda prisa de la casa. Pero Ryuuen clavó sus brillantes ojos en ellos, en una clara amenaza.
- ¡No os dejaré marchar...! -gritó- ¡Pagaréis muy caro lo que tratábais de hacer aquí...!
Con un agilidad asombrosa, dió un salto de espaldas, quedándo de pie frente a sus agresores. Sin ningún tipo de problema, se lanzó sobre ellos, con una sarva de patadas y puñetazos. Astilló huesos, abrió heridas...y después les hizo aterrizar a muchos metros más allá de su casa. Instantes más tarde, algunos de ellos se recuperaron del impacto, aunque con la mayoría de los huesos rotos. El jefe apareció tras la casa, cojeando y sangrando por la nariz.
- ¡Vámonos...! -gritó- ¡Corred, estúpidos...!
- ¡Es un demonio...! -gritaron dos de los bandidos señalando al muchacho, mientras huían despavoridos.
Ryuuen les observó fijamente hasta que desaparecieron de su ángulo de visión. Su respiración pronto se volvió entrecortada, mientras el aura roja que le había envuelto se deshacía en la nada. Ahogó un suspiro cansado...confuso, como él mismo. Con una mano temblorosa, se palpó el torso, sobre el corazón, buscando el indicio de que todo había sido real...no solamente un sueño o ilusión...Pero la piel era lisa y blanca, sin marcas ni símbolos extraños. Notó que su camisa estaba destrozada. Diós, debía ser cierto...El destello de fuerza, el terror de aquellos criminales...¿De verdad lo había hecho...él?
Lentamente se dió la vuelta, para observar al interior de la casa. Dió dos pasos inseguros al frente, mirando a su família con temor. Su madre estaba hincada en el suelo, mirándole con los ojos desorbitados. Kourin hacía corrido a sus brazos, acurrucándose entre ellos, temblando ligeramente. Sus ojos marrones estaban clavados en él, brillantes por el miedo. Ambas parecían ilesas. Rokou estaba sentado en el suelo, con una mano temblorosa sobre el corte del brazo. Ryuuen suspiró pesadamente, llevándose una mano a la herida, por la que seguía perdiendo sangre. Curiosamente, no había notado el dolor hasta en aquel momento...cuando precisamente volvía con toda su intensidad.
- ¿E...Estáis bien...? -preguntó preocupado.
Su família no le respondió de inmediato. Le siguió mirando con aquellos ojos perdidos...mezcla de alivio y miedo profundo...miedo hacia él. Jamás olvidaría la expresión de sus rostros, el horror que parecían sentir por él...Luchando contra las lágrimas que le amenazaban, dió un paso al frente.
- ¿Mamá...? -se atrevió- ¿Rokou...? -tragó saliva- ¿Ko...Kourin...? ¿Estáis bien...?
Temió que no le respondieran, que el terror les hubiera dejado paralizados. Pero al final su madre asintió lentamente, aunque con los ojos desorbitados.
- Sí, hijo... -su espíritu se calmó al oír aquella palabra- estamos bien...
El chico esbozó una sonrisa de alivio. Estaban bien...no les había pasado nada. Se sentía mareado, cansado...extremadamente cansado. Su vista se nubló de inmediato. La hemorrágia hacía su efecto. Sintió que las piernas le fallaron, que no fueron capaces de sostenerle más tiempo...Notó el impacto contra el suelo al desplomarse. Después, mucho rato en blanco.
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Despertó en la más absoluta confusión. El silencio le presionaba los oídos...parecía que sus sentidos estaban paralizados. Acto seguido, sintió dolor. Una sensación punzante y desagradable que localizaba en el costado izquierdo. Ahogó un gemido, mezcla de malestar y desorientación. Abrió los ojos pesadamente, incluso le pesaban los párpados. Sintió algo frío y húmedo sobre su frente. Trató de procesar en su mente dónde se encontraba, aunque le costó mucho reconocer el lugar en cuestión.
- Tranquilo, Ryuuen... -susurró una aguda voz conocida- todo está bien...estoy aquí...
El chico sintió un roce cálido, una mano que cogía la suya. Se sintió aliviado de inmediato. Una leve aunque insegura sonrisa se dibujó en su rostro.
- Kourin... -dijo casi en un susurro. De repente, algo le vino a la cabeza- ¡Mamá...! -exclamó- ¡Rokou...! ¡Kourin, ¿están todos bien...!
- No te preocupes -dijo ella tiernamente- Mamá está ilesa. Rokou tiene una herida, pero no es nada grave. Está descansando...Todos estábamos muy preocupados por tí...
- Siento haberos preocupado... -susurró
Un gesto de dolor cruzó su expresión. Con una mano débil, palpó su herida sobre el costado. Sintió puntos bajo los dedos. Aún le dolía, aunque no podía compararse de cómo se la había sentido hacía...¿hacía cuanto?. Aún desorientado, clavó vagamente sus ojos marrones en su hermana.
- ¿Cuánto tiempo...llevo durmiendo...? -preguntó.
- Tres días... -respondió la niña con una mueca de preocupación.
- ¿Cómo...? -inquirió el chico mirándola confundido.
- Te desmayaste justo después de lo ocurrido... -dijo la chica con cariño- Desde entonces has estado insconsciente...Has tenido mucha fiebre durante este tiempo, y has estado diciendo cosas...Temíamos por tu vida...has estado a punto de morir...
El chico apartó la mirada, pensativo, mientras su hermana humedecía de nuevo su frente con una toalla. La confusión reinaba aún en su interior. Recordaba muy vagamente, de un modo difuso, lo ocurrido el día en que aparecieron aquellos bandidos, dispuestos a herir a su família. Como un flash momentáneo, recordo aquella súbita energía roja que había manado de su ser. Poco a poco, se llevó una mano al pecho, desplazando los dedos por su piel, mientras se miraba el torso con curiosidad.
Ni rastro de marca alguna. La piel estaba completamente lisa.
¿Qué esperaba? ¿Encontrar aquel signo que seguramente había sido un producto de su imaginación? Je, empezaba a entenderlo...Harto de la rutina, su subconsciente había inventado aquella história de poderes y apariciones...A aquellos energúmenos los había ganado por puro azar...
- Yo también lo ví... -dijo Kourin muy seria.
Ryuuen levantó la mirada para ponerla en su hermana, que le contemplaba con aquellos ojos rosáceos llenos de una inusual seriedad. Lentamente, levantó un dedo y lo paseó por el torso descubierto de su hermano, dibujando los trazos de un carácter invisible.
- Ví aquella letra...justo aquí... -susurró- brillaba con lu roja...pero se apagó pronto...justo antes de que te desmayaras...
El chico siguió mirándola intensamente por unos instantes. Después, agachó la cabeza en silencio. Kourin también lo había visto...aquel carácter en su pecho...Después de todo, no se lo había imaginado...Era real.
- Cuando aquel hombre me hirió... -empezó el chico con una mano sobre su frente, mirando al techo- caí en una espécie de estupor...un sueño extraño...ví a un hombre muy raro...parecía un noble...desprendía una fuerza maravillosa...tenía alas de plumas de fuego...me dijo que era el Diós Suzaku...y que me había estado buscando...que yo era...uno de sus guerreros...En ese momento no le creí, pero...todo encaja... -añadió agudizando la mirada.
Su hermana le miró un rato en silencio, visiblemente preocupada. Después, cogió de nuevo la toalla y la humedeció otra vez, mientras se le acercaba.
- Te debe estar subiendo la fiebre... -susurró- Creo que estás delirando...
Ryuuen sintió una punzada de rábia en el pecho, mientras se incorporaba bruscamente y miraba su hermana con los ojos rosáceos llenos de sorpresa y, a la vez, un poco de fúria. Sus puños se tensaron, mientras sentía de nuevo las agudas punzadas en la herida.
- ¡No me lo estoy inventando...! ¡Yo lo ví...! -gritó con fuerza- ¡Era completamente real...! Yo sé...que era real... -acabó en un susurro.
Su hermana le miró casi con miedo por su desproporcionada reacción. Con ternura, puso las manos en sus hombros y le recostó con cuidado, sin borrar la expresión de angústia de su rostro.
- Descansa un poco...ya verás como te sentirás mucho mejor... -susurró con las lágrimas asomando de sus ojos.
El chico sintió el impulso de ponerse en pie de un salto y gritar de pura impoténcia, pero no hizo nada. Simplemente se quedó allí, mirando con los ojos agrandados al techo sobre él. Cerró los ojos poco a poco, tratando de calmarse. Quizás...en realidad...era todo obra de su imaginción...Aunque le parecía tan real...¿Por qué su hermana no le creía?
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Dos días después de levantarse de la cama, Ryuuen siguió igual de irritable. En parte se debía a que le tenían prácticamente recluido en casa. Su madre estaba asustada después de lo ocurrido y no le permitía salir de la cabaña. A pesar de las protestas del muchacho por el peligro que sufría el campo, no consiguió nada. Además, su herida aún no había sanado del todo y le dolía al moverse.
Pero lo que de verdad mantenía en alerta a su mente era la idea en su cabeza del mensaje divino que recibió el día que les atacaron...No encontraba otra explicación racional a que hubiera podido vencer a unos bandidos de Kutô con aquella facilidad. Recordaba que en aquel momento sintió sus manos, su cuerpo...incluso su alma mucho más fuertes...como las de un guerrero. Se lo había contado a su hermano Rokou, pero había reaccionado exactamente igual que Kourin. No le creían ni siquiera una palabra. Se sentía dolido por aquél hecho. Se pasaba las horas mirando por la ventana con la mirada perdida, meditando en los hechos vividos. Aunque, por lógica, una sola palabra cobraba más fuerza en sus preguntas.
"Suzaku..."
La visión de aquel ser de llamas no era fácil de olvidar. ¿Sería realmente el diós que decían que protegía el imperio de Konan?
Harto de solamente especular, aquella mañana, cuando sus hermanos aún dormían, se despertó temprano y vió como su madre zurzía tranquilamente sentada junto al fuego. Con lentitud, se le acercó poco a poco y se sentó a su lado, en el suelo, y permaneció quieto. Al cabo de unos segundos, pero, se inclinó hasta recostar la cabeza y las manos en su falda. La mujer dejó su tareo y le miró con sorpresa. Sonrió cálidamente y acarició sus cabellos violácios con ternura.
- Ryuuen...¿qué te ocurre...? -preguntó en voz baja- Te noto muy decaído...
- No me pasa nada, mamá -susurró el chico mirando hacia las llamas del hogar- Solamente...estoy un poco confuso...
El chico ahogó un largo suspiro y, acto seguido, desvió los ojos de un modo inocente hacia su madre.
- Mamá, ¿querrías hablarme...sobre Suzaku? -inquirió.
- ¿Suzaku? -preguntó su madre mirándole con sorpresa- ¿Por qué quieres saber sobre él?
- Anda, explícame lo que sabes... -dijo el niño ansioso, con una ligera sonrisa.
La mujer sonrió tiernamente y asintió lentamente.
- Está bien... -añadió, posando los ojos en el fuego.
Ryuuen se acurrucó más contra ella y la miró, atento a cualquier palabra que ella dijera. La mujer sonrió de nuevo y siguió acariciando los largos cabellos de él, mientras se los trenzaba con cariño.
- Hace muchos siglos, incluso antes de que existiera Konan... -empezó- Reinaban sobre este mundo cuatro seres superiores, dotados de poderes legendários. Eran los Cuatro Dioses de este mundo: Byakko, Genbu, Seiryuu...y Suzaku. La paz parecía que sería duradera y ellos regían la tierra y el cielo en harmonía y justícia. Pero...Seiryuu se volvió contra los demás. Quería imponer sus poderes sobre el resto: fue preso del ánsia de poder. Estalló entonces una terrible guerra de todos contra todos, en los que los cuatro se enfrentaron durante muchos años...Hasta que al final todo terminó.
- ¿Qué pasó? -inquirió el chico con los cinco sentidos puestos en ella.
El rostro de la mujer pareció ensombrecerse efímeramente.
- No hubo vencedores. Sólo vencidos y nada más. Los cuatro dioses perdieron su cuerpo físico y se vieron obligados a abandonar la tierra y a vivir en los cielos como espíritus. Pero, una vez estubieron muertos, por así decirlo, se dieron cuenta de que la guerra que habían provocado había sembrado el mal, la pobreza y la injustícia en el mundo que con tanto amor habían construído. Por eso mismo cada uno dividió su "alma" en siete fragmentos...en siete estrellas, que se reencarnarían en la tierra para ser guerreros celestiales, que les debían lealtal cada uno a su diós.
La mujer aseguró la cinta de los cabellos de su hijo, que seguía mirándola con absoluta seriedad, una curiosidad infantil casi nata.
- Suzaku es el diós que protege el imperio de Konan, la personificación el fénix de plumas de fuego -dijo suavemente- Se dice que enviará a sus siete estrellas llegado el momento...porqué sólo ellos siete, junto a la sacerdotisa, pueden hacerle descender de los cielos para usar su poder en la tierra. Solamente pueden distinguirse de los demás seres humanos por las letras rojas que aparecen en distintas partes de sus cuerpos.
- ¿Letras...? -inquirió Ryuuen con profundidad.
- Suzaku dejó en cada uno de sus guerreros una de las cualidades que más apreciaba...Inteligéncia, para reinar con justícia; poder de sanación, para reparar el mal hecho por la guerra; mágia, para cumplir los deseos; fuego, para mantener vivos los sentimientos; el arte de la espada, para proteger su reino como es debido; habilidad en la lucha, para defender a los débiles...y fuerza, no únicamente la física, si no también la de voluntad...para enfrentarse con valor a cada peligro.
Ryuuen sintió una fuerte presión en el pecho cuando, instintivamente, se llevó la mano derecha sobre su piel, donde latía acceleradamente su corazón.
- Fuerza... -susurró.
Recordó entonces la increíble energía que había recorrido su cuerpo en aquellos lejanos momentos, la poténcia que había adquirido su, en general, bastante débil y enclenque cuerpo...la fuerza que le permitió deshacerse de aquellos malhechores sin apenas esfuerzo...¿Era posible qué...?
- Hasta ahora no se conoce la existéncia de ningúna estrella de Suzaku... -dijo su madre sonriendo- Pero...algún día aparecerán una por una...para proteger nuestro mundo de la guerra y la codícia...y junto con la sacerdotisa, harán descender al diós Suzaku de los cielos...
Ryuuen permaneció quieto unos instantes, mirándola con firmeza. Después, entrecerró los ojos y acurrucó la cabeza en su falda, confuso, desorientado...con la cabeza estallando en dudas. ¿Era posible que él fuera...una de las estrellas celestiales de Konan?
¿Realmente había visto a Suzaku...?
No lo supo, no entonces almenos...Solamente sabía que, con aquella fuerza sobrehumana que sintió aquella vez, podría ser capaz de proteger a su família, lo que más quería y amaba en aquel mundo. No quería nada más: con aquello era más que suficiente. Conseguiría la felicidad de los suyos...
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Ryuuen Chou no era capaz de imaginar que el destino le tenía preparado un sutil juego, que había empezado a mostrarse en aquellos instantes. Que en un futuro próximo debería emprender un camino del cual no podría divisar el final...para encontrarse con personas que aún no conocía...y a las cuales se vería ligado aún contra su própia voluntad.
Ni él ni nadie sabía que, en el preciso momento en que un carácter luminoso apareció sobre su corazón, dió comienzo una gran, fascinante e impredecible leyenda...de la que él formaba parte...quisiera o no.
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Jeje, ya hacía tiempo que tenía en la cabeza un universo alterno como este...Ya sé, el primer capítulo es muy soso, pero es que sólo es el principio, un avance de lo que pasará, que se complicará poco a poco...
Aviso: fan de Nuriko, por lo tanto, fic absolutamente protagonizado por el mismo.
No sé...espero reviews, etc.etc...weno, lo mismo de siempre XD.
