La nieve cae sobre mi ventana. Fría, tenue, indiferente al infierno que la rodea. Sin miedo, sin titubear. Me gustaría ser como la nieve. Fundirme con ella, congelar mi corazón y dejar de sentir. La nieve no tiene miedo de enfriar a otros, la nieve sólo lo hace. Roza tus mejillas como una suave caricia y da paso a mil escalofríos.

Sonrió, levemente, sólo levemente. Lo suficiente como para que la nieve entienda mi sonrisa, pero no lo suficiente como para que el reflejo en mi ventana responda con otra sonrisa.

Mis ojos están calmos. Pacientes. Sumergidos en una eterna soledad.

Encerrada en mi habitación, contando los copos de nieve, sonriéndoles a mis peluches. Hablando con Timmy y esperando. Esperando atenta.

Y ustedes se preguntaran, ¿Qué estoy esperando? Es un día horrible, hace frío, esta oscuro y el pueblo hizo un pacto de silencio irrevocable. Bien, quizá no todo es tan calmo como parece. Quizá no todos los corazones están congelados y quizá yo, Sora Hio, aun mantengo la esperanza.

Vendrán a cazarme. Lo sé. Lo presiento.

Las ramas chocan entre si rompiendo el silencio y la tranquilidad en la que la noche se había sumido. Susurró un deseo, una promesa, un susurró que demuestra lo que soy. Un monstruo.

Bajó la vista al suelo, sin querer recordar. Recordar los colmillos. El hambre desgarradora. El llanto de mi padre, los gritos de mi madre. La sangre. Todo rojo. Sólo rojo.

Gritó. Gritó para acallar a mis demonios. Gritó para sentir que todo es real. No pararé hasta que mi garganta no arda y mi voz se quiebre en un inevitable llanto. La nieve teñida de rojo.

Alguien abre la puerta, sigo gritando. Siento la calidez de otra mano sobre la mía. Me sobresalto… Este calor…

Levanto la vista. Ojos granate, hermosos, exageradamente bellos. Pacientes, calmados, tímidos… Perfectos. Me calmo. Cierro los ojos dejándome invadir por la sensación de calidez que la mano del chico me proporciona. Me siento en casa.

Una lágrima resbala por mi mejilla. No lloró por tristeza, no lloró por dolor, simplemente lo hago. No sé qué es esto, no sé qué está pasando. Las lágrimas sólo caen y caen mientras los ojos color granate siguen mirándome impasibles.

Le regalo una mirada recelosa a Timmy, él asiente con la cabeza. Me incorporó y me tragó las demás lágrimas que siguen saliendo sin mi permiso. Él me sonríe, amable. Ahora entiendo por qué me siento en casa; él también tiene colmillos afilados. Aprieta mi mano con más fuerza y caminamos a través del comedor pintado de rojo. La fragancia a sangre inunda todos mis sentidos. Me siento mareada.

En la puerta, donde él me está guiando, hay dos personas más, también con colmillos. Uno tiene los mismos ojos granate pero este tiene el cabello ondulado, la otra tiene el cabello blanco y ojos color cielo. Ninguno se altera por el color de mis ojos, nadie dice nada. No hace falta presentaciones. Ellos ya me conocen y yo también los conozco a ellos.

Mis hermanos. Mi soñada familia de monstruos. Estoy en casa.

Rodeo al chico de los ojos granate con mis brazos, nos abrazamos hasta que mis lágrimas dejan de caer y partimos hacía nuestro nuevo destino como reyes de la raza humana.