Propósito # 1 del año para la FF, para una descripción más amplia pasar al profile.
Primera Escena.
Pequeño, flacucho y negro. ¿Yoite es como un minino?
Kazuhiko cree que sí.
Él, un gato negro.
–¿Por qué te gustan los gatos?
Años atrás, cuando aún eran niños, Kahiko le había preguntado aquello mientras él servía un tazón de comida para el gato que tenían en casa. Era pequeño y negro, como un pompón; durante un buen tiempo creyeron que era mudo pues rara vez se le escuchaba y lo común era verle hacer la mímica, de un maullido, sin sonido alguno.
Flacucho y maltratado, lo había encontrado en la puerta de su casa.
Tras un baño, que el minino recibió de mala gana, se había atragantado un tazón entero de leche para luego correr y esconderse bajo un mueble, del que no volvió a salir hasta la siguiente comida. Sin embargo, durante ese rato y los días siguientes, éste le había estado observando desde la seguridad de su refugio, quizás analizando si podía confiar en él.
Para cuando creció, siempre delgado pese a las abundantes comidas, el gato ya le había tomado confianza y se mostraba cómodo a su lado; también rondaba por la casa a libertad, aunque sin hacer ruido ni dejar rastro de su presencia.
El minino había vivido con ellos durante más de una década, hasta que un día, tal y como había llegado, desapareció.
No volvieron a verle y a pese a extrañarle, a sentir que un vacío había quedado debido a su ausencia, no recordaba haber vuelto a comentar de éste..., jamás. Y ahora que Kahiko había hecho esa pregunta, por segunda vez, ambos miraban a Yoite quien comía en silencio a los pies del sillón.
–Kazuhiko, ¿por qué te gustan los gatos?
La rubia tenía esa sonrisa maldosa en el rostro, la de alguien que sabe un secreto de otro y que puede chantajearle con esa información. Y a pesar de que Kazuhiko podía fingir demencia, todo era obvio para alguien que le conocía.
–No lo sé –respondió.
–¿No lo sabes?
Kazuhiko se encogió de hombros, restándole importancia al tema. ¿Realmente interesaba?, probablemente no.
–¿Seguro? –insistió ella.
–No lo sé, sólo me gustan –reconoció finalmente, con tono franco y nada que ocultar–. Aunque sean ariscos, aunque uno los quiera y en algún momento se vayan de casa. Así –le devolvió la sonrisa–, tal cual, me gustan.
–Ah...
La rubia ya no le miraba, pero sí enderezó la espalda y cuando Yoite dejó la cena, dando señales de estarles observando quizás tras sentir que había algo extraño ahí, Kahiko levantó la diestra y, como si tamborileara al aire, le saludó.
No estaban a más de tres metros de distancia, Yoite en la sala y ellos en la barra del comedor.
–Eso explica muchas cosas –añadió ésta, al instante en que un avergonzado Yoite volvió a sus alimentos.
–Aún te comportas como una chiquilla –replicó el mayor.
–Y tú comienzas a ponerte viejo...
En respuesta Kazuhiko se inclinó hacia su hermana y, como si fuera una niña pequeña, colocó una mano sobre su cabeza para revolverle los cabellos con afán de hacerle callar. Había cosas que no necesitaban decirse, que podían o no ser correspondías, pero que importaban por el sólo hecho de sentirlas y de saberlas, mudamente, reales.
Reprochando el ser despeinada, Kahiko se levantó y caminó hacia Yoite. Fue a sentarse a su lado, donde abrazó al menor y con la mano libre asentó una botella de sake sobre la mesa murmurando algo sobre beber y ser bienvenido a la familia.
Ante ello Kazuhiko elevó la mirada hacia el techo, pidiendo paciencia, pero también se levantó para reunirse con ellos; y es que todo era verdad..., los gatos le gustaban, sobre todo cuando eran pequeños, flacuchos y negros.
