La carne estaba deliciosa. Suave y tierna. El jugo de lulo era exquisito. Lee no sabía que era lo que causaba, calmar la sed o aumentarla. Podría beberlo durante meses sin aburrirse de ese sabor. El arroz era indescriptible, granos blancos y perfectos, esponjosos y totalmente separados uno del otro. Y la ensalada, tan verde y saludable. Con un ligero toque de pimienta, una pisca de sal sumamente hilarante, y, ¿qué era ese sabor tan relajante? ¿Mantequilla acaso? Oh, no hay duda alguna, tendría que hacerle un altar a Bree, cualquier día. Tal vez mañana planifique unas ideas. ¿El problema?

Puré de papás.

Bob lo sabe muy bien, él aborrece esa masa blanca y viscosa. ¿Quién en su sano juicio puede comer eso? No le importa que lo llamen reina del drama, eso ya es demasiado. Bob siempre tenía que tener el control, siempre. Injusto, esa palabra lo resumía todo. En ese momento, Lee lo supo, tendría que competir con todo su ser si quería hacer algo al respecto. Quedarse con los brazos cruzados no era una opción.

Recordó la vez en la cual estaban decorando el jardín. Él quería orquídeas, pero Bob se negó acotando que las hortensias eran más resistentes y refinadas. ¿Resultado? Jardín plagado de miles de pequeñas flores. El anillo de oro en su mano derecha siempre le recordaba ese hecho.

Decidió divagar por un camino más placentero. Visualizó con orgullo el florero y el cuadro en la sala de estar. Bob los quería en la habitación de huéspedes. Lee se negó rotundamente, demasiado sofisticados para una simple cuarto de invitados. Fue un pequeño logro personal el haberlo persuadido. Una pequeña sonrisa se formó en su cara. No debió seguir pensando en ello, a su mente acudieron las consecuencias de ese acto. Una semana sin sexo, ¡nada de nada! Alguien como Lee necesita acción. Tomó una decisión.

—Hoy cambiamos roles— Bob alzó una ceja como respuesta.

— ¿A qué se debe eso?— indagó algo confundido.

—Nada en particular—mintió— estoy cansado de estar abajo— terminó con una sonrisa. Bob sólo asintió… ¿sólo eso? Demasiado fácil, aún así, Lee sentía una ola de energía recorrer su cuerpo. Comió con más ganas desde ese momento.

Tres horas después, en la habitación, no había salido de acuerdo a lo planeado.

—Te odio— dijo, debajo del cuerpo de Bob. ¿Lo peor? Lo había disfrutado. Tendría que competir más fuerte, de nuevo.