1 de Julio de 1916.
Mi querida Mary,
He comenzado esta carta como seis veces ¿Diez, tal vez? Es posible.
Quizás es el saber que nunca leerás esta carta lo que me da el valor necesario para dirigirte estas palabras. En estos momentos me dirijo rumbo a Francia en un tren atestado de soldados. Algunos de ellos les da por entonar canciones, otros por contar historias de toda índole, cualquier cosa es suficiente para intentar serenar la mente antes del gran momento por el que estamos todos a punto de pasar, en mi caso, tu recuerdo es lo único real capaz de hacerme olvidar por un segundo el miedo que siento. Pero no puedo evitarlo. Las noches aquí son largas y duras, el silencio es el mayor de tus enemigos, te come por dentro mientras te hace pensar, pensar en cuanto durara todo esto, pensar en lo que dejaste, pensar en lo que habrá a tu vuelta. ¿Seré el mismo hombre que conociste? Siempre he pensado que soy del tipo de hombre que hace lo correcto pero el miedo a no reconocerme, a que tú no me reconozcas hace que la sola idea sea insoportable. Entonces sostengo con fuerza tu guante, si, ese mismo, aquel que pensaste extraviado en la fiesta de mi despedida, disculpa a Ana por la pequeña mentira que le hice inventar, todo es por mi culpa, algún día te lo devolveré si soy capaz de dejar de pasar las horas muertas oliendo tu perfume en él o trazando con mis dedos tus iniciales bordadas en el reverso. Muchas veces me despierto sobresaltado recordando nuestra última conversación, nunca debimos despedirnos de esa manera, ninguno de los dos lo merecía y ahora me parece imposible que ninguno de los dos formemos parte de la vida del otro ¿Puede ser eso posible Mary? ¿Podremos ser felices algún día de esta manera? Mi mente batalla contra mi corazón buscando esa respuesta, demasiadas cicatrices nos separan y aun así no puedo desengancharte por completo de mi vida aunque mi cabeza diga que te aleje con insistencia. Estoy cansado ¿sabes?, cansado de huir de ti.
Matthew
