Tontos sin remedio, todo aquello que no conocen sólo, lo destruyen. No merecen ser llamados humanos.
Ahora todo cobra sentido, todas sus hipocresías, sus halagos y ayudas falsas. Jamás debí confiar en ellos, ahora, en este lugar, estaremos destinados a perdernos nuevamente.
-Corre, ¡Huye de aquí antes de que te encuentren conmigo!
-Claro que no, no nos rendiremos, aún hay esperanza.
-No lo entiendes, si te pierdo, seré desdichado una vez más. Una eternidad más, no creo poder soportar.
-Esperar por mí, ¿No merece la pena?
-Por supuesto, amor mío.
-Entonces, abrázame y bésame, como si esta fuera la última vez que nos veremos, y olvida lo que nos están haciendo, no es su culpa el atacar lo que no comprenden.
Claro que ésta será nuestra última ocasión juntos, pero te prometo, que te buscaré, jamás permitiré que nos separen las barreras del tiempo, y fiel a tu decisión, haré como si nada hubiera sucedido.
La temperatura del lugar comenzó a elevarse. Enormes llamaradas cubrían cada rincón y avanzaban rápidamente a causa de la paja empapada de alcohol esparcida por el suelo. La única puerta de madera parecía la boca de un dragón escupiendo fuego por todos lados, y un grupo de estúpidos humanos aguardaba el momento en que saliéramos corriendo por la única salida, pero al comprender que incluso afuera no estaríamos seguros, unimos nuestros labios y entrelazamos las manos por última vez.
Una eternidad sin ti – Capítulo 1
-Señores, les presento a un nuevo alumno. Viene del prestigioso colegio del este. Vamos, preséntate a la clase.
Lo último que quería escuchar ese día eran las estupideces del barullo grupal que, con curiosidad, hablaban de lo guapo que era nuestro nuevo compañero. En fin, es parte de mi vida diaria. Por fortuna, siempre me he sentado al lado del gran ventanal del aula, así que perderme en las nubes no es tan difícil. El viento sopla con intensidad haciendo claro que ya estamos en otoño, aunque el extenuante calor del sol nos trate de decir lo contrario. Lanzo un suspiro ante tal belleza natural, desearía no estar más en este martirio llamado escuela.
-Ay- Grité cuando un trozo de tiza golpeó mi frente. Voltee rápidamente y me di cuenta de que el profesor llenaba el pizarrón de letras desconocidas para mí. Cuando recuperé por completo mi conciencia, me percaté que todos me miraban. Inconscientemente me levanté de la silla y mi cuerpo se hallaba tenso. Rápidamente me reincorporé y di una pequeña reverencia en señal de disculpa.
-Ah Deidara- Dijo el maestro con un suspiro -Si sigues asi, jamás terminarás la escuela.
Aquellas palabras iban supuestas a infligir cierta preocupación en mi, de tal forma que me esforzara más, pero por alguna razón no le di importancia. Me senté nuevamente en mi lugar con resignación y dirigí la mirada al frente, con tal de disimular mi poco interés por la literatura extranjera. Apoyé la cabeza sobre la palma de mi mano y la sentía un poco más pesada que nunca. Me sentía tan aburrido que lanzaba suspiros por todos lados, seguro que fueron más de cien en los diez minutos que me mantuve despierto.
De alguna manera me sentía dormido pero lograba aún escuchar la molesta voz del profesor acompañado del murmullo de los alumnos que comentaban cosas totalmente tontas. Una voz en especial llamó mi atención, una voz madura y profunda que llamaba mi nombre.
-Deidara, despierta. Si el profesor te ve no te dará una segunda oportunidad.
Abrí lentamente los ojos y de entre las sombras de mis pestañas revelaba la figura de algo muy cercano a un ángel.
Sus rojizos cabellos alborotados se alzaban en el aire mientras que unos cuantos mechones caían sobre su frente. Sus ojos destacaban de entre la pálida piel de su rostro, eran de un claro y brillante color marrón, y tan profundos como su melodiosa voz. La forma aún curvada de su rostro lo hacía parecer un niño, pero era el niño más hermoso que hubiera visto jamás.
Cuando me di cuenta, tenía mi boca abierta de la sorpresa y, aunque a mí me pareció un segundo, habían pasado ya unos minutos. Me apresure a quitar mi expresión deslumbrada por sus hermosas facciones y traté de decir hola, pero el timbre que anunciaba el fin de la clase llegó y se llevó consigo mi oportunidad de hablarle a tan lindo chico.
Se levantó rápidamente de su asiento y se dirigió corriendo a la puerta. Las chicas de la clase se miraron confundidas las unas a las otras al ver cuán rápido había desaparecido.
Hice lo mismo que él y recogí mis cosas. Me levanté y estiré un poco los músculos. Es sorprendente cuanto estrés provocan tantas horas de clase y, por fortuna, esta era la última.
Le dirigí una mirada más a mi querida ventana para apreciar la forma de las nubes y se me ocurrió mirar hacia abajo. En el centro del patio de la escuela, rodeado de una verde y circular área de pasto, se hallaba un hermoso árbol de cerezo sin flores y a su lado, opacando la belleza del paisaje, el pequeño cuerpo del chico nuevo se recargaba pesadamente con la mano en una posición de total desolación.
Bajé corriendo las escaleras lo más rápido que pude y llegué a la plaza escolar, en el árbol, no había ya nada.
