Hola a todos aca les traigo una adaptación de un romance irresistible con mi pareja favorita espero que les guste besos. Dejen comentarios

Los personajes son suzane Collins.

La historia es de Mary Balog

Uno tenía siempre una sensación de grata expectativa al entrar en Londres aunque tuviera que atravesar los sectores periféricos más pobres y populosos antes de llegar a May fair y sus espléndidas mansiones y calles.

La ciudad emanaba un inconfundible aire de vitalidad y la promesa de concurridas y variadas actividades que llenaban todos los días de la estancia en la capital. Resultaba aún más emocionante llegar al comienzo de la temporada social de primavera, cuando todas las damas de la alta sociedad convergían en la ciudad, supuestamente para que sus maridos pudieran ocupar sus escaños en una de las dos Cámaras y dirigir los destinos de la nación.

Pero ésa era sólo una pequeña parte del motivo —una excusa, por decirlo así—, del éxodo general de las fincas rurales, de los centros populares más reducidos y de los balnearios. Los miembros de la flor y nata acudían a Londres en primavera para divertirse. Y no cabe duda de que se divertían con la impresionante cantidad de bailes, cenas, conciertos, desayunos venecianos y fiestas al aire libre, por no hablar de la asistencia a teatros, visitas a jardines recreativos, paseos a pie y en coche por el elegante Hyde Park o excursiones para contemplar las atracciones turísticas, como la Torre de Londres, o simplemente ir de compras en Bond Street u Oxford Street. Llegar un soleado día primaveral constituía un atractivo adicional.

El viaje desde Yorkshire había sido largo y tedioso, y buena parte del mismo lo habían realizado con un tiempo desapacible y nuboso, incluido algún que otro chubasco que les había impedido avanzar con normalidad. El barro en las carreteras siempre imponía respeto, por más que uno estuviera impaciente por poner fin a un largo viaje. Pero aunque la mañana había estado nublada, el cielo se había despejado durante la tarde y había salido el sol.

—¿Es esto, Peeta? —preguntó la señorita Annie Cresta con asombro acercándose más a la ventanilla—. ¿Esto es Londres?

Quizá fuera una pregunta estúpida, puesto que llevaban un buen rato aproximándose a la capital y era imposible confundir Londres con uno de los pueblos por los que habían pasado durante el trayecto. Pero sir Peeta Mellark la interpretó principalmente como una pregunta retórica y sonrió al observar la expresión de asombro de su hermana.

Aunque había cumplido veinte años, su experiencia del mundo se había limitado hasta ahora a la finca rural que tenían en Yorkshire y a los pocos kilómetros que la circundaban.

—Sí, esto es Londres —respondió él—. Casi hemos llegado, Annie.

—Tiene un aspecto sucio y desagradable —dijo la joven que iba sentada muy tiesa junto a Annie, mirando con gesto displicente por la ventanilla sin acercarse a ella.

Madge. Su prima materna, la señorita Madge Undersee, y pupila de Peeta pese a su avanzada edad —tenía veinticuatro años— y la relativa juventud de él. Peeta tenía treinta y uno.

A menudo pensaba que Madge era una cruz con la que tenía que cargar. La joven podría haber empleado el segundo epíteto —« desagradable» — para describirse a sí misma.

—Cuando lleguemos a Mayfair cambiarás de opinión —le aseguró él.

—Fíjate, Lavinia —dijo Annie sin volver la cabeza frente a la ventanilla —mira cuánta gente y cuántos edificios.

—Desengáñate, esto no es Jauja. Pero aún no hemos llegado a Mayfair. Espero que no te lleves un chasco nada más llegar, Annie. Nathaniel frunció los labios.

Su prima tenía un sentido del humor corrosivo.

—Apenas puedo creer que estemos aquí —dijo Annie—. Te aseguro que pensé que nos tomabas el pelo cuando después de Navidad propusiste que viniéramos, Peeta. ¿Crees que recibiremos muchas invitaciones? En Bowood eres una persona muy importante, pero aquí eres tan sólo un baronet.

—Soy un caballero con dinero y tierras, Annie —respondió él a su hermana—. Eso es suficiente. Nos invitarán a todas partes. No temas, al término de la temporada social, habré encontrado a dos buenos partidos para las dos. O los habrá encontrado Cashmere.

Cashmere, la hermana mayor de Peeta y Annie, tenía dos años más que él y era la esposa del barón Brutus. Iba a venir también a Londres con su marido con el expreso propósito de patrocinar y hacer de carabina a su hermana menor y a su prima, las únicas mujeres de la familia que quedaban por casar.

Eran seis, contando a Madge. Dos de ellas se habían casado antes de que Peeta regresara a casa dos años antes, a instancias de su padre, que estaba delicado de salud. Había permanecido ausente varios años, primero como oficial de caballería con los ejércitos de Wellington, durante las Guerras Peninsulares y Waterloo, y después de haber vendido su nombramiento militar, otro año o más entregándose a toda suerte de excesos y libertinajes con sus amigos.

Pero había regresado a casa, aunque a regañadientes, había enterrado a su padre tres meses más tarde y había asumido la vida de un rico hacendado dedicado a regentar su propiedad, la cual había estado un tanto abandonada durante los dos últimos años de la vida de su padre. Había casado a dos de sus hermanas con respetables caballeros y sólo le quedaba por casar a estas dos, las cuales vivían con él bajo su tutela. Siguiendo la sugerencia que Cashmere había hecho durante las fiestas navideñas, había decidido llevarlas a Londres, al gran mercado del matrimonio.

Sería un alivio ver a las dos últimas mujeres de su familia convertidas en unas respetables señoras casadas, para poder disfrutar al fin solo de su casa y de su vida. Uno de los principales motivos por el que había comprado su nombramiento había sido el deseo de escapar de un hogar plagado de mujeres. No es que no quisiera a sus hermanas. Pero la paciencia de un hombre tiene límites. Jamás había imaginado que en la flor de su vida tendría que dedicar varios años a organizar bodas para sus hermanas y Madge.

—Estoy segura, Peeta —dijo Annie—, que habrá un montón de mujeres más bonitas que yo, y más jóvenes. No creo que atraiga a muchos pretendientes.

—¿De modo que deseas atraer a muchos pretendientes, Annie? —inquirió él sonriendo y haciéndole un guiño—. ¿No te conformas con un caballero rico y apuesto, que te ame y tú a él?

La preocupación se borró del rostro de Annie y se echó a reír.

—Por supuesto que me conformo con un caballero de esas características — respondió. Peeta sospechaba que Annie había sufrido algún desengaño amoroso. Su hermana menor se había casado hacía casi un año.

Pero su esposo, un joven y agradable caballero de posición acomodada, que había alquilado una propiedad no lejos de Bowood unos meses antes de que él regresara a casa, al parecer había dirigido sus atenciones a Annie antes de hacerle la corte a Primrose.

Annie, una joven de corazón bondadoso e inquebrantable sentido de la lealtad, solía quedarse con frecuencia en casa en lugar de asistir a fiestas en el pueblo y otras diversiones con sus hermanas. Se quedaba para hacer compañía a su achacoso padre, cuyo estado de salud siempre parecía empeorar cuando sus hijas tenían previsto participar en una excursión o asistir a una fiesta. De modo que su pretendiente había decidido cortejar a Primrose, que era más accesible.

Veinte años era una edad avanzada para que una muchacha fuera presentada en sociedad. Pero tampoco demasiado, y menos en el caso de una joven con la delicada belleza y el carácter dulce de Annie, la cual percibiría una dote más que generosa. Peeta no tenía realmente motivos para temer por ella. Pero Madge…

—No me mires así, Pee —dijo ésta cuando él fijó sus ojos en ella mucho antes de que éstos pudieran asumir una expresión que pudiera interpretarse como de censura—. Accedí a venir. Incluso accedí de buen grado, puesto que deseaba ver Londres y visitar todas las galerías y museos. Incluso reconozco que me complacerá que me vista una modista que probablemente conoce su oficio, de la que Cashmere me ha hablado muy bien. Y, por supuesto, será interesante asistir a bailes y presenciar los caprichos de la naturaleza humana que exhiben sus miembros más adinerados y privilegiados. Pero te advierto que nada, absolutamente nada, conseguirá convencerme para que ocupe mi lugar en el mercado del matrimonio. Te lo agradezco, pero no estoy en venta.

Peeta suspiró para sus adentros. No había ningún rasgo delicadamente atractivo en Madge. Era una belleza impresionante, un hecho sorprendente dado que de niña tenía el pelo de color rubio dorado y antes de que él abandonara su hogar se había convertido en una joven larguirucha y desgarbada, pecosa y con unos dientes enormes que no concordaban con su rostro. Pero a su regreso Peeta había comprobado que su pelo había experimentado una interesante transformación, de un rubio dorado a un rubio castaño casi obcuro, que las pecas habían desaparecido, que sus dientes, fuertes, blancos y regulares, concordaban perfectamente con su rostro, realzando su belleza, y que su figura armonizaba con su estatura. A lo largo de los años Madge —que tenía veinticuatro— había rechazado probablemente a todo buen partido, y a algún que otro caballero menos adecuado, que vivía en un radio de veinticinco kilómetros de la casa, por no mencionar a varios que habían llegado a la comarca por uno u otro motivo y nada les habría complacido más que abandonarla con una esposa dorada. Madge no tenía la menor intención de casarse jamás, según había declarado. Peeta empezaba a creerla. Era una idea deprimente.

—No pongas esa cara de tristeza, Pee —dijo la joven—. Podrías librarte de mí en un pispás si no fueras tan obcecado y me entregaras mi fortuna. ¡Por el amor de Dios, tengo veinticuatro años!

—Madge —dijo Annie con tono de reproche. Annie se comportaba siempre como una verdadera dama. Nunca pronunciaba el nombre de Dios en vano.

—No tengo derecho a manejar mi fortuna hasta que me case o cumpla treinta años —continuó—. Si papá viviera aún, sería como para matarlo por haber incluido una cláusula tan gótica en su testamento.

Peeta estaba de acuerdo con ella. Pero no podía alterar el testamento. Y aunque podría haber permitido que su prima instalara su residencia en algún lugar bajo su vigilancia —tal como ella anhelaba, aunque sospechaba que lo de « vigilarla» no entraba en los cálculos de la joven—, prefería verla casada con alguien que se hiciera cargo de ella y le procurara cierta felicidad. Lavinia no era feliz. Annie sofocó una exclamación de asombro antes de que él pudiera responder —aunque lo cierto era que no tenía nada que decir que no hubiera dicho hasta la saciedad durante los dos últimos años— e hizo que miraran de nuevo por la ventanilla.

—¡Fijensen! —exclamó—. ¡Ay, Peeta! Tenía las manos oprimidas contra el pecho mientras contemplaba las calles y los edificios de Mayfair como si estuvieran realmente pavimentados con oro.

—Confieso que Londres mejora con cada medio kilómetro —declaró Madge. Peeta inspiró profundamente y espiró despacio. A su regreso había comprobado inopinadamente que la vida en el campo le complacía, pero se alegraba de haber vuelto a la ciudad. Y aunque su hermana y su prima creían que él había venido con el único propósito de presentarlas en sociedad y buscarles marido, sólo acertaban en parte. Sus tres mejores amigos iban a venir también a Londres y le habían escrito rogándole que fuera a reunirse con ellos.

Habían servido juntos como oficiales de caballería y habían entablado una amistad basada en experiencias compartidas, peligros compartidos, una necesidad compartida de quitar hierro a todos los peligros y adversidades y vivir la vida plenamente, tanto en el campo de batalla como fuera de él. Otro oficial de caballería compañero de ellos les había apodado los Cuatro Jinetes del Apocalipsis por su tendencia a encontrarse siempre en el lugar donde la batalla era más intensa y encarnizada. Habían vendido sus nombramientos después de Waterloo y habían celebrado durante varios meses el que los cuatro hubieran sobrevivido.

Marvel jhontson, conde de Haverford, y Cato Mavuels, vizconde de Rawleigh, se habían casado. Ambos tenían un hijo varón. Ambos pasaban buena parte del tiempo en sus fincas rurales, Ken en Cornualles y Rex en Kent.

Gale Howthorne, barón de Pelham, estaba soltero y no había sentado aún cabeza, y era el único que experimentaba todavía el deseo y la necesidad de gozar de todos los placeres que ofrecía la vida que al principio habían sentido todos. Peeta no había visto a ninguno de ellos desde hacía casi dos años, pero todos habían permanecido en estrecho contacto. Los otros tres iban a pasar la primavera en Londres.

Peeta no había tardado mucho en decidir que se reuniría con ellos allí, tanto más dado que había estado dándole vueltas a la sugerencia de Cashmere. Pero había otra razón por la cual había venido a la ciudad. La idea de casarse le producía un fuerte rechazo, aunque había varias muchachas solteras que vivían cerca de su propiedad y tenía numerosas parientas más que dispuestas a hacer de casamenteras.

Es más, Cashmere había declarado abiertamente su intención no sólo de buscar marido para Annie y Madge en Londres, sino de buscar esposa a su hermano. Pero durante los dos últimos años había vivido rodeado de mujeres. Anhelaba el momento en que su casa le perteneciera a él solo, entrar y salir cuando quisiera, ser ordenado o desordenado, apoyar sus botas sobre el escritorio en su biblioteca si lo deseaba, e incluso sobre el mejor sofá del cuarto de estar.

Anhelaba el momento en que pudiera entrar en cualquiera de los saloncitos que utilizaba durante el día sin mirar a su alrededor temiendo ver otro pañito bordado o de ganchillo adornando la superficie de una mesa, el respaldo de un sofá o los brazos de una butaca. Anhelaba el momento en que pudiera permitir que un par de sus perros favoritos entraran en la casa.

Hasta aca el primero. No se olviden de opinar. Besos