Este es un cuarto final alternativo de "No juegues en el bosque" que me empezó a dar vueltas en la cabeza. Retoma al final de "No juegues en el bosque (final alternativo 3)", y asume que Esme y Carlisle no se resignaron al cambio de personalidad de Daniela luego de su fallido "entrenamiento".
Esta historia contiene violencia, sexo (no descriptivo) y palabrotas, por lo que no es recomendable para menores, ni para mayores a los que esos temas hagan sentir mal. También contiene chilenismos, pero espero que la historia se entienda a pesar de eso.
Capítulo 26
No tuve muchos problemas para adaptarme a esa primera escuela. Ni a la segunda, ni a la tercera, ni a la cuarta. Mi vida ha sido un perfecto ciclo desde ese fin de semana. Cambian los autos, los teléfonos, la música, la ropa, las casas. Pero mi vida no cambia nada.
Me va siempre bien en el colegio, desde que soy vampiro. Hago todas las tareas, y saco buenas notas. Es una mejora ser caballo. Cuando iba a la escuela siendo humana era un burro.
Por suerte, siempre les caigo mal a mis compañeros, así que me ahorro un montón de interacción innecesaria. Dicen que soy rara. Los adultos, me llaman más bien apática. Me dan ganas de decirles que soy un caballo, pero eso llamaría la atención de los humanos.
Ya no dibujo, pero pinto bastante. Ahora imprimo dibujos en blanco y negro, y me relajo llenando los espacios. Es agradable pintar, sin tener que pensar. He pintado un montón de cuadros de esos "pinte con números". Me quedan perfectos.
No he conseguido odiar ni a Carlisle ni a Esme. Pero con el tiempo me di cuenta de que él se odiaba a sí mismo. Sé que está arrepentido. Aunque le he dicho una montonera de veces que no lo odio, y que deje de darle vueltas. Incluso, cuando en la escuela me han obligado a hacer tarjetas para el día del padre, siempre le he regalado la mía a él. A Esme le gustan las del día de la madre, así que esas se las he regalado a ella. Aunque nunca he vuelto a llamar "mamá" a Esme, y jamás he llegado a llamar "papá" a Carlisle, sé que ese es el rol que cumplen.
Mis padres murieron juntos, hace un año. La familia no intentó ocultármelo. Me sorprendí. Hacía muchos años que no pensaba en ellos. Aunque recordaba sus caras, e intelectualmente entendía que había sido feliz con ellos un corto tiempo, en esos nebulosos años humanos, no sentí nada. Sólo sentí una especie de enojo al saber que ya estaban los tres juntos, con mi hermana, y que yo nunca me reuniría con ellos. Pero se me pasó rápido. Y cuando Carlisle y Esme se pusieron a tiritar ellos, me sentí incómoda. Les dije que no se preocuparan, que era obvio que algún día tendrían que morirse.
A veces pienso en Jane y en Alec, pero no he vuelto a tener noticias de su grupo. Es una de las pocas cosas que me causa curiosidad. ¿Se sentirán ellos también como caballos? A veces he tenido la tentación de intentar contactarlos para preguntarles. Pero eso generaría preguntas, tanto de mi grupo como del de ellos. Y yo odio responder preguntas. Así que prefiero quedarme con la duda.
-.-
(Un año más tarde)
Hace años que nada cambiaba. ¿Por qué tenían que cambiar las cosas? He cursado cuatro ciclos escolares en cuatro escuelas diferentes, exitosamente. Yo no quería, pero ellos me obligaron. Y, ahora que ya me acostumbré, ellos no quieren. No es justo… Y todo porque mis padres biológicos murieron hace dos años. ¿Es acaso mi culpa que el chofer del camión se haya dormido y haya impactado el bus en el que viajaban? No. Claro que no.
Hace mucho que no me sentía enojada. Hace mucho que no sentía nada. Y no me gustó.
Miré al techo de mi nueva habitación. Era la octava casa en la que vivía con los vampiros. La séptima en Canadá. Sólo ayer había cumplido 40 años. Aunque seguía teniendo 14. Y mis nuevos documentos decían que había vuelto a cumplir 11. Carlisle y Esme me habían regalado otro libro con técnicas de dibujo. Este era para dibujar animales. No sé para qué insistían. Y esta mañana, antes de ir a trabajar, Carlisle me había informado, junto con Esme, que por algunos años volvería a ser educada en casa. No habría una quinta escuela para mí en esta casa.
Cuando me lo dijo, sólo atiné a decir "ok". Ambos me habían quedado mirando, esperando que dijera algo más. Pero ya había perdido la costumbre de preguntar, pedir o comentar.
-¿Cuándo empezaremos? –Le pregunté a Esme, luego de que nadie dijera nada por varios segundos.
A mí me incomodaban los silencios, las conversaciones, y sobre todo las conversaciones forzadas. Mientras antes dijeran "puedes irte", antes quedaba libre para desaparecer.
-El lunes 5 de septiembre hija –informó Esme, con una sonrisa y su voz amable de siempre-, cuando tus hermanos vuelvan a la escuela.
-Ok.
Se produjo otro silencio incómodo. Ellos esperaban que dijera algo. Pero no sabía qué decir. Pasaron otro montón de incómodos segundos.
-¿Ya me puedo ir? –Pregunté al final.
-Sí tesoro –dijo Carlisle. Parecía deprimido, así que le sonreí.
-Que tengas un buen día en el trabajo Carlisle. Estaré en mi cuarto, Esme.
Y ahora estaba en mi cuarto, sintiendo que nuevamente el eje de mi mundo se había torcido. Cuando ya estaba segura de que nada en mi vida volvería a cambiar. ¡Saz!
Y lo peor es que me estaba sintiendo contrariada. Y eso me contrariaba más, como en una reacción en cadena. Sentí deseos de romper algo. ¿Qué mierda me estaba pasando? Hacía años que no me sentía así.
Me levanté, escribí una nota para Esme diciendo que saldría a dar una vuelta y que volvería más tarde, abrí la ventana, y salté al jardín. Por suerte estaba muy nublado. Con un poco más de suerte, seguiría así por todo el día.
-.-
Ya no teníamos lago, lamentablemente. Esta nueva casa estaba rodeada de bosque. Y teníamos vecinos más cerca, de modo que no tenía cómo romper nada sin llamar la atención de las personas.
Me alejé a paso humano, hasta que estuve lejos de la zona habitada del pueblo, y ahí comencé a correr.
Quería romper algo, pero al final, después de correr por un par de horas sin un plan, llegué a un rio. "Los ríos llegan al mar" pensé. "Y en el mar estaría tranquila" razoné. Cambié de plan. Ya no rompería algo hasta sentirme mejor. Me metería al océano y nadaría hasta sentirme mejor. ¿Y? ¿Una vez que me sintiera mejor? Pues quién sabe…
Me metí al río y lo recorrí nadando en el sentido de la corriente, lo más rápido que pude. Le desobedecería a Esme, y eso no me hacía sentir mejor. Pero la idea de volver a la casa ocho y mirar el techo hasta el cinco de septiembre me deprimía. Si estudiaba con Esme tendría que hablar con ella todo el día. Ya no podría refugiarme al fondo de un salón de clases, y esperar en silencio a que el tiempo pasara. Que horror. Ya no podría simplemente llenar las evaluaciones con las respuestas que me sabía de memoria. No, no quería volver a estudiar con Esme. Y tampoco quería discutir con ella y su marido. Y eso significaba que no podía volver a casa.
-.-
"Odio a Alice", fue todo lo que fui capaz de pensar cuando el viento en contra me trajo el olor de la familia. Me detuve por un par de segundos, dejándome llevar por la corriente, y los vi a lo lejos, sobre un puente que atravesaba el rio, aguas abajo.
Pensé en escapar, pero ya me habían visto. De hecho, Esme acababa de lanzarse al río y nadaba hacia mí contra la corriente. Estaban Alice, Jasper e incluso estaba Carlisle. ¿Carlisle? ¿No se supone que él debía estar en su trabajo?
Ante los hechos consumados, continué nadando hacia ella. Ya no tenía sentido intentar escapar.
-Lo siento Esme –Le dije apenas nos juntamos.
-¿Estás bien? –Me preguntó. Parecía preocupada.
-Sí, sólo quería estar sola un rato –mentí.
Me quedó mirando. No me creyó. Bueno, era obvio. Alice debió ver cuáles habían sido mis verdaderas intenciones.
-Ya hablaremos de eso en casa –me dijo, resignada.
Me agarró un brazo y comenzó a nadar tirando de mí. Me hubiera gustado decirle que me soltara, que nadaría con ella, pero no tenía ganas de tener que argumentar. Me limité a dejarme tirar y cooperar lo mejor que pude nadando con la mitad libre de mi cuerpo.
Tuvimos que esperar un rato escondidas entre los árboles de la orilla hasta que Carlisle, Jasper y Alice nos dieran la señal de que ya no venían vehículos que pudieran vernos trepando la estructura del puente. Esme por fin me soltó, pero insistió en que ella treparía detrás de mí.
-No voy a escapar –le dije.
-Sólo sube –me respondió. Parecía cansada.
Carlisle me agarró los brazos antes de que alcanzara a llegar arriba, y me levantó. Ni siquiera alcancé a pisar el suelo y, cuando me abrazó, me sorprendí. No es que nunca me abrazara, al contrario, desde que me sacó de la cabeza la idea de exponerme ante los humanos me abrazaba y me besaba la cabeza con mucha frecuencia. Pero esa vez me sentí rara cuando lo hizo. Hacía muchos años que no sentía algo cuando me abrazaba. No supe cómo reaccionar, de modo que no reaccioné. Ya me soltaría, supuse, cuando tuviera que conducir de vuelta.
-¡Vaya susto que nos diste Daniela! –me retó Alice, aunque parecía contenta.
No le contesté. En ese momento Carlisle se movió un poco, y la cara de Jasper quedó en mi campo visual. Me miraba fijo a los ojos, y parecía sorprendido. Sorprendido gratamente.
Claro. Él se tenía que haber dado cuenta de que yo había sentido algo. Y eso, luego de tantos años, lo tiene que haber sorprendido tanto como a mí. Me sonrió. No le devolví la sonrisa. No estaba segura de sí volver a sentir sería algo bueno o malo. Y, si comenzaban a hacer preguntas, estaba segura de que era mejor no sentir nada.
Sentí una mano en mi espalda mojada. Esme me hacía cariño, no debía estar tan enojada. Carlisle me cargó hasta el nuevo todoterreno. Todavía olía a plástico nuevo, lo habían comprado poco antes de arrendar la casa nueva.
Desde la casa cinco que no compraban sino que arrendaban las casas donde vivíamos. Y era por mi culpa. Como al ser chica se notaba demasiado que yo no crecía, sólo nos podíamos quedar cinco años en cada lugar. Y decían que no valía la pena estar comprando casas por todo Canadá.
En la casa cuatro, la que compró Carlisle cuando volvimos de la isla, nos habíamos quedado sólo cuatro inviernos. Luego de que yo cursara troisième la familia consideró que en la escuela sospecharían si yo intentaba cursar seconde, porque no me veía ni cerca de tener 16 años. Así que ese verano nos mudamos a la casa cinco, arrendada, más hacia el interior de Canadá. Ahí me habían hecho llegar aparentando tener 10 años, a fin de que pudiera cumplir 11 y comenzar en CM2. Eso nos permitiría quedarnos cinco años, y así lo habíamos hecho por los últimos quince años. La casa ocho, a la que habíamos llegado hace sólo unos pocos días, era nuestra cuarta casa arrendada.
Jasper condujo. Y, como Carlisle no me había soltado, hice todo el viaje de vuelta a casa mojándolo, sentada sobre sus piernas. Esme ayudó, mojándole el costado. Me entretuve imaginando si el tapiz nuevo quedaría manchado luego de que se secara el agua que habíamos dejado.
Intenté inquietarme. Debería estar inquieta ¿no? Había intentado escapar. No había hecho eso desde la casa dos, la primera en la que vivimos en Canadá. Tal vez me castigarían. Eso me hizo fruncir el ceño. La última vez que me habían castigado por algo había sido ese espantoso fin de semana, antes de mi primera entrada a clases en Canadá. Cuando había comenzado a ser un caballo. La piedra que no había sentido en años reapareció en mi estómago, y Jasper detuvo de inmediato el vehículo en la orilla de la carretera.
-¿Quieres conducir tú Carlisle? –Le preguntó Jasper.
-¿Qué sucede hijo? –Preguntó Esme, inquieta.
Jasper me quedó mirando.
-Creo que Daniela se siente mal.
-Estoy bien, relájate –le dije mecánicamente. Era mi respuesta oficial ante la frecuente pregunta "¿Cómo te sientes?".
Los otros cuatro se miraron, y Esme y Carlisle me sonrieron tranquilizadoramente. Eso me puso tensa. No quería llamar la atención. ¿Por qué se había tenido que detener Jasper? ¡Ahora comenzarían a hacerme preguntas, maldita sea!
-¿Quieres que Alice y yo nos sentemos contigo, Daniela? –Me preguntó Jasper.
-Si ustedes quieren –respondí encogiéndome de hombros.
"Lo que sea, sólo déjenme en paz" rogué internamente. Ahora, a la inquietud por la inminente llamada de atención, se sumó la inquietud por el inminente interrogatorio.
En ese momento deseé haber viajado hacia el mar de una forma más inteligente. De haberlo planificado bien, a lo mejor podría haber pasado la noche en alta mar, comiendo tiburón, frente a un futuro libre de preocupaciones… Claro que si lo hubiera planificado, Alice lo habría visto y habría frustrado mis planes igual. ¿A lo mejor si esperaba a que Alice y Jasper se graduaran y viajaran? ¿Tendría alguna oportunidad de escapar e independizarme? De pronto, la idea de volverme un vampiro acuático me pareció la solución a todos mis problemas. ¿Cómo diablos no se me había ocurrido antes? ¡El mar era gigante! ¡Podría vivir eternamente sola, sin que me encontrara nadie!
-¿Tú quieres que Jasper y Alice se vengan a sentar contigo hija? –Me preguntó Carlisle con amabilidad.
-No sé –respondí.
-Sólo conduce, hijo –le dijo Esme a Jasper, finalmente.
Y Jasper volvió al camino. Y yo seguí empapando a Carlisle. Pero por suerte no me hablaron más ni me hicieron hablar a mí.
-.-
Cuando llegamos, los otros cuatro estaban esperándonos en la terraza. Ya sabían que me habían encontrado, ya que Alice los había llamado por celular cuando me vieron, desde el puente.
A fin de ocultar de Edward el plan que se había comenzado a formar en mi mente, visualicé de inmediato el cuadro "pinte con números" de los lobos en el que había estado trabajando. Me concentré en lo mucho que deseaba estar a solas en mi cuarto, pintando.
Carlisle por fin me puso en el suelo, luego de bajarse conmigo del auto.
-¿Puedo ir a mi cuarto? –Pregunté.
Esme y Carlisle se miraron.
-Vamos –dijo Carlisle.
Me inquietó un poco que tanto él como su esposa entraran conmigo a la casa (luego de dejar mis zapatos y calcetines mojados en la entrada, junto con Esme) y me escoltaran hacia mi cuarto. Cuando entraron detrás de mí, y cerraron la puerta, sentí un poco de miedo.
-¿Me vas a pegar, Carlisle? –Pregunté. No soportaba la incertidumbre.
-No hija –aseguró-, relájate por favor.
-No planeaba huir, cuando salí –expliqué-. Sólo quería un poco de aire. Y luego me dieron muchas ganas de correr hacia el mar y de nadar ahí.
-¿Te gustaría que nos mudáramos a una casa al borde del mar? –Preguntó Carlisle
Decidí ser franca. No tenía ganas de inventarme una historia. Y tal vez, si les contaba, hasta me ayudaban.
-No. Me gustaría pasar una temporada sola, dentro del mar, -confesé-. ¿Me darían permiso para irme por algún tiempo? Tendría mucho cuidado de no atacar a nadie, y me mantendría donde nadie pudiera verme para no llamar la atención.
Esme y Carlisle se miraron.
-¿Hace cuánto que tienes ese deseo hija? –Preguntó Carlisle.
-Hoy se me ocurrió, y me di cuenta de lo mucho que me gustaría poder hacerlo –le respondí esperanzada-. ¿Puedo ir a pasar una temporada en el mar, Carlisle?
-Sola no –contestó-. Lo lamento, pero eres demasiado pequeña para andar sola por la vida, donde sea. ¿Quieres que te llevemos a nadar al mar unos días, antes de que comience el colegio?
-No iré al colegio –les recordé.
-Antes de que comiences a estudiar con Esme –rectificó Carlisle-. A eso me refería. ¿Y, Daniela? ¿Te gustaría que te lleváramos al mar?
-No. La idea era pasar sola un tiempo.
-¿Hay algo que te gustaría hacer estas vacaciones? –Insistió Esme.
Me encogí de hombros.
-Me gustaría vivir un tiempo sola –insistí-. Pero ya me dijeron que no, así que no importa.
-¿Te gustaría vivir un tiempo sólo con papá y conmigo? –Propuso Esme-. ¿Cómo en la isla?
-No. Me gustaría vivir sola –insistí, cansada. Ahora que ya sabía que no me dejarían, no le veía mucho sentido a la conversación.
-¿Sientes ese deseo desde que te contamos que no irías a la escuela? –Preguntó Carlisle.
-No. Se me ocurrió cuando corría –murmuré. Y, como estaba cansada de esa inútil conversación, decidí cambiar de tema-. ¿Pueden dejarme sola un rato? Deseo darme una ducha y ponerme ropa seca.
De hecho, ellos también necesitaban hacer lo mismo.
Carlisle se acercó, se agachó un poco, y me abrazó. Comenzó a pasar su mano por mi espalda, y me dio un beso en la frente antes de apoyar su mejilla en mi cabeza. Me quedé quieta, y como no me soltaba nunca comencé a perder la paciencia. Pero me abstuve de pedirle que me soltara, porque eso podría molestarle.
-Te queremos mucho, hija, y no queremos que te vuelvas a ir –me dijo luego de un par de minutos.
-Sí, ya me dijiste que no me puedo ir, Carlisle –le recordé.
-Pero, entiendes por qué, ¿verdad?
-Porque me quieren mucho y me extrañarían. Y porque al ser muy baja llamaría la atención de otros vampiros –respondí, entendiendo que esa debía ser la respuesta correcta.
Carlisle por fin me soltó, y se volvió a parar derecho.
-No es sólo eso, tesoro –explicó con dulzura-. Si estuvieras solita te podría pasar cualquier cosa y no estaríamos todos ahí para protegerte.
-Soy un vampiro –respondí cansada-. ¿Qué tanto me podría pasar? No es como si me pudiera quemar dentro del mar…
Carlisle suspiró, me rascó la cabeza y sonrió con tristeza.
-Hija, te dejaremos para que te cambies –dijo al fin-. Pero, aunque quieras estar sola, me gustaría mucho si pasaras la noche con nosotros.
-Bueno Carlisle –murmuré.
Ambos me besaron en la cabeza camino de la puerta, y por fin salieron. Sentí un poco de alivio porque al menos pasaría sola un rato. Intentaría alargar la ducha lo más posible. De hecho, decidí darme un baño de tina y relajarme. Total, no me habían puesto hora. Saqué ropa seca del armario y me metí al baño.
Un par de horas más tarde, desde mi refugio acuático, oí que golpeaban la puerta de mi baño.
-Tesoro, ¿puedo pasar? –Preguntó Esme.
-Sí –contesté resignada, tras sacar la cabeza del agua y sentarme en la tina.
Esme entró, se había cambiado de ropa, y al verme me acercó la toalla.
-Gracias Esme.
Saqué el tapón de la bañera, me paré y comencé a secarme. Recordé cómo solía avergonzarme que me vieran desnuda. Ese había sido un cambio positivo al volverme caballo: al dejar de sentir, había dejado de tener vergüenza. Lo que los demás opinaran había dejado de importarme, en la medida que me dejaran en paz.
-¿No quieres pasar la noche con nosotros, hija? –Preguntó Esme, apenada.
-No –le contesté sinceramente, pero de buena forma-. Tú sabes que prefiero estar sola Esme. Lo siento.
Comencé a vestirme con la ropa seca.
-Solía gustarte estar conmigo –recordó triste.
Ya habíamos tenido esa conversación muchas veces, y me cansaba que siempre volviera a poner el tema.
-Lo siento Esme. Ya no siento deseos de estar con nadie –le expliqué, como tantas otras veces.
-¿Qué sientes, tesoro?
Me quedé pensando, pero ya sabía que no tenía la respuesta.
-No lo sé Esme… -Le respondí cansada-. No logro sentir nada.
-Jasper dijo que hoy, en el puente, te sentiste incómoda –preguntó insegura.
-Es verdad –confesé a regañadientes-. Cuando Carlisle me abrazó me sentí… Rara. Hace mucho que eso no me pasaba.
Esme sonrió.
-Creo que tengo miedo Esme –continué, intentando ser franca-. Yo recuerdo que antes de que Carlisle me entrenara fui más o menos feliz. Y luego no volví a sentir nada. Pero tengo miedo de comenzar a sentir de nuevo, y sentirme mal en vez de bien.
-Estoy feliz de que por fin sientas algo –me dijo Esme, con una sonrisa triste-, aunque por ahora sólo sea un poco de miedo. Carlisle y yo pensamos que te hará bien relajarte por algunos años, y pasar más tiempo con nosotros.
-Esme… -intenté explicarle-, no me gusta la idea de pasar más tiempo con ustedes. No es que los odie, pero cuando más relajada me siento es cuando estoy sola, o al menos cuando nadie me habla.
Ya me había terminado de vestir, y Esme agarró una toalla seca y me invitó con la mirada a acercarme. Lo hice, resignada. Sabía que a ella le gustaba secarme el pelo.
-Me gustaría que confiaras en mí, hija –me dijo luego de un rato de silencio-. Ya han pasado muchos años, y no has conseguido recuperarte. Aunque prefieras estar sola, me gustaría que desde ahora pasaras el tiempo conmigo, o con Carlisle, o con tus hermanos.
-Sí Esme –contesté resignada.
-Confía en mí –insistió.
-Bueno.
Esme se colgó las toallas mojadas en un brazo, y me tomó con el otro. Me solté de ella, y le saqué las toallas del brazo, intentando no ser demasiado brusca.
-Puedo caminar. Y puedo ir a colgar mis propias toallas, Esme.
Me pasó una mano por la espalda, y me la frotó.
-Claro tesoro. Te esperaremos en la sala de estar.
-.-
