Esta historia no la tenía planeada, estaba en la parada del autobús con un tráfico imposible (nadie avanzaba más de 10 cm por hora) cuando la inspiración llegó. Será muy corta porque aún debo de finalizar el resto de mis historias y algunos están más que impacientes, sin embargo, ya tengo todo desarrollado en mi cabeza y espero el fin de semana (a más tardar) traerles el final. Creo que serán dos o tres capítulos, pero aún no estoy segura. Espero les guste.
¿Dudas? ¿Quejas? ¿Sugerencias? ¿Tomatazos? ¿Críticas? Son todas bien recibidas, no se olviden de comentar.
Hetalia no me pertenece, sino al gran Hidekaz Himaruya, ¡viva! ^w^
Consultó su reloj notando que aún faltaban veinte minutos para la hora acordada. Suspiró. Antonio no era de los que llegaban particularmente temprano si se trataba de una salida con Gilbert y Francis.
La historia de siempre, Gilbert llegando tarde por la anterior noche de copas, sin importar que hubiese sido entre semana; desde que dejara de ser una nación tenía mucho más tiempo libre, relegando todo en Ludwig. Además, solía decir que al ser él alguien tan awesome los demás debían esperarle el tiempo que fuera necesario, después de todos, él los honraba con la genialidad de Ore-sama.
Y Francis… bueno… uno realmente no podía saber dónde había pasado la noche o con quién, pero eso no le importaba a él siempre y cuando no fuese con Emma o Lovino, habiéndoselo dejado muy en claro al rubio. Pese a ello, normalmente el País del Amor despertaba en casa ajena e, incluso, en otro país, teniendo que tomar vuelos de regreso a su casa o a la de aquél con quien hubiera quedado, incluso si eso significaba acuerdos internacionales por firmar.
Por eso es que Antonio odiaba salir con ellos de día. Eso sí, una noche de juerga con el resto del Bad Friends Trio era ideal para él: cerveza, mujeres, bar tras bar y muchas aventuras dignas de recordarse posteriormente.
Volvió a consultar su reloj… cuarto para las doce… el tiempo pasaba demasiado lento en esa plaza de Madrid. Sentado frente a una fuente se entretenía viendo el ir y venir de la gente. De pronto, unos gritos llamaron su atención.
–¡Maldita máquina! ¡Dame mi bebida! ¡Déjame decirte que no eres nada awesome! ¡La gran yo te ha dado una orden, así que obedece a mi genial persona!
El castaño volteó a la fuente del sonido, topándose sus ojos con alguien muy particular. Frente a una máquina expendedora de bebidas se encontraba una persona de aproximadamente su edad; llevaba una corta falda negra y una camisa azul oscura con un escote algo provocativo, una pequeña chaqueta negra y altas botas blancas que le llegaban hasta las rodillas completaban el cuadro. Lo que más llamó su atención era ese cabello platinado y ojos rojos que miraban coléricos el objeto de su enfado.
Con su mano derecha golpeaba la máquina, mas pareció que su ira tomó otra dimensión y comenzó a patearla al tiempo que soltaba gritos a todo pulmón.
–¡Scheiße! ¡¿Acaso te estás burlando de la asombrosa yo?! ¡Nadie!, ¿escuchaste?, ¡NADIE lo hace! ¡Antes deberías alegrarte de que mi awesome persona se ha dignado a elegirte para aplacar su sed, deberías estar agradecida, máquina del demonio! Kesesese kesese kese~
Si no fuera por la ropa o por el largo de la cabellera, Antonio juraría que era Gilbert quien así gritaba… y más al ver sobre la cabeza de la desconocida un bulto amarillo que parecía ser un pequeño pollo… o por la cruz de hierro que colgaba de su cuello.
El español se frotó los ojos, incrédulo ante ello; definitivamente debía tratarse de una broma. Sintió cuando alguien le puso le mano en el hombro y se giró asustado.
–Antoine… mon ami… ¿qué sucede? –le miró Francis– Sé que hoy amanecí más apuesto que de costumbre, pero eso no es razón para que te asombres…
–Seguramente fue por mi genial presencia en este sitio. Kesese kesese kese~ –se rió Gilbert, llevándose las manos a la cintura– Ore-sama les está deleitando esta tarde, así que…
–¡Ahhh!
El grito del castaño no se hizo esperar, señalando al prusiano como si hubiese visto a un fantasma.
–¡Ella…! digo… él… –continuó señalándolo con el dedo– ¡Pero…! ¡¿Cómo?!
–Sí, Antonio, ya sé que mi awesome presencia te deja sin aliento –sonrió el albino.
–¡Había una chica! –el de ojos esmeralda volteó a la máquina expendedora pero ahí no había nadie.
-¿Una petite? –Francis buscó en la dirección donde su amigo tenía la vista clavada– ¿Tan temprano y ya has encontrado una conquista, Spagne? Ohhh, la amour…
–¡Era idéntica a Gilbert! –aclaró mientras escudriñaba en todas direcciones a la desconocida.
–¿Idéntica a Gilbo? –repitió el rubio, deteniendo su búsqueda.
–Nadie… repito, NADIE es idéntico a Ore-sama, ¿oíste, Spanien? –se molestó el otro.
–¡Lo juro! –miró su cabeza, donde descansaba una pequeña ave– ¡Incluso tenía un Gilbird con ella!
–No digas tonterías… –se enojó aún más– Ninguna mascota podría tener ni la mitad de la genialidad de Gilbird, él es único, el único lo suficientemente awesome para ser la mascota del awesome Prussia.
Antonio juró y perjuró que les decía la verdad, ante tanta insistencia Francis hubo de calmarlo antes de que su delirio se hiciera más grande.
–¡Vamos, Francia, no bromeo! –le dijo su amigo– Te lo probaré, no debe de andar muy lejos… de… aquí…
Antes de que el ojijade pudiera continuar, su mirada se perdió en un punto del otro lado de la plaza, los otros dos voltearon al lugar que contemplaba fijamente sólo para quedarse en un estado semiparecido.
–¡Françoise! ¡Más te vale salir de una buena vez! ¡Mi awesome persona no te esperará todo el día!
-¡Vamos, Julchen, no te desesperes! –sonrió la persona con la cual se encontraba.
La puerta de la boutique se abrió y por la misma salió una castaña, llevaba un vestido azul que desde lejos lucía sumamente costoso, guantes y botines blancos, su cabello estaba recogido en una coleta alta con algunos mechones que enmarcaban su rostro, ojos violetas y sonrisa provocativa.
–Ya voy, ya voy. Oh, mon cheri, qué susceptible estás el día de hoy. Un poco de amour no te vendría nada mal.
–Scheiße, Françoise; Isabel y yo llevamos siglos esperándote, ¡no es nada awesome hacerle eso a la grandiosa yo que te deleita con su awesome presencia!
–¡Vamos, chicas! –les regaló una sonrisa la tercera– Ya no peleen, ¿qué les parece si mejor vamos a comer churros a mi casa? No queda muy lejos de aquí, ¿sí? Churros~
Las otras dos contemplaron a su amiga. Cabello castaño oscuro, ojos esmeralda, una sonrisa tan cálida capaz de derretir al más grande bloque de hielo. Usaba unas botas café oscuras que le llegaban hasta media pierna, una falda negra y blusa de botones en color rojo con algunos detalles en amarillo. Su cabello iba recogido en un rulo alto y algunos mechones caían a ambos lados de su rostro.
–Oui, mon ami, en estos momentos se me han antojado tus deliciosos churros, nadie los prepara como tú, ¿qué dices, Julchen?
La peliplata se cruzó de brazos.
–Digo que, ya que me has hecho enfadar, es justo que tú pagues las cervezas de este mes –miró a la castaña.
–La semana –negoció–. Quedaría en la ruina si intentase pagarte tan sólo las de medio mes.
–Entonces saca una botella de esa cosecha de la que tanto presumes –le sonrió autosuficiente–. Dejaré que la awesome yo te diga si es o no la mitad de buena que una cerveza alemana.
–¡Pío! –enfatizó la pequeña ave que descansaba sobre su cabeza.
–¡Es mi mejor cosecha de vino! –le miró molesta– ¡No te atrevas a comparar tu bebida con la mía! ¡Sabemos de sobra cuál es superior!
–¡La mía! –dijeron al mismo tiempo, luego voltearon detrás de ellas– ¡Isabel, ¿cuál es mejor?!
–¿Ehhh? –les miró extrañada– Lo siento, chicas, estaba distraída. Pensaba que los tomates ya estarán maduros y habrá que recogerlos pronto. ¡Chiarita se pondrá muy contenta!
Entre más gritos por parte de ese trío tan particular, finalmente sus siluetas se perdieron en las calles de Madrid.
Ninguno del Bad Friends Trio salía de su asombro. Sus ojos continuaban clavados donde hasta hace unos momentos se hallaban esas personas tan particulares. Por fin, Francis habló.
–Creo que se nos hace tarde, ¿no? –les dijo quedamente.
–Ahhh, sí… –contestó el peliplata, sintiendo que su voz no había sonado nada awesome.
-¿Qué era aquello que necesitabas, Toño? –le miró el rubio.
–Ahhh… unas cosas para la… Cumbre Mundial… –trató de recordar.
–Ahhh… –contestaron los otros sin ganas.
Comenzaron a andar por las calles sin decir palabra alguna, con la vista gacha en el piso. De pronto, Francis se detuvo y comenzó a reír.
–¿Qué es tan gracioso? –le miró Gilbert.
–¡Vamos, muchachos! ¿No creerán que…?
Permanecieron en silencio, contemplándole confundidos.
–Ellas son simples humanas, nosotros países. Es imposible que haya más de uno de nosotros. Incluso vean a los hermanos Vargas, se complementan pero ambos conforman a Italia… no es como si hubiera otra Prussia, otra España o incluso otra Francia… debe tratarse de una increíble coincidencia.
-Kesesese kesesese kesese~ –rió Gilbert–. Eso era justamente lo que Ore-sama pensaba, no puede haber nadie más como Ore-sama porque Ore-sama es único, nadie puede ser ni la mitad de awesome, kesesese kesesese kese~
–¡Claro, claro! –les imitó Antonio– Sin duda se trata de una gran, gran casualidad.
A pesar de no decirlo en voz alta, un sólo pensamiento rodó por la mente de los tres: "Las casualidades no existen".
