Resumen: Somos libres de elegir y de pensar, somos conscientes de nuestros actos, pero no nos salvamos de los malos actos o los 7 pecados. O una historia de cómo Gilbert sobrelleva su pequeña obsesión.
Disclaimer: Hetalia y sus personajes no me pertenecen.
Advertencias:Cada capítulo, un pecado. PruHun.
Ira
Estas observándola.
Estas observándola nuevamente. No puedes apartar la vista de ella.
Siempre es lo mismo.
Siempre te quedas observándola, analizando detenidamente cada una de sus acciones. De cómo aparta un mechón de sus cabellos, tras su oreja. O como hace una mueca cuando la reunión se esta volviendo innecesariamente aburrida. O simplemente cundo juega con sus dedos y escucha atentamente a los otros, planteando sus problemas.
Siempre es lo mismo en cada reunión.
Sabes que te hablan desde lo lejos pero nunca prestas atención, no puedes dejar de mirarla.
¿Desde cuándo empezaste con aquella obsesión por ella?
Siempre te lo preguntas, todas las noches antes de entregarte a los brazos de Morfeo.
De nuevo tratan de llamar tu atención haciéndote una pregunta sobre el estado de tu capital. Desvías la mirada de ella distraídamente y asientes febril ante las palabras de quien estas acompañando en este momento.
Nuevamente posas tu mirada en ella y no puedes evitar que tus dedos se crispen, que tus nudillos sean mas blancos de lo usual al apretarlos, al formarlos en unos puños. Tu mandíbula se tensa con fuerza y no puedes evitar no chirrear los dientes ante la presión. Simplemente tratas de mantenerte lo más tranquilo y sereno, aun sabiendo que en tu interior hay solamente… rabia, ira.
Tan solo te descuidas unos segundos de ella y te encuentras con que le devuelve, una amplia y gentil sonrisa, al imbécil del estirado, que estuvo adulándola con lo radiante que se encuentra.
Ella sonríe, le sonríe de una manera sincera, de esas que quitan el aliento y que siempre anhelas, que te la dedicara a ti mismo y no a otros.
Buscas una forma de llamar su atención, de acabar con aquella patética escenita, de que ella no hable con otros que no sea contigo y pose su atención en ti. Empiezas a tamborilear con los dedos, despacio, lento y con paciencia, como si te prepararas para saborear y deleitarte con lo que va a venir a continuación. Luego lo vuelves mas insistido y molesto.
Y obtienes lo que quieres, su atención.
Te dedica una mirada de desprecio, como es de costumbre y sonríes con suficiencia al saberte triunfador, aunque, en el fondo no puedes dejar de pensar en aquella sonrisa que logra inquietarte y que debes de hacerla saber, de informarla de que no vuelva a hacerlo.
Buscas la forma.
Y sonríes nuevamente siendo el conocedor del plan que pretendes ponerlo en marcha para después. Ahora simplemente prestas atención a la reunión, que empezó hace dos horas, de la que no tuviste ni el mínimo interés en escuchar los problemas ajenos, hasta ahora.
Estas esperando a que ella aparezca.
Estas esperándola en la penumbra de uno de los pasillos cercanos de la salida.
Sabes que ella es siempre la ultima en salir después de cada reunión. Sabes que le gusta ser la última porque nunca tuvo apuro en salir como los demás y siempre se dirige después de un largo día a tomar un café. Sabes todo aquello porque, desde que recuerdas, la sigues, la observas. Aprendiste cada una de sus actividades, sus movimientos y acciones, toda su vida. Siempre sigiloso, como un depredador acecha a su presa sin que se diera cuenta del peligro que corre.
Volviste a sonreír porque sabes que no vas a fallar.
Pero esa sonrisa se esfuma rápidamente cuando tus sentidos se ponen en alerta. Un aroma, el de ella, el que siempre te obsesiono, advierte de que esta cerca.
Pones en marcha tu plan al sentir sus pasos tan cerca. Y en cuestión de segundos la acorralas de manera brusca contra la pared, extendiendo ambos brazos a la altura de su cara. Sin dejarle escapatoria alguna.
Puedes notar en su rostro miedo al principio, después confusión, y finalmente enojo.
—No vuelvas a hacerlo.
Sonríes interiormente al ver su cara de desconcierto, al ser ignorante de tus palabras.
— ¿Disculpa?
Puedes ver lo confundida que esta.
—No vuelvas a hacerlo.
— ¿Pero de que diablos me estas hablando imbécil?
—De él. No vuelvas a sonreírle al idiota del podrido. No tienes permitido sonreírle.
Esperas unos segundos a que organice en su mente la reciente información. Y funciona. Su rostro se vuelve una furia que es recargada con una pequeña sonrisa.
— ¿Y quien diablos eres tu para decirme que debo hacer y que no, ah? ¡No eres nada, maldito imbécil!
Posas tus manos sobre sus hombros, aprensándolos con fuerza. No ibas a dejar que te insultara de esa manera. Por supuesto que no.
—Yo soy yo— dices con tranquilidad, una que podría asustar a cualquiera —Y si yo te lo digo, me haces caso.
—Uh huh Gilbert, pero dime, ¿Y quien eres tu para mandonearme?
Aprietas con más fuerza el agarre e ignoras la mueca de dolor que se formo en el rostro de la castaña.
—Yo que tu me callaría y simplemente haría caso de las advertencias que me dan— hablaste con tranquilidad, peligrosa tranquilidad, en un susurro aterciopelado. Un susurro que ha cualquiera podría hacer temblar…
— ¡¿Pero que bicho te pico idiota?! ¡¿Estas escuchándote?! ¡Soy dueña de sonreírle a quien quiera!– Ella simplemente empieza a temblar. No del miedo o de que estuviera asustado ante tu presencia, todo lo contrario, tiembla del enojo, de la ira que le estas provocando.
No contestas. Te mantienes inmutado, ajeno de la furia que se refleja a través de esos ojos verdes. Y ella al ver tu enfermiza tranquilidad, te empuja, te aleja de si misma y observas como se aleja de ti y del lugar a grandes zancadas.
—Eso lo veremos…
Murmuras y te retiras de aquel pasillo tarareando una alegre canción.
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