La primera vez que Otabek Altin entendió el sacrificio detrás de los logros, solo tenía 7 años. Su familia vivía en Kazajistán, en la ciudad del Almaty, junto con su madre y su hermana menor, Aruzhan. Quisiera también poder decir que su padre conformaba su pequeña y humilde familia, pero eso no será posible. El pequeño creció sin la imagen de una figura paterna ya que su padre era, en otras palabras, un desgraciado. Abandono su familia por irse con otra mujer, dejándolos al borde de la miseria. Con 35 años y dos hijos, su madre hacia lo posible para sacarlos adelante a él y a su pequeña hermana. Vendía comida echa por ella y salía a venderla todas las tardes de casa en casa. Él por supuesto, la ayudaba. A veces cuidando a su hermana menor en la casa o vendiendo en el lugar de su madre, inclusive aprendió a cocinar por su cuenta para obtener más ganancias.
Nunca fue un chico de muchas palabras, al estar constantemente tratando de terminar sus estudios en la preparatoria, cuidar a su hermana y trabajar con su madre, otabek no contaba con el tiempo suficiente para hacer amigos. No fue hasta una tarde invierno que se cruzo con un simpático joven, un par de años mayor que él, llorando sentado en una esquina desolada, que entabló conversación con alguien sin tener que vender algo.
El chico era menudo, aunque más alto que él; tenía los ojos miel y el cabello rizado en un hermoso rubio. Se sentó a su lado hasta que termino de llorar, mas por curiosidad que por otra cosa. El extraño le contó que su hermano menor había enfermado de gravedad y no le quedaba mucho tiempo de vida. A pesar de ser un niño, otabek pudo visualizar la situación; si algo así le pasara a su hermanita, no podría dejar de llorar nunca, aún así, no dijo nada y escucho atentamente el relato de ese niño.
Con cada lagrima que ese extraño soltaba, su corazón se encogía un poco más. Y con cada brillo que los ojos miel perdían, mas ganas de correr a abrazar a su madre tenía. Al final del relato del extraño, un pequeño silencio conciliador se formo. El rubio le sonrió y le dio las gracias, poniéndose de pie para así marcharse a donde sea que vivía.
El pequeño kazajo no durmió mucho esa noche, pensando en aquellas lagrimas ajenas que no dejaban de agrietarle el pecho.
Fue entonces que durante los próximos días de la semana, Otabek pasaba por la misma esquina para hacer su recorrido habitual vendiendo comida, cruzándose al extraño y acompañándolo unos minutos en silencio.
Fue a la semana y media de verse por primera vez, que el pelinegro tomo su mano, tratando de hacerle entender con acciones que no estaba solo, que él podía entender su dolor a pesar de ser menor y que todo estaría mejor pronto. Fue una promesa silenciosa, una promesa en la que dos niños con una vida difícil, trataban de encontrar consuelo.
El mes paso y no habían vuelto a hablar desde su primer encuentro; solo se sentaban unos minutos a la misma hora de siempre en silencio, antes de que Otabek siguiera su recorrido.
Pero una tarde, el extraño se veía más pálido, llevaba su mochila junto a el y sus ojos estaban mas apagados que de costumbre. No necesito que le dijera lo que había ocurrido. Se acercó con intención de decirle algo, pero la triste sonrisa del rubio lo freno. De la gastada mochila, saco una caja gris bastante deteriorada y se la entrego.
- Ya no hay nada que me ate a este lugar, esta es la ultima vez que nos veremos. Espero que puedas disfrutarlo en su lugar, no me gustaría que se desperdiciaran -
Ni bien la caja estuvo en las manos del pelinegro, el rubio se marcho sin decir a donde. Sin dar nombre. Sin explicar porque dentro de la caja se encontraban dos bellos patines de hielo de un talle menor al de la persona que lo había obsequiado.
Al contrario de su empaque, los patines estaban nuevos, cuidados y limpios. Podría hasta apostar que nadie jamás los había usado. Los guardo en su mochila y siguió vendiendo por el resto del día.
Pensó mucho en esos patines una vez que guardo la caja debajo de la cama.
Pensó en venderlos, podría comprarle zapatos nuevos a su hermana, tal vez un lindo vestido a su madre. O comida. Mucha comida.
Si claro, pensó muchísimo en lo mucho que podían valer un par de patines prácticamente nuevos y todo lo que el dinero podía comprar. Pero aún así, los mantuvo guardados. Sin decirle a nadie. Algo en su cabeza gritaba que estaba pensando mal; pensando como una persona sin alma. Como si esos patines tuvieran mas valor de lo que algún adulto pudiera ver a simple vista, algo que iba más allá del dinero.
Pero el dinero parecía ser algo muy importante en el mundo de los adultos, de eso se entero aquella otra primera vez.
La primera vez que vio desesperación en la mirada de su madre.
El dinero simplemente no alcanzaba y el alquiler no podía ser pagado con lo poco que ganaban. No falto mucho tiempo para que los desalojaran, dejándolos sin nada. Sin absolutamente nada. Solo unas cobijas, algunas ropas, y una deteriorada caja gris.
Si tenían suerte, rentaban un cuarto de hotel en la noche para dormir, y si no, buscaban algún lugar donde nadie los viera. Una mujer con dos niños pequeños en la calle corría peligro siempre.
Al no poder cocinar, la mujer comenzó a hacer flores de papel para venderlas en la plaza, y otabek, fiel a su forma de ser, aprendió a hacerlas para ayudarla.
A veces algún peatón se apiadaba de ellos y les daba algo de dinero sin querer las flores a cambio, aun cuando ellos insistían, decían que no era necesario.
Comían cuando podían y eso debía ser suficiente. Aunque no lo era.
Aruzhan enfermó en invierno. Los medicamentos para la gripe no podían ser pagados, no tenían abrigo suficiente y tampoco podían alimentarla bien.
Al tener bajas sus defensas, la pequeña podía enfermar de gravedad y su madre estaba desesperada por ayuda. Se sentía un fracaso como madre, viendo a su hijo trabajando en vez de estudiar, viendo como solo abría la boca para vender y no para socializar con niños de su edad. Le partia el alma saber que nada parecía ser suficiente. Intento conseguir trabajo, pero al andar sin hogar, nadie quería tomarla.
Pero no todo lo malo es eterno.
Un par de días después de que su pequeña hija enfermara, Otabek tomo una pequeña decisión que cambiaría su vida.
Ese día, el pelinegro vendió todas las flores posibles, aun llegada la noche. Recorrió lugares más allá de la plaza para vender más, alejándose de las calles conocidas. Estaba decidido a conseguir el dinero para los medicamentos, así tuviera que recorrerse el país entero vendiendo flores. Siempre iba con el canasto con flores, papel para seguir armando cuando se acabaran y su mochila con los patines dentro. Los llevaba a cuestas por las dudas. Como si una fuerza superior supiera lo importante que eran y le gritara que debía cuidarlos.
Recorriendo las calles, llego a una especie de club, un lugar enorme. Un lugar al que un niño con su vestimenta, no tenía permitida la entrada. O así sería si alguien vigilara la puerta del lugar.
Normalmente Otabek se caracterizaba por ser un niño tranquilo y obediente, el orgullo de su madre. Pero su desesperación por el estado de su pequeña hermana era tal, que no le importo irrumpir en un lugar donde no era bienvenido. Necesitaba seguir vendiendo. Necesitaba ayuda.
Al entrar, a pasos apresurados, ignoro con la mirada la recepción del lugar, pensando infantilmente como todo niño que si él no veía a las personas, ellos no lo podrían ver tampoco o de alguna manera eso lo haría pasar mas desapercibido. Tuvo la bendita suerte de que la encargada de ese puesto, fuera la peor trabajadora de todo el lugar, puesto que mascaba chicle mientras ponía toda su concentración en alguna revista de chimentos típica entre tantas mujeres, en vez de realizar su trabajo.
Se escabulló a la primer puerta que encontró, sintiendo que su ropa se volvía más fina y su cuerpo reaccionaba a la nueva temperatura. Si era posible, en ese lugar hacia más frío del que hacia afuera. Vio varios asientos en el enorme lugar, pero a ninguna persona. Suspiro cansado, se había arriesgado por nada.
Bajo la vista y miro sus flores de papel. Bueno, se estaba haciendo tarde y no quería preocupar a su madre, volver seria lo mas sensato.
No fue hasta que levanto la vista que noto la pista de hielo que se presentaba ante él. Y como si las piezas encajaran, sintió un peso en su espalda que le recordaba lo que la mochila contenía.
Miro alrededor percatándose de que no había nadie, seguramente la pista era abierta las 24 horas, pero no parecía que alguien fuese a ir. Con cuidado se calzo los patines. Caminar desde la banca a la pista fue un verdadero desafío, donde casi logra caerse algunas veces. Tomo aire y entró.
Mierda, se sentía extraño y sus manos estaban heladas. Intento moverse, deslizar una pierna al menos. Se cayó, por supuesto. También la segunda y la tercera. Para la octava vez, logró deslizarse unos centímetros, temblando pero sin caer. Gran logro, pequeño para cualquiera pero para él, llego a significarlo todo.
Siguió asistiendo a la misma hora en la que sabia que la recepcionista no prestaba atención. Siguió practicando cada semana, todos los días, pensando que nadie lo había visto. No fue hasta el día que logró patinar hacia atrás sin caerse que un aplauso le hizo percatarse que no estaba solo.
- Para llevar un par de semanas aquí, es un avance increíble- le dijo el extraño.
¿Eso significaba que ese hombre lo había visto entrar y salir todos los días sin pagar y burlando la seguridad del lugar? Inevitablemente avergonzado, Otabek se sonrojo.
- Oh vamos, no te avergüences ahora! Lo haces genial, no voy a regañarte. Yo he sido quien aprobó tu permiso para que patinaras sin interrupciones, no creas que nadie se hubiese dado cuenta que entrabas y salías a la misma hora- le sonrío divertido - puedes venir cuando quieras, solo necesito tu nombre-
El niño, sorprendido por la repentina amabilidad de un extraño, se presentó.
- Otabek Altin, señor - le dijo, tendiendole su manito.
- Oh eres muy educado para ser tan pequeño! Tus madre debe estar orgullosa de ti - le dijo amablemente- Y no me digas señor, aunque no lo creas no soy tan viejo, puedes decirme Serik- dijo sonriente tendiendole la mano al fin.
Durante la siguiente semana, Serik supervisó los avances de Otabek, puliendo lo que faltaba y ayudándole a progresar.
El pelinegro cada vez asistiría con mas entusiasmo a la pista, diciéndole a su madre que recorría zonas para vender más. Su hermana no mejoraba y hubo muchas veces en las que llegaba tarde a entrenar por estar intentando vender más flores.
Otabek no era un niño de muchas palabras, por lo cual Serik no conocía la razón de sus tardanzas y eso lo angustiaba. Podía ver el potencial del niño, podía ver cuan alto llegaría. Después de mucho meditarlo, decidió hacerle una propuesta. Si bien normalmente los entrenadores eran contratados para tomar alumnos, el hombre sabia que no podía desperdiciar una oportunidad como Otabek. El chico tenía talento y sobre todo, perseverancia.
Lo que si no se esperaba es que el niño usara evasivas para no presentarle a su familia. Se veía que era un pequeño humilde, pero no parecía ser de aquellos que se avergonzara de su propia familia... O tal vez... Le avergonzaba que sus padres supieran que patinaba. Si, eso debía ser. Para su propia buena suerte, él sabía lidiar con niños.
-Otabek, ya es hora de que me comunique con tus padres, no puedo tomar responsabilidad de un niño sin la aprobación de un tutor, te lo he dicho muchas veces ya-
El pequeño kazajo se tensó en su lugar. Ya eran varios días seguidos que el hombre insistía con lo mismo. No era que se avergonzara de su familia, eso jamás. Es solo que... Él jamás le había mentido a su madre. Y le dolía pensar en la posibilidad de decepcionarla.
- Mis padres no tienen teléfono... Se lo he dicho muchas veces ya- respondió el pelinegro estoico, usando la frase en contra del mayor.
Reprimiendo un suspiro, Serik no se rindió y fiel a su estilo, continuó insistiendo.
-Bien, pues que alguno se presente aquí a hablar conmigo, es necesario- dijo sonriente, sabiendo que no le quedaba mucha escapatoria.
Otabek gruño por lo bajo -mi hermana esta enferma... No pueden venir, lo siento- dijo, comenzando a sentirse acorralado.
-Bien... Entonces no hay mas opción que te acompañe a tu hogar a la salida- al ver que el niño iba a reclamar, agregó- si no hablo con tus padres esta noche, tendré que negarte la entrada al lugar... Esto podría meterme en problemas Otabek.
El niño suspiro desanimado. Sabia que este momento llegaría, las cosas buenas en su vida no solían durar demasiado tiempo. Miro a los ojos a Serik, tratando de encontrar la respuesta a sus problemas en ellos.
Mientras caminaba por las frías calles, Otabek comenzaba a preguntarse si su respuesta había sido la correcta. Su madre y su hermana debían estar esperándolo en el callejón de la avenida para ver cuanto dinero tenían y si eso alcanzaba para alguna habitacion barata en un hotel. Miro de reojo a Serik, preguntándose si lo dejaría de lado luego de conocer su situación. Temía decepcionarlo. Temía angustiar a su madre. Temía arruinar las cosas más de lo que ya estaban.
No tuvo tiempo de arrepentirse, cuando ambos ya estaba frente al callejón. El mayor lo miro enarcando una ceja, preguntándole con la mirada porque se detenía en ese lugar.
- Aquí es...- titubeo un poco antes de decirlo - aquí vivo, al menos esta semana-
Su madre tenía la costumbre de cambiar de ubicación cada unos tantos días, para evitar el peligro.
Antes de que el adulto dijera algo, una voz lo interrumpió.
-Otabek, cariño, me he preocupado, ¿donde es...?- la mujer se tenso con la niña en brazos, sin comprender la presencia del extraño. Miro a su hijo de nuevo tratando de descifrar la situación, mas no se le ocurrió nada. Su hijo a pesar de ser muy pequeño, solía actuar como un adulto; por lo cual se le hacia hasta descabellado que revelara su ubicación a alguien en quien no confiaba. La real pregunta era; ¿de dónde conocía su hijo a ese hombre? No supo preparar una pregunta adecuada, cuando el hombre intervino.
-Mucho gusto señora Altin, mi nombre es Serik... Tengo una propuesta para usted- dijo el hombre relajado mientras revolvía los cabellos de su hijo. Y a pesar de ser una mujer con el corazon destrozado, no sintió una amenaza proveniente de ese tal "Amigo" de su niño. - los invito a un café- termino por agregar.
Ya en el local, se sentaron a tomar algo ante la mirada prejuiciosa de los comensales; muchos susurraban por las pintas de la mujer y las criaturas, pero al pasar los minutos, algunos solo de daban vuelta a mirar de vez en cuando, hasta que nadie le tomo mas importancia.
Ya sentados y con la comida en frente, la mujer trato de verse lo mas normal posible, aunque ganas de devorarse todo de un bocado, no le faltaba. Aun era una adulta y siempre se comportaba, atributo que su hijo mayor saco de ella. El pelinegro estaba en la misma situación, hacia tanto que no veía tanta comida junta en sus narices, que podría llorar. El hombre no fue directo al grano, por supuesto no quería asustar a la madre de su alumno estrella; así que se dedicó a contarle un poco de su vida a la familia, relajando el ambiente que luego se convirtió en una charla amena entre adultos. Otabek miraba todo relajado, y por primera vez en su vida, se permitió sentirse seguro. Luego de comer lo mas posible, el pelinegro cargo a su hermana y se quedo dormido en la silla, agotado tanto física como mentalmente. Los adultos lo observaron con ternura y así, comenzaron a hablar .
-Sin mas rodeos, mi propuesta, señora Altin- carraspeo el mayor - su hijo tiene talento, y tengo planeado sacarlo a relucir, pero necesito su consentimiento para eso- dijo, cruzando los brazos sobre la mesa.
La mujer le miro interrogante, es decir ¿talento? Oh, ella no negaba que su hijo seguramente tuviese algún don o especialidad, pero estaba segura de que él aun no lo había descubierto. O eso creía.
-Disculpe... ¿De que talento esta usted hablando? No dudo que mi niño pueda hacer lo que sea, pero no conozco ningún talento innato suyo...- respondió mirándole interrogante.
- Bueno, como decir esto... - dijo sobándose la nuca-... Su hijo ha estado asistiendo a la pista de patinaje del centro... - la joven mujer lo observo atónita, es decir, ¿Otabek patinando?, ¿como?, ¿desde cuando? Estaba desorientada, Serik logró darse cuenta y entonces continuo- Lo vi patinar y decidí dejarlo asistir sin nada a cambio, pero... No pude evitar desear convertirme en su entrenador- explicó - normalmente un entrenador es contratado, los niños o adultos toman cursos en esa pista. Aun así, no pude evitar sentir curiosidad cuando lo vi la primera vez, tratando de pararse en el hielo sin ayuda - río nostálgicamente- no tuve el corazón para decirle que no podía estar ahí sin autorización y decidí dejarle el pase libre. Avanzo mucho en una semana y su perseverancia me ha... Conmovido. - agregó, mirándola con un entusiasmado brillo en sus ojos - no le pediré que me responda ahora mismo, pero... Otabek podría entrenar conmigo y cuando esté listo, entrar a competir... Lo convertiré en el representante de Kazajistán antes de que cumpla la mayoría de edad, se lo aseguro.-
La mujer le miraba con los ojos abiertos de par en par, casi sin poder creérselo. Miro a su hijo a su costado, durmiendo mientras abrazaba a la niña con amor y no pudo evitar sentirse una mala madre. Un extraño tuvo que venir a decirle lo maravilloso que era su pequeño, mientras ella solo podía verlo en las noches sin poder ofrecerle ningún futuro. Aun así, trato de alejar los malos pensamientos y centrarse en la propuesta. Otabek era muy pequeño para llevar semejante carga; es decir él seria el sostén de ambas y ella no podía permitir eso. Era su madre, ella debía vela por su bienestar, y no al revés. Comenzó a sembrarse la cabeza de dudas, hasta que escucho a su pequeña toser con dolor, despertando al niño. Y supo que por el momento, no había más nada que esa propuesta. El pelinegro no hubiese llevado a ese hombre a donde estaban, si el patinaje fuese una carga para él; debía considerar la opinión de su hijo.
El susodicho la miro mientras calmaba a Aruzhan para que no llorara, y se puso nervioso.
-Cariño... ¿Porque no me dijiste que patinabas?- dijo ella con una pequeña sonrisa.
-No quería preocuparte mamá... No me gusta mentirte, lo siento mucho- dijo en voz baja, como si eso minimizara los daños.
Ella rió - La próxima vez debes decirmelo entonces- él la miró y se sonrojo, avergonzado de haberle mentido en vano- entonces... ¿Cuando comienzan las clases? -
Ambos, adulto y niño la miraron asombrados. Serik comenzó a reír de alivio mientras sus ojos brillaban y le prometía que no se arrepentirá, que él se haría cargo de todo y que ya nada iba a faltarles mientras él fuera el entrenador del futuro héroe de Kazajistán, a la vez que la mujer reía suavemente.
El niño, por su parte, aun la miraba asombrado con los ojos brillando. Su pequeña luz se movió en sus brazos y la miro con atención. Lo haría por ella, para que no volviera a enfermar, para que no pasara hambre, para que pueda jugar con niños de su edad y estudiar, para que no viva lo mismo que él tuvo que vivir. La abrazó y recordó a aquel niño nostálgico de ojos miel y rizado cabello rubio, aquel mismo que le había regalado los patines. También lo haría por él. Por regalarle la herramienta para ayudar a su familia, por los sueños de su hermano fallecido, por haberle regalado alas. Fue cuando supo que todo el sufrimiento había valido la pena. Aferro con mas fuerza a su hermana entre sus brazos.
Esa fue la primera vez en todos esos meses, que otabek lloro.
Primer capitulo, no voy a decir que no estoy nerviosa porque les mentiría jajaja la historia de basa en la vida de Yuri y Otabek, sus infancias y todo lo que pasaron hasta llegar a conocerse, van a haber varios capítulos como este en el cual no van a aparecer ambos, ya que aun no se conocen. Espero que me tengan paciencia y cualquier duda, o consejo, siempre pueden dejar un review ❤️ gracias a los que llegaron hasta el final del capítulo, hasta la actualización del martes
PD: no abandone mi anterior fic SasuHina, para quienes lo leian, solo necesito releerlo porque me desvie y no supe como continuarla, prometo darle un final.
