Caligrafía.
haruno/hyuuga
Capítulo I
Irresponsabilidad.
Corría apresuradamente.
La ciudad despertaba. En las calles, los comerciantes arreglaban sus anaqueles y estanterías. Recibían a sus distribuidores y se alistaban para abrir sus tiendas.
Corría. Una vez más llegaría tarde.
Las personas comenzaban a alborotarse en los comercios, comenzaban a atestar las calles y comenzaban a obstruirle el paso. Rápidamente, escogió una callejuela y saltó, ágil, al tejado de un viejo edificio. No quería hacerlo, le agradaba tener que recorrer el camino entrechocando con alguien y pidiendo disculpas inmediatamente después o esquivando carros de frutas o saludando amablemente a los conocidos. Le agradaba ser sociable.
Pero hoy no. Sencillamente, hoy no.
No porque su maestra tuviera poca paciencia, apuntó la kunoichi. Sino que hoy la esperaban. Él la esperaba. ¿O ella lo esperaba a él? Se sintió tonta de repente. Ralentizó su hábil paso, ahora sin nadie que le obstruya.
Había puesto mucho empeño en su aspecto ésa mañana. Quizá por eso llegaba retrasada. O quizá era el hecho de que sus padres se habían marchado, no sin antes dejar una pequeña nota en el refrigerador. ¿Qué clase de padres dejan una nota dentro del refrigerador? se cuestionó ella por tercera vez en el día. En el trozo de papel, húmedo por el frío de la nevera, se podía apreciar aún la leyenda: "Cuídate, ¡te amamos!", pero no le habían dejado nada que desayunar. Quizá llegaba tarde porque la noche anterior se había desvelado, analizando y memorizando un bobo discurso. Aquel que había preparado hace unos días cuando se enteró de que pronto volverían. De que él volvería. O quizá quería llegar tarde para hacerles ver que no le afectaba demasiado su llegada. Para hacerse la interesante, qué más.
Salió de su ensoñación y, una vez más, apretó el paso. Sus pisadas suaves y veloces. Y seguras, por qué no. No dudaba, sentía un pequeño mareo, hace tiempo que no les veía, pero no estaba nerviosa. Se sentía preparada. De una u otra manera.
La fachada fue vislumbrada con ansías. La edificación se imprimía cada vez más grande e impetuosa a medida que ella se acercaba. Sus ansías también.
Recorrió el pasillo que se inundaba con cálidos rayos matutinos. Tocó suavemente a la puerta y la abrió, demasiado primorosamente. Grande fue su desilusión al encontrar sólo a Tsunade en el despacho, sentada en su escritorio con una inmensa sonrisa en el rostro. Habrá llegado su encargue de sake, pensó la pelirrosa. Pero al darse cuenta de que, aún tarde, ella llegó primero... Mierda.
Tsunade era la actual mandataria de la Aldea de La Hoja. La quinta Hokage. Había sucedido a Hiruzen Sarutobi luego de su muerte. Un funeral digno de un gran líder,de un gran maestro recordaba ella con melancolía cada vez. Ella era una rubia voluptuosa e imponente. Su imagen infundaba respeto. Lucía su frente siempre en alto. Una gran médico ninja. Una sannin legendaria. Una perdedora legendaria. Tenía vicios, pero nunca entremezclaba trabajo y placer. O al menos, éso intentaba. La Aldea lo era todo para ella. Y había jurado protegerla, y proteger a sus habitantes con su vida.
La sannin atisbó a hablar al percatarse de los pensamientos de su pequeña alumna. Pues Sakura era muy transparente, y la mente de Tsunade trabajaba rápido.
Sakura era la alumna de Tsunade. La alumna predilecta. La rubia había visto en Sakura un potencial que nadie supo valorar. Lo pulió, y ante ella tenía a una joven hermosa. Con una sonrisa dulce como miel. Ojos esmeralda, 17 años, pelo rosa. Un espiritú de luz y vocación en la medicina. Una niña que luchó, y aún continúa luchando. Una chica que amaba a sus amigos y familia. Sentimental y enamorada de la vida. Tsunade se veía a si misma. No obstante, nunca le había dicho algo de eso a la pelirosa en voz alta.
-¡Sakura-chan!- una estridente voz resonó. La Hokage resopló por tercera vez en el día, un rubio la había interrumpido.
Naruto no era un chico reservado. Todo lo contrario. Expresaba sus sentimientos y opiniones abiertamente. Sinceridad en sus ojos azules. Pasión y determinación en su alma. Un demonio zorruno de nueve colas llamado Kyuubi sellado en su cuerpo y el miedo y el rechazo marcaron su pasado. Pecas de niño en su rostro adolescente. Amigo incondicional. Sakura era como una hermana para él. Su valía al defender la villa durante conflictos bélicos fue desmostrada a los habitantes de La Hoja. Él tenía la aceptación de su hogar ahora, era el ánima del pueblo.
El portador de Kyuubi corría hacia Sakura con los brazos abiertos y con un bello paisaje estelar a su alrededor, ensoñadísimo. Detrás, caminaban Kiba y Shikamaru, con expresiones cansadas, resignadísimos. Kiba pasó de la escena y se dirigió hacia la Hokage. Le entregó lo que pareciera ser el informe y negó con la cabeza. La rubia entendió todo. Sakura, quien ya fue librada de la amistad del rubio, observó la situación, y luego, vio el estado de los tres shinobis. Alzó sus cejas y ahogó un gritillo.
-Se ven terribles- soltó la Haruno con un gesto torcido.
-¡Sakura! ¡No tienes de qué preocuparte! ¡No es nada grave! ¡Al fin de cuentas, nosotros no terminamos tan mal!- dijo Naruto animado, guiñándole un ojo a su compañera. Sakura trató de sonreír.
-¿En serio? Pues ¿qué tal si, si la Hokage lo permite, los invito a comer algo? Me gustaría mucho conversar...- bajó su mirada de manera tonta.
-¡Genial!- Naruto no se permitía miramientos en cuanto a las invitaciones. -¿Verdad que nos deja, vieja?- los demás observaron al rubio algo nerviosos. Tsunade no se creía una anciana. Éso le molestó. Mas, pronto cedió y sonrió.
-Sería prudente que pasen por el hospital primero, ¿no te parece Sakura?- sentenció la líder de la aldea, y le lanzó una mirada a su pupila. La pelirrosa arrugó la manos en su vestido. Se le pasó por alto, y siendo ella una médico ahora, éso era muy estúpido. ¿En qué estaba pensando? ¿Qué es lo que tanto quería hablar con los muchachos que dejaba en un segundo plano la salud de ellos? Una regresión repentina. Sakura se castigó mentalmente y saludó con una rápida reverencia a su maestra. Salió de allí para alcanzar a sus tres compañeros, quienes ya habían salido.
Malditos mocosos maleducados. Olvidaron cerrar la puerta. La Quinta suspiró y procedió a llamar a Shizune. De seguro su pedido ya habría llegado.
Su respiración se encontraba agitada.
Una vez más alzó sus palmas perfectamente extendidas frente a su impoluto rostro, concentrando su chakra. Cerró sus ojos, los abrió y, en un veloz movimiento, convirtió en astillas el indefenso tronco que utilizaba para entrenar. Había regresado de una misión entrada la medianoche, había dormido un poco y hace dos o tres horas que se había puesto a ejercitar. Estaba ensimismado, pensando en nada en especial. Haber destrozado ése tronco en un solo movimiento no representaba ni una milésima parte de lo que Neji Hyuuga era capaz. Pero se sentía algo cansado.
Inhaló y exhaló.
-Lo siento, Naruto- la pelirosa se disculpó con él apenas lo alcanzó. Naruto la miró sin entender, colocando sus brazos detrás de su cabeza. Ella sonrió.
-Deben ser ya casi las 10. Vayamos al Ichiraku, ¿bien?- Sakura les sonrió a Kiba y a Shikamaru también -Tú de seguro debes estar ansioso por ver a Hyeri, ¿no es así?
-Lo haces bien, sobrino- Neji no esperaba oír a su tío, quien lo observaba desde el soportal de la corredera que daba al jardín común de los recintos Hyuuga. Hiashi miraba con expresión ida al hijo de su hermano gemelo. No había querido pronunciar eso en voz alta. Subconsciente traicionero. Más bien, lo que hubiera dado por que ése fuera su hijo. Pero sólo era su sobrino. Un Hyuuga que podría haber brindado honor al pertenecer al Souke.
Neji reverenció levemente y se dispuso a recoger los kunais que yacían desperdigados en el pasto, bajo el escrutinio del patriarca. No era que odiara a su tío, ni mucho menos, pues tenía una perspectiva más adulta acerca de las responsabilidades familiares ahora. Sólo prefería estar en solitario, se sentía más a gusto así, entrenando sin nadie. Habría madurado, pero eso no cambiaría. Al percibir que su tío permanecía en la misma posición, Neji levantó la vista.
-¿Puedo serle útil, Hiashi-sama?- ni un rastro de aspereza, pero tampoco de disposición había en la voz del joven. El aludido dirigió su semblante ligeramente sorprendido a la mirada estoica de su sobrino.
Hiashi era cabeza del clan Hyuuga. El clan más antiguo de la villa. Una familia impecable. Eso por el exterior. Los secretos familiares eran muchos. Él fue un hombre criado bajo la rectitud. Cargaba con la responsabilidad de mantener el honor del clan. Acrío y frío. Una mirada severa que fue cediendo con la edad. Fuerte y habilidoso. Si bien ya no era el joven prodigio que fue -que su sobrino era ahora- él era capaz de cuidar bien de los miembros de su clan.
-No. Por favor, continúa con lo que estabas haciendo- dijo antes de voltearse para volver al salón de té. Él tampoco se destacaba por mostrar emociones en su voz, ni nada. Eran alrededor de las cinco de la tarde, el momento perfecto para té de chia y arándano.
Neji se ató la casaca, cubriendo su torso. Se dirigió a las dependencias del Bouke y se alistó para darse una ducha. Su cuerpo estaba sudoroso y tenso. Una ducha le sentaría mejor de lo que hubiese admitido alguna vez.
Al primer contacto con el agua tibia, su cuerpo se estremeció. Cuando se sumergió por completo, el escozor de las heridas que había traído consigo de la misión lo envolvió. De pronto, la fuerza de gravedad cayó pesada sobre él. Se incorporó con toda la fuerza que recordaba tener en ese preciso momento. No obstante, no fue suficiente. Cerró los ojos. Se había negado a ir al hospital y, ahora, su organismo le pasaba factura. La terquedad hecha hombre.
El atardecer mojaba tibiamente su mirada esmeralda. Casi el ocaso de un día ajetreado. Sus ojos vagaban por el paisaje que ofrecía el centro de la aldea. Se dirigía hacia el hospital a cubrir su turno. Se lo habían cambiado tantas veces. Un resuello escapó de labios. Sin contar la sobreexigencia, su trabajo era gratificante, lo disfrutaba, era algo que la hacía sentirse útil. Era duro en ocasiones pero... útil. Útil era una palabra que lo curaba todo. Era la palabra que hacía que todo valiera la pena. Luego de tantos años de infructuoso entrenamiento armamentístico y tal, la medicina la salvó de caer en un complejo de inferioridad absoluto. La había salvado de esa... ¿la mediocridad? ¿la nada misma? ¿de qué exactamente?
Sus cavilaciones fueron suspendidas estrepitosamente. Ya estaba a las puertas del complejo clínico. Era cuando la salvación empezaba. Lejos de cualquier cuestionamiento existencial. No había lugar para maquinar más que sobre los procedimientos. Salvar vidas y ser finalmente útil.
Una enfermera con gesto un tanto desesperado se dirigía a ella desde el final del pasillo del recibidor con velocidad y vociferando: -¡Sakura-sempai! ¡Venga, por favor!-. La aludida se unió rápidamente a su colega, quien se apresuró a comunicarle la situación. Tras nada más que una mueca por parte de la aprendiz de la Quinta, ambas caminaron hacia la habitación. Tsunade va a enfadarse, pensó la rosada al ver al shinobi que reposaba inconsciente.
Sakura sabía del valor que tenían todos, y cada uno, de los shinobi de la Aldea de La Hoja para su Hokage. Y en particular, este shinobi, apuntó mentalmente. Era momento de ser útil.
Continuará.
Le hice pequeñas modificaciones. El rumbo de la historia se mantendrá intacto, sólo estoy tratando de enfocarme en
puntos más amplios.
Aclaración: Perdí el manejo de mi anterior cuenta; no es plagio.
Gracias por llegar hasta aquí.
