Simon no lo entiende. Y puede que nunca vaya a hacerlo, pero tampoco va a poner pegas. No va a gritar, ni a empujar a la muchacha de cabellos oscuros que aferra sus brazos a su cuello como si fuera una tabla de salvación. Ni va a retirar la lengua del interior de su boca. De eso esta completamente seguro.

No le importa si le ha confundido con otro. O simplemente esta completamente borracha. Ha decidido dejar de ser un caballero por las próximas horas y convertirse en un cerdo aprovechado. Porque eso es lo que hacen los chicos de su edad. O al menos eso supone, porque él nunca ha tenido tanta suerte, y aún no acaba de creérselo del todo.

Cabello negro, ojos negros y labios rojos. Con tacones de vértigo, tatuajes arriesgados y una actitud dominante. Sus manos se aferran a su espalda y le atraen hacía ella. Lee el deseo en su mirada y se deja llevar por las promesas de amor que ella no ha pronunciado.

Se pierde entre el brillo de cobalto de sus ojos oscuros y aspira el aroma dulzón de un perfume que se le hace vagamente familiar. Y entonces la magia fluye a través de sus sentidos. Escucha su risa burlesca y sus comentarios soeces. Oye a sus amigos llamarle pero los ignora y se centra únicamente en ella. En su voz de terciopelo y en el sonido de su nombre cuando escapa de sus labios. Y todo a su alrededor se difumina y deja de importar.

No le interesa como es posible que ella sepa su nombre si no le ha dejado hablar. Ni siquiera le ofenden las miradas de dos imponentes muchachos escondidos entre las sombras de la pared. Ni la pelirroja pecosa que se muerde el labio le parece tan atractiva como la primera vez que la vio al entrar. Ahora solo tiene ojos para ella. Su diosa guerrera, su valquiria.

Y entre sus brazos Isabel Lightwood sonríe al permitirse disfrutar de una noche de fantasía, con el hombre de sus sueños a su lado. Porque no importa si no la conoce, o si solo quiere su físico. Esta noche Simon Lewis volverá a ser de ella. Solo suyo y de nadie más. Y eso ni siquiera la magia oscura podrá arrebatárselo.