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N.A: Bueno, esta es mi primera historia larga, además de mi primer fic de Byakuya y Hisana. No sé cada cuanto voy a actualizar, pero intentaré que sea al menos una vez por semana. Espero que os guste.
Capítulo 1. Una velada estresante
Hisana Shirayuki lanzó una nerviosa mirada a su alrededor y se alisó las inexistentes arrugas de su vestido mientas se preguntaba por enésima vez qué demonios hacía ella allí. ¿Cómo había dejado que la arrastraran a semejante evento? Se sentía completamente fuera de lugar en aquel elegante salón de aquel elegante hotel rodeada de tantas personas elegantemente vestidas. Aún recordaba las palabras de su jefe cuando le propuso acompañarlo: "Hisana, necesitas salir más a menudo. Te vendrá bien una noche de descanso. Seguro que te lo pasarás bien, no es más que una fiesta informal..." Si esto era a lo que él llamaba una fiesta "informal" por nada del mundo iría a una formal.
Hisana suspiró y cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro. Esos tacones la estaban matando. Había dejado que algunas de sus compañeras de trabajo la llevaran de compras y se había jurado a sí misma no volver a repetir la experiencia en su vida. Rangiku Matsumoto, del departamento de relaciones laborales, había sido especialmente irritante en su entusiasmo consumista. ¿No se daba cuenta de que no podía permitirse ciertas cosas? Cuando le enseñó unos zapatos con un tacón tan exagerado como su precio casi se los tira a la cabeza. Al final, se dejó convencer y compró los que llevaba ahora; sencillos, negros y con un tacón ni demasiado alto ni demasiado fino. Aún así, acostumbrada como estaba a los zapatos planos y cómodos de siempre, se sentía como si se fuera a caer a cada paso que daba.
Lo mismo pasó con el vestido. Se sentía ridícula con ese fino pedazo de tela azul oscuro pegado al cuerpo. Los finos tirantes le dejaban al descubierto los brazos y una pequeña porción de la espada y del pecho sólo un poco por debajo de la clavícula, pero la prenda se le ceñía al cuerpo, delineando su figura hasta las rodillas, haciéndola sentirse como si todo su cuerpo estuviera expuesto. Hisana no sabría decir qué era peor, si ese vestido o las prendas escandalosamente escotadas que le había recomendado Rangiku.
Hisana suspiró y se llevó una mano al rostro, pero la apartó inmediatamente con una mueca. Tenía que tener cuidado de no tocarse la cara para no estropearse el maquillaje. Era tan molesto... Nunca había llevado más que un ligero brillo de labios y ahora se encontraba con todo el rostro pringoso de pinturas. Para variar, esta vez la culpa había sido de una becaria con la que se llevaba bien, Kiyone Kotetsu. Al parecer, había hecho un cursillo de maquillaje y peluquería (o algo así), y una vez más Hisana se dejó convencer para que la ayudara a arreglarse para la velada.
Y allí estaba ahora, más incómoda de lo que había estado en su vida, intentando no hacer el ridículo delante de su jefe y sus amigos. Suspiró con agotamiento y agitó la cabeza, sintiendo cómo los ligeros mechones de cabello negro que Kiyone le había dejado sueltos del moño que le había hecho le acariciaban las mejillas y cómo los pesados pendientes de plata y lapislázuli se balanceaban en sus orejas. Le gustaban mucho, pero no solía ponerlos. Le traían malos recuerdos. O mejor dicho, le traían buenos recuerdos de un tiempo feliz que nunca iba a volver. Aquellos pendientes fueron el último regalo que sus padres le hicieron, cuando cumplió diecisiete años. Pocos meses después fue el accidente que la dejó sola; sola y a cargo de su hermanita de siete años.
Hisana sacudió la cabeza una vez más, intentando evitar aquellos lúgubres pensamientos, pero no pudo evitar acariciar la pulsera en su muñeca izquierda. Era la única joya que llevaba a parte de los pendientes, y también un recordatorio de lo que había perdido. Su padre se la había dado a su madre como regalo de bodas, y ahora ella la llevaba por primera vez. Era una pieza sencilla y discreta, de plata y zafiros, pero de muy buena calidad. Hisana nunca se la había puesto por miedo a perderla, pero por algún motivo le había parecido apropiada para la ocasión.
-¡Hisana!- La voz femenina que pronunció su nombre la sacó de sus pensamientos. Se dio la vuelta y vio a su vieja amiga, Nanao Ise, acercarse con una sonrisa. Llevaba el pelo recogido en un severo moño y un discreto vestido negro largo hasta los tobillos que sin embargo le dejaba la espalda al descubierto. Hisana le devolvió la sonrisa. Era un alivio ver una cara conocida.
-Hola, Nanao. ¿Cómo estás?
-Bien, ¿y tú?
-La verdad es que podría estar mejor.- Hisana suspiró con cansancio y Nanao dibujó una sonrisa comprensiva. Se conocían desde el instituto, y Nanao sabía lo poco que le gustaban a Hisana aquellas cosas. Eran poco más de las diez de la noche y Hisana ya se sentía agotada. A esas horas, normalmente estaría en su casa, leyendo en la cama o viendo la televisión con Rukia. ¿Por qué había aceptado venir?
-No te preocupes, Hisana, seguro que en menos de lo que esperas ya estarás de vuelta en tu casa.- Hisana sonrió de nuevo a su amiga. Siempre la había ayudado tanto... Hisana estaba enormemente agradecida de la suerte que tenía de tener una amiga así. Era una pena que últimamente no se vieran tan a menudo como le gustaría por culpa de sus respectivos trabajos...
Ese pensamiento le recordó el motivo por el que estaba allí y decidió cambiar de tema.
-Por cierto Nanao, ¿has visto a mi jefe? Dijo que quería presentarme a un par de personas pero no sé dónde se ha metido.
-Ah, si, está hablando con el señor Kyoraku. ¿Ves? Allí están.- Nanao señaló con un ligero gesto a un punto detrás de Hisana y ésta se dio la vuelta. Le costó poco distinguir entre la multitud a los dos hombres que conversaban animadamente unos metros más allá. Formaban una pareja de lo más extraña; el jefe de Hisana y director de Soul Society, la revista literaria más importante de Japón, Jushiro Ukitake, con su pelo largo y completamente blanco pulcramente sujeto en la nuca, tez pálida, sonrisa cordial y discreto traje azul oscuro, frente a Shunsui Kyoraku, con su espeso cabello castaño oscuro, barba de tres días, tez bronceada y traje blanco con una chillona camisa rosa arrugada y mal abotonada, nadie diría que era uno de los mejores abogados del país.
Parecían enfrascados en algún asunto importante, así que Hisana decidió que no era el momento más adecuado para hablar con su jefe. Se volvió otra vez hacia Nanao y empezaron a conversar. Parece ser que Ukitake le había pedido a Kyoraku que viniera para que le ayudase con ciertos temas legales que iba a tener que tratar. La conversación derivó a temas más irrelevantes, hasta que en un momento dado a Hisana se le ocurrió mirar por encima del hombro. Lanzó una ligera exclamación de sorpresa.
Ukitake había desaparecido y Kyoraku estaba ligando con una de las camareras. Nanao le lanzó una mirada de profunda desaprobación a través de sus gafas sin montura y se volvió hacia su amiga.
-¿Te importa que te deje un momento, Hisana? Tengo un asunto que atender.
-Oh, tranquila, no me importa.- Sonrió ella comprensiva.
Nanao le devolvió la sonrisa y se dirigió hacia su jefe más rápido de lo parecía posible con los tacones que llevaba. Hisana suspiró. A veces, pensó, el trabajo de su amiga se parecía más al de una niñera que al de una secretaria.
Así que había vuelto a quedarse sola. ¿Debería ir a buscar a Ukitake? Aunque igual estaba atendiendo otros asuntos y Hisana no quería molestarlo... ¿Y si iba a buscar algo de comer? No había cenado ni comido nada desde el mediodía y ahora se daba cuenta de lo hambrienta que estaba. Caminó con cuidado hacia una de las tentadoras mesas servidas en medio del salón, cuando de repente una voz harto conocida la sobresaltó.
-¡Hey, Hisana! ¿Cómo va eso?
-¡Kaien!- Exclamó la joven con una mezcla de sorpresa y reproche.
El hombre que se le había acercado era Kaien Shiba, el asistente personal de Jushiro Ukitake. Tenía el pelo oscuro ligeramente largo en la nuca e intensos ojos de color azul verdoso y gruesas pestañas. Vestía vaqueros, chaqueta oscura y camisa a rayas, abierta para dejar las clavículas al descubierto. Daba la impresión de ser alguien a quien le importaba bien poco su aspecto o lo que otros pensaran de él; de hecho, Hisana tenía la molesta sensación de que Kaien se esforzaba a propósito por dar una imagen desarreglada.
-¿Qué, te diviertes?- Preguntó con una sonrisa ladeada.
-No.
-Vamos, vamos. No seas así. Suéltate un poco. Como sigas así, te vas a convertir en una vieja amargada antes de cumplir los treinta.
Hisana cerró los ojos un momento y decidió cambiar de tema.
-¿Has visto a Ukitake? Dijo que quería presentarme a alguien pero no me ha dirigido la palabra desde que llegamos.
Kaien se rascó la barbilla.
-Bueno, ha estado ocupado saludando a algunos conocidos, pero seguro que enseguida viene a buscarte. Ahora está... eh...- Miró a su alrededor, como esperando que el hombre en cuestión apareciera mágicamente entre la multitud.- Esto... En algún lugar ha de estar, ¿no?- Kaien se llevó una mano a la nuca, sonriendo con nerviosismo.
Hisana suspiró.
-No me digas que tú también lo has perdido.
-No, mujer, no... Sólo no sé dónde está en este momento.
Hisana cerró los ojos de nuevo, sintiendo una vena palpitar en su sien. Kaien debió notar su irritación, porque empezó a parlotear incoherencias con la esperanza, absolutamente errónea, de que eso la distrajera.
-Vamos, Hisana, ¿por qué preocuparse por el trabajo en una noche tan hermosa como esta? Toma una copa, habla con la gente... Igual ligas y todo...- Los ojos violetas de Hisana se endurecieron levemente y sus labios se torcieron en una ligera mueca. Kaien tragó saliva, casi sintiendo cómo la temperatura bajaba un par de grados.- Esto... eh... ¿Te he dicho ya que estás preciosa esta noche?
Hisana le lanzó una mirada capaz de congelar el fuego y Kaien retrocedió medio paso; una fina capa de sudor frío empezaba a formarse en su frente. Tartamudeó un par de incoherencias más, hasta que algo detrás de la chica llamó su atención. Miró por encima de su hombro, y cuando Hisana se volvió a medias para ver qué estaba mirando, murmuró una disculpa y algo a cerca de ir a hablar con alguien y aprovechó para perderse entre la multitud.
-¡Kaien!- Lo llamó Hisana. Intentó seguirlo, pero tropezó con sus propios pies y tuvo que apoyarse en una mesa para recuperar el equilibrio. Se acabó. Estaba cansada, aburrida y le dolían los tobillos. Buscaría un lugar apartado donde sentarse hasta que su jefe requiriera su presencia y luego se iría a casa, se quitaría ese ridículo disfraz y se metería en cama.
Con renovada determinación, se dispuso a poner su plan en marcha.
Byakuya Kuchiki caminaba pausadamente a través del salón, atrayendo más de una mirada a su paso, en su mayoría femeninas. Su largo, sedoso cabello negro ondeaba ligeramente a su espalda y sus ojos grises observaban inexpresivamente a la gente a su alrededor. Estaba acostumbrado a esas veladas interminables llenas de charlas vacías y aburridos hombres de negocios, pero eso no disminuía para nada su hastío.
La familia Kuchiki había dirigido la editorial más antigua y prestigiosa del país desde su fundación, hacía casi doscientos años. Como único heredero de la familia, era su obligación atender todo tipo de reuniones y eventos relacionados con la empresa familiar, por muy desagradables que le resultaran. En esta ocasión, era una fiesta informal en la que su abuelo esperaba llegar a un acuerdo con Jushiro Ukitake para patrocinar su revista, a cambio de que los libros de la editorial Kuchiki tuvieran en ella una especial importancia, desde luego. Su abuelo había querido conseguir un acuerdo semejante desde antes incluso de que Ukitake se hiciera cargo de la revista, pero no fue hasta la presente crisis financiera que se le presentó una oportunidad.
Ahora, Byakuya esperaba a que su abuelo considerara oportuno mandarlo llamar para asistir a una conversación informal sobre las negociaciones del acuerdo. Además, parece ser que Ukitake había traído consigo a un miembro de su equipo, una crítica o algo así, y quería presentársela. ¿Cómo se llamaba? Bueno, tampoco es que importara, seguro que no era más que alguna solterona amargada que se había pasado la vida con la nariz pegada a un libro.
Una palmada en su espalda de una pesada mano lo sacó de sus pensamientos.
-¡Hey, Byakuya, cuánto tiempo!
Sus labios se torcieron en una mueca imperceptible cuando se dio cuenta de quién se había dirigido a él de una forma tan insolente. Kaien Shiba le pasó una mano por los hombros con una enorme sonrisa.
-Byakuya, viejo amigo, no sabes lo mucho que me alegro de verte. Acabas de salvarme la vida.
Byakuya cerró los ojos, intentando calmarse mientras una vena le palpitaba en la frente. Agitó los hombros para quitárselo de encima y le lanzó una fría mirada antes de preguntar con voz inexpresiva:
-Kaien Shiba, ¿por qué estás aquí?
-¿Eh? ¿Pero qué maneras son esas de saludar? ¿No vas a decirme que te alegras de verme?
-No.
Kaien chasqueó la lengua ante tan seca réplica. Byakuya siempre había sido así. Se conocían de haber ido al mismo instituto privado, pero ya por entonces se movían en círculos totalmente diferentes. Byakuya había sido el primero de la clase en todo: mejor estudiante de su curso, capitán del equipo de kendo, miembro del consejo de estudiantes... Mientras que Kaien... bueno, el único título que podría dársele a Kaien por aquel entonces era el de mayor mujeriego del instituto.
-En serio, Byakuya, tienes que aprender a relajarte, deberías buscarte una buena chica.- No obtuvo más respuesta que una mirada fría. Kaien lanzó un bufido.- ¿Pero qué le pasa hoy a todo el mundo que estáis todos de mal humor?
Byakuya no sabía a qué se refería, y tampoco le importaba.
-Tengo asuntos importantes que atender, Shiba. Si me disculpas.- Se dio la vuelta y se perdió entre la multitud antes de que Kaien tuviera tiempo de replicar.
Ese hombre lo sacaba de sus casillas, siempre lo había hecho y siempre lo haría. Byakuya apresuró el paso sin perder la compostura. ¿Quién se creía que era para osar dirigirle la palabra? No eran amigos, ni compañeros, y apenas si lo consideraba un conocido. ¿Cómo se atrevía a molestarlo con sus impertinencias?
Byakuya siguió rumiando para sí lo mucho que detestaba a Kaien Shiba hasta que algo le llamó la atención por el rabillo del ojo. Se detuvo y miró a su alrededor. ¿Qué era lo que había captado su atención? Prestó más atención a las caras que lo rodeaban.
Allí. Era ella, seguro. A unos cuantos metros, sentada elegantemente en una silla junto a una de las grandes ventanas que daban al jardín del hotel, había una joven de unos veinticinco años. Byakuya la observó disimuladamente. Estaba seguro de que era ella la que había captado su atención, y era evidente por qué. Era hermosa, de la belleza delicada de las primeras flores del año. Su corto cabello negro azabache estaba recogido en un elegante moño que dejaba algunos mechones sueltos que le besaban las mejillas y el cuello, de piel blanca y cremosa. Byakuya sintió el impulso irresistible de acariciarla, de deslizar sus labios por su mandíbula y aún más abajo. Llevaba un vestido azul oscuro que ofrecía un magnífico contraste con su tez, ceñido al cuerpo, marcando cada una de sus delicadas curvas, dejando sus delgados brazos y las piernas hasta las rodillas descubiertos.
Byakuya cogió un par de copas de champán de la bandeja de un camarero que pasaba cerca y se dirigió hacia la joven. Aunque nunca lo admitiría ante nadie, estaba pensando en hacer caso de los consejos de Kaien Shiba.
Hisana observaba la pantalla de su móvil. Ningún mensaje sin abrir, ninguna llamada perdida. Eso era bueno, ¿no? Le había dicho a Rukia que la llamase si pasaba algo, y si no lo había hecho era porque todo iba bien, pero Hisana no podía dejar de preocuparse si no recibía noticias suyas. Pero tampoco quería llamarla, no quería parecer pesada, además, no era como si le fuera a pasar algo por pasar una noche sola, al fin y al cabo, ya tenía quince años, era lo suficientemente mayor como para saber cuidar de sí misma, sin contar con que Rukia siempre había sido una chica muy responsable.
Hisana suspiró y guardó el móvil en el diminuto bolso que había traído consigo antes de girarse a medias para mirar por la ventana junto a la que se había sentado. El amplio jardín del hotel se intuía al otro lado del cristal, iluminado sólo con la luz que provenía de las ventanas de los edificios cercanos y de algunas farolas dispuestas aparentemente al azar entre los árboles. Al fondo, entre oscuras siluetas de rascacielos, una finísima luna menguante teñía de plata con su leve fulgor los jirones de nubes que la rodeaban. Hisana deseó no estar encerrada en ese salón y poder salir y caminar durante horas y horas sin rumbo fijo, sin ninguna preocupación que nublara su mente, con el fresco viento de principios de otoño como única compañía...
-Hermosa noche, ¿verdad?
Hisana salió bruscamente de su ensoñación al oír aquella grave, masculina voz inesperadamente cerca de ella. Levantó la cabeza... y sintió que se quedaba sin aliento.
Delante de ella se alzaba uno de los hombres más atractivos que había visto nunca. Tenía el cabello negro, sedoso y largo hasta los hombros, con la raya a un lado de tal forma que algunos mechones caían lánguidamente sobre su perfecto rostro, de rasgos angulosos y piel blanca inmaculada. Llevaba un traje gris claro hecho a medida que marcaba su cuerpo esbelto, complementado con una camisa blanca y corbata azul claro.
-¿Una copa?- Ofreció el hombre, tendiéndole una de las dos copas de champán que llevaba. Hisana parpadeó un par de veces antes de que el sentido de sus palabras calara en su cerebro.
-¿Eh? ¡Oh, gracias!- Murmuró tímidamente, cogiendo la copa por instinto, porque nunca bebía alcohol.
El hombre la observó atentamente mientras se llevaba la copa a los labios y Hisana desvió la mirada, removiéndose inquieta en su asiento ante la intensidad de aquellos ojos grises.
-¿Puedo preguntar por qué una joven dama como usted está sola en una noche tan hermosa?- Dijo el misterioso hombre con su profunda voz. Hisana alzó la mirada un segundo para volver a fijarla en las delicadas curvas del cristal en su mano.
-Eh... estoy esperando a alguien.- Murmuró Hisana a falta de una respuesta mejor. Empezaba a sentirse cohibida y algo intimidada ante aquel atractivo desconocido.
-¿Me permitiría entonces acompañarla mientras espera?- Preguntó el hombre, tendiéndole una mano. Hisana volvió a alzar la mirada y sus ojos se enlazaron con los del hombre. Sin pensarlo, cogió su mano...
Por desgracia, tan hechizada estaba por su mirada que Hisana olvidó por completo al copa que estaba sosteniendo, y ésta resbaló de su mano en el mismo momento que el hombre la ayudaba a levantarse, derramando de alguna forma todo su contenido sobre su pantalón. Ambos retrocedieron instintivamente, pero el mal ya estaba hecho: una enorme mancha húmeda recorría la pernera del atractivo desconocido.
-¡Oh, lo siento!- Exclamó Hisana turbada. Un destello de ira atravesó los ojos del hombre, y Hisana, muerta de vergüenza y sin saber qué decir o hacer, salió corriendo.
Hisana se alejó lo más rápido que pudo hacia el otro extremo del salón. Se sentía tan avergonzada... ¿Cómo podía ser tan torpe? En verdad, aquella estaba siendo una de las peores noches de su vida. Ojalá terminase ya...
Justo empezaba a tranquilizarse un poco cuando una voz amigable la llamó por su nombre. Hisana se dio la vuelta y vio a su jefe acercándose.
-¡Hola, Hisana! ¿Te estás divirtiendo?- La saludó Jushiro Ukitake con una gran sonrisa.
Hisana soltó un profundo suspiro. Había un par de cosas que le gustaría contestar, ninguna de ellas agradable, pero se conformó con murmurar un simple "no demasiado". La sonrisa de Ukitake adquirió un tinte comprensivo y le dio una palmadita en el hombro.
-Vamos, seguro que podría haber sido mucho peor.- Hisana le devolvió una sonrisa resignada. Lo dudaba mucho, pero no dijo nada. La verdad era que había que tener un corazón de piedra para enfadarse con él.- Oye Hisana, ¿recuerdas que quería presentarte a alguien?- Hisana asintió. ¡Por fin! A ver si después de esto podía volver a casa. Ukitake le indicó que lo acompañara y Hisana lo siguió, a la vez que se le ocurría preguntar.
-Señor, ¿Quienes son esas personas que quiere que conozca?
-Oh, ¿no te lo había dicho? Son los principales ejecutivos de la editorial que nos va patrocinar de ahora en adelante. Ginrei Kuchiki y su nieto, Byakuya.
Hisana apretó los labios. Había oído hablar de esa familia. Ahora sí que la noche no iba a poder ir a peor. Iba a tener que pasar a saber cuánto tiempo conversando con un viejo estirado y un pijo niño rico mimado. Lo que le faltaba.
Al llegar junto a un grupo de gente, un anciano alto, de largo cabello gris peinado hacia atrás, bigote e impecable traje negro se les acercó con paso majestuoso.
-Ah, aquí está, señor Kuchiki. Esta es Hisana Shirayuki, nuestra mejor crítica literaria. Hisana, este es Ginrei Kuchiki.- Ukitake hizo las presentaciones y Hisana se inclinó levemente, murmurando un quedo "encantada de conocerle". El anciano le devolvió el saludo fríamente, pero antes de que alguien pudiera añadir algo, un cuarto personaje se les unió.
-¡Ah, Byakuya, cuánto tiempo sin verte!- Exclamó Ukitake alegremente.- Esta es Hisana Shirayuki. Hisana, este es Byakuya Kuchiki.
Hisana abrió mucho los ojos y el saludo que iba a pronunciar se le atragantó. El hombre que acababa de llegar era ni más ni menos que aquel al que le había tirado su bebida encima. Byakuya entrecerró un poco los ojos al verla, pero no mostró ninguna otra reacción. Aún se apreciaba una mancha húmeda en su pantalón.
Hisana se mordió el labio inferior. Y pensar que creía que las cosas no podían ir a peor...
N.A: Como ya os habréis dado cuenta, el apellido de Hisana lo saqué de la zanpakuto de Rukia. Me pareció muy apropiado. El siguiente capítulo se titulará "Soul Society". Hasta la próxima.
P.D: Hay algo a lo que llevo dándole vueltas durante un tiempo. ¿Alguien sabe si el disclaimer es obligatorio? Porque en las normas de la web no se menciona, pero sí se dice que esta página es exclusiva para fanfics, y un fanfic por definición no está escrito por el autor de la obra en la que está basado, así que el disclaimer carece de sentido. Pero por si acaso, ni Bleach ni sus personajes me pertenecen.
