Sara venía con las manos en puños. Sus ojos se veían rojos de la rabia que seguramente tenia contenida. Me hizo señas con el dedo para que me fijara en su mesa. Ella volvio acercarse y vi porque la razón de su enojo. El viejo rabo verde alcanzó a pincharle la nalga. Ella solo se removió con asco, pero siguió en su tarea.
Me puse mi charola en el hombro y me dirigí a mi mesa. Quien había inventado Hooters, era un desgraciado machista. Le daba crédito, si, el negocio no se escuchaba nada mal, pero odiaba que solamente nos sexualizaran a nosotras las mujeres. Raramente se veían hombres trabajando en este tipo de establecimientos. Dije trabajando, porque el lugar se llenaba más de hombres mañosos que de familias, pero no se podía culpar, sus mujeres viendo como a los cerdos se les iban las miradas. Si eso no era una imagen bonita y los uniformes no ayudaban, shorts naranjas casi a media nalga, blusas tres tallas mas pequeñas que las que normalmente usarías y delantales que apenas alcanzaban a tapar la rajada, claro, no querían llamar la atención.
Llegue a mi mesa y entregue las cervezas. Tres hombres que se veían recién salidos de su trabajo gritaban a la pantalla donde estaban pasando el partido de béisbol.
Con una sonrisa fui dejando las cervezas. Uno de ellos dirigió los ojos al escote de mi blusa. Al ver que me había dado cuenta, le alce una ceja y le negué con los labios apretados. El hombre río y se lamió los labios, y me hizo un gesto obsceno con su mano cerca de su boca. Le guiñe el ojo y le hice una mueca que mordería su pene si no quitaba los ojos de mis senos. Abrió los ojos sorprendido y regresó la mirada al juego.
Regrese por los bocadillos que habían ordenado y encontré a Sara en una esquina casi al borde del llanto.
Me acerque a ella.
En lo poco que llevaba trabajando aquí, le había tomado cariño a la chica, además era muy trabajadora. Estaba estudiando y solo este trabajo le ayudaba a costear la universidad.
—Te juro Elena, no sé si pueda aguantar más —me soltó a tiempo que tocaba su hombro.
—Déjame a ese cerdo a mi —le guiñe el ojo y tome una toalla que estaba detrás de la barra, tome un plátano, lo hice un churro y me la metí entre el short. Afloje mi delantal para que me cubriera al menos un poco. Sara abrió los ojos y se llevó la mano a la boca tratando de evitar reír. Tomé la charola, camine hasta la mesa que ella estaba sirviendo. El cerdo al verme se emocionó. Me incline y deje lo que había ordenado en la mesa. Al momento de darme la vuelta, sentí el pincho en mi nalga. Con una sonrisa me voltee y baje a su oído—. ¿Te gusta lo que ves? —lamí mis labios y el viejo se emocionó unos niveles mas arriba de lo que era permitido en público. Asintió casi desprendiéndose la cabeza del cuello—. Bien —le mordí la oreja y agarre su mano. La puse encima de la toalla, toda la excitación que estaba sintiendo se le bajó hasta los pies. Abrió la boca para reclamar, pero con mi otra mano le puse un dedo en los labios, con rudeza quiso mover su mano, pero no se lo permití —. Anda muñeco, el mío también quiere divertirse —avente su mano—. No vuelvas a tratar de pinchar las nalgas de mi mujer, si lo haces, te buscaré y te meteré está hasta que te quiebres, maldito cerdo. Ah, y quiero que le dejes una buena propina a mi chica —asustado me asintió y volteo su rostro a ver su plato.
Me voltee y volví a donde estaba Sara tratando de contener la risa.
—Ay Elena, de verdad eres única —siguió riendo—. Gracias.
Me removí la toalla con el plátano dentro y los aventé a la basura. Me volvi arreglar el delantal. Sara regreso a su mesa pero el hombre no volvio a molestarla. Odiaba a los malditos cerdos abusivos, eran cosas del trabajo que no aguantaba, pero en este maldito lugar era en lo único que me habían permitido trabajar.
Alce la mirada y vi a dos personas peculiares entrar en el restaurante. Mis ojos corrieron a un lado de sus cinturones, sus placas relucían como malditos faros de noche. Contando sus pasos suspiré resignada, me quite el delantal y los alcance a mitad del camino. Mi manager salió detrás del mostrador viendo cual era el problema. Le alcé una mano que yo me encargaria de eso. Los oficiales invadieron mi espacio.
—¿Elena Petrova?
—Si, esa soy yo.
Les indique con una mano que si podíamos salir, ya que fuera lo que me fueran a reclamar, era mejor a solas. Me dieron el paso y salimos del lugar. A un lado del restaurante cerca de los basureros ambos oficiales me miraban como si fuera una especie en peligro de extinción. Era un hombre y una mujer. No me imaginaba que había podido hacer ahora para enfadarlos, bien sabía que mi maldito record no estaba nada limpio. Desde adolescente en juvie y cuando había cumplido la mayoría de edad, en ligas mayores, tres años de prisión, dos cumplidos y uno en probatoria. Pero aun con ese record, no estaba haciendo nada malo, estaba cumpliendo con todo.
El hombre se me acercó y me vio a los ojos.
—No hay duda, son idénticas.
Al escuchar eso me adelante a hablar.
—Oficiales, miren, no se que los trae aquí, pero estoy cumpliendo con todo. No he faltado a mi probatoria, estoy viviendo en un apartamento aprobado por el oficial que asignaron a mi caso. Como saben, no consumo ninguna porqueria, nada, nunca lo he hecho, así que por eso no tienen porque preocuparse. El trabajo también es aprobado por la oficina —El hombre corrió sus ojos en mi atuendo—. Sí, el atuendo de mujerzuela también —le rodé los ojos.
La mujer me hizo un gesto de que hiciera silencio.
—Señorita Petrova, no estamos aquí por eso. Se trata de su hermana, Katherine.
—¿Qué hay con Kath?
Que podía estar mal con mi hermana, si ella era la viva imagen de la virgen del carmen, bueno, con pistola y una placa en mano. Pero igual, mi hermana era la buena, ella era la héroe de todo.
—Lamentamos decirle que la agente Katherine ha fallecido.
Me fije en un gato que estaba del otro lado de donde nos encontrábamos, buscaba comida en los basureros. La palabra muerte me toco hasta que el animal dio un salto, una rata lo había espantado. Trague saliva, mis manos estaban temblando y me encerré en una nebulosa que me estaba hundiendo poco a poco.
—¡¿Señorita Petrova, escucho lo que dijimos?! —el hombre me gritó de la forma que se le gritaban a los criminales.
Las lágrimas las sentí al caer en mis brazos, los cuales estaban cruzados.
—Lo sentimos mucho. Ella era una gran agente —dijo la mujer en un tono tan frío y poco convencible.
—¿Cómo pasó? ¿Cuándo?
Me llevé las manos a los ojos y me limpie las lágrimas con mucha fuerza. Mi nariz empezaba a moquear.
—Hace dos días. La hemos estado buscando por todas partes, hasta que dimos con este lugar.
—¿Cómo pasó? —el hombre me desvió la mirada cuando lo quise ver a los ojos, queria que me respondiera. Sus ojos eran fríos e intensos.
—Acompáñenos, en el camino le daremos más información.
—Solo debo recoger mis cosas —le dije queriendo darme la vuelta. La mujer me tomó del brazo.
—El oficial Mikaelson se encargará de eso. Ahora acompáñenos.
Asentí y me deje arrastrar por la mujer. En la patrulla el silencio nos acompañó. El hombre me veía sobre su hombro cada cinco minutos, tal vez estaba esperando que me soltara en llanto, pero no era que no me doliera, Katherine era todo en esta vida para mí, aún no creía que estuviera muerta. No, claro que no, todo se debía a una confusión. No podía ser cierto, además hacía una semana había estado en mi apartamento.
Flashback
Saco unas sodas del refrigerador. Regreso a la mesa. Me observaba como una madre. Me movió el pelo del rostro. Sus ojos esperaban que contestara, pero estaba concentrada en la lasagna que me había preparado. Cogí una servilleta y limpie mis labios. Ella lucía algo perdida.
—No te preocupes, me está yendo bien. Hey, Hooters es peculiar, además, no todo el tiempo llegan tipos asquerosos. Además la paga es muy buena, me ayuda con los gastos.
Rió y me gustó ver eso en ella. A pesar de que ambas éramos idénticas, siempre Katherine me había parecido más hermosa, más inteligente e interesante.
—Monster, termina tu comida —le volteé los ojos. Odiaba que me llamara así. El apodo que me había puesto, según ella de cariño, pero joder, lo detestaba—. Sé que estás pasándola bien. El oficial que lleva tu probatoria me dio buenas referencias tuyas.
—Ves, así que no te preocupes—Le dije con la boca llena de lasagna. Movió la soda y me fije en su dedo. Agarre su mano y ella sonrió—. Hija de puta, ¿cuando me ibas a decir?
El diamante resaltaba enmarcando sus finas manos. Me le quedé viendo, esperando a que la condenada me dijera algo.
—No es lo que piensas —le avente la mano enojada.
—¿Qué? El míster es uno de esos que no desean saber si su nueva prometida tiene familia convicta.
—Elena, no digas eso. Jamás pondría un hombre antes que a ti.
Alce los hombros como una chiquilla malcriada y celosa.
—¿Pues entonces porque te avergüenzas de mí?
—No es vergüenza. Es complicado.
Volvió a recoger mi cabello y lo puso de nuevo detrás de mi oreja.
—Yo deseo que seas feliz, Katherine —me levanté de la silla y camine a mi pequeña sala. Tomé asiento y la sentí llegar a mi, se acurruco a mi lado. Dejó caer su cabeza en mi hombro. Prendí la televisión y puse la película que habíamos decidido ver.
—¿No sé si la felicidad se hizo para mí?
Su cuerpo vibró. Sabía que estaba aguantando las ganas de llorar. Oh sí, mi hermanita gemela. Ella podía fingir ser ruda, pero conmigo no. Katherine siempre había sido la responsable, la que todo lo solucionaba, pero cuando se trataba de su vida personal, estaba jodida. Yo por el contrario, solo necesitaba un buen polvo de vez en cuando, sin ataduras, sin compromisos. Era más fácil así. Pero mi hermana era de la que entregaba todo, y por esa misma razón, salía dañada. La jalé cerca y la abrace, le acaricie el cabello. Tenía casi un mes sin verla, la había extrañado.
—Acuérdate que tu mereces la felicidad .
Ella suspiro.
—Estoy metida en un lío muy grande, Elena. ¿No sé qué hacer?
—¿Acaso es el que te dio el diamante? —asintió pero no me contestó—. Si el tipo puede costear una roca como esa, seguro te compra el corazón entero. No te preocupes, ya lo solucionaras, por eso eres una de las mejores en tu trabajo.
Rió y se levantó para verme a los ojos.
—Te quiero mucho, monster —le di un coscorrón.
—Y yo a ti, Pumpkin.
Sus dedos tronaron en mi rostro, sacándome del recuerdo. El tipo era un pendejo. Lo mire de malas y él me volteó la mirada. Salí de la patrulla hacia el edificio que se veía escondido entre tanto cartel. Ya era noche y el cielo de los Ángeles lo reflejaba.
Al entrar al edificio el olor a muerte nos saludo. Los pasillos blancos y muertos estaban vacíos. Las pisadas de nuestros zapatos hacían el lugar más aterrador. La mujer y el hombre me indicaron que caminará hacia una habitación al fondo. No había nadie en este sitio. Nadie, hasta parecía abandonado.
Al entrar la mujer me detuvo.
—Antes que veas el cuerpo, debemos decirte algo.
—¿Qué? —pregunte irritada.
Ellos no me agradaban. Los hijos de puta me trataban sin respeto. Entendía que fueran policías y que ellos lidiaban con este tipo de cosas de esta manera, pero sus miradas no dejaban de hacerme sentir extraña.
—El oficial Mikaelson y yo, éramos compañeros de tu hermana. Esto, es duro para nosotros.
Ignore lo que me acababa de decir. No les creía, Katherine solo me tenía a mí, solamente a mí.
—Eso en que me ayuda. No me importa —el hombre no le gusto mi tono, se acercó a querer decirme algo, pero la oficial lo detuvo. Le voltee el rostro—. Quiero ver a mi herm-ana.
Mi voz empezaba a quebrarse. Ella asintió y me dirigió hacia la habitación. Los aparatos del lugar me empezaron a dar náuseas, además el olor era insoportable. La oficial tomo con delicadeza una mesa metálica y empezó a jalarla, a donde me encontraba. Un cuerpo estaba debajo de una manta blanca. Me acerque a la orilla y ella me preguntó con el rostro si estaba lista. Le dije que si con la cabeza y poco a poco destapó el rostro de la mujer que estaba en la camilla.
Apreté mis manos, rechine los dientes y me solté en ese llanto que había reprimido. Era ella, era mi Pumpkin, era mi hermana. Me tape la boca, mi llanto se escuchaba fuerte en todo el lugar. Ella la tapó de nuevo, pero la imagen estaba clavada en mis retinas.
Salí de la habitación y corrí por el pasillo dejándome caer aun lado de la pared. Mi pecho empezó a sentir una presión, que hace mucho tiempo no sentía. La cabeza me pulsaba, dándome vueltas. No podía ser cierto, mi hermana estaba muerta y yo sentía que quería morir con ella.
