¡Hola a todos! Bienvenidos a la secuela de Digimon Adventure Alfa & Omega. Ha pasado mucho tiempo desde que dije que iba a escribir la continuación y, posiblemente, cierre de lo ocurrido en el año 2027. El después de todo lo que los niños/adultos/elegidos tuvieron que pasar, las consecuencias de las decisiones que tomaron (y las que no) y también, la forma en la que continúan las cosas después de todo el sufrimiento que pasó. Y, no menos importante, las dos líneas de la profecía que quedó inconclusa.
Recomendado leer la precuela, para conocer a los personajes especialmente, pero la mayoría de los hechos serán explicados.
No pretendía publicar esta secuela hasta que resultase mejor que su antecesora, quería que la superase y me he propuesto hacer justamente eso. Pero todo comienza con un primer paso y aquí está el prólogo de la segunda parte de la historia futurista de los niños elegidos y sus familias. Algunas han cambiado y otras llegan con nuevos miembros. Varias cosas ya las conocen por Pequeñas Historias pero esta historia tendrá mucha información que brindar, porque no es inmediata continuación... Y hay mucho que contar.
Quiero agradecer especialmente a CieloCriss y a HikariCaelum que me animaron a continuar escribiendo sobre el mundo futurista de Digimon pero también a todos los que han leído y seguido Alfa & Omega, y se han encariñado con los hijos de nuestros Niños Elegidos y que quieren saber qué ocurrió luego.
Espero disfruten de esta nueva aventura, porque es hora de que ¡digievolucione!
La aventura que tuvieron los niños durante aquellas vacaciones de verano habían terminado.
Había sido algo completamente diferente a cualquier otra cosa que la precedía, algo inesperado, algo jamás pensado y algo que había sido —paradójicamente— predestinado. Pocos creerían su existencia y sólo aquellos que guardan celosos los secretos de un pasado olvidado, poseen la sabiduría de atesorar los recuerdos de algo que se cree inexistente.
Como si existiera otra opción.
Fue una aventura que trajo consigo mucha tristeza, dolor, perdida. Así como, también ilusión, alegría… Promesas. Porque, pese a todo aquello que sufrimos, que padecimos, que celebramos… Aun vivimos.
Aun buscamos un futuro mejor. Aun seguimos manteniendo y afirmando las palabras que juramos mantener, los lazos que prometidos reforzar y la fe que deseamos no perder.
Ahora, todos los humanos han perdido a sus compañeros digimon y el Digimundo ha sido olvidado por toda la gente. Sólo hay vestigios de ese universo encontrado y perdido, extraviado y olvidado, recordado y secreto.
Cicatrices indescriptibles, indescifrables, invisibles.
Las cosas no han sido fáciles, desde luego, porque es casi imposible borrar veinticinco años en un día y pretender que las cosas continúen como antes…
Se sienten en la memoria, en el corazón que recuerda aún cuando la mente olvida.
Ha sido duro, es cierto. Muy duro para algunos. Más bien, para nosotros.
Para aquellos que seguimos recordando el secreto que todos los demás ignoran, para aquellos que saben lo que no puede conocerse, para aquellos que creen en lo que nunca debió permitirse.
No saber algo no es tan malo como saber porque así las personas siempre vivirían con ilusiones, con fantasías. Pero, a pesar de todo, pienso que saber es mejor que no saber.
Duele, resulta inexplicablemente doloroso pero, a la vez, llena de paz.
Aún… Aún confiamos en que aun exista una posible solución para nosotros…
¿Esperamos demasiado? Tal vez.
No estoy tan seguro de ello, ya que, por mi parte, yo no haría honor al emblema que utilicé, al que representé y con el que crecí si me dejo abatir por aquello que está mal a mí alrededor. Tengo que ser fuerte, no solo porque a Patamon no le habría gustado que me rindiese y se sentiría defraudado si lo hiciera, también por mí… Y por todos a quienes amo.
La luz que me guía siempre está conmigo, siempre… Silenciosa, ruidosa, nerviosa y alegre. A veces melancólica y otras tantas como el pilar que sostiene mi vida. Mis amigos siguen a mi lado, acompañándome en cada paso que doy y guiando mi camino cuando estoy perdido. Mis consejeros, mis aliados y, a veces, enemigos. Mi familia.
Por mí, por ella, por ellos.
Por nosotros, tengo que seguir esperando.
Sin embargo, aunque todavía la puerta permanece cerrada, estoy seguro de que esas no fueron las últimas aventuras de los niños elegidos.
Quiero creer en ello. Me gusta pensar, a menudo, que nuestros amigos virtuales nos extrañan del mismo modo. Es probable que la puerta del Digimundo se vuelva a abrir, siempre y cuando los digimon sean recordados.
Quizás muchos no lo hagan, quizás debieron renunciar a ese pasado, a esos recuerdos, a esa memoria pero nosotros no lo hicimos.
Somos quienes los mantenemos vivos en nuestros recuerdos y nuestros corazones.
Ahora somos nosotros los que esperamos.
Porque hay seres que amamos, que queremos y que no olvidaremos. Que sabemos, tampoco nos olvidaran.
Porque existen las segundas oportunidades, los malos arrepentidos y las verdades inolvidables.
Porque hay imposibles que su vuelven realidad, porque existen milagros y hay detalles que iluminan una vida.
Porque más allá de la luz, está la oscuridad. Y porque es esa oscuridad la que alimenta a la luz.
Porque lo esencial no siempre es visible a los ojos. Porque la vida es maravillosa, no es buena y tampoco es mala.
Por todo ello y mucho más, esperaré aún contra toda esperanza.
Si con estas palabras puedes volver a vivir esos momentos pasados, mi luz, entonces, me sentiré conforme… Sí puedes seguir creyendo, todo estará bien.
Porque creer, siempre es el primer paso para cualquier camino que iniciemos.
Creer, esperar, desear… Amar, luchar, perseverar. Caer, levantarse, seguir.
Simplemente, vivir.
Takeru Takaishi.
Crónicas del Digimundo*, epílogo.
Digimon Adventure
Génesis
...
En el alma se encierra otro mundo, otro yo, otro lugar, otro tiempo. Otra historia.
Una historia esperando ser descubierta. Una historia que causa consternación y curiosidad.
Existe el miedo a descubrir ese otro lado del pasado, lo que encierra, lo que oculta, lo que esconde.
Pero, existe también la necesidad de conocer todo lo que allí permanece sepultado.
Los recuerdos no se pueden matar, no se pueden esconder… Pero se pueden olvidar.
¿Quieres saber la verdad que oculta tu alma?
...
Prólogo
De viejas profecías y nuevas perspectivas.
Makoto Kido no se consideraba así mismo como una persona normal, por mucho que eso doliese al ser admitido. De hecho, muchos de sus amigos tampoco lo incluían dentro de la categoría que englobaba a la mayoría y no se sentía precisamente halagado por eso, aunque no podía negar que tenían razón. No era presuntuoso o algo por el estilo, ojalá fuese tan sencillo. Él sabía que no pertenecía al promedio sino que se incluía en el selecto grupo de individuos que —por fortuna o desgracia— poseían un detalle que los hacia sobresalir de entre la multitud. No era su cabello, la forma de sus ojos o su boca, ni su intelecto o la capacidad de su memoria. Nada de eso. No era físico o mental, no, lo que a él lo convertía en alguien distinto eran sus sueños.
Sus sueños no eran comunes sino que cobraban la fuerza de mil vidas y abandonaban el universo onírico para materializarse en el plano de la realidad con fuerza inimaginable, como si el libro del destino estuviese en blanco y las palabras que él tuviese en su cabeza se materializasen para poblar cada sector descubierto. Y eso lo aterraba. Se volvían realidad. Literal y metafóricamente hablando.
Por eso sufría de insomnio, porque así evitaba que las cosas malas sucediesen, porque así podía sentirse en paz. O eso era lo que quería creer, era la forma en la que podía vivir. Cuando los sueños son tan terribles como para volverse pesadillas, todos quieren despertar. A Makoto ese método le era inútil. La realidad se había vuelto su propia pesadilla, porque lo atormentaba. Pensaba que seguiría atormentándolo para siempre. ¿Qué era lo que había hecho él, un simple muchacho, para merecer el castigo? Bueno, fuese lo que fuese, debió ser algo muy malo.
No quería sufrir el escarmiento. Pensaba que tenía el derecho de ser egoísta, a veces.
—¿Mako?
Dejó de jugar con la pequeña manzana roja y la dejó caer sobre la mesa que estaba delante de él. Los ojos somnolientos de su gemelo se entrecerraron para observarlo.
Sonrió, intentando sonar tranquilizador. —Es tarde, Kazu. Deberías ir a dormir.
Era graciosa la forma en la que habían encontrado la armonía, después de años de desencuentro. Eran gemelos y existe la ley primaria que los hermanos deben ser unidos pero, pese a todo, Makoto recordaba perfectamente lo mucho que había envidiado a Kazuma durante toda su vida antes de su accidente. No había sido odio porque no podía odiar a Kazuma, no realmente, pero había sido envidia y rabia mezcladas tan íntimamente que pensó que se trataba de ese sentimiento abrasivo y desolador.
Pero habían aprendido a superarlo. O no. No recordaba como se habían dado los verdaderos cambios entre ellos, si debía ser sincero. Sus padres le habían dicho que estuvo perdido durante dos años, que su ausencia le costó miles de sonrisas a Kazuma, que las lágrimas llenaron los días en las que no pudieron llegar a él así que cuando regresó, las cosas habían cambiado para mejor. Como si su accidente fuese el detonante de que las cosas estaban mejor, pensó con amargura. Sin embargo, comprendía porque todos sus familiares se habían vuelto tan protectores con él después de aquello. Kazuma, especialmente. A Chou, su hermana pequeña, la descartaba. Era apenas una niña de preescolar. Ni siquiera podía saber lo que le había sucedido tiempo atrás.
Makoto pensaba que estar en coma podría explicarse con otra palabra que no fuese 'perdido'.
El mayor negó con la cabeza, los ojos puestos en la expresión del más joven. —Ese deberías ser tú. Yo necesito un vaso de agua. ¿Ocurre algo?
Makoto asintió, sin palabras, y las yemas de sus dedos rozaron la cáscara de la manzana que rodaba gracias al impulso que le brindaban sus dedos.
Kazuma Kido enarcó una ceja, dejándose caer sobre la silla que enfrentaba la de su hermano al ver que no hacia amago alguno de moverse. Sin los anteojos, a Makoto le dio la impresión que su hermano era muy parecido a su padre a la edad de dieciocho años, aunque más desgarbado y pálido. Tenía el cabello azul oscuro rebasando la línea de la barbilla y perfectamente lacio. Kazuma tenía rasgos más suaves, redondeados… Y Makoto siempre iba a sufrir la maldición de un cabello desordenado.
Pese a que eran gemelos, los rasgos de Makoto eran más afilados. Por eso, era fácil diferenciarlos.
—¿Quieres hablar de ello? —cuestionó Kazuma, después de un momento. Sabía que pedía demasiado. Por mucho que hubiese mejorado la relación, sabía que no era el confidente real de Makoto. Tal vez, nadie lo era en realidad. Makoto siempre parecía irreal, etéreo. De un mundo aparte y lejano.
—Cada vez que quiero contarte de mis sueños, algo sucede —el menor desvió la vista, sus dedos largos contrastaba con el rojo de la fruta que sostenía—. Prefiero escribirlos, como lo hacia cuando era pequeño…
No sabía que había ocurrido con ese diario, ahora que lo pensaba. El pasado, por momentos, parecía una imagen inaccesible y desenfocada. Makoto no entendía por qué.
—Pero los olvidas sino los escribes rápido, Mako. Los médicos dicen que no pueden ayudarte sino saben lo que está mal.
Había tenido una vida normal. Juraba que la había tenido. Cuando pensaba en ello recordaba días tranquilos y noches sin sueños, levantándose tarde y corriendo en un campo verde. Todo había cambiado de forma paulatina, tanta que ni siquiera podía decir cuando había iniciado todo lo que era diferente. Realmente, le asustaba no saberlo.
Sus sueños habían empeorado hacia principios de año, nunca antes habían sido tan oscuros y dramáticos… No que él supiese. Y, para empeorarlo todo, solo era capaz de anotar palabras o retazos, incapaz de recordar las visiones quiméricas que se le ofrecían a mitad de su descanso. Le gustaría explicarles a sus padres, a sus hermanos… pero de nada iba a servir.
Él no podía nunca decirles lo que le pasaba, ellos no eran adivinos para saberlo.
—Todo está mal, Kazuma. ¿Crees que algo puede estar bien cuando veo esas cosas en mis sueños? ¿Crees que puedo dormir tranquilo sí pienso que voy a perderte a ti o a Chou por culpa de mis pesadillas? ¿Crees que podré vivir en paz sí sueño que algo le pasa a papá o a mamá? ¡Odio todo esto! Lo odio, lo odio. Cada segundo es…
La manzana que había estado en sus manos rodó hasta el final de la mesa, y continuó su camino en el suelo. Giraba, roja y apetitosa, hasta que chocó contra una pared. Makoto contempló el contraste entre la huella de la mordida y el rojo de la cáscara. Por un instante, sus pensamientos se dirigieron había un cuento infantil que había sido escrito muchos años antes. La historia de la princesa que era envidiada por su madrastra y que era maldita mediante la mordida a una manzana envenenada. Claro que muchos habían tergiversado los finales, cada cual según su conveniencia y en lo único que coincidían era en como se había iniciado aquella maldición.
Una pequeña mordida. Era gracioso como un hecho simple desencadena la más terrible de las consecuencias.
—¿Mako? —cuestionó Kazuma. Su hermano había palidecido sin razón alguna. Estaba tan pálido como sí hubiese visto un fantasma—¿Makoto?
—Los dos universos caerán. Uno con otro se destruirán.
Kazuma Kido parpadeó, confundido ante el tono que su hermano había empleado. No se parecía en nada a la voz que él tenía, era más sombría y profunda. —¿Makoto?
—No quedará en el fin un sólo rayo de luz o algún resquicio de oscuridad.
—Makoto, por favor, no estoy para bromas—la voz le temblaba. Su hermano no era una persona que bromease usualmente. Esa situación le causaba pánico— Me estás asustando.
El menor de los gemelos se había quedado inmóvil. Sus ojos, tan oscuros como pozos sin fondo, parecían mirar más allá de lo que tenía frente a él. Como sí mirara mil realidades y no pudiese elegir alguna para que se desarrollase en el mundo real. Kazuma sintió que el pulso le martillaba en los oídos mientras que se movía con la brusquedad propia de un ser asustado. Sus manos tocaron los brazos de Makoto y los ojos del menor lo miraron sin ver, antes de desplomarse contra sus brazos.
Aterrado, incrédulo, asustado... Kazuma sólo fue conciente de sus propios gritos cuando los pasos de su padre resonaron en toda la sala. Su madre le gritaba a Chou que no bajase las escaleras con un poco de histeria mientras meditaba sobre la mejor forma de actuar.
Su padre lo había apartado con un arrebato frenético e intentaba obligar a Makoto a despertarse. Lo llamaba una y otra vez.
Kazuma retrocedió hasta que su espalda golpeó la pared, nunca había escuchado a Jou Kido gritar así. Los ojos no podían despegarse de la escena y no podía ser conciente de lo que Jou decía porque le pitaban los oídos.
En medio de la conmoción, el antiguo portador de la sinceridad no podía comprender qué había sucedido, qué había cambiado. Sentía los latidos de su hijo bajo sus manos y la respiración pausada le indicaba que Makoto estaba vivo. Pero algo estaba mal. Muy, muy mal. No quería pasar por eso, por la angustia y la desesperación de nuevo.
Por favor, no, suplicó. Por favor, otra vez no. Otra vez, no.
(...)
—¿Tsubasa? —cuestionó Takeru, cuando divisó la figura de su hijo perdida entre las penumbras. Había estado escribiendo durante las últimas horas y no se había percatado de que había llegado la madrugada hasta que salió de su estudio. Era una suerte que Hikari fuese paciente con él y sus manías de escritor, porque no sabía si alguien más mostraría tanta entereza como ella lo hacía.
Podía calentarse la comida que había preparado Hikari para comer algo. Debería dejar de encerrarse en el estudio sin atender las necesidades básicas de todo ser humano. Pero había querido volver a revisar un viejo escrito que había dejado en pausa durante años y que lo llamaba cada vez que se sentaba frente a la pantalla, con los dedos entumecidos y los ojos húmedos de recuerdo.
—Uh, hola —sonrió el único de sus hijos que había heredado su cabello rubio. Ya no tenía once años y gritaba en pesadillas, pero sus temores silenciosos eran igual de preocupantes. Takeru sabía de quién había heredado esa costumbre de callar sus inquietudes.
—¿No puedes dormir? —cuestionó, abriendo el refrigerador para comer algo. No había cenado y, realmente, tenía el estómago vacío.
Tsubasa jugó con sus dedos, entrelazándolos y moviéndolos sobre la mesa alta de la cocina. —No es eso.
Takeru giró el rostro para ver la expresión de su hijo, no podía distinguirla con claridad. Solo llegaba a apreciar el perfil de su segundo hijo, un recorte de claridad en las tinieblas.
—¿Algo te preocupa? —cuestionó, amablemente.
A veces pensaba que Koichi era quién había heredado más cosas de su madre, como los ojos, el cabello y la sonrisa, pero lo que había heredado Tsubasa de Hikari era justamente esa terquedad a platicar de sus problemas que Takeru encontraba ligeramente irritante. Era más extrovertido y animado, una chispa de alegría, e igualmente podía ocultar sus problemas detrás de la sonrisa igual que lo hacia su madre.
Tsubasa medio sonrió, hundiendo sus hombros sintiendo un desconcertante peso. —No estoy seguro. Fue un sueño extraño.
Takeru esperó. Hikari también solía dar vueltas antes de hablar sobre sus pesadillas pero él había aprendido a lidiar con ello. Necesitaba reunir confianza para hablar de sus sentimientos e inquietudes.
—¿Qué fue? —Preguntó, al ver que su hijo no continuaba—, ¿te acuerdas?
—Sí. Pero es... Es tonto —parecía querer obligarse a que sus palabras fuesen sinceras—. Era como sentirme un niño, otra vez. Estaba oscuro, tenía miedo, y escuchaba una voz, una voz familiar —Tsubasa se rió por lo ridículo que sonaba cuando lo decía en voz alta—. Creo que era la de Makoto, ya sabes, Mako-chan.
Las últimas palabras estaban llenas de sarcasmo.
Takeru sintió que sus hombros se tensaban de forma inmediata. Sabía que Hikari se sentía unida al hijo de Jou por todo lo que había vivido en el pasado pero que Tsubasa también sintiese alguna conexión entre ellos también era inquietante. Su segundo hijo había sido el heredero del emblema de la luz, la última vez, y el niño de Jou, el de la oscuridad. Takeru no podía olvidar lo que dijo Gennai sobre los misteriosos sueños que Makoto había tenido. No olvidaba las pesadillas de Hikari ni las de Tsubasa, que habían estado muy cerca de cuando la venganza de Daemon comenzó, en el año 2027.
—¿Recuerdas lo que decía?
Tsubasa lo miró a los ojos. Una extraña interrogante sumergida en esas pupilas azules que eran idénticas a las propias. —¿Importa eso?
Takeru hizo un pequeño esfuerzo para encogerse de hombros. Le encantaría poder ser sincero con sus hijos, devolverles la historia que les pertenecía, los recuerdos perdidos...
Pero no podía.
Aquel verano habían prometido, cuando los niños regresaron del Mundo Digital y la puerta se cerró, que actuarían según lo deseado por el digimundo. Prometieron mantener el secreto, aunque no fuese algo sencillo. Había sido su dilema, debieron elegir entre dos males.
A Takeru le había preocupado que se hubiesen equivocado pero, al final de cuentas, habían procurado escoger la opción que podían soportar. Sabía que Hikari había tenido aptitudes para ser un Yumemí, es decir, para ver cosas en sueños... Nunca se había preguntado si Tsubasa, Koichi o el pequeño Tenshi podrían heredar esa capacidad. Supuso que Gennai lo había descartado… Y, de repente, la posibilidad se sentía tremendamente real.
—Solo para saber si podíamos sacar algo —declaró. No era experto en descifrar sueños pero si en brindar un poco de esperanza.
Tsubasa negó, frustrado. Se pasó una mano por el rostro —Nada. Y es lo más irritante, ¿no? Solo son pesadillas comunes y te dejan despierto como sí trajeran todo lo que no quieres sentir...
—No puedo ofrecerte dormir conmigo —Takeru susurró, con una sonrisa burlona—. Pero podríamos ver que hay en la televisión a esta hora de la madrugada y reírnos un poco.
Tsubasa pareció sentirse mejor ante la perspectiva de no tener que dormir. El escritor se felicitó por arrancarle una sonrisa al adolescente.
—Siempre es bueno ver películas malas, así que podemos buscar alguna. Deberíamos despertar también a Koichi, ¿no? Seguro que le encantará la propuesta. Lo va a animar después de su pelea con Hoshi.
A Takeru le llamó la atención lo último pero decidió no preguntar. Tal vez, luego, podría ahondar en los problemas amorosos de su primogénito. Era una tarea que debía compartir con Hikari, sin duda.
—No creo que despertarlo por la madrugada lo animase demasiado —Takeru rebatió, con una sonrisa de diversión. Se negaba a pensar que todo lo que padecieron había sido en vano.
Él no iba a permitir que ninguna luz se ahogase en las sombras, ese era su emblema. Porque, cuando más oscura es la sombra, más fuerte debe brillar la luz.
N/A: Es corto, como todos los prólogos que he escrito hasta ahora. Tampoco se revela demasiado sobre el futuro de los chicos pero ya sabemos que Makoto vuelve a sufrir de la (mala) suerte de ver el futuro en sueños y que Tsubasa tiene alguna conexión con ello, o eso piensa Takeru.
Creo que eso es todo por ahora, ¡muchas gracias por leer!
*Crónicas del Digimundo es el nombre que recibe la colección de historias de Takeru Takaishi que abarcan todas sus aventuras relacionadas con el Mundo Digital y los niños elegidos desde que fueron públicadas sus novelas y los cuentos relacionados.
