La Forja Del Propio Destino.

Capítulo 1:

"Noche sangrienta, noche de presagios"

Antes que nada, me gustaría dar una pequeña explicación. Esta historia ha nacido de la admiración que siento por "The Black Dragon Society" y "The Chaos Era", propiedad de Shougo Amakusa y Misanagi, que hoy por hoy es toda una referencia para mí.

La historia empieza un par de meses después del Revenge Arc, pero he omitido la parte final, en que Kenshin y Kaoru se casan, Sano se va … y he supuesto que después de la saga de Shishio sucedía la de Shimabara, y seguidamente el Revenge Arc. He mezclado el manga y el anime porque lo veo más completo así. Además, he hecho que Sayo no muera, sino que se marche con su hermano y los cristianos a ¿Holanda?. Eso se sabrá a medida que vaya avanzando la historia.

Así que es un tributo a todo fan de Rurouni Kenshin y en especial a Shougo Amakusa, un maestro para mí en las tareas de escritor. Ojalá quien lo lea lo disfrute tanto como yo escribiéndolo.

Ginevre.

Aquella era la noche más oscura que cualquier hombre fuera capaz de recordar. Inmensos nubarrones azabache cubrían con su amenazador manto todo el cielo allá donde se posara la mirada del curioso observador, inexistente ahora, pues nadie deseaba arriesgar su alma tratando de discernir siquiera alguna pequeña estrella empecinada en no ceder su magnífico y efímero reinado nocturno a aquél cúmulo de tormentosa negrura. Quizá esta le sería arrebatada por algún maleficio, fruto de la ira de un despiadado dios del miedo y las tempestades.

Mas, ¿nadie?. Craso error. En algún tortuoso y recóndito camino, a caballo entre Kioto y Tokyo, esto último nunca mejor expresado, un vetusto carruaje, tan viejo como el decrépito abuelo que se afanaba en guiarlo, se empeñaba en mantenerse firme agarrándose con fuerza al accidentado suelo, sin cesar de avanzar en ningún momento, por ningún motivo.

El incesante balanceo del otrora magnífico transporte tenía un doble efecto en su ocupantes: calmaba sus agitados corazones, siendo el único nexo aparente con la terrenal existencia; y malograba sus maltratados cuerpos presa de los continuos golpes que no podían ser evitados más que dando por finalizado aquel horrible viaje, cosa que en modo alguno todos aquellas personas estaban dispuestas a aceptar, pues cada cual tenía un preciado destino donde alcanzar su merecido descanso.

El cochero se afanaba en otear el horizonte lo más lejos que podía , a través de unas ajadas lentes que daban a su peculiar semblante una apariencia ardilluna. Un par de metros era la única distancia posible de controlar a través de la espesa y fantasmagórica niebla que se arremolinaba a todo su alrededor, siendo más densa cuanto más cerca se hallaba del suelo. Por un momento trató de observar los cascos de los caballos, y una sensación de estar guiando una manada de fantasmas se adueñó de sus engañosos sentidos, pues las patas de todos aquellos equinos le eran totalmente invisibles, haciendo pensar en algún raro desplazamiento por arte de nigromancia.

En algún momento, el contacto de la inmensa cantidad de rocas que aquel hombre se veía totalmente incapaz de esquivar, debido a la imposibilidad de descubrirlas con la antelación suficiente, amenazó con volcar el carruaje.

Cochero (pensando): ¿Es que nunca nadie en su vida se ha preocupado por mantener en condiciones el dichoso camino?. - Trataba de controlar las riendas de los cuatro caballos, a los que sólo mantenía en marcha la fusta, que no dejaba de golpearles para que superaran su miedo a tal oscuridad – Esos dos tienen la culpa. No podíamos pasar la noche al abrigo del albergue, no los señoritos han preferido fastidiarme. Claro, como las inclemencias de este maldito temporal las he de soportar yo... – renegó refiriéndose a los dos ocupantes del carruaje – Sobre todo ese de penetrantes ojosnegros – Al decir esto sintió un escalofrío. Nada más recordar su mirada sentía temor – Al menos no se quejan de lo accidentado del viaje.

Fustigó de nuevo a los caballos y volvió a perderse en sus pensamientos.

Mientras tanto, dentro del vehículo se estaba desarrollando una peculiar escena, a juzgar por el extraño comportamiento de uno de sus protagonistas.

Sujeto 1 (visiblemente interesado): ¿Un samurai llamado Himura? ¿No se tratará de Battousai Himura?.

Sujeto 2 (a medias sorprendido, pues no esperaba que le resultara familiar aquel nombre a su interlocutor): El mismo, caballero. Aunque debo decir que él ya no se hace llamar por ese nombre. Su verdadero nombre es Himura Kenshin. ¿Le conoce?

Al escuchar esto, el primer sujeto rebulló en su asiento. Por un momento su semblante delató inquietud, pero fue tan efímera que bien podrían haberse tratado de imaginaciones del que lo observaba.

Sujeto 1 (resuelto finalmente a contestar, empeñado en aparentar una cortés indiferencia): No personalmente, pero, ¿quién no ha oído hablar alguna vez del famoso asesino del gobierno Meiji?

Sujeto 2 (expresando indignación): Es posible, pero yo no pienso en él de esta manera, sino como el hombre honesto y bondadoso que dio a mi padre un motivo por el que vivir, una nueva ilusión. Aunque no he tenido el placer de conocerlo personalmente, él jamás será un asesino para mí, ¡jamás!. - Dicho esto, se sumió en un profundo silencio, reticente a continuar una conversación con alguien que intentaba echar por tierra su particular visión del hombre que más había admirado a través de su padre.

Sujeto 1 (pensando): ¡Maldita sea! ¡Por muy poco no lo he echado todo a rodar!. Me es imprescindible conseguir que me lo cuente todo, debo saberlo todo de él y de su vida, y recordar cada uno de sus movimientos, su manera de hablar… - Observó detenidamente a su interlocutor, aprovechando que este había fijado su mirada al frente, haciéndole entender que la charla se había dado por zanjada. Algo en él llamó curiosamente su atención - ¡Lleva guantes de cuero negro!. Es extraño... mas... debe ser alguna rara costumbre adquirida en una de sus numerosas estancias en países extranjeros. Yo mismo he adoptado como propias manías tan excéntricas que escandalizarían a más de uno en este decadente país anclado en el maldito pasado. Pero este no es momento para distraer mi mente con tonterías. Un gran plan está empezando a cobrar forma en mi mente, y no puedo echarlo por tierra ahora. Debo encontrar la forma de hacerle continuar.

Sujeto 1 (ahora en voz alta, con un ademán de disculpa, intentando apaciguar al otro sujeto, sin mucho resultado al principio): Realmente lo siento, créame. No era mi intención ofenderle, nada más lejos de mis deseos. Por favor, continúe, me interesa seriamente su historia.

Al oír esto, el otro personaje, ya más calmado, decidió proseguir con su relato. En ese instante, el estrépito de un trueno marcó el comienzo de una intensa lluvia en el exterior del carruaje.

Cochero (cubriendo su cabeza con un raído sombrero, mucho más apropiado como colador que a modo de paraguas): ¡Mil rayos!. ¡Ahora llueve!

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En el dojo Kamiya.

Kaoru (observando tristemente el exterior): ¡Oh, está lloviendo! – dijo mientras cerraba la ventana de su cuarto a toda velocidad - ¡Qué pena! ¡No podremos asistir a la fiesta del pueblo!. ¡Estaba tan ansiosa por bailar con él...!. ¡Voy a decírselo a todos!

Salió apresuradamente de su habitación, recorriendo el pasillo del dojo a la carrera, a la vez que gritaba a pleno pulmón.

Kaoru: ¡Kenshin!, ¡Kenshin!, ¿Dónde estás?. ¡Sano!. ¡Yahiko!. ¿Dónde andáis metidos?.

A la par que esto sucedía, Kenshin salió de su cuarto, conversando animadamente con Sanosuke. Kaoru no pudo frenar su carrera y chocó con el pelirrojo samurai, quien quedó visiblemente asombrado. La chica estuvo a punto de caer, pero Kenshin fue más rápido y la sujetó firmemente por la cintura, evitando un fatal encontronazo con el duro suelo.

A pesar de que ya no existía el peligro de caída, Kenshin mantuvo a Kaoru entre sus brazos. Con su mano izquierda la sujetó decididamente pegada a su cuerpo. La observó con una ternura tal que la joven muchacha tiñó sus mejillas de un inocente rubor, cosa que al experto samurai le hizo sonreír, embelesado. El dorso de su mano derecha se deslizó suavemente por la sonrosada mejilla.

Kenshin (dulcemente): ¿Qué gran demonio te persigue haciéndote correr de esa manera?.

Por un momento, Kaoru perdió el hilo de sus pensamientos. Kenshin tenía el don de transportarla al séptimo cielo con su especial modo de tratarla. Esa sensibilidad, esa ternura, ese amor … y a la vez esa madurez que la hacía sentir tan segura …

Kaoru (susurrando): llueve … - No pudo continuar, ya no le interesaba lo que había venido a decirle. De pronto sólo deseaba una cosa – Kenshin, dímelo – pidió al samurai con voz melosa.

Al presenciar esta escena, Sanosuke no pudo evitar recordar a Sayo, tan lejos ahora, en Holanda, al lado de su hermano y los demás cristianos. Últimamente su recuerdo le asaltaba demasiado a menudo, entristeciéndolo y desanimándolo.

Por un momento, mostró un semblante serio y preocupado, pero rápidamente ocultó su tristeza y dijo en tono de burla:

Sanosuke: Kenshin, me alegro de comprobar que por fin la tienes domada, esta noche dormiré tranquilo. Os dejo, os habéis vuelto demasiado empalagosos para mí.

Dicho esto, comenzó a alejarse para salir al exterior del dojo.

Kenshin (soltando a Kaoru delicadamente): ¡Espera, Sanosuke! ¡Voy contigo! – Dio media vuelta y ya iba a seguir a Sano cuando volvió a girarse hacia Kaoru y la besó dulcemente susurrándole al oído – Te amo. – Volvió a besarla – Después hablamos. Dicho esto, se alejó en pos de Sanosuke.

Kaoru no acertó a decir ni una palabra, se giró, sonrió y regresó a su cuarto, caminando cual si flotara sobre algodones.

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Mientras tanto, en el carruaje seguían conversando los dos sujetos.

Sujeto 1: ¿Y cómo ha dicho usted que se llama?

Sujeto 2 (con un tono de inmenso orgullo en su voz): Saiko Watashi. Soy el último miembro del clan Saiko, una de las familias más ricas de Kioto. Sobre esto quiero hablar con Himura, le entristecerá mucho saber que han asesinado a mi padre, lo sé. Ahora sólo quedo yo, ya que no tengo esposa e hijos a quien legar mi estirpe y mi fortuna.

Sujeto 1 (mostrando un cortés interés por la historia de su interlocutor): ¿Y dice que jamás ha visto personalmente a Himura?

Watashi: Por desgracia no, por eso tengo tanta impaciencia por llegar a Tokyo. Mi padre me habló tanto y tan bien de él, que me muero por conocerlo.

Llegados a este punto, en la cara del primer sujeto se dibujó una sonrisa socarrona que intentó disimular.

Un relámpago especialmente intenso iluminó por completo el carruaje, semejando que había amanecido de pronto. Watashi quedó muy sorprendido, decidiendo mirar por la ventana para comprobar si todavía llovía en el exterior. El otro personaje vio en este momento la oportunidad que llevaba esperando mucho rato ya, y que tan fríamente había maquinado desde el preciso momento en que la fortuna había puesto a su merced, al principio de aquel viaje, al sujeto que con tanto ahínco había etado buscando desde hace tiempo, sacó lentamente de uno de los bolsillos ocultos de su kimono una pequeña daga aprovechando que el otro permanecía con su atención concentrada en la tormenta, y esperó. Tal y como él había previsto, unos segundos después se produjo el sonido de un trueno estremecedor. En ese momento se abalanzó rápidamente sobre Watashi y le apuñaló varias veces por la espalda. El grito desesperado de Watashi quedó ahogado por el fragor del trueno. El otro hombre lo giró hacia él de un fuerte tirón y esta vez le asestó una puñalada certera en el corazón. Watashi murió en el acto sin pronunciar palabra.

El hombre, carente de emoción alguna, depositó el cadáver en el asiento y sonrió.

Sujeto 1: Takahashi Mamoru, acabas de convertirte en Saiko Watashi. – Sus ojos adoptaron un matiz de enajenación o locura al decir Japón, pagarás caro lo que me hiciste, y especialmente tú, Kamiya Kaoru, pagarás una y mil veces el haberme humillado. Y en cuanto a ti, Himura … ya veremos lo que hago contigo.

En el exterior del carruaje arreció la tormenta.

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En el dojo Kamiya.

Sanosuke permanecía sentado en el porche con la mirada fija en un punto que sólo él podía ver. Kenshin lo alcanzó en unos momentos, mas notando la actitud abstraída de su mejor amigo, se sentó a su lado silenciosamente, decidiendo esperar. Fijó su vista en la rítmica lluvia y su mente, poco a poco, se perdió en divagaciones.

Pensó en lo que había sido su vida, en su primera etapa como hitokiri, luchando por conseguir una vida mejor para la humanidad, un futuro prometedor para Japón en el que no tuvieran cabida el dolor, la pobreza o la enfermedad como la que le arrebató a sus padres, sus queridos padres, de los cuales apenas ya nada podía recordar, excepto que le habían amado con todo su corazón, al igual que él a ellos ; y en su vida presente como rurouni, con la firme promesa de no volver a matar, con el único deseo de hacer felices a los seres que ama. Por un momento se sintió frustrado. Él luchaba por un mundo mejor, pero sentía que ese mundo seguía su propio destino, hiciera lo que él hiciese. La lluvia que caía incesantemente era una prueba de ello. ¿Tenía verdaderamente sentido su lucha interior contra aquel hitokiri que le acechaba en lo más recóndito de su mente? Si esa era su verdadera naturaleza, ¿podría derrotarla alguna vez por completo?

Sano (golpeando uno de los pilares del porche repentinamente): ¡Ya no puedo más! ¡Maldición! ¡Me siento impotente!

Kenshin volvió a la realidad de pronto y tan sólo acertó a decir: ¿Orooooo?

Sano (mostrando una profunda melancolía que dejó al otro samurai preocupado, aunque hacía tiempo que se revelaba usual en él, a pesar de que este ponía todos sus mejores esfuerzos por ocultarla para no preocupar a sus queridos amigos): Su recuerdo se ha adueñado de mi vida, Kenshin. ¿Ves toda esta lluvia? Eso es lo que hay constantemente en mi corazón, lluvia fría, que me ahoga lentamente. Y ni siquiera sé si ella me ama también; de hecho ni siquiera sé si me recuerda.

Kenshin (mirando a Sano con actitud preocupada y sorprendida a la vez): Ni siquiera te reconozco, Sanosuke, esa actitud derrotista no es propia de ti. ¿Dónde está ese hombre despreocupado, bohemio y rudo que todos conocemos?

Sano (adoptando una actitud triste): Casi se me muere en los brazos, Kenshin, y luego se la llevaron tan lejos de mí, sin poder hacer yo nada por evitarlo. No me dieron tiempo de averiguar qué sentía ella por mí, pero qué más da, si jamás volveré a verla.

Kenshin (tratando de mostrarse positivo): Quizá deberías ir en su busca.

Sano (mostrando una seriedad inusual en él): En mi vida he sentido miedo por nada. Me enfrenté contigo porque luchar contra ti era un reto, y me enfrentaría a cualquier otro sólo para ver hasta dónde soy capaz de llegar, pero esto es diferente. No sabría cómo comportarme ni qué decirle; a su lado sólo soy un don nadie, rudo, como tú has dicho, y ella es tan delicada … Me siento perdido, muy perdido.- dijo negando con la cabeza.

Kenshin (sintiendo supurar una vieja herida en su corazón, muy lejos todavía de poder ser sanada por completo): Yo no soy quién para dar consejos a nadie, bien sabes que he cometido grandes errores en mi vida, pero lo que jamás he podido hacer es quedarme impasible ante los problemas que se me han presentado. Decide buscarla o no, pero si sigues dudando pasará el momento y la vida tomará por ti la decisión que tú no has sido capaz de tomar, y entonces tan sólo te quedará aceptar lo que te ofrezca, nada más.

Sano (lleno de ira): ¡Para ti es fácil! ¡Kaoru se desvive por ti, y la tienes a tu lado, no a cientos de kilómetros, como yo!

Kenshin (seguro y decidido): Eso es cierto, pero tú también has estado a mi lado durante todo este tiempo y eres consciente de que casi la pierdo. Nuestra vida no ha sido fácil, la mayoría del tiempo por mi culpa, y me temo que la forma de vivir que elegí me acompañará por siempre. Soy un samurai, yo lo sé, y también demasiada gente que no es capaz de olvidarlo, para bien o para mal.

Sano (observando a su amigo con semblante preocupado): No te entiendo, Kenshin. Noto en tus palabras una inquietud, como si hubiese algo que te preocupa.

Kenshin (extrayendo de uno de los bolsillos de su kimono un papel cuidadosamente plegado y ofreciéndoselo a Sano): esto es una carta de Saito Hajime, léela y comprenderás.

Sano concentró toda su atención en el pergamino que acababa de coger de las manos de su amigo y comenzó a leer para sí:

" Saludos, Himura Kenshin. No me extenderé en formalismos, ya que cosas tales como tu estado de salud sólo te incumben a ti y a tu mujer . Sin embargo, os deseo lo mejor, lo sabes.

A lo que vamos. Desde hace dos meses, están atracando en los puertos más importantes de Japón multitud de barcos cargados de acero y otros metales semejantes. Todas y cada una de las veces, los descargan haciendo pública descaradamente la naturaleza de la carga. Todo esto ha despertado la curiosidad del Gobierno y he sido convocado a investigar el destino que se da a estos metales y quién dirige todas estas operaciones. Yo mismo he hecho las pesquisas en Tokyo y Yokohama, y mis ayudantes se han encargado de las demás ciudades. El resultado es de lo más interesante: nada. Es como si la tierra se tragara toda esa carga, no hemos podido averiguar qué es de ella, ni su destino, ni a quién va dirigida. Interrogamos una vez tras otra a los capitanes de los barcos que la transportan y la respuesta de todos ellos es unánime. Tan sólo saben que la carga procede de Alemania y que les pagan bien por no hacer preguntas.

Sea quien sea el que está detrás de todo esto, es evidente que se está burlando de nosotros.

Por otro lado, coincidiendo con el inicio de la llegada de estos materiales, han comenzado a desaparecer los maestros armeros más diestros de Japón. Nuestras pesquisas han dado el mismo resultado: nada, ni siquiera sus familias pueden darnos una pista, al menos por ahora.

Para el Gabierno, la asociación de estos dos hechos aparentemente aislados es evidente, y yo soy de la misma opinión. Ellos temen la aparición de un nuevo grupo que se está armando para derrotarles y que les ha advertido para demostrarles la confianza en su propia superioridad. Temen un conflicto armado a nivel nacional, y pretenden advertir a estas personas, al igual que han hecho ellos, que no se van a limitar a esperar los acontecimientos.

Me han encomendado la misión de crear una escuadra de elite que se encargará de mantener el orden en el país, y que operará al margen del ejército, digamos que serán las fuerzas especiales del Gobierno Meiji. Sus comandantes seremos, si aceptan, Shinomori Aoshi, Seta Soujiro, tú y yo.

Nuestra misión principal será descubrir y desmantelar esta organización que amenaza el nuevo orden en Japón.

Piénsalo y decídete pronto, Himura, quizá el futuro de Japón esté de nuevo en nuestras manos. Te visitaré pronto para contarte los detalles y resolver tus dudas, y para entonces espero una respuesta.

Saito Hajime. "

Sanosuke (sacudiendo la cabeza lentamente): Me temo que sea cual sea tu respuesta, la tranquilidad de Japón está llegando a su fin.

Kenshin (con semblante preocupado): Me acabas de leer el pensamiento.

Sano (cerrando los puños, repentinamente furioso): ¿Cómo se atreve ese desgraciado a dejarme fuera?. Sí, que venga, y que me diga a la cara que no quiere contar conmigo. Y cuando le haya partido todos los huesos, que se atreva a repetírmelo.

Kenshin (tratando de ocultar la pequeña sonrisa por la, típica de viejos y distintos tiempos, reacción de Sano): Cálmate, Sano. Ahora, lo mejor es que descansemos. Mañana pensaremos con más claridad. – dio una palmada en el hombro del samurai, y, levantándose, se retiró a su habitación.

"La medida de la inteligencia de un individuo

la da la cantidad de incertidumbre que es

capaz de soportar"

Immanuel Kant

Aclaración de la autora:

Kenshin no está casado con Kaoru. Saito con sus palabras puede llevar a confusión, pero a lo que se refiere es que Kaoru es la mujer que Kenshin ha elegido para compartir su vida (parece que Kaoru no pinte mucho en esto, ¿verdad?).

Este fic lo comencé hace más de siete años, con mucha ilusión. Tengo escritos once capítulos. Después, por circunstancias personales, lo he tenido parado durante casi tres años. Lo único que puede hacer que lo termine sois vosotros. Si tiene reviews, lo terminaré. Mientras tanto, voy a colgar los once capítulos con la esperanza de que os guste.

Por favor, necesito reviews, porfa, ¡porfaaaa!.

Saludos, Ginevre.