El alba las sorprendió con las piernas enredadas y el sudor aún perlándoles la piel; Willow abrió los ojos con pereza, notando el brazo de Tara sobre su cintura y los rayos de sol rozándole los párpados.

-Buenos días.

Notó la respiración de Tara contra su nuca y los dedos trazando círculos en su abdomen.

-Buenos días.

Sonrió con el sueño aún filtrado en la piel y la resaca que deja el sexo adherida en el pelo.

-¿Qué tal has dormido?

Se giró para dar un suave beso a Tara y le rozó la espalda con el pulgar.

-Muy bien. ¿Y tú?

Tara profundizó el beso; le rozó los labios con los suyos. Fue uno de esos besos, suave, tierno, de buenos días.

-Bien.

Willow sonrió con picardía.

-¿Sólo bien?

Trazó un camino de besos que iba desde la oreja hasta la clavícula.

-Muy bien.

Y fue más un gemido que otra cosa.

Aquella fue la última vez que Willow y Tara amanecieron juntas.