Zoë Belladona había muerto, las heridas internas a causa de la furia de su padre habían acabado robándole la vida, una vida que había durado tanto que a veces ella misma se sorprendía pensando en ello.
Artemisa elevó su alma al cielo, a las estrellas, formando una nueva constelación, una chica con un arco brillando con una potente luz azul que parecía destacar, ser más brillante que todos los puntos de luz que la rodeaban.
-Esa era Zoë Belladona –se dijo a sí misma la diosa-. Una de las mejores lugartenientes que jamás me ha acompañado. Desde hoy brillará en las estrellas, el lugar al que pertenece, es la constelación que jamás podré dejar de mirar y presentar mis respetos como ella hizo conmigo.
Zoë Belladona, hija del titán Atlas, la que fue repudiada por su padre y exiliada por sus hermanas. Zoë Belladona, la hespéride que había ayudado a Hércules, ganándose con ello dejar de lado a su familia, casi forzada a odiar a los hombres por la traición de uno, por el abandono de otro, obligada a dejar su vida de mano de uno de ellos, como la profecía había informado.
La más conocida de entre las cazadoras, la que más defendió a su señora, la que más batallas luchó a su lado, la que sería recordada, como Orión lo fue.
Y era Zoë Belladona la que supo desde el ataque de Ladón que aquella iba a ser su última lucha, que no se uniría de nuevo a la batalla con sus hermanas, podía ser inmortal, pero también podía morir en una lucha y, si su enfrentamiento con Ladón no se consideraba una pelea, definitivamente la debilitaría lo suficiente para no poder luchar en la siguiente, en la que rescataría a su señora. Pero mantuvo la esperanza, la esperanza de ser por una vez la heroína de la historia en lugar de vivir a la sombra de los héroes, de él, de Hércules, de demostrar que no necesitaba a ningún hombre porque ella se valía por ella misma. Y era Zoë Belladona la que ahora brillaba en lo alto del cielo, de la inmensidad azul casi negro en la que tantas veces se había perdido, porque era el lugar que se había ganado cuando, a pesar de estar todo en su contra, de estar herida, no se rindió ante nada ni nadie y murió haciendo lo que siempre había hecho, defender a sus amigos.
Y así es la historia de la constelación de la Cazadora, la historia de la muerte de Zoë Belladona, quien llegó a brillar con luz propia y continuaría brillando para siempre, no solo en los corazones de todas las personas que la habían conocido, si no en el cielo, acompañando a todas las estrellas que los mortales conocían, Capricornio, Orión, la Osa Mayor y Menor, siendo recordada a través de todo el mundo, por mortales, semidioses e inmortales. Siendo, por siempre, una estrella.
