Ryuunosuke tenía los ojos borrosos a causa de las lágrimas, pero no se atrevía a llorar.

Él no era físicamente fuerte como los demás niños, así que no era capaz de enfrentarse a ellos o pelear de vuelta. Alguien tan débil como él solo podía permanecer de rodillas y abrazarse a sí mismo mientras aguardaba a que la lluvia de golpes e insultos conocieran el final.

Tenía mucho miedo.

Sentía mucho dolor.

«Paren...» esos pensamientos ni siquiera se presentaban con otra forma más que la de un desesperado grito interno. «Por favor, paren. Duele...»

Su pequeño cuerpo trémulo se hallaba encogido en el centro, como el foco de atención de todos esos niños con sonrisas malignas y ojos repletos de burla dantesca, que lo estaban castigando por haber cometido la equivocación de jugar en, aquello que ellos denominaban, su territorio.

—¿De verdad eres un niño? ¡Levántate y pelea!

—¿Por qué no vemos si tiene uno de esos ahí abajo? ¡Apuesto lo que quieras a que es solo una niña muy fea!

—¡Sí! ¡Veamos, veamos!

Horrorizado con la perspectiva que se había presentado de golpe respecto a las intenciones de esos chicos, Akutagawa abrió los ojos con el más puro terror reflejado en ellos.

—¡No! ¡No lo hagan! —rogó, pero esa súplica fue ignorada. Algunos brazos más fuertes que él, y de los que no fue capaz de deshacerse, lo sujetaron y obligaron a ponerse de pie. Él lanzó manotazos al aire, e incluso pataleó para evitar que lo tocaran, pero nada de lo que hacía rendía frutos—. ¡Por favor, no! ¡No!

El niño más grande del grupo se acercó a él con las manos frente a él y una sonrisa cargada de malicia.

Akutagawa quedó paralizado de miedo.

«¡No...!»

Cerró los ojos con fuerza para no ver lo que estaba por ocurrir, pero...

...Nada sucedió.

«¿Eh?»

—¡Es Nakahara! —gritó alguien.

—¡Ah, mierda! —soltó otro de los niños que lo estaban sujetando.

Akutagawa sintió que su corazón pegaba un brinco, y abrió los ojos para obtener una mejor imagen de la escena.

A unos metros de ellos, Chuuya, su mejor amigo, irradiaba un aura tan peligrosa que varios de los presentes decidieron huir sin mirar atrás, entre ellos los que estaban sujetándolo, quienes lo dejaron caer sin ninguna delicadeza. El dolor producido por el impacto que Akutagawa sufrió en las rodillas fue ignorado, y es que la imagen de furia hirviente que tenía Chuuya era más relevante que cualquier otra sensación.

«...Chuuya-kun».

Una sonrisa apareció en los labios del recién llegado, quien crujió los nudillos listo para empezar a repartir golpes a diestra y siniestra.

—¿Así que les gusta golpear a los débiles, eh? —avanzó con pasos que exudaban calma pese a que lucía como el mismo demonio en persona—. ¡Aprendan a meterse con alguien de su tamaño, imbéciles!

Otro niño cayó de espaldas, aterrorizado, y salió huyendo. Solo quedaron tres de pie que, pese a lucir intimidados, quisieron hacer frente a esa pequeña tormenta que ellos mismos habían desatado.

Ése fue su último error.


La mano de Chuuya se aferraba con fuerza a la de Akutagawa mientras lo acompañaba a su casa.

Akutagawa observó la unión entre ambas manos con cierta tristeza.

Mientras que la de Chuuya estaba cubierta de raspones y lucía fuerte y firme, la suya era mucho más delicada, y solo cubierta por un poco de suciedad. Lucían tan diferentes, y eso generaba en Akutagawa una gran sensación de pesar, pues sentía que era su culpa que Chuuya no pudiera tener manos más bonitas.

—¡Joder! ¡Ya es la tercera vez esta semana! Parece ser que esos idiotas jamás aprenderán —dijo Chuuya con tono exasperado—. No te han hecho nada más, ¿No?

Akutagawa sintió un horrible nudo en la garganta, y sus ojos volvieron a tornarse llorosos cuando negó con voz débil y trémula.

—...No.

Chuuya suspiró con alivio y su agarre se tornó mucho más firme, como si temiera que Akutagawa acabara deshaciéndose en el aire en cualquier momento.

—La cosa lucía muy fea. Me alegra haberte encontrado cuando lo hice —tras decir eso, vaciló y detuvo su andar. Akutagawa lo imitó de inmediato. Chuuya giró el rostro y lo vio con el ceño fruncido—. Dime, ¿Qué es lo que querían hacer?

Akutagawa fue presa del pánico al revivir todos esos momentos una vez más en el interior de su mente.

—Q-Quisieron ver q-que... —su voz fue tornándose un hilo inaudible, y su rostro enrojeció de vergüenza— q-q-que no era una ni-niña...

Chuuya pestañeó sin comprenderlo del todo, pero al ir encajando las piezas consiguió hacerlo y, una vez más, un aura asesina se apoderó de él.

—¡¿En serio?! —bramó cargado de ira, y Akutagawa se sobresaltó—. ¡Juro que si vuelvo a ver a ese montón de desgraciados, les daré la paliza de su vida!

—¡No ha sucedido nada, Chuuya-kun! —se apresuró a decir Akutagawa—. ¡Llegaste justo a tiempo!

—Sí, pero si no lo hubiera hecho —Chuuya apretó la mano que tenía libre— las cosas serían diferentes y no quiero pensar en eso.

Lucía tan frustrado, tan triste ante la perspectiva de llegar tarde a una situación tan delicada como ésa, que Akutagawa no supo qué decir para ayudarlo a sentirse mejor.

Él siempre fue así: Pequeño, débil, aquejado por una enfermedad que lo volvía inútil en el aspecto físico y, para el colmo, introvertido y sin saber expresarse. Pero nada de eso parecía molestar a Chuuya, quien no dudaba en protegerlo y en pasar el tiempo con él sin importar lo que pudiera atravesar, sin importar que sería el blanco de los regaños y castigos de los adultos.

¿Por qué Dios lo odiaba tanto al punto de haberlo creado tan patético y sin poder defenderse a sí mismo? Si al menos pudiera plantar cara a los abusadores, Chuuya no sería castigado tan seguido.

Aun así, lo que más lo sorprendía era que Chuuya no lucía desanimado cuando se metía en problemas por culpa de él; era fuerte, y seguía apreciándolo a pesar de todo.

Chuuya no era solo un amigo muy querido, era un ángel de la guarda.

—Y tú —dijo Chuuya de pronto, e irrumpió sus cavilaciones—. ¿Cuántas veces he dicho que no vayas solo al parque? ¡Nunca entiendes!

Le dio un golpecito en la coronilla a modo de reproche, y los ojos de Akutagawa dejaron caer las lágrimas que había intentado contener.

—¡E-Es que...! —no, en realidad no tenía una excusa que presentar, así que permitió liberar al llanto que guardaba en el pecho y se abrazó a su amigo.

Chuuya suspiró y correspondió al abrazo sin decir nada más. Solo permaneció allí de pie, con los brazos rodeando a Akutagawa, y dejando que éste se desahogara todo lo que quisiera.


Cuando ambos llegaron al hogar de Akutagawa, éste supo de inmediato que nadie más se hallaba en casa.

«Los zapatos de mamá no están en el genkan. Quizás salió a hacer las compras junto a Gin-chan...»

Mientras se descalzaba, Chuuya hizo lo mismo y miró alrededor.

—Las dalias —lo oyó murmurar.

—¿Eh?

Akutagawa alzó la vista, y vio un jarrón de dalias rosas situado sobre el mueble donde se hallaban los zapatos y el teléfono fijo.

—¡Ah! —recordó—. La dalia del jardín finalmente ha florecido, y mamá creyó que sería bueno colocar las flores aquí.

—Es una lástima —dijo Chuuya, quien no lucía muy feliz—. Hubiera estado mejor si no cortara las flores.

Akutagawa no comprendió por qué su amigo parecía tan molesto por algo así. A veces, las cosas que atravesaban su cabeza no tenían sentido, al menos no para él, y tenía mucho miedo de preguntar.

—Chuuya-kun...

Tras un último bufido, Chuuya acabó por descalzarse y lo acompañó a la cocina con el silencio una vez más presente.

Una vez allí, Akutagawa se estiró para alcanzar el botiquín, de donde extrajo un poco de alcohol, gazas y una cinta.

En la pelea anterior, Chuuya había sido lastimado en la mejilla y había quedado un rastro de sangre que estaba comenzando a secarse.

Una vez que el objeto estuvo en sus manos, Akutagawa extrajo también algodón y trató de recordar la forma en la que su mamá trataba las heridas que Chuuya se hacía con cada pelea.

«Creo que es así...»

Humedeció el algodón y, sin decir nada, lo pegó a la mejilla herida de Chuuya.

—¡Duele! —gritó éste de inmediato—. ¡Ow, ow, ow!

—Mamá dice que si no duele, no sirve —dijo Akutagawa con calma—. Sujétalo un momento.

A regañadientes, Chuuya obedeció pero conservó la atención fija en su amigo, que se encontraba rebuscando en el botiquín con avidez.

—Oye, Ryu-chan, ¿Qué piensas hacer? —preguntó con tono consternado.

Akutagawa despegó la cinta y juntó un poco de gaza.

—Creo... creo que esto es lo siguiente —murmuró con inseguridad, y miró a Chuuya—. Chuuya-kun...

Éste se dejó hacer mientras Akutagawa intentaba cubrir la herida con la gaza, pero a causa de la obvia inexperiencia de Akutagawa para ese tipo de cosas, había acabado con mucha gaza y poca cinta, así que ésta caía con facilidad. Alarmado, Akutagawa intentó remediarlo con más cinta y, en consecuencia, Chuuya acabó con el rostro casi completamente cubierto por ella.

—¡Chuuya-kun es una momia!

Una venita palpitaba en la frente de Chuuya, pero no se atrevió a regañarlo, no cuando era la primera vez en mucho tiempo que veía a Akutagawa reír con tanta sinceridad.


Mientras esperaban a que la madre de Akutagawa retornara a casa junto a Gin, ambos tomaron asiento en el corredor que guiaba al exterior, con los pies descalzos colgando del borde y disfrutando de sandías.

El jardín de Akutagawa era inmenso, repleto de plantas y flores de todo tipo. Lo que más llamaba la atención era la planta de dalia situada al centro de todo presumiendo sus flores de color rosa. Chuuya no podía apartar los ojos, maravillado.

Esa dalia, sabía, no había florecido jamás... hasta ahora, y eso se ganó su curiosidad.

—Es linda, ¿Verdad? —preguntó Akutagawa.

Chuuya asintió con la cabeza, con una expresión solemne.

No lo había dicho jamás, pero cuando sus padres fallecieron en aquel trágico accidente un par de años atrás, una multitud de dalias brotaron en el sitio exacto en el que perdieron la vida. Cuando lo supo, pasmado a causa de la peculiaridad de este hecho, su abuela remarcó que sus padres quizás habían buscado la forma de continuar entre los vivos para seguir a su lado en forma de flores.

Akutagawa no conocía esa historia, y es que Chuuya no quería depositar sobre él la carga de sus propias tristezas. Por eso, al ver el jarrón, incluso si sabía que no eran las mismas dalias, no fue capaz de contener el enojo.

—¿Por qué habrá florecido? —preguntó—. ¿No dijiste que no podía hacerlo?

Akutagawa se encogió de hombros.

—Mi mamá dice que es un milagro.

Chuuya frunció el ceño.

«O una señal».

Akutagawa balanceaba las piernas desde el borde con aire distraído. Chuuya a veces lo veía de soslayo y, cuando notaba que alguna semilla se había pegado a la mejilla ajena, se dedicaba a limpiársela con cuidado.

—Chuuya-kun, ¿Crees que, cuando crezcamos, seguiremos así?

El aludido arqueó las cejas.

—¿A qué viene esa pregunta?

Akutagawa vaciló un poco y, cuando reunió el valor, lo miró a los ojos.

—¿No es molesto estar conmigo todo el tiempo?

En esos ojos grises había un rastro de profunda tristeza que no se veía capaz de expresar, y Chuuya se preguntó qué preocupaciones habría en esa cabecita.

—¿Por qué habría de serlo? —estiró los brazos y le jaló las mejillas un poco a modo de reproche—. Estás pensando mucho en estas cosas inútiles.

—P-Pero...

Chuuya suspiró y lo soltó.

—Ryu-chan, tú eres mi mejor amigo, y me gusta pasar el tiempo contigo —dijo volviendo la vista al frente—. Eres el único con el que me gusta estar.

Los ojos de Akutagawa se iluminaron, y se acercó un poco más a él.

—¿De verdad?

—¿Por qué habría de mentir, tonto?

La sonrisa que demostró pareció aliviar un poco a su amigo.

Chuuya tampoco era un idiota, y sabía que Akutagawa detestaba ser tan débil en comparación, por este motivo evitaba tocar el tema. Sin embargo, estaba siendo honesto. Cuando estaba con él, no tenía miedo de ser él mismo. Sentía que Akutagawa era todo lo que necesitaba para ser feliz.

—Entonces, Chuuya-kun, ¿Prometes estar siempre a mi lado?

Éste entrelazó los dedos con los ajenos, sellando una promesa.

—¿Qué clase de pregunta tan obvia es ésa? ¡Lo prometo!


[Pasaron algunos años, y ambos fueron inseparables en todo momento...]

Cuando Chuuya acabó de vestir el uniforme y se asomó a la ventana, notó que Akutagawa ya se hallaba esperándolo abajo. Sin ser capaz de contener su emoción, bajó a toda prisa, tomó el bentō que su abuela le había preparado para el almuerzo, y abandonó su hogar a toda prisa.

—¡Ryu-chan!

Akutagawa elevó la mirada y su expresión se suavizó.

—Chuuya-kun, buenos días.

—¡Buenos días! —se inclinó a observar el pequeño llavero con forma de dalia rosa que colgaba de la mochila de su amigo, y sonrió. Chuuya se lo había regalado como amuleto de buena suerte pese a que claramente no era uno, y estaba feliz porque Akutagawa lo utilizara incluso si pareciera un detalle propio de chicas—. ¿Estás listo para tu primer día de clases en la preparatoria?

Akutagawa vaciló, y Chuuya fue capaz de ver que todo su cuerpo se tensaba a causa de los nervios.

—No estoy seguro —admitió Akutagawa—. A decir verdad, tengo miedo.

La sonrisa se borró del rostro de Chuuya de inmediato.

El año anterior, Akutagawa había tenido muchos problemas con sus demás compañeros, quienes aprovecharon que Chuuya ya se había graduado para convertir cada día en un infierno del que solo fue capaz de escapar una vez que las clases llegaron a su final. Estaba claro que las heridas todavía no terminaban de cerrarse.

Chuuya, quien aún se sentía culpable por no haber podido hacer mucho por él en esos días, suspiró y se frotó la nuca con el ceño fruncido.

—Mira, Ryu-chan, sé que el año pasado ha sido muy difícil para ti, pero ahora estarás a mi lado ¿vale? Así que no tienes que preocuparte —apoyó la mano sobre el hombro de Akutagawa para transmitirle su apoyo—. Si alguien se atreve a hacerte daño, tendré que profesar mi rol de senpai para enseñar a los demás a no tocarte —añadió con una sonrisa cargada de orgullo.

Akutagawa finalmente fue capaz de sonreír.

—Chuuya-kun... —murmuró—, no sé cómo decirte esto, pero —lo observó de pies a cabeza— luces realmente genial.

El ego de Chuuya se infló hasta alcanzar los cielos.

—¿Verdad? —dijo emocionado—. ¡El gakuran me hace lucir mil veces mejor!

Akutagawa asintió, concordando por completo, y Chuuya se sintió afortunado de tener un amigo capaz de entenderlo.

Ambos avanzaron a través de las calles con destino a la escuela sin prisa. La salud de Akutagawa no permitía que caminaran con mucha rapidez.

—Por cierto —dijo Chuuya viéndolo de soslayo—. Una vez que se abran los clubes, ¿Sabes a cuál pertenecer?

—No estoy seguro —respondió Akutagawa—. Aún es muy pronto para decidir ya que no he visto las opciones, pero —vaciló un poco— si hubiera uno dedicado a la caligrafía, o a la literatura clásica, es probable que me una.

Chuuya sonrió.

—El club de caligrafía no tiene muchos integrantes, pero cada año van a la competencia nacional y suelen quedar entre los primeros lugares. Creo que te iría bien.

—¿En qué club te encuentras tú? —preguntó Akutagawa con curiosidad.

—En el de artes marciales —dijo Chuuya—, y este año pienso ingresar, además, al comité estudiantil.

—¡Eso es asombroso!

Chuuya le dedicó una sonrisa radiante.

No lo diría abiertamente, pero el año anterior, en el que tuvo que estar por sí mismo, lo había extrañado mucho. Ahora que Akutagawa estaba en la misma escuela que él se sentía capaz de soportar cualquier cosa, incluso...

Incluso a Dazai.


Akutagawa había hecho lo posible para conservar la serenidad lo mejor posible frente a Chuuya, pero aún se sentía intimidado ante la perspectiva de conocer a gente nueva y convertirse en el blanco de los abusones.

Había intentado practicar artes marciales con el fin de defenderse, pero tan solo una semana luego de haber iniciado las clases, el esfuerzo físico resultó más del que su cuerpo era capaz de soportar y acabó colapsando.

Nadie sabía, o era capaz de imaginar, lo mucho que se detestaba a sí mismo.

Ni siquiera Chuuya.

—Esas flores que llevas ahí son muy bonitas.

Las cavilaciones de Akutagawa se vieron irrumpidas cuando un chico desconocido se dirigió a él admirando el pequeño ramo de gloxinias que tenía en las manos. El maestro titular le había pedido ir al invernadero en busca de algunas flores para situarlas en el jarrón del escritorio, y él había escogido ésas ya que, gracias a su color vibrante, lucirían perfectas en el salón de clases.

—Son del invernadero —replicó él, cohibido, haciendo lo posible para permanecer alejado—. Debería decírselo a los encargados, no a mí.

El chico soltó una risa por lo bajo.

—Supongo que tienes razón.

Akutagawa evitó cualquier contacto visual. No quería meterse en problemas, así que tenía la atención enfocada en el suelo. A causa de esto, no fue capaz de notar a los estudiantes con los que se cruzó en un pasillo, quienes lo empujaron por accidente y ocasionaron que tropezara y dejara caer el pequeño ramo al suelo.

«Ah».

—¡Lo sentimos! —dijo uno de ellos, y pretendía acercarse a ayudarlo pero, al ver al chico que lo acompañaba, palideció y se retiró a trompicones.

Akutagawa no reparó en ese detalle, ya que se había inclinado a recoger las flores con cuidado de no dañarlas.

Entonces, el otro chico se acuclilló frente a él y recogió otras más.

—Gracias, no necesitaba hacerlo —dijo Akutagawa una vez que consiguió reunirlas todas de nuevo.

El desconocido sonrió.

—Pero lo hice porque quería —replicó—. Eres de primer año, ¿No? Jamás te había visto.

Akutagawa pestañeó y asintió con la cabeza.

—Exacto.

—¿Cómo te llamas? —preguntó el chico con curiosidad—. Mi nombre es Osamu. Dazai Osamu.

Akutagawa sintió que había oído ese nombre en algún lugar, y se obligó a verlo al rostro. Al notar la expresión gentil que traía puesta, su corazón dio un brinco y se halló a sí mismo tartamudeando la respuesta.

—S-Soy... Akutagawa Ryuunosuke —dijo de forma atropellada.

Dazai tomó una de las flores que Akutagawa tenía entre los dedos y, con delicadeza, la colocó en los cabellos negros del tembloroso chico de primer año.

—Entonces, Akutagawa-kun, es un placer conocerte.

Por algún motivo extraño, Akutagawa notó que todo su cuerpo irradiaba calor, al punto que sus mejillas quemaban. Ese simple contacto, un roce ínfimo que podría pasar desapercibido por cualquiera, consiguió acelerar su corazón. Los ojos grises, iluminados por un nuevo sentimiento, uno que no había experimentado jamás, se enfocaron en Dazai con adoración.

Ese día, Akutagawa experimentó el amor a primera vista.