Adrien era el último que quedaba en el vestuario de las clases de esgrima, Kagami se acercó y se sentó a su lado. En el instante en que lo hizo, Kagami le tendió algo al chico.
Los ojos verdes de Adrien se expanden al ver la figura de papel que le era entregada por Kagami.
—¿Tú lo hiciste? —preguntó sorprendido.
—Si—espetó, sus ojos lo miran fijamente, de esa forma que le hace tragar saliva y poner nervioso—. Es para ti.
Recoge el tallo hecho de papel con sus manos, era una rosa.
—¡Es asombroso! —exclamó—. No sabias que tenías habilidades con el origami— Girándola y viéndola con mayor admiración.
—Si no las tiene, las aprende—repuso, quien había estado practicando arduamente (viendo tutoriales de papiroflexia) hasta conseguir el resultado deseado—. Me diste una rosa, yo también quería darte algo.
Lo había pensando mucho e ideó esto.
—No tenías porque...—comenzó amablemente, el rubio. La chica lo interrumpe.
—Contiene mis sentimientos—confesó. Las mejillas de Adrien enrojece, ella se levantó—. Espero que la cuides bien.
El papel es frágil y por raro que parezca, así era ella. Podía ser tan fuerte en el exterior, pero en el interior, su corazón era de papel, fácil de romperse como la rosa de origami que había hecho.
