La novena estación
Un joven subió al tren, sumergido en sus pensamientos. Era temprano en la mañana y no había casi gente. Se sentó en el vacío tren y miró hacia la ventana con aire perdido. La luz blanca de la mañana nublada reflejaba en su largo cabello castaño claro. Cerró los ojos y suspiró. Se sentía un tanto solo desde el último mes, en que había descubierto a su novia con otra persona.
Ella era el amor de su vida. Eran como polos opuestos en apariencia. Él, con su cabello castaño, sus ojos de un impactante color gris, su gran estatura y su espalda ancha. Ella, pequeña, casi diminuta. Con ojos color negro, penetrantes y cabello de igual color.
Pero, dicen que los polos opuestos se atraen. Ellos eran como dos piezas de un rompecabezas. O eso creía él. Suspiró nuevamente y observó el paisaje por la ventana, mientras se hundía más en sus pensamientos.
Sabía que el trabajo de policía era exigente, y la pareja pasaba por muchas dificultades. El riesgo y la espera eran lo que le hacía suponer que había llevado a su –ex- novia a eso.
Realmente deseaba poder odiarla, por la traición que había cometido. Pero no podía y el amor que sentía por ella le destrozaba las entrañas.
-Qué estúpido- se dijo a sí mismo.
Al menos deseaba poner sus manos sobre aquel hombre. La única vez que le vio fue cuando patrullaba, una tarde. Encontró a "ese" y a su novia, besándose apasionadamente. Por poco y baja del auto para golpearle. Pero se contuvo y arrancó de golpe, una vez que se aseguró de ser visto.
Nunca olvidaría el rostro –sorprendido- de ese tipo. Cabello oscuro, ojos castaños, nariz común, estatura media, vestido a la ridícula moda actual. Estúpido. Deseaba golpearlo, y hacerlo hasta dejarle inconsciente. Un par de lágrimas de rabia y tristeza se asomaron a sus ojos, pero no alcanzaron a salir.
Ese chico había arruinado su vida ¡maldita sea!. Debía vengarse de alguna manera. Empezó a maquinar algunos planes, mientras se levantaba y salía del tren, en la novena estación, contando desde donde subió
Caminó, con sus largos pasos por el andén. Cuando llegó al final se sintió amenazado. Dio la vuelta rápidamente –instinto de policía- y se encontró con un terrible dolor en el pecho, del lado izquierdo. Ni siquiera gritó. Alguien lo arrastró hacía la esquina oscura donde se había estado escondiendo. Pensó, por un momento, en el tipo que llevaba en su cabeza toda la mañana, pero cuando pudo enfocar la vista a través del dolor se dio cuenta de que era uno de los criminales que había atrapado. Oh… un ex-presidiario. El hombre lo soltó ahí, mientras perdía una gran cantidad de sangre. Estaba seguro de que pronto sería un charco, alrededor de un hombre seco. Tapó la herida con su mano, sintiendo el cálido flujo de su propia vida y apeló a sus últimas fuerzas para tomar el teléfono y apretar una tecla de marcación rápida.
-¿hola?- respondió una voz muy dormida
-Daniela…- Se quedaba sin aire. Demonios. –Te amo…-
Y esas fueron sus últimas palabras.
