Capitulo 1:
Ella
Corre lo más rápido que puede. Respira entrecortadamente a causa del esfuerzo. Mantiene los ojos cerrados con fuerza. Algunas lágrimas caen por su cara y se congelan antes de tocar el suelo. Sus mejillas están sonrojadas y sus labios destacan más que nunca coloreados de un rojo carmesí. Sus piernas flaquean de vez en cuando pero no se detiene. Nunca lo hace. Solo piensa en correr. Huir. Desertar. Evaporarse y no ser encontrada nunca.
Corre lo más rápido que puede. Su corazón golpea con fuerza su pecho. Está a punto de estallar. Duele. Quema. Pero ella no se detiene. Esta harta de hacerlo. De medir sus acciones. Solo quiere desaparecer del mundo que la vio crecer, irse a algún lugar desconocido, empezar de nuevo. Solo quiere huir para ser ella misma.
Atraviesa la avenida principal. Son las 7:45 de la mañana. Está atestada de gente. Los comercios se preparan para abrir y la gente se dirige a sus trabajos. Su casa queda atrás. Su vida, monótona y aburrida, queda con ella. Ahora, es línea recta hacia la libertad. Ruidos ensordecedores, olores de productos, voces de gente que se queja por el frío. Pero para ella, la calle está desierta, vacía, en silencio. En su realidad, la villa de la hoja es un pueblo muerto, olvidado incluso por los fantasmas que lo habitaron. Y ella, la sombra de un espectro.
La sombra de un espectro. Que corre, que huye. Ella es el único habitante de un mundo en un universo que está a punto de desaparecer. Y el espacio que la rodea está en silencio y ella solo oye el boom boom de su corazón desesperado. Corre todo lo que puede. Intenta huir de él.
Es el mes de febrero. Hace frío y ayer nevó. Ella viste de verano, pero a nadie semeja importarle. Tan solo es una loca más que sumar a la colección. Los tejados y los caminos están blancos. Sus huellas quedan gravadas en ellos, pero hace tiempo que no le importa que la sigan. Solo desea encontrar a alguien.
Sus sandalias de madera producen sonidos amortiguados sobre la nieve cuajada. En su cabeza suena amplificado. Le aturde los sentidos.
Los bajos de su kimono azul cielo se tornan del color del mar al humedecerse. Su piel se torna morada por el frío.
Ella acelera el paso. Le duele el corazón y no puede soportarlo más. Le cuesta un gran esfuerzo dar un solo paso. Ella intenta dar dos. Las getas se le llenan de nieve y pesan demasiado. Pero no se detiene. En sus pies se abren heridas que comienzan a sangrar. Los finos tabi que cubrían sus pies se han roto por las rozaduras del cuero. Su piel, blanca como el cerezo blanco, se tiñe y la nieva se colorea de un rojo intenso bajo sus pies. Pero ella solo atiende al boom boom desesperado que se escucha desde su pecho.
Choca con la gente, pero no se detiene. No le duelen los golpes. Ellos le gritan, furiosos. No los oye. No piensa en ellos. Hace tiempo que dejo de hacerlo. Hasta sus oídos solo llegan el eco amortiguado de sus pasos y el boom boom de su corazón. Está desesperado, histérico. En su mente se agolpan recuerdos y sensaciones de manera desordenada. No hay sitio para más. Está a punto de reventar.
El yukata que viste es corto. Se acaba unos centímetros por encima del tobillo. En los bordes del traje se dibujan con hilo blanco pequeños pétalos de cerezo blanco. Le queda tirante y el obi le cierra con dificultad. Por suerte el vestido era una talla mayor que la suya y el embarazo no la ha hecho engordar demasiado. La tela se enrolla en torno a sus piernas. No puede moverse con facilidad.
Tropieza varias veces y su cuerpo se precipita hacía el suelo en diversas ocasiones. Se repone y sigues adelante. No llega a tocar la nieve del camino. No le importa que sus piernas se resientan. Desea salir de ahí. Solo quiere huir. Está desesperada.
Mantiene los puños apretados con fuerza. Clava sus uñas en la carne de sus palmas. Hace días que no prueba bocado y la carne se pega a sus huesos. No es capaz de comer. Tiene veintidós años pero aparenta muchos más. Ha estado embarazada en diversas ocasiones en los últimos cuatro años, pero nunca ha dado a luz. Nuca llega si quiera al sexto mes. Ha perdido muchas fuerzas. Hace tiempo que dejo de practicar deporte, está retirada de su trabajo como kunoichi.
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Mantiene el pulso firme mientras se esfuerza en no derramar el té fuera del vaso. Cuando la taza está llena coloca la tetera sobre el soporte y mediante una reverencia se aleja hasta quedar oculta en una esquina. Ante ella se muestra erguido un hombre mayor, de pelo canoso y ojos helados. Es un hombre severo e inflexible, poderoso y con grandes técnicas ninjas en su sangre. Espera ansioso un heredero. Le gusta el té en su punto. No demasiado caliente, tampoco demasiado espeso.
La respiración nerviosa de ella se oye desde la penumbra. Está nerviosa y su pulso se acelera. Tiene dieciocho años y ha sido la primera de sus amigas en casarse. No tuvo lo que se dice una ceremonia bonita, ni tampoco fue el día más feliz de su vida. No fue el hombre al que amaba el que se presentó en aquella ceremonia. Lo importante es que según la importancia de apellidos, los Hyuuga prevalecerán sobre los Yakimi. Eso era lo importante.
Él se lleva la taza a los labios y prueba la bebida. La saborea en silencio mientras ella contiene la respiración. Es el cuarto té que prepara en todo el día, tal vez esta vez lo haya hecho bien. Esta agotada y no cree que pueda hacerlo otra vez. Con lágrimas en los ojos ve sus sueños romperse cuando la arcilla se estrella contra la pared que tantas veces ha limpiado ya.
-No estaba bien batido. Tenía grumos – se excusa él con voz ligera. No tiene importancia rebajar el trabajo de ella. Ella hace ademán de levantarse para limpiarlo pero él la frena. Hace una nueva reverencia y espera agachada a que él hable.
No se mueve, aunque le duele terriblemente la espalda. Acababa de volver de una misión y al llegar se vio forzada a arreglar toda la casa y atender a su marido. El moratón de su pómulo izquierdo revela la bienvenida de su marido.
-He decidido que abandones tu trabajo como kunoichi.
-¿Qué? – el grito escapa de sus labios antes de que pueda silenciarlo. Su corazón se ha detenido y se siente mareada. Puede desmayarse de un momento a otro, pero sabe que debe mantenerse estática.
-Esta semana has demostrado no saber compaginar tu trabajo con tu hogar. La casa ha estado hecha un desastre. Ni siquiera sabes preparar un té decente. Además, he consultado los informes del ginecólogo...
-Yakimi-san… Esos… Esos… in-informes… e-eran… confidenciales… - alega la chica, dolida, en un susurro. Ni siquiera ella conocía el contenido de aquellos documentos.
-A no ser que tengas secretos para tu marido, no lo son. Como decía, he consultado los informes del ginecólogo y estás embarazada – el corazón de la ojiblanca deja de latir. Ese día, su suplicio fue a peor.
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Hace años que no ve a sus amigos. Su equipo antiguo había intentado comunicarse con ella mediante perros o insectos, pero él siempre los descubre. Al principio, Kurenai la visitaba de vez en cuando. Le amenizaba las tardes hablándole sobre los nuevos intentos de romance de Asuma o las peleas entre Shino y Kiba. Sus visitas se fueron haciendo cada vez menos frecuentes. Shino la visitó el día antes de su boda. Kiba… hacía más de cuatro años que no lo veía. Había estado fuera durante los meses que rodearon su boda y cuando volvió su marido ya le había prohibido ver a nadie a solas. Si tan solo los hubiera visto durante las misiones... Pero su marido le había rogado a la Hokage que el tipo de misiones que se le dieran a su esposa fueran sencillas y de corta duración. Ninguna de estas misiones era adjudicada al equipo 8 de Konoha.
En sus esqueléticas muñecas tintinean brazaletes de plata que su primo le regaló a modo de disculpa a los 12 años. Recuerda como al abrir los ojos ve sobre su cama de hospital el paquete de regalo. Tres valiosos pulseras de plata, dirigidas a ocultar la fea cicatriz que le había quedado en la muñeca tras el combate de ascenso a chuunin. El primer regalo que le hace de corazón.
Encima del obi azul marino que intenta disimular su prominente vientre de siete meses baila un pequeño capullo tallado en madera, encadenado a ella mediante una larguísima trenza de cuero. Su antiguo compañero de equipo lo había hecho para ella por su trigésimo cumpleaños. "De este capullo nacerá una elegante mariposa. Solo debes ser paciente". Y ella convierte sus palabras en el dogma que rige su vida día tras día.
Un pequeña orquilla blanca le aparta algunos mechones del rostro. Le sujeta los mismos cabellos desde hace siete años. Todavía recuerda la expresión infantil y las mejillas sonrosadas del muchacho cuando se la regalo. "Pensé que te quedaría bien... Solo eso" Le había dicho completamente azorado y evitando mirarla a los ojos. Se la dio con cariño, mientras jugaba disimulando con su mascota. La lleva con cariño en el pelo desde aquel día, procurando ocultarla siempre. Hoy la muestra por primera vez.
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Los gritos se oyen en toda la casa más no hay nadie en la casa capaz de calmarlos. Ningún vecino se atreve a intervenir. Solo están él y ella.
Está de rodillas en el suelo, se tapa los oídos con las manos. Está asustada. Intenta no oírlo. Las lágrimas caen por su rostro, el cual todavía conserva una forma aniñada. Pierde el control en el mismo momento en el que él la empuja contra la pared.
Tiene diecinueve años y acaba de sufrir su primer aborto. Una mala caída mientras se afanaba en limpiar la cocina evitó el nacimiento del niño. La silla sobre la que estaba subida se partió y su cuerpo se precipitó al vacío. Jamás lo llegará a superar. Ni este, ni los próximos tres.
Es la primera vez que llora tanto, siente su corazón partirse en pedazos. Su marido sigue gritándole a su lado. Está furioso y no entiende el por qué. No lo llega a entender. Sostiene en su puño, arrugándolo, un yukata de seda importada. Es de color azul cielo, tiene pétalos de cerezo blanco en los bordes, y un delicado obi un poco más oscuro lo completa. Es uno de los más bellos que ha visto. Lo está estropeando y ella no se atreve a decirle que pare.
-¡Podéis explicarme que es esto? – siempre la trata de usted, como si eso supliera las horas de soledad que le obliga a vivir. El vacío de su corazón -. ¡Podéis hacerlo mirándome a la cara?
-U-u-un yu-yukata – las palabras apenas salen de su boca, se pierden antes de ser escuchadas. Tiembla de pies a cabeza. Está muerta de miedo.
-¿Decís que un yukata¡Eso ya lo sé, mujer estúpida¡Os estoy preguntando de donde lo habéis sacado! Es seda importada, de las más caras... ¡Con el dinero que os paso para vuestros gastos personales, no os llega¿Lo habéis robado¿Es eso? O acaso... ¿me habéis robado a mí¡Más no os quedéis callada¡Contestad a vuestro esposo!
-No...
-¡No os oigo!
-¡No! – comienza a hipar mientras se limpia las lágrimas que salen de sus ojos -. Fu-fue un re-regalo...
-¿Un regalo¿Os atrevéis a tener un amante bajo mis narices¿Ha sido él quien os ha regalado esto¿No os doy yo placer, acaso¿Vuestro cuerpo reclama más de un hombre a la vez¡Contestad os digo!
-No… Yakimi-san... Ja-jamás… os en-engaña-ría…
-¿Entonces de quien?
-De todas las chicas… del trabajo: Sa-Sakura, I-Ino, Ten-TenTen, Ao-Aoki, creo que… que Te-Temari, los… los chicos… y los… los… sen-senseis…también… - solloza todavía más alto cuando ve como él hombre de su vida lee y rasga la tarjeta de felicitación en su cara. Como pisotea el traje.
-¿Cuándo lo recibiste¿Los viste¡Debías habérmelo comunicado inmediatamente!
-Por… Por… correo… Hoy… aho-ahora…
-¿Por qué no me lo dijiste?
-Lo… Lo… sien-siento…
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Es el mismo yukata que viste en el día de hoy. Ha tardado semanas en reunir los objetos y cuando lo consiguió, no dudo en ponérselos todos. Hoy lo ha vuelto a hacer. El vientre apenas le deja moverse, mucho menos correr como le gustaría. Nadie la ayuda. No le importa. Dentro de poco será libre y no necesitará ayuda. Tiene veintidós años y no puede más.
Atrás queda la avenida, las casas, la gente. Ya no la mira nadie. Ahora es totalmente invisible. Ha abandonado la villa y los guardias ni se dignan a mirarla. Más no le importa. Ahora el camino está despejado, y puede correr con mayor facilidad. La villa ha quedado atrás, mas ella sigue corriendo. No quiere parar. Y por primera vez, se hace lo que ella dicte.
Tropieza en una roca y cae al suelo. Un fuerte golpe en el vientre le produce un dolor insoportable, pero no se preocupa por eso. Pronto el dolor habrá acabado. Cuando alcance la libertad se acabará. Será el octavo pájaro que surque por el cielo.
Su geta del pie derecho se ha roto y ya no le sujeta el pie. No importa. Se levanta a duras penas. La piel de su rostro se ha vuelto terriblemente pálida mientras lágrimas congeladas se adhieren a ella. Parece que está a punto de desmayarse pero de muestra una voluntad de hierro al mantenerse en pie. Segura de si misma. Hoy, no tiene miedo a nada.
Se quita las getas y las tira lejos. Solo los tabis rasgados le impiden estar en contacto con el helado camino.
A pocos metros de ella, el sendero gira a la derecha. Ella sabe el porque. Sabe que hay más adelante, y no le importa. Camina torpemente al principio. Sus pies se llenan de heridas y dejan huellas de sangre tras de si. Los tabis se han convertido en meros rastrojos de algodón. Acelera el paso. Comienza a correr. El colgante rebota sobre su pecho, la horquilla le aparta los mechones de la cara, las pulseras tintinean en su muñeca y el yukata se enrolla en sus piernas.
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-Hinata-san - la voz del anciano resuena cavernosa en el salón de la residencia. Hoy cumple dieciocho años y teme lo que le puedan decir.A su lado siente la presencia de su hermana y su primo. Le brindan tanto apoyo como pueden -, me gustaría felicitarla por su recien adquirida mayoría de edad.
-Gracias, Hyoko-sama.
-Pero eso no es lo único por lo que está aquí. Me gustaría comunicarle que el clan Yukata ha respondido favorablemente a la propuesta de matrimonio que le hicimos - el corazón se para, mientras siente como su padre se revuelve nervioso a su espalda y Neji y Hanami se levantan asustados -. La boda se celebrará dentro de un mes.
-¿U-un mes? No-no conozco... no le co-conozco. No... no deseo... ca-casarme. No quiero.
-Eso es lo de menos. Piense enel clan.Lo importante es que en esta transacción prevalecerá nuestro apellido.
Ella se siente desesperada. Sus piernas flaquean y cae al suelo. Pierde noción de la realidad y lo siguiente que sabe es que está tumbada en el futón de su habitación, mientras Neji y Hanami montan guardia preocupados a su lado.
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Esta desesperada. No ve a causa de las lágrimas, pero sabe a donde va. Algo la impulsa a ir hacia delante. Conoce perfectamente su destino. Quiere ser ella misma y sabe como conseguirlo. Y ahora, corre en línea recta hacia la libertad porque es ella quien escribe el final.
Hola! No se como se me pudo ocurrir esta historia tras ver "Charlie y la fabrica de chocolate", pero bueno... el caso es que aquí está. Bueno, unas pequeñas aclaraciones para los que no seais entendidos en la vestimenta tradicional japonesa:
Los tabis son los calcetines blancos de algodón que seponen con los kimonos.
Las guetas son las sandalias de madera respectivas a este tipo de traje tradicional.
Las yukatas son kimonos de verano (tanto de mujer como de hombre) hechos de algodón en vez de seda. Se utilizan tambien como bata de casa según tengo entendido, así que supongo que serán bastante más baratos.
Con respecto al fic. Bueno, este es unfic corto, de tres capitulos, y dramatico (por si todavía no lo habeis notado). Es un KibaHinata (son tan monooooooos), que solo he encontrado un fic de esta pareja y me parece mal. Bueno, hasta el siguiente capitulo. Dew!
PD- si me equivoque con las definiciones por favor, avisadme para que pueda remediarlo! Ya de paso, me dejais un review, no?
