En el que se habla de reuniones forzadas


1


Abriéndose paso entre los restos de la nave, Gintoki emergió de las turbulentas aguas. Buscó a sus dos jóvenes compañeros pero no les veía por ningún sitio. Nadó entre los restos y cuerpos, intentando encontrar a Kagura y Shinpachi. Gritó sus nombres, a los cuales se sumaron los de Katsura y la joven herrera.

Algunos miembros de los Amanto, del Kihetai y del propio Zura intentaban ponerse a salvo.

–¡Kagura! ¡Shinpachi! –tronó Gintoki al apartar de su camino a un cadáver carbonizado–. ¡Zura! ¡Elizabeth! –el samurái estaba empezando a desesperarse. Se sumergió nuevamente para divisar a lo lejos a Takasugi, al parecer inconsciente.

Una oleada de sentimientos contradictorios se arremolinó dentro de si. Sin duda alguna, el líder del Kihetai era el principal culpable de todo el reciente revuelo, pero… aun así… alguna vez había sido su compañero. Algo tenía que haber visto en él Shouyou-sensei.

Maldición, pensó Gintoki al tiempo que envolvía con sus brazos a Takasugi, llevándolo de vuelta a la superficie. Tras tomar aire, reparó en que Takasugi permanecía alarmantemente quieto. No se había percatado hasta ese momento en que, a lo lejos, se alcanzaba a divisar tierra firme. Dejando escapar blasfemias, se apresuró a llevarlo a la orilla.

–Vamos –soltó Gintoki con el cuerpo pesado. Sobre tierra, se apresuró a reanimar a Takasugi que no daba muestras de estar respirando. Gintoki tras ver que no servía de nada soplarle aire a los pulmones, le golpeó duramente en el pecho. Al momento, el líder del Kihetai se giró sobre si mismo escupiendo gran cantidad de agua, al tiempo que tosía ruidosamente. Gintoki dejó escapar un suspiro de alivio. Notando que Takasugi tomaría un rato en recuperarse, se giró para quedar nuevamente con la vista en el mar. Se disponía a seguir con la búsqueda de sus compañeros, cuando alguien le llamó a gritos.

–¡Gintoki! –no tardó Katsura en llegar a su lado. Se detuvo al ver en el suelo, todavía intentando normalizar su respiración y con el pecho palpitando, a Takasugi. Se llevó instintivamente la mano a donde siempre cargaba su espada para sólo llevarse la sorpresa de haberla perdido.

Gintoki negó con la cabeza. Ya tenía medio cuerpo sumergido en el agua, cuando los supervivientes de los Amanto empezaron a lanzar gritos. Al menos diez miembros habían logrado ponerse a salvo sobre un gran trozo que antes seguramente formaría el casco de la nave. Katsura se colocó a su lado.

–Son una verdadera molestia –soltó con cansancio.

Gintoki se limitó a gruñir. Los Amanto les sonreían de manera perversa. Uno de ellos les apuntaba con un arma que había logrado recuperar.

–Vámonos –dijo Gintoki resignado, volviendo sobre sus pasos.

–Pero ¿qué hacemos con él? –Zura señaló con la mirada a Takasugi, que estaba de pie y con la mirada perdida en los restos humeantes. Gintoki no creía que estuviera preocupado por los miembros de su grupo. Cabía la posibilidad de que solo estuviera desorientado. Al llegar a su lado, Gintoki tomó por el brazo al líder del Kihetai solo para encaminarlo al interior de la playa.

Zura le miró perplejo, lo mismo que Takasugi.

–Estas de broma –soltó el primero sin poder reprimirse–. Ese bastardo no ha hecho más que traicionarnos una y otra vez. ¡Intentó darles nuestras cabezas a los Amanto!

–Traicionar es una palabra inapropiada –replicó Takasugi con la voz crispada, como si hablar le resultara doloroso–. No somos compañeros, así que no me hables de traiciones –dijo con la mirada fija en Gintoki.

–Como si quisiera serlo.

–¡Joder! Parad de una buena vez –exclamó Gintoki encarándolos. Se aproximo a Takasugi y le miró con desprecio–. Los Amanto no tardaran en seguirnos y, en vista de que ninguno trae armas, no queda más remedio que esperar a que no nos ataquen si estamos con él –enfatizó la última palabra como si le diera asco–. Tienen un trato después de todo.

Katsura arqueó una ceja.

–No sé si estas siendo inteligente o ingenuo –murmuró.

Takasugi se limitó a posar su único ojo en Gintoki, retándolo. Sin embargo, Gintoki le dedicó una expresión burlona, seguro de que Takasugi ya había sopesado cualquier enfrentamiento en su estado actual. No parecía creer que tenía posibilidades de ganar.

–Eso pensé –dijo Gintoki encabezando la marcha.

Zura no avanzó enseguida, dando a entender que no dejaría a Takasugi ser el último. Dedicándole un último vistazo al horizonte, como esperando ver a sus aliados, el samurái siguió a Gintoki con Zura tras de él.

Al cabo de un rato de penosa caminata, Gintoki clasificó sus muchos dolores. Casi había olvidado que no hacia mucho había peleado a muerte con un sujeto de tamaño descomunal. Se volvió a Takasugi evaluándolo de pies a cabeza. Recordó el cuaderno que, según Zura, Takasugi guardó y fue ese recuerdo lo que hizo que no empezara a acusarle. Con la vista de nuevo en el frente, sus pensamientos se dirigieron a Kagura y Shinpachi. No dudaba en que sus compañeros estarían a salvo, pero no dejaba de estar intranquilo.

Por su parte, Zura no había pasado por alto el que Takasugi caminara trabajosamente, dando traspiés de vez en cuando, pese a lo mucho que tratara de disimularlo. Tras debatirse si debía o no preocuparse, se decidió a no decir nada. Después de todo, aun mantenía presente su traición, aunque claro, para darse una traición antes tenia que haber existido confianza, como bien señaló Takasugi.

–¿Una choza? –cuestionó Gintoki de pronto.

–¿Que otra cosa podría ser? –dejó escapar Takasugi apoyando su brazo en un árbol cercano. Se había puesto completamente pálido, pero miraba casi con odio a Gintoki.

–No estas en posición alguna par…

–Parece abandonada –intervino Zura.

–Pues está decidido, armaremos un campamento –dijo Gintoki adentrándose en la destartalada construcción de madera. Zura examinó los alrededores, pero Takasugi no se movió. Se llevó la mano al costado para corroborar sus sospechas. Miró con aire aburrido sus dedos manchados de sangre, restándole importancia.

–No te quedes ahí –le gritó Zura.

El aludido soltó un bufido acercándose a donde Zura permanecía arrodillado.

–Pensé que no soportabas siquiera estar cerca de mi –dijo Takasugi interesado en la reacción del otro.

–No pienso dejarme provocar, aunque sé que eso te gustaría –siseó Zura tomando las cenizas de lo que antes fue una hoguera–. No te equivoques, si intentas algo, yo mismo acabare contigo.

–Quiero que lo intentes. Ni siquiera tienes tu arma, aunque pensándolo bien no creo que aun con ella pudieras ganarme.

Gintoki se interpuso entre ambos justo en el momento oportuno, pues Zura ya se había puesto en pie con la clara intención de abalanzarse sobre Takasugi, evidentemente divertido.

–Cabrón –dijo Zura con al brazo de Gintoki sirviendo de barrera. En respuesta, Takasugi le dedicó una grotesca sonrisa. Gintoki claramente exasperado bajó los brazos como si se hubiera resignado.

–Sabia des… -Takasugi no terminó de hablar cuando recibió un puñetazo en el rostro, lo que hizo que se tambaleara y cayera sin gracia en el suelo. Sin poder evitarlo, se llevó una mano a su costado.

–He dicho que paren –repitió Gintoki, no sin cierta culpa. Se giró para ver a Zura–. No hagas lo que el quiere, pues esta loco –dijo sin más.

–Eso es cuestionable –repuso Takasugi entre dientes, pero calló ante la fiera mirada de los otros dos.

–Perdona –le dijo Zura a Gintoki por su arrebato de hacia unos momentos. Tenía razón, pelear no los llevaría a ningún lado, además seguramente los Amanto no tardarían en encontrarles. No podían seguir perdiendo tiempo en tonterías.

–Olvídalo –Gintoki le tendió una mano a Takasugi, pero este se la rechazó. Se levantó con rapidez, sin apartar la mano de su costado. Se sintió mareado de pronto, pero no quería armar ninguna escena, pues ya estaba bastante avergonzado por no haber podido prever el golpe. Se adentró en la choza, convencido de que no le seguirían.

–¿Crees que este bien? –preguntó Zura en voz baja.

Gintoki le miró sin entender.

–¿Takasugi? A quien le importa. Además, el sujeto es fuerte, seguro que no le pasa nada –Katsura pareció dudar, pero terminó por asentir.

–¿Encontraste algo ahí dentro? –preguntó tras un rato.

–Hay varías vasijas y una que otra herramienta oxidada. Me parece que también hay mantas.

–Es mejor que nada –Zura se preguntó si deberían dejar fuera del alcance de Takasugi las herramientas. Pese a lo que había hecho, no creía que el otro fuera capaz de atacarles con ellas.

–No hará nada –dijo Gintoki adivinando sus pensamientos–. Ni siquiera te atacó estando en la nave y ahora no parece estar en su mejor forma. En cualquier caso, somos dos contra uno –dijo al tiempo que agitaba la mano, descartando la idea.

–Sí, tienes razón. Iré a buscar una vasija, puede que sirva para calentar agua –Zura interpretó el cielo por si acaso encontraba señales de que fuera a llover.

–Vale, yo iré por leña. Seguro hiela en la noche –Gintoki no esperó respuesta sino que se alejó de la choza. Esta situación le recordaba a los viejos tiempos en los que tenían que dormir a la intemperie a la espera de un inminente altercado. En ese entonces aun podía confiar en sus compañeros, pero ahora tenía que creer en que, muy en fondo, aun quedaba un poco de humanidad en Takasugi y quizá en él mismo.

Zura intentó estar el mayor tiempo posible afuera de la choza, pero cuando la temperatura empezó a descender rápidamente, aun Gintoki no volvía. Suspirando, entró en su adoptado campamento para encontrarse con que Takasugi se había quedado dormido; apoyado en una pared, tenía la cabeza sobre un hombro, pero con una expresión que distaba de ser relajada. Zura se detuvo en la mano de Takasugi y la forma en que apretaba su costado.

Sin entender muy bien sus motivos, buscó las mantas de las que había hablado Gintoki. No estaban en tan mal estado como hubiera pensado, así que tras sacudirlas, colocó una sobre el regazo de Takasugi. Después, él mismo se envolvió con otra y se sentó en el borde del piso de madera, que empezaba a podrirse.

Sin realmente observar los alrededores, Katsura se hundió en sus pensamientos, llevándose la mano a sus cabellos. Suspiró.

Pasara bastante tiempo antes de que crezca como estaba, se giró para dedicarle una mirada furibunda a Takasugi, advirtiendo que este se había despertado y que no apartaba su ojo de él.

–¿Y Gintoki? –preguntó con cierta ronquera.

–Fue a por leña –respondió Zura viendo que el otro se ponía en pie, dejando caer la manta. Como si quisiera ignorarla, le pasó por encima. Detuvo su avance cuando estuvo a pocos centímetros tras de él.

–El imbécil seguramente se ha perdido –dijo como si la idea le divirtiera.

–Al menos está siendo de más utilidad que tú.

Takasugi soltó una risilla, antes de pasarse una mano por la cabeza.

–¿Estas bien? –se atrevió a preguntar Zura.

Takasugi le dedicó un vistazo antes de sentarse a su lado.

–Te apuesto a que no regresa hasta la mañana –dijo Takasugi desviando la conversación.

–Vale, aunque no tienes nada que darme si gano –Zura reparó en que Takasugi había perdido no solo su espada sino también sus sandalias. Se extrañó por no haber notado ese detalle antes.

–Tendrás la satisfacción –dijo el otro apoyándose en el marco de la puerta–. Me hubiera gustado haber cargado mi kiseru –aquella declaración no pudo evitar sacarle media sonrisa a Zura, al pensar en lo relajante que le resultaría fumar un rato.

–Podría haber sido el premio de la apuesta.

–Sí… quizá… –Takasugi parecía estar esforzándose por no dormirse nuevamente.

–Habrá que hacer turnos de vigía –comentó Zura tratando de mantener despierto al otro. A su pesar, prefería pasar el tiempo conversando aunque fuera con él.

–Será entre tú y Gintoki. Nada les asegura que no vaya a delatarlos –soltó, con aire taciturno.

–No lo harás –repuso el otro sorprendiéndose de que en realidad creyera en lo dicho.

–No sabía que eras un hombre de fe… Me alegró de no tener nada que darte –Zura reparó en Gintoki que llevaba en brazos una gran pila de madera. Zura tomó la mitad para acomodarla y prenderle fuego. Takasugi permaneció en el portal, fingiendo que no ayudaba simplemente porque no deseaba hacerlo, pero lo cierto era, que temía desplomarse si se levantaba. Notó la mirada de Gintoki sobre él, quizá con un dejo de preocupación.

–Esta húmeda, pero creo poder hacer algo –dijo Zura distrayendo a Gintoki. En efecto, si bien tardó bastante en prender fuego, los tres pudieron dormitar bajo el calor de la fogata.

Zura se ofreció para ser el primero en vigilar, mientras los otros dos se metían en el interior de la casa. Takasugi no se molestó en ponerse en pie. Arrastrándose, se dejó caer cerca de la pared donde antes se había recargado. Y no queriendo recibir otro gesto amable, se apresuró a tomar la manta que había dejado para armar con ella una almohada. En cualquier otra ocasión se hubiera negado a dormir, pero el mareo que sentía estaba volviéndose cada vez más molesto. Si descansaba, seguramente terminaría por sentirse mejor y puede incluso que lograra escabullirse, no para buscar a los Amanto precisamente, pero no se veía capaz de seguir en compañía de quienes fueron sus compañeros, por no decir amigos. No tardó en dormirse.

Gintoki creyó interpretar correctamente lo que atormentaba a Takasugi, pues en parte él sentía lo mismo. El cuaderno… le daba esperanzas, pero tampoco quería confiar plenamente en ese inesperado gesto. Mientras dormía interrumpidamente, pensó en sus batidos de fresa, en su revista Jump, pero sobretodo en Kagura y Shinpachi.

Cuando había logrado dormirse profundamente, sintió que le sacudían. Abrió los ojos enrojecidos y miró a Katsura que, igualmente, tenía los ojos entrecerrados.

–¿Cambiamos? –dijo Zura al tiempo en que tomaba asiento.

Gintoki respondió con gruñidos y se dirigió al exterior. Katsura miró a Takasugi que en sueños, dejaba escapar lo que le parecieron gemidos de dolor. Zura se prometió que si para el amanecer no mostraba mejoría, le prestaría atención a la herida. En esos momentos estaba cansado y, por otro lado, estaba seguro que Takasugi se mostraría recio a cooperar si le sugería examinarle.

Imbécil, pensó antes de dormir y soñar que Elizabeth le suplantaba para luchar contra los Amanto.